Discusiones
feministas: ¿Qué pasa con el sexo? Reflexiones desde la epistemología feminista
Bárbara Yanina Domínguez ⃰
Resumen
En este
artículo pretendo indagar a partir de la llamada epistemología feminista las
consideraciones del discurso científico occidental moderno al respecto del
“sexo biológico”. Desde un análisis que cruza los pensamientos de las
norteamericanas Donna Haraway y Anne Fausto-Sterling con la argentina Lucia
Ciccia. La intención será, por un lado, poner en diálogo saberes y luchas que
nos interpelan en tanto feministas desde diferentes lugares (reales y
simbólicos), y, por otro, mostrar la potencialidad radical de la epistemología
feminista para lograr este tipo de intercambios y replantear estrategias
discursivas y políticas siempre locales y específicas, pero a la vez,
solidariamente compartidas en tanto globales.
Si, en
“nombre de la ciencia” se ha buscado reiteradamente normalizar y disciplinar
los cuerpos bajo etiquetas que responden a probabilidades y contextos
políticos, sociales y económicos; quizás, el feminismo nos permita tener
esperanzas de que un mundo que nos cobije a todes es posible.
Palabras claves: Epistemología Feminista- Sexo- Biología
Feminist discussions: What about sex? Reflections from the feminist epistemology
Abstract
In this article I tried to investigate, from the feminist epistemology, the considerations of modern Western scientific discourse about the "biological sex". From an analysis that exchange the thoughts of the Americans Donna Haraway and Anne Fausto-Sterling with Lucia Ciccia. The intention will be, on the one hand, to put into dialogue knowledge and struggles that challenge us as feminists from different places (real and symbolic), and, on the other hand, to show the radical potentiality of feminist epistemology to achieve this type of exchanges and rethink discursive and political strategies always local and specific, but at the same time, shared in common as global.
If, in "name of science" has been repeatedly sought to normalize and discipline bodies under labels that respond to political, social and economic probabilities and contexts; perhaps, feminism allows us to hope that a world that shelters us all is possible.
Key words: Feminist epistemology- Sex- Biology
Introducción: Mirando el mundo con anteojos violetas
En este
trabajo pretendo indagar a partir de la llamada epistemología feminista[I]
las consideraciones del discurso científico occidental respecto del “sexo
biológico”. La epistemología, durante mucho tiempo, dividió la producción
científica en “contexto de descubrimiento” y “contexto de justificación”,
encargándose específicamente de analizar este último (Carnap, 1950; Popper,
1996; Bunge, 2000). Pero, a partir de la publicación de “La Estructura de las
Revoluciones Científicas” (1962) de Thomas Kuhn estas concepciones fueron
sometidas a revisión. La epistemología feminista parte de considerar a la
epistemología como una teoría del conocimiento científico que se refiere tanto
al estudio de la producción de conocimiento científico, como a la validación
del mismo. Entonces, toma en cuenta por un lado, el contexto de descubrimiento,
es decir, las circunstancias históricas, psicológicas y sociológicas que llevan
a su obtención, y por otro, el contexto de justificación: los criterios por los
cuales se le justifica o invalida (Blazquez Graf, 2010).
De esta
forma, las feministas intentan evidenciar cómo “los intereses sociales y
políticos, así como los prejuicios personales”, han impactado en la producción
de conocimiento científico y, continúan haciéndolo hoy en día (Longino en
Blazquez Graf, 2010: 25). Siguiendo a Haraway, si tomamos la metáfora de la
vista como medio de obtención del conocimiento científico la objetividad se ha
autoproclamado como una mirada “desde ningún lugar”, una mirada “no marcada”,
que “reclama el poder de ver y no ser vista, de representar, y de evitar la
representación” (1995: 324). El aporte de las feministas ha desmitificado este
“truco divino”, incorporando el cuerpo, siempre marcado, a la objetividad
científica. Es decir, si vemos, lo hacemos a partir de unos ojos, que son los
nuestros y que ocupan un lugar especifico y condicionado de vida. Así, como
señala Fausto-Sterling, el conocimiento científico es siempre “situado”.
[T]odo saber
académico añade hilos a una trama que interconecta cuerpos racializados, sexos,
géneros y preferencias. Los hilos nuevos o diferentemente trenzados modifican
nuestras relaciones, nuestra situación en el mundo (2006: 22).
Por lo
tanto, la propuesta de conocimiento de las feministas está pensada desde una
persona que, aunque situada, no está completamente terminada, sino que se
re-constituye al tiempo que conoce. Esto evita cualquier esencialismo, incluso
de la mirada de las “mujeres” o de las “subyugadas” y en su lugar, promete
considerar al conocimiento científico en tanto una “red global de conexiones”,
de personas incompletas, pero capaces “de unirse a otras, de ver junto a otres
sin pretender ser les otres” (Haraway, 1995: 332)[II].
Una ciencia socialista y feminista
La primera
hipótesis de este trabajo propone situarnos en una sociedad capitalista,
patriarcal y racista en la cual el conocimiento científico ha legitimado
sistemáticamente la clasificación sexual binaria: hombre/mujer. En este sentido,
comparto la posición de Brown que señala
aunque la
opresión de la mujer es funcional para el capitalismo, la dominación sexual no
va pareja con la dominación de clase ni es una contradicción secundaria, como
ha solido pensarse dentro del marxismo […] la liberación de la clase subalterna
no supone necesariamente, ni el mismo movimiento, ni la liberación de las
mujeres (2004: 114).
Entonces,
la categoría patriarcado pretende dar cuenta del control que ejercen los
hombres sobre la reproducción humana. Esto implica por un lado, “la regulación
de la sexualidad a través del conjunto de permisiones-prohibiciones que
organizan el sistema de parentesco en cada sociedad” y por otro, la regulación
del “proceso global de la reproducción social” (Ciriza, 1993: 153).
Además, el
feminismo de color, desarrollado en EEUU desde los años ochenta, ha dado cuenta
de las “opresiones comunes en torno al racismo que experimentan mujeres de
procedencias nacionales y étnico-raciales distintas, reconociendo al mismo
tiempo la especificidad de sus situaciones concretas” (Eskalera Karakola, 2004:
11). Este señalamiento crítico en conjunto con la colonialidad específica que
vive América Latina, hace necesario que tomemos la epistemología feminista para
evaluar el panorama actual desde un ámbito transdisciplinar considerando que
las opresiones son diversas y múltiples, razón por la cual la
interseccionalidad se convierte en una categoría clave “para dar cuenta de lo
complejo de los posicionamientos en situaciones de discriminación múltiple”
(Campagnoli, 2018).
En este
marco, para lograr la reivindicación de los derechos femeninos o de cualquier
otra alteridad sexual no hegemónica, no basta con “la incorporación actual de
las mujeres a la ciencia”, ya que “no es una condición ni necesaria ni
suficiente para garantizar la depuración de sesgos sexistas y androcéntricos en
su metodología y análisis en general, y en aquellas investigaciones orientadas
a la búsqueda de diferencias sexuales en particular” (Ciccia, 2017: 11). Pero
entonces, ¿qué nos queda por hacer? Para Haraway “debido a que la ciencia forma
parte del proceso de realización y de elaboración de nuestra propia naturaleza,
de la constitución de la categoría naturaleza en primer término” tenemos la
responsabilidad de re-apropiarnos del conocimiento científico, para lograr una
“ciencia socialista y feminista” (1995: 74).
Para
ponernos en esa tarea buscaré mostrar la forma en que la biología moderna
durante el siglo XIX ha constituido las diferencias sexuales con la finalidad
deslegitimar las necesidades sexistas, androcéntricas, racistas y colonialistas
de los grupos sociales dominantes generando descripciones parciales de la
sexualidad humana, que en lugar de remitir a la existencia de clasificaciones
“naturales”, terminan dando cuenta de los propios prejuicios de quienes
investigan.
El género como construcción social frente al “sexo biológico”
La
construcción del concepto de “género” surgió de la clínica médica durante los
primeros tercios del siglo XX. El sexo fue relacionado con el discurso
biológico (hormonas, genes, sistema nervioso, morfología) y el género con la
cultura (psicología, sociología) (Haraway, 1995). De esta forma, el discurso
médico remitía al dualismo naturaleza/cultura, ubicando el sexo con la
naturaleza y el género con la cultura. Las feministas de la segunda ola
“situadas dentro del entramado binario epistemológico de naturaleza/cultura y
sexo/género, [...] se apropiaron de la distinción sexo/género [...] para
defender la primacía de cultura-género sobre biología-sexo” (Haraway, 1995:
230) en los debates que se daban en
Europa y en los Estados Unidos.
El esfuerzo
de las feministas de la época buscaba desplazar a las mujeres de la naturaleza
y ubicarlas en la cultura, con la posibilidad de convertirse en “sujetos” es
decir, personas sociales que se construyen a lo largo de la historia (Haraway,
1995). De esta forma, autoras muy reconocidas por su lucha epistémica y
política como Millet señalaban que “los términos sexo y género no estaban
inextricablemente unidos, dado que este último era independiente de la anatomía
y la fisiología”. Ni siquiera “la endocrinología y la genética” ofrecen
“evidencias definitivas de diferencias mentales-emocionales” (Millet en Ciccia,
2017: 120). Con esta cita pretendo mostrar cómo la conceptualización de género
implicó una amenaza para el régimen sexual que marcaba la inferioridad de la
mujer y habilitó discursos que propusieron desvincular el sexo biológico del
psicológico (Ciccia, 2017).
En estas
circunstancias, la crítica feminista dirigida al par binario y antagónico
naturaleza/cultura fue superficial ya que no logró ahondar en sus bases más
fuertes, porque no cuestionó la distinción sexo/género, en razón de que la
categoría género “era demasiado valiosa para combatir los omnipresentes
determinismos biológicos constantemente desplegados contra las feministas en
luchas políticas urgentes sobre las «diferencias de sexo»” (Haraway, 1995:
226).
Con la
concepción de género las feministas podían sostener que si las chicas tenían
más dificultades con las matemáticas que los chicos, el problema no residía en
que eran mujeres, sino en las diferentes oportunidades de unas y otros.
Entonces, siguiendo esta linea de argumentación “tener un pene en vez de una
vagina es una diferencia de sexo”, pero “que los chicos saquen mejores notas en
matemáticas que las chicas es una diferencia de género” (Fausto-Sterling, 2006:
18). Así, era posible considerar que la dificultad de las mujeres en las
matemáticas era corregible, a pesar de que la diferencia hombre/mujer no lo
fuera.
Por lo
tanto, se asumió como válida e indiscutible la clasificación binaria de los
sexos y las formulaciones de una “identidad esencial como mujer o como hombre
permanecieron analíticamente intocadas y siguieron siendo políticamente
peligrosas” (Haraway, 1995: 227).
Hacia
mediados de los ochenta, una desconfianza creciente de la categoría de género
fue surgiendo al mismo tiempo que la tercera ola del feminismo irrumpía en el
debate para proponer que la categoría “mujer” de las feministas blancas de
clase media no incluía a la diversidad de mujeres no hegemónicas que reclaman
derechos y un lugar en la historia. Así, autoras como Butler marcaban que el
concepto de un yo interior coherente, logrado (cultural) o innato (biológico),
es una ficción reguladora innecesaria -más aun, inhibitoria- para los proyectos
feministas que producen y afirman el funcionamiento complejo y la
responsabilidad (Butler en Haraway, 1995: 228).
Si bien
estas discusiones escapan a las pretensiones del presente trabajo, lo que
quiero mostrar es cómo “al ceder el territorio del sexo físico, las feministas
dejaron un flanco abierto al ataque de sus posiciones sobre la base de las
diferencias biológicas”. Así, aunque el feminismo ha ganado muchísimas batallas
“ha encontrado una resistencia masiva desde los dominios de la biología, la
medicina y ámbitos significativos de las ciencias sociales” (Fausto-Stearling,
2006: 18).
De esta
forma, las preguntas qué surgen son las siguientes: ¿qué pasa con el “sexo
biológico”? Si aceptamos que el “género” es una construcción social, ¿el sexo
puede ser considerado de esta forma también? ¿Cómo y quiénes definen a nuestros
cuerpos?
Debilidad Natural. Anatomía, genitales y dicotomías
El discurso
sobre las diferencias sexuales comenzó en la antigüedad con la teoría
aristotélica-galénica: todo cuerpo tenía un sólo sexo y él de la mujer era más
débil “por su falta intrínseca de calor, reflejada en su incapacidad natura[III]l
para exteriorizar el pene” (Ciccia, 2017, p. 35). Sin embargo, con el
avenimiento de la ciencia moderna las teorías de la antigüedad fueron
re-formadas y se produjo una re-interpretación de los cuerpos, que se
convirtieron en anatómicamente opuestos con dos sistemas reproductores
diferentes e independientes, dando origen a una clasificación sexual binaria:
hombre/mujer (Ciccia, 2017). Para explicar cómo se originan estas categorías
voy a señalar algunos de los hechos más importantes que la precedieron.
Por un
parte, en el siglo XVII el llamado “padre” de la filosofía moderna, Descartes,
planteó una separación entre la mente y el cuerpo, dando lugar a uno de los grandes dualismos de la
modernidad, y señalando en contraposición con Aristóteles que la razón humana
era “lo mejor repartido en el mundo” (Descartes, 2004: 68).
Entonces,
tanto hombres como mujeres tendrían, en principio, las mismas capacidades
mentales (Ciccia, 2007). En este sentido, la dicotomía mente/cuerpo implicaba
una jerarquía, el cuerpo era inferior a la mente (Descartes, 2004), a partir de
lo cual el hecho de que el hombre pudiera tener una primacía física respecto a
la mujer ya no serviría como argumento para justificar la “debilidad natural”
de esta.
Por otra
parte, desde su gestación en el siglo XVII la ciencia moderna occidental no es
concebida como una simple actividad contemplativa sino que tiene una clara
pretensión de dominio sobre la naturaleza (Merchant, 1980). En esta época surge
la visión mecanicista que supone que podemos comprender el funcionamiento de
los entes del mundo sin apelar a fuerzas espirituales u ocultas, considerando
leyes naturales del movimiento de la materia, relaciones mecánicas entre
partes, e inclusive, apelando a una explicación matemática. (Laguna, 2016: 69).
Es decir,
la realidad puede ser explicada exclusivamente a partir de leyes físicas
producidas entre las entidades que conforman el mundo material. Esta idea
defendida por diferentes filósofos de la modernidad (Bacon, Descartes, Locke,
Hobbes, Galileo, Boyle, etc) ponía en jaque a la libertad, ya que todo parecía
estar predeterminado por las leyes que describían el universo.
Una de las
consecuencias más importantes de la modificación en la concepción de
conocimiento fue la secularización de la naturaleza. Es decir, la naturaleza
dejó de tener un carácter sagrado para pasar a ser una exterioridad respecto de
lo humano, “un medio para satisfacer necesidades individuales y sociales”
(Ulloa, 2001: 192). Entonces, pudo ser explotada y poseída, considerada como
simple recurso pasivo, pero, al mismo tiempo, pudo ser intervenida y convertida
en un objeto de estudio. Ciccia marca uno de los efectos que esta
interpretación tuvo en la forma de realizar los trabajos científicos:
el
reinterpretar los seres vivos como cuerpos-máquinas, supuso poder comprender el
funcionamiento de lxs seres humanxs a partir de estudios realizados en
animales. Es decir, al estar regidos por los mismos principios según el
criterio causa efecto, el sistema fisiológico animal podía extrapolarse a
nuestra propia fisiología (2016: 40).
Ahora bien,
ante los presupuestos planteados por Descartes y la nueva noción de ciencia las
antiguas justificaciones metafísicas acerca de la inferioridad de la mujer
respecto al hombre tenían que ser actualizadas con demostraciones
experimentales y referirse a una superioridad mental (Ciccia, 2007).
El primer
problema qué se le planteó a la ciencia moderna, fue la localización de la
“mente”.
El médico
inglés Thomas Willis [...] fue uno de los primeros en romper con la barrera
‘divina’ al postular que existían estructuras cerebrales discretas para
funciones cognitivas específicas. De esta manera, la mente ‘abstracta’ inició
un proceso de ‘materialización cerebral’ (Ciccia, 2007: 40).
Es decir,
que la “mente” parecía estar ubicada en el cerebro, sin embargo, esto supuso un
nuevo problema, ya que el cerebro sólo podía conocerse de manera indirecta.
Pasaría mucho tiempo antes de que fuera posible a partir de los avances
técnicos y la tecnológicos “convertirlo en un verdadero objeto de estudio, esto
es, cuantificable, medible y observable” (Ciccia, 2007: 44). Mientras tanto,
fue la anatomía genital la que proveyó pruebas que legitimaran el régimen
binario de los sexos. Con respecto a la anatomía moderna conviene hacer algunas
aclaraciones.
El cuerpo
no siempre fue considerado de la misma manera, en Europa durante la Edad Media
la existencia estaba ligada a la red de intercambios, donde el cuerpo no era
una frontera. En estas sociedades no era posible concebirse como persona, por
fuera o separada de la comunidad (Le Breton, 1990). Durante el Carnaval (fiesta
popular medieval) en el Siglo XV las personas se reunían en las calles y
copaban la plaza pública, en una confusa mixtura colectiva, la risa borraba
jerarquías y mientras durara el festejo triunfaba una liberación transitoria, que
abolía provisionalmente las relaciones jerárquicas, los privilegios, las reglas
y los tabúes[IV].
El cuerpo del carnaval para Bajtin es un “cuerpo grotesco” que
está en
movimiento, no está nunca listo ni acabado: está siempre en estado de
construcción, de creación y él mismo construye otro cuerpo; además, este cuerpo
absorbe el mundo y es absorbido por éste el rol esencial es atribuido en el
cuerpo (2003: 260).
Sin
embargo, poco a poco el cuerpo empieza a significar una representación
personal, una preocupación por la singularidad propia. El cuerpo durante la
modernidad se convierte en la frontera precisa que marca la diferencia entre
una persona y otra (Negishi, 2018). En palabras de Bajtin, el cuerpo del canon
clásico está “perfectamente acabado, rigurosamente delimitado, cerrado, [...]
sin mezcla, individual y expresivo” (2003: 262). La modificación del concepto
de cuerpo implicó varías consecuencias:
En primer
lugar, la perfección que se le exige al cuerpo constituye una forma de entender
la belleza y la vida, cuestiones que se manifiestan en nuestra actualidad
cotidiana, y afecta con más intensidad a los cuerpos femeninos/feminizados.
En segundo
lugar, este cuerpo solitario en el mundo, con una aparente capacidad de
abstraerse del resto de cuerpos, parece evocar la epistemología moderna de la
dominación y al “sujeto moderno” con su capacidad individual de dominar el
mundo (la naturaleza).
En tercer
lugar, en correlato con el incipiente modelo económico el cuerpo dejó de estar
ligado con el ser, para relacionarse con la “posesión”: la idea de “mi cuerpo”:
nació de la emergencia y el desarrollo del individualismo en las sociedades
occidentales en el Renacimiento, convierte al cuerpo en el envase del sujeto,
el lugar de sus límites y de su libertad (Negishi, 2018: 2).
Así, surgió
la paradoja humana de “tener un cuerpo”, como si él mismo pudiera ser separado
de alguna forma de lo que somos. Este nuevo dualismo comprende al cuerpo
aisladamente, en una especie de indiferencia con respecto a la persona que lo constituye
(Negishi, 2018).
Finalmente,
el cuerpo disociado de la persona se convierte en un objeto de estudio como
realidad autónoma. A partir de la lectura de Negishi (2018) la anatomía moderna
surgió del trabajo de Leonardo da Vinci (1452-1519) y Vesalio (1514-1564).
Mientras los estudios de Leonardo no tuvieron demasiada influencia en su época
por permanecer prácticamente en secreto, Vesalio en 1953 publica “De humani
corporis fabrica” un tratado de 700 páginas. La mirada de Vesalio sobre la
anatomía humana parte de “una mirada alejada que olvida, metodológicamente, al
hombre, para considerar tan sólo su cuerpo” (Negishi, 2018: 4). Esto posibilitó
la sistematización de las disecciones, que en la Edad Media eran escasas, y, al
mismo tiempo, que los cuerpos fueran los instrumentos que servían para
verificar las diversas teorías (Ciccia, 2007).
Estos
estudios de la anatomía consideraron las diferencias genitales para realizar
una clasificación binaria y jerárquica, que respaldaba el destino social, dirá
Ciccia:
De esta
manera, confluyendo el destino social, determinado por las demandas del sistema
económico emergente, con el destino biológico, producido por un discurso
científico que operó respaldando el destino social, se construyó una lectura
dicotómica de los cuerpos donde ‘el de la mujer’ estaba hecho para garantizar
la procreación. Debiendo dicha lectura ser corroborada empíricamente, a partir
de 1730 comenzó a visibilizarse el esqueleto de la mujer en la anatomía europea
y, entre los años 1750 y 1790 se detalló una compleja red diferencial en
relación con ‘los dos sexos’ (2007: 46).
Así,
conforme señala la autora las necesidades del sistema económico emergente
influyeron directamente en la ciencia para conformar las teorías de la división
sexual. Entonces, una sociedad en vías de industrialización requería una
división sexual del trabajo que le fuera funcional a sus fines: “La revolución
científica (...) respondió a la vez que proporcionó un apoyo crucial a la
polarización de género que el capitalismo industrial exigía. Simpatizando con
la creciente división entre masculino y femenino, público y privado, trabajo y
hogar” (Fox Keller en Ciccia 2007, 45).
Esta
lectura que propone pensar la ciencia como producto de una actividad humana,
indistinguible de la cultura que la constituye, confluye con las
interpretaciones de la epistemología feminista descriptas al inicio.
La solidez
argumentativa que presentaba la anatomía permitía derivar de las diferencias
genitales consecuencias psíquicas y políticas. Por ello, siglos después,
prevaleció en autores de distintas épocas y contextos (Rousseau, Freud) la
opinión de que el “lugar” propio (natural) de la mujer se basaba en sus
“características mentales”: “si del cuerpo femenino derivan como un exudado
natural maternidad, espíritu pragmático y capacidad para asumir la
domesticidad, el ingreso de las mujeres al mundo público constituye la peor de
las amenazas” (Ciriza, 2002: 224)
La
consecuencia necesaria era la exclusión femenina del espacio público y del
saber, pero ello debía reforzarse con una educación específicamente destinada a
las mujeres que les enseñara a controlar los “impulsos naturales” que
amenazaban con destruir el orden social, Rousseau proponía:
Justificad
siempre las tareas que impongáis a las niñas, pero imponédselas continuamente.
Los dos defectos más peligrosos para ellas, y de que menos sanan cuando una vez
los han contraído, son la ociosidad y la indocilidad. Las doncellas deben ser
vigilantes y laboriosas; no basta con ello; deben estar sujetas desde muy
niñas. Toda la vida han de ser esclavas de la más continua y severa sujeción,
que es la del bien parecer. Es preciso acostumbrarlas cuanto antes a la
sujeción para que nunca les sea violenta; a resistir todos sus antojos, para
someterlas a las voluntades ajenas. Si quisieran estar siempre trabajando
convendría precisarlas algunas veces a que holgaran (Rousseau en Ciriza, 2002:
227).
De esta
forma, aunque aun se carecía de pruebas cerebrales que pudieran justificar la
existencia de una desigualdad intelectual, “las características biológicas
visibles operaban como explicaciones ‘indirectas’ de tal justificación; la
mujer no estaba hecha para pensar, sino para procrear” Ciccia, 2007: 47).
Finalmente,
quisiera destacar que la autora Fausto-Sterling (2006) realizó un profundo
estudio sobre el dimorfismo genital y concluyó que en realidad no existen sólo
dos sexos, sino que esto está dado por el hecho de “que los médicos piensan que
un bebé intersexual es «en realidad» un niño o una niña” y por lo tanto, una vez
identificado el sexo «verdadero» podrán con “sus tratamientos quirúrgicos y
hormonales […] llevar a término la intención de la naturaleza (2006: 71).
Dimorfismo cerebral. El patriarcado cambia de forma
Como he
señalado hasta ahora a partir de la ciencia moderna, los seres vivos fueron
analizados, fundamentalmente, por su estructura visible exterior. Entonces, la
anatomía como disciplina marcó un presunto dimorfismo genital que fue
trasladado al cerebro (en tanto sede de la capacidad de pensar), y las
consecuencias psíquicas y políticas de tales dimorfismos ubicó a las mujeres en
la esfera privada y a los hombres en la pública. Sin embargo, aquellos
argumentos que ligaban la diferencia entre los órganos de reproducción y la
estructura cerebral “eran más metafísicos que científicos” (Ciccia, 2007: 58).
Conforme la
hipótesis que maneja Ciccia (2007), con la que acuerdo, las nuevas disciplinas
científicas o la actualización del conocimiento de las que ya existentes
mantienen los sesgos sexistas y androcéntricos clásicos, como también racistas,
agregaría yo. De esta forma, la ciencia del cerebro adaptó al nuevo contexto
histórico aquellos argumentos que legitiman la existencia del régimen sexual
jerárquico y binario.
En un
principio, las diferencias entre los cerebros del hombre y la mujeres basaron
en el tamaño de los cráneos, considerando que el de mayor tamaño debería ser el
de mayor inteligencia:
Durante el
siglo XIX eminentes biólogos se dedicaron a comparar los volúmenes craneales.
El método consistía en llenar los cráneos de plomo para estimar dicho volumen.
Desentendiéndose del tamaño relativo, en términos absolutos los cerebros de las
mujeres resultaban menores, deduciéndose entonces que eran menos inteligentes
(Fausto-Starling, en Ciccia 2007: 58).
En este
sentido, el tamaño relativo era ignorado para legitimar la inteligencia del
hombre, frente a la mujer, lo cual muestra importantes sesgos respecto a la
manera de llevar a cabo el estudio y en las conclusiones a las que se arribaba.
En paralelo
a este tipo de trabajos muy “rústicos” la corriente de “los naturalistas”
comenzó a “interesarse por la organización de los seres vivos” (Ciccia, 2007).
La disección comenzada por Vesalio ya no se consideraba suficiente, había que
situar ese órgano en el organismo vivo y comprender su función específica.
Estos estudios llevaron a la idea de“organismo” y posteriormente al concepto de
“especie”. La embriología, la teoría darwiniana de la evolución y la teoría localizacionista
habilitaron la articulación de un discurso que señalaba al hombre como la
perfección de la especie mientras que convertía a la mujer en un vestigio
primitivo, necesario para preservarla y conservarla. Dice Ciccia “desde una
perspectiva funcional/organizacional la mujer fue convertida en una subespecie
del hombre” (2007: 61).
La mujer
era conceptualizada como un hombre incompleto en términos espaciales y
temporales, ya que, el desarrollo embrionario llegaba a un tronco común a
partir del cual, el hombre iniciaba un proceso de diferenciación y
especialización que implicaba “masculinizar” y “desfeminizar” las distintas
partes de su organismo. En consecuencia, el hombre era una mujer pero con
estadio mayor de desarrollo.
Es
interesante ver cómo estas nuevas teorías se asemejaban muchísimo a las teorías
de la antigüedad refutadas. Para no extenderme demasiado, siguiendo a Ciccia
(2007) marcaré algunas de las características sexo-específicas que le fueron
otorgadas a la mujer conforme sus “capacidades funcionales” a partir de estas
reinterpretaciones:
1. La mujer
tenía el deber de garantizar la preservación y conservación de la especie.
Hasta el punto que fue considerada principalmente como un “cuerpo gestante” con
la tarea de cuidar del bienestar y el desarrollo del embrión.
2. La
inferioridad mental de la mujer fue considerada una consecuencia correlativa
con su función específica, que era el ejercicio de la maternidad. En términos
energéticos maternar implicaba un actividad que demandaba cierta energía
desplazada de la capacidad intelectual, “ambas actividades serían
caracterizadas como inversamente proporcionales en términos energéticos”
(Ciccia, 2007: 61).
3. Para
asegurar que cada sexo cumplierá sus funciones específicas se argumentó que la
maternidad no sólo era clave para la estabilidad social, sino también para el
propio bienestar individual de la mujer. En este sentido, ser madre se hacía
necesario para la realización y felicidad de la mujer.
4. El
positivismo consideró la “virilidad” como sinónimo de “crecimiento mental”. La
razón era un signo distintivo de superioridad y una característica propia de
los hombres, siendo la ciencia hecha por y para ellos. En sentido la teoría
darwiniana de la evolución sirvió para consolidar aquellas hipótesis. A su vez,
en oposición a la razón como valor dicotómico se representó a la emoción que a
su vez, estaba íntimamente ligada a la maternidad.
En
definitiva, estas características que fui señalado muestran cómo a pesar de la
complejización de las teorías seguían manteniendo el “vínculo causal entre el
sexo y una práctica social o un conjunto de características específicas”, que
según Ciccia, incluso “se repetirá en los discursos científicos que
«dialogaron» con la segunda y tercera ola del feminismo” (2007: 82).
Finalmente,
algunos estudios revelaban que “la variación individual entre cerebros era tan
grande como la encontrada entre los sexos” de forma que la “comparación de
cerebros “intra-sexo” no mostraba una coherencia que permitiera agruparlos en
una categoría homogénea” (Fausto-Sterling en Ciccia 2007: 82).
Las teorías
científicas continuaron actualizándose y en hoy en día, los estudios de las
diferencias cerebrales se reúnen en las neurociencias. Según los interesantes
análisis de Ciccia estos discursos científicos “legitