¿Hay
alguien ahí? Simone de Beauvoir entre “yo” y “nosotras”
Mabel Alicia Campagnoli ⃰
Resumen
A setenta
años de la edición de El segundo sexo nos interesa rescatar el valor político feminista
de la escritura a través de la pluma de Simone de Beauvoir sin restringirla a
sus aspectos teóricos sino desde una perspectiva transversal a los géneros
discursivos que produjo (ensayo, novela, diario, autobiografía). Nuestra
lectura busca apreciar la figura de Simone de Beauvoir como filósofa con perfil
propio, a diferencia de las que solo la reconocen como escritora en un sentido
literario menor, o en todo caso, como apéndice filosófico de las
conceptualizaciones de Jean-Paul Sartre y de Maurice Merleau-Ponty.
Palabras clave: Beauvoir – Discurso – Política – Feminismo
Anyone there? Simone de Beauvoir between "I" and "We"
Abstract
Seventy years after the publication of The Second Sex we are interested in rescuing the feminist political value of writing through the pen of Simone de Beauvoir without restricting it to its philosophical aspects but from a transversal perspective to the discursive genres that produced (essay, novel, diary, autobiography). Our reading seeks to appreciate the figure of Simone de Beauvoir as a philosopher with her own profile, unlike those who only recognize her as a writer in a minor literary sense, or in any case, as a philosophical appendix of the conceptualizations of Jean-Paul Sartre and Maurice Merleau-Ponty.
Key words: Beauvoir – Speech - Politics – Feminism
Introducción
Las
reflexiones presentadas en este trabajo se iniciaron a partir de la invitación
que me hiciera la colega Vera Wacksman a compartir una “Tarde de
autobiografías” como actividad del proyecto a su cargo Autobiografías
filosóficas. Problemas teóricos y estudios de caso (2017-2018) radicado en el
Centro de Investigaciones en Filosofía (CIeFi) de la Facultad de Humanidades y
Ciencias de la Educación (FaHCE-UNLP). Agradezco a Vera la posibilidad de ese
encuentro el 7 de noviembre de 2018, pues despertó en mí el interés por
rescatar la escritura de Simone de Beauvoir como acción política. Como el
entusiasmo continuó, me atrevo ahora a ofrecer aquí mi recorrido, a modo de
homenaje, con motivo de los setenta años de la publicación de Le deuxième sexe.
¿Hay alguien ahí?
Judith
Butler, en el prefacio a la segunda edición de El género en disputa. El
feminismo y la subversión de la identidad afirma “El hecho de que pueda
escribir de un modo autobiográfico no cambia, según yo, el sitio que ocupo como
el sujeto que soy, aunque tal vez sí dé al lector cierto sentido de solaz al
saber que hay alguien ahí” (Butler, 2001: 17; el énfasis es mío).
Dentro de
las tradiciones filosóficas no es frecuente encontrar tal solaz. Aquí nos
preguntamos si sucede en la escritura de Simone de Beauvoir. Principalmente hay
dos motivos para sospecharlo, su adscripción al existencialismo y la
fenomenología, por un lado; su posterior militancia feminista, por otro. Sin
soslayar además, la práctica de una escritura de la intimidad que atraviesa
toda su biografía, desde los Cahiers de jeunesse, 1926-1930 aún no editados en
español, hasta La ceremonia del adiós en 1981, pasando por Diario de guerra,
septiembre de 1939 - enero de 1941 y los cuatro tomos de su autobiografía (Memorias
de una joven formal, 1958; La plenitud de la vida, 1960; La fuerza de las
cosas, 1963; Final de cuentas, 1972).
Preguntarnos
si hay alguien ahí excede un análisis lingüístico ya que ponemos en juego la
recepción de la autora; es decir, una perspectiva que atiende no solo a las
tecnologías de la escritura (Ong, 1984) sino también a las de la lectura
(Bourdieu y Chartier, 2011). En consecuencia, nuestras consideraciones no dejan
de ser una reflexión singular como ejercicio de conocimiento situado.
En tal
sentido, nuestros comentarios no se basan en un recorrido exhaustivo de la obra
de Beauvoir, sino en algunas enunciaciones del yo, en diferentes géneros
literarios de su producción: ensayo, novela, diario, autobiografía… Igualmente,
nos interesa observar la articulación con la primera persona del plural; en
especial, con el desafío político que propone la autora al convocar la
producción de un “nosotras” en su célebre ensayo El segundo sexo de 1949.
De esta
manera, nuestra lectura busca apreciar la figura de Simone de Beauvoir como
filósofa con perfil propio, a diferencia de las lecturas que solo la reconocen
como escritora en un sentido literario menor, o en todo caso, como apéndice
filosófico de las conceptualizaciones de Jean-Paul Sartre y de Maurice
Merleau-Ponty.
Sobre la
calificación de escritora, hay basamento en sus propias afirmaciones para
sostenerla (“Sartre es un filósofo, yo no”) y se ha discurrido mucho acerca de
las motivaciones. Aquí seguimos la lectura que la considera filósofa, en línea
con la perspectiva de Alejandra Ciriza: “yo pienso que ella es filósofa, yo
pienso que si la filosofía no ha tenido “biografías” ha sido precisamente por
esta suerte de juego a través del cual los filósofos se han ocupado de
pronunciar su palabra pretendiendo que lo hacían por fuera de las condiciones
bajo las cuales las pronunciaban; es decir, haciendo un juego de ocultamiento
por el cual desmarcaban esas palabras de las marcas de lugar, de tiempo, de clase,
de los compromisos éticos y políticos que la mayor parte de los filósofos y las
filósofas han tenido y tienen. También pasa que para nosotras es muchísimo más
difícil reconstruir nuestras propias genealogías precisamente por eso, porque
los escritos filosóficos de las mujeres han sido considerados no filosóficos.
Aun cuando Mary Wollstonecraft merece un lugar en la historia de la filosofía,
ha sido considerada una polígrafa del siglo XIX, fines del siglo XVIII, una
escritora más que contribuyó a la numerosa producción de escritura
intrascendente de esa época. También tenemos el caso de las cartas filosóficas
que no han sido consideradas como parte de la historia de la filosofía; por
ejemplo, cuando una piensa en los intercambios filosóficos que la mayor parte
de los filósofos varones no casualmente entablaron con mujeres, esos
intercambios filosóficos no son considerados como filosofía, sino como una
suerte de enseñanza que el maestro, siempre varón, tenía para dispensar a las
siempre, eternas, aprendizas mujeres. Yo creo que las cosas son muchísimo más
complejas. Cualquiera que haya dado clases alguna vez en su vida se da cuenta
que, en realidad, aprende muchísimo del intercambio, que en realidad lo
maravilloso de ser docente es que una enseña/aprende. La mayor parte de las
veces las ideas más interesantes se nos ocurren en situaciones de intercambio
con otras y con otros; entonces, esas mujeres consideradas no filósofas,
simples aprendizas, eran en realidad una fuente de energía, de saber, de
reflexión” (Ciriza en Grau y Castillo, 2012: 237-238).
Autoficción y espacio biográfico
Desde que
los estudios culturales cruzaron posestructuralismo con pragmatismo y
produjeron el quiebre de la jerarquía entre saberes, todo relato es ficción; ni
las ciencias, ni la historia, ni las biografías, tienen una relación
privilegiada con la verdad. No hay más ontología del sujeto que la que provee
el lenguaje. Este giro hacia la narrativa le otorga un valor especial al
descentramiento de la voz enunciativa con pretensión de unicidad -teórica,
filosófica- en beneficio de una pluralidad de puntos de vista (Rorty, 1990:
84).
Así, la
auto-biografía deviene auto-ficción y cuestiona la idea de “pacto
autobiográfico” con la que Philippe Léjeune la definía al responder la pregunta
¿cómo decir la verdad sobre una/o misma/o? La solución que ofrecía Léjeune era
el pacto autobiográfico, una forma de contrato entre autor/a y lector/a, por el
cual el/la autobiógrafo/a no se compromete a una exactitud histórica sino al
esfuerzo sincero por entender su existencia y su personalidad. Pero el supuesto
de un sujeto pre-discursivo y la analogía con la autoridad jurídica implícita
en la noción de “pacto”, vuelve conflictivo el concepto que será sustituido por
el de auto-ficción.
Como señala
Paul Ricoeur, vivimos en lo narrativo, esto nos constituye a la vez que,
paradójicamente, implica ficcionalidad: “Cuando leo un texto que contiene el
término yo, lo encuentro ya disociado por la escritura de su escritor, aunque
este escritor, en tanto locutor, haya sido un yo anclado; pero el hecho de
estar escrito y no dicho, lo deja desanclado” (Ricoeur, 1990: 78). Es decir, la narración de una/o misma/o no es
más que una ilusión, puesto que el/la autor/a pretende realizar lo imposible:
relatar la historia de una primera persona que sólo existe en el presente de su
enunciación.
En
consecuencia, la ficción del yo en la enunciación resulta una instancia de
constitución de subjetividad en el lenguaje. Así lo expresa July Chaneton para
caracterizar la autoficción: “Cuando la narración es producida por el propio
sujeto de enunciación en su discurso autorreferencial, se ha llamado
“autoficcional”, es decir, una narración de sí que se constituye
inevitablemente por fuera del orden de lo verídico y que por lo tanto resulta
en “la imposible narración de sí mismo”. Dicha “imposibilidad”,
paradójicamente, no deja de ser altamente productiva en términos sociales.
Efectos de sentido en relación con la configuración subjetiva resultante que
son a la vez idiosincráticos -porque permiten al “yo” del enunciado adelantar
una diferencia- y colectivos -porque provienen de y contribuyen a la producción
de subjetividades sociales-.” (Chaneton, 2007: 94).
Nos
interesa esta tensión entre lo individual y lo colectivo que señala Chaneton
para aplicar su mirada a la lectura de textos de Simone de Beauvoir. Tensión
que juega en la dimensión política de los pronombres, aunque ésta suele
reconocerse solo en el “nosotros”.
Para ello,
articulamos a su vez la noción de autoficción con la de espacio biográfico,
elaborada por Leonor Arfuch: "el
espacio, como configuración mayor que el género [discursivo], permite una
lectura analítica transversal, atenta a las modulaciones de una trama
interdiscursiva que tiene un papel cada vez más preponderante en la
construcción de la subjetividad contemporánea” (Arfuch, 2002: 102). Es la
lectura que planteamos de transversalidad entre ensayo, novela y testimonio,
donde buscaremos la tensión entre lo individual y lo colectivo.
El cuerpo vivido
¿Qué
características tiene esta tensión en la autora, si cuando se entrega a la
tarea de desencializar el “ser mujer” en El
Segundo Sexo, la articulación entre el yo y el nosotras queda atrapada en
el “cuerpo vivido”? Al respecto cabe considerar con Alejandra Ciriza que “en
ese momento entre 1946 y 1949, [Simone de Beauvoir se hallaba] en una situación
solitaria. Es precisamente por esto que su posición es profundamente
ambivalente: a la vez que desea conquistar el mundo masculino hasta anexárselo,
por decirlo de alguna manera, sabe que en el corazón de ese mundo está la clave
de la subordinación de las mujeres. ¿Cómo escapar de esa situación? La
estrategia que ella se plantea,
(…) es la
estrategia del privilegio, es decir, yo soy una sujeto de dos mundos, puedo
hablar en tanto procedente del mundo de las mujeres, pero al mismo tiempo he
sido formada y educada en el mundo de los varones: soy una persona bilingüe,
hablo las dos lenguas” (Ciriza, 2012: 15).
Ahora bien,
estas dos lenguas, al referir al cuerpo vivido anulan en principio la
posibilidad de relatarlo por fuera del androcentrismo. De ahí que, como señala
María Carmen López Sáenz, “a diferencia de Maurice Merleau-Ponty que dice “yo
soy mi cuerpo”, Beauvoir diga que el cuerpo de la mujer es algo otro para ella.
No lo vive como suyo; sólo es cuerpo para otros, para los hombres sin ser
para-sí” (López Sáenz, 2012: 191).
En efecto,
la mujer queda identificada como pura presencia ante el logos dominante
masculino:
“La mujer
tiene ovarios y un útero, y estas condiciones singulares la encierran en su
subjetividad. De ella se dice gustosamente que piensa con las glándulas. El
hombre olvida en su soberbia, que su anatomía también supone hormonas,
testículos. Toma a su cuerpo como una relación directa y normal con el mundo, al
cual cree aprehender en su objetividad, mientras que considera que el cuerpo de
la mujer se encuentra como entorpecido por cuanto lo especifica” (Beauvoir,
1954: 14).
En este
sentido, el cuerpo vivido que describe Beauvoir es la marca de la ambivalencia que
constituye la situación de las mujeres a punto tal, que la modalidad de
escritura se vuelve impersonal, retaceando tanto el yo como el nosotras:
“Esa
ambivalencia se señala por el modo en que la mujer capta su cuerpo. Es un
fardo: la especie lo roe, sangra todos los meses, prolifera pasivamente y no es
para ella el puro instrumento de su aprehensión del mundo, sino una presencia
opaca. No se asegura con certeza el placer, y le crea dolores que la desgarran;
en cierra amenazas determinadas y se siente en peligro en su interior”
(Beauvoir, 1954: 457).
De esta
manera, la escritura en tercera persona del singular, “la mujer”, muestra la
tarea existencialista de caracterizar la condición del existente femenino, la
existencia que llega al mundo sexuada como hembra. Si bien es la experiencia
propia de la autora, la reflexión brinda la posibilidad de inteligir dicha
experiencia a partir de condiciones de existencia que son comunes y que
justamente condicionan la experiencia vivida. A punto tal la condicionan, que
Beauvoir se va a distanciar de las perspectivas de Sartre y de Merleau-Ponty,
al considerar que para muchas mujeres, su condición femenina constituye una
opresión y no una mera situación (López Pardina, 1999) (Herrera, 2008). Tal es
la importancia que alcanza el cuerpo vivido en su explicación, pues es «la
condición» que permite comprender la opresión de las mujeres (López Sáenz,
2012).
Experiencias narrativas
Simone de
Beauvoir reflexiona sobre la escritura de El segundo sexo en un volumen de su
autobiografía, La fuerza de las cosas:
“¿Qué había
significado para mí ser mujer? Nunca había tenido sentimientos de inferioridad.
Mi feminidad no me había molestado en nada. Para mí, le dije a Sartre, eso no
había sido nunca un problema.
-Pero, de
todas maneras, Castor, tú no has sido criada de la misma manera que un niño.
Deberías analizarlo mejor…
Así lo hice
y tuve una revelación: ese mundo era un mundo masculino. Mi infancia había sido
alimentada por mitos forjados por hombres y yo no había actuado ante ellos de
la misma manera que lo habría hecho si hubiese sido varón. Esto me interesó
tanto que abandoné todo para ocuparme de la cuestión femenina en su totalidad”
(Beauvoir, 1964: 92).
Vemos
entonces que el inicio de la caracterización de la situación de las mujeres fue
una reflexión situada en sí misma, un punto de partida en la situación propia,
que también se evidencia al comienzo del ensayo, en la Introducción: “¿Qué es
una mujer? El enunciado mismo del problema me sugiere inmediatamente una
primera respuesta. Es significativo que yo lo plantee. A un hombre no se le
hubiese ocurrido escribir un libro acerca de la situación singular que ocupan
los machos en la humanidad. Si quiero definirme, me veo obligada a decir, en
primer lugar; “Soy una mujer”. Esta verdad constituye el fondo sobre el cual se
yergue toda otra afirmación” (Beauvoir, 1954: 13).
Por eso
Mayra Leciñana Blanchard considera que aquí la afirmación “soy una mujer”
funciona como dispositivo de enunciación que dispara la posibilidad del texto,
cuyo punto central es el impersonal “No se nace mujer, se llega a serlo”. Con
ello, el proyecto de “relato personal” queda postergado hasta el inicio de
publicación de su obra autobiográfica. La intérprete propone que “ese vaivén
nos induce a tomar como eje el acto de la escritura de la primera persona para
ver cómo narra ella el “llegar a ser” una mujer” (Leciñana, 2010: 94).
En este
sentido, la invitación es a observar usos del “yo” de modo transversal, a lo
largo del espacio biográfico, para rastrear el propósito que Beauvoir enuncia
en otro tomo de su autobiografía, Memorias
de una joven formal: “no quería hablar con esa vos abstracta que al oírla
no me conmovía (…) soñaba escribir una “novela de la vida interior”; quería
comunicar mi experiencia” (Beauvoir, 1999: 211).
Beauvoir
bucea en su pasado hasta encontrar la escena que funda míticamente un comienzo.
A los quince años dice haber escrito en el álbum de una amiga: “Había resuelto
desde algún tiempo consagrar mi vida a tareas intelectuales (…) escribiendo una
obra alimentada por mi historia me crearía yo misma de nuevo y justificaría mi
existencia” (Ibíd: 145).
Allí mismo
alude a los diarios de juventud, a los que retoma y también corrige: “me
analizaba y me felicitaba de mi transformación. ¿En qué consistía exactamente?
Mi diario lo explica mal; pasaba muchas horas en silencio y me faltaba
perspectiva. Sin embargo al releerlo, algunas cosas me saltaron a la vista”
(Ibíd: 192). Leciñana analiza este gesto como una manera de construirse:
“Después de todo se trata de Memorias de
una joven…, una postulación en tercera persona, marca del proyecto de sí
como otra, de un atreverse a construirse” (Leciñana, 2010: 97). Así se juega en
la escritura la noción existencialista de proyecto como marca de trascendencia
en tanto implica un devenir transformativo.
Ahora bien,
la enunciación del “yo” también ocurre en una novela como La mujer rota elaborada en el formato de un diario íntimo que la
protagonista comienza cuando su matrimonio está por naufragar. No podríamos
tomarlo como auto-ficción pero sí podemos entenderlo como inscripción textual
de un “yo” femenino en la exploración de sentidos de “llegar a ser mujer”. En
nuestra interpretación, las ficciones del yo en la escritura pueden
considerarse como tecnologías del sí misma, en tanto productoras de una
subjetividad sexuada.
En
consecuencia, la mujer rota, que se adentra en un vacío existencial al
descubrirse en la inmanencia del ser para otros, se evanece en la desesperación
pero se afirma en la pluma que le permite aferrar la escritura: “No sé nada. No
solamente quién soy sino cómo habría que ser (…) el mundo es un magma y no
tengo ya contornos. ¿Cómo vivir sin creer en nada ni en mí misma?” (Beauvoir,
1975:33). Leciñana interpreta que esta mujer rota se escribe y desmonta una
“situación”, se desmarca, hasta que lo que queda es puro futuro, por delante un
porvenir: “no se construye a sí misma. En un sentido un poco libre “se
desconstruye” y no es a través de la conciencia ni de una voluntad radical,
sino a través de una experiencia narrativa” (Leciñana, 2010: 99).
Filosofía y feminismo
…cuando se es mujer y filósofa es útil ser feminista
para comprender lo que nos pasa
(Le Dœuff, 1993: 51)
La
escritora Benoîte Groult remarca que El segundo sexo no surgió de una
reivindicación militante y menos aún de cualquier deseo de revancha.
“Hasta ese momento, Beauvoir había logrado
llevar una vida brillante y, por otro lado, en ese período turbio de la
posguerra, los derechos de las mujeres estaban lejos de ser una cuestión
prioritaria. El término “feminismo” no había sido pronunciado nunca, y en
Francia no existía ninguna asociación para los derechos de las mujeres”
(Groult, 2010: 30).
Entonces no
fue hasta mayo del 68 que al menos una parte de las mujeres de aquel
movimiento, decepcionadas e incluso escandalizadas por el sexismo de sus amigos
“revolucionarios”, redescubrieron y revalorizaron El segundo sexo, cuya
publicación había provocado primero violentas controversias y luego silencio, y
se reagruparon haciendo de su realidad de mujeres el lugar de una afirmación y
luego de una reivindicación colectiva.
Para la
propia Beauvoir será la oportunidad de asumir en su vida la problemática que
planteara el texto: “Las mujeres -salvo en ciertos congresos que siguen siendo
manifestaciones abstractas- no dicen “nosotras”; los hombres dicen “las mujeres”,
y ellas retoman estas palabras para designarse a sí mismas, pero no se plantean
auténticamente como sujeto” (Beauvoir, 1954, 1: 18) con la sugerencia de
posibles salidas de la inmanencia: “la libertad se halla íntegra en cada cual.
Sólo por el hecho de permanecer abstracta y vacía en la mujer, ésta podría
asumirse auténticamente en la rebelión, único camino abierto a quienes no
tienen la posibilidad de construir nada. Es preciso que nieguen los límites de
su situación e intenten abrirse los caminos del porvenir. (…) Para la mujer no
hay más salida que trabajar por su liberación. Esa liberación sólo podría ser
colectiva…” (Beauvoir, 1954, 2: 457).
El
“nosotras” auspiciado en su impactante ensayo toma carnalidad personal cuando a
inicios de los 70 la filósofa se incorpora al incipiente Mouvement de libération des femmes (MLF) y disputa a la militancia
marxista la explicación de la alienación humana que no podría reducirse a una
única causa.
Desde esta
asunción del «nosotras» Beauvoir redacta el Manifiesto de las 343 que se
publica el 5 de abril de 1971 en Le Nouvel Observateur:
“Un millón
de mujeres abortan cada año en Francia. Ellas lo hacen en condiciones
peligrosas debido a la clandestinidad a la que son condenadas cuando esta
operación, practicada bajo control médico, es una de las más simples. Se sume
en el silencio a estos millones de mujeres. Yo declaro que soy una de ellas.
Declaro haber abortado. Al igual que reclamamos el libre acceso a los medios
anticonceptivos, reclamamos el aborto libre” (Suárez Briones, 2013: 15).
Este
acontecimiento conocido y replicado desde el enunciado “Yo aborté” evidencia de
modo contundente la colectivización del “yo” y su contribución a la producción
de subjetividades sociales que señalara July Chaneton. La proclama “yo aborté”
está sostenida por el “nosotras” al que evoca, del que emerge y que en
genealogía con la actualidad deviene “nosotr*s”[I][II].
En su
situación Beauvoir escribe, reitero: “Yo declaro que soy una de ellas. Declaro
haber abortado” y la afirmación impide objetivar a las mujeres en la distancia
de la despersonalización. El “yo” del manifiesto es claramente una x vacía que
se plenifica con el nombre propio de cada firmante. Nombre propio del que
carece La mujer rota, alienada en su inmanencia…
Pero Simone
de Beauvoir puede poner en escena su nombre así como su cuerpo en las
manifestaciones públicas colectivas. Lo hacía previamente a su militancia
feminista; lo hace, asumiéndose en un nosotras. En este sentido Françoise
Collin considera que Beauvoir no abandona la pretensión de excepción al
seleccionar qué muestra de sí:
“es curioso
que para afirmar públicamente su independencia, Simone de Beauvoir la haya
inscripto con tanta obstinación dentro de la figura de la pareja heterosexual,
aunque no fuera un matrimonio, ocultando las relaciones homosexuales en las que
ella siempre jugó el papel de hermana mayor y de dominante” (Collin, 2010: 68).
De todas
maneras, Beauvoir dedica un capítulo de El
segundo sexo a “la lesbiana” que brinda un panorama de desasosiego y no
invita precisamente a la identificación. Como señala Beatriz Suárez Briones,
“es un capítulo deprimente para cualquier lesbiana, y lesbófobo en buena medida
desde aquí y desde ahora” (Suárez Briones, 2013: 17). Sin embargo, en el relato
autobiográfico La fuerza de las cosas,
“Beauvoir
cuenta que recibió multitud de cartas de agradecimiento y amor de mujeres y
hombres homosexuales; también explicó que llamó a su libro el segundo sexo
porque, dado que las y los homosexuales eran llamados el tercer sexo, las
mujeres debían ser el segundo. Tuvieron que pasar más de 20 años parar que
Simone de Beauvoir afirmara públicamente ser feminista” (Ibíd).
Al
respecto, Alejandra Ciriza se expresa más atenta al contexto vital de la
filósofa, al afirmar que
“en 1949 de Beauvoir se situaba en una
posición compleja. No solo de la indecibilidad de su propia posición ante la
institución de la heterosexualidad obligatoria, sino de su propia posición
respecto de las mujeres, de su lugar en el mundo de la cultura. (…) A lo largo
de su vida pudo ir matizándol[a], admitiendo y haciendo lugar público a su no
heterosexualidad, (…), haciendo lugar a las otras en su vida, pero pudo hacerlo
también a medida que el mundo se fue transformando y que las mujeres fuimos
ingresando a otros mundos que excedían el destino de domesticidad y maternidad
que nos había sido asignado como fatalidad única e inevitable” (Ciriza, 2012:
13 y 15).
Aquelarre textual
Recorrer el
espacio biográfico de Simone de Beauvoir permite encontrar inflexiones de
sentido en la producción del “yo”, en tanto se aleja o se acerca al “nosotras”,
en cuanto coincide en esta enunciación, cuya modalidad paradigmática la
constituye el Manifiesto de las 343.
Este
aspecto de la escritura como tecnología de sí es tomado por otras analistas
como un indicio de la singularidad filosófica de Beauvoir con un perfil propio
aún antes de su encuentro con Jean-Paul Sartre. Es la lectura que realiza María
Marta Herrera a partir de los hallazgos percibidos en los diarios de juventud
de la filósofa:
“En 1990
Sylvie Le Bon de Beauvoir dona a la Biblioteca Nacional los cuadernos
redactados por su madre adoptiva cuando era estudiante, en ese período. En el diario
del año 1927 en el que Beauvoir concurre a la Sorbonne -y dos años antes de su
encuentro con Sartre- Margaret Simons, que participó en su transcripción,
encuentra cuatro puntos que invalidan la lectura tradicional de Beauvoir en
relación a su dependencia sartreana” (Herrera, 2010: 23).
Este punteo
puede sintetizarse en: su lucha contra la desesperación la ha llevado a la
filosofía; el tema del conflicto entre sí y el otro es central y no derivado de
otras teorizaciones; sus afirmaciones no serían mera ilustración del
existencialismo sartreano pues los indicios de “no se nace mujer, se llega a
serlo” estarían en estos diarios que contendrían, incluso, la noción de “mala
fe”.
De esta
lectura rescatamos una cita del diario de 1927 en la que el yo se pone al
servicio de la reflexión sobre la situación de “ser mujer”:
“Pero yo
querría tanto tener el derecho yo también de ser muy simple y muy débil, de ser
una mujer; en qué mundo desierto camino, tan árido, con los únicos oasis de mi
estima intermitente por mí misma (…) Yo cuento conmigo; yo sé que puedo contar
conmigo. Pero desearía tanto no tener necesidad de contar conmigo” (Beauvoir en
Herrera, 2010: 24).
Podemos
advertir aquí una paradoja existencialista así como una conflictividad
feminista, eso depende de qué mundos circundantes abramos en nuestra lectura. A
lo mejor es esta necesidad de no tener que contar consigo la que la lleva a
escribir en La fuerza de las cosas, volumen posterior de la autobiografía: “He
querido que en este relato circule mi sangre; he querido arrojarme a él,
todavía viva” (Beauvoir, 1964: 10). Arrojarse al relato como una bruja a la
hoguera, ¿el gesto de una pura singularidad o de una consumación para el
nosotras? Aun cuando aceptemos una respuesta dilemática, no podemos negar que
“hay alguien ahí”.
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RORTY, Richard (1990 [1967]) El giro lingüístico, Barcelona: Paidós.
SUÁREZ BRIONES, Beatriz (2013) “Cuando las lesbianas éramos mujeres” en Beatriz Suárez Briones (ed.) Las lesbianas (no) somos mujeres. En torno a Monique Wittig, Barcelona: Icaria.
⃰ Postdoctora
en Estudios de Género (Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales, Buenos
Aires, Argentina). Doctora en Filosofía (Universidad Pablo de Olavide, Sevilla,
España). Magíster en Análisis del Discurso (Universidad de Buenos Aires). Contacto:
mabelcampagnoli@yahoo.com.ar
Campagnoli, Mabel Alicia. “¿Hay alguien ahí? Simone
de Beauvoir entre “yo” y “nosotras” en Zona
Franca. Revista del Centro de estudios Interdisciplinario sobre las Mujeres,
y de la Maestría poder y sociedad desde la problemática de Género, N°27,
2019 pp.87-102. ISSN, 2545-6504 Recibido: 18 de mayo 2019; Aceptado: 10 de abril
2019 |
[I] Sobre el carácter de tecnología de sí misma que tiene el lema “yo aborté” invito a leer Campagnoli (2005). Con la actualidad del “nosotr*s” me refiero a la apertura del sujeto de la gestación, de mujeres a personas gestantes, reconociendo la diversidad de identidades de género.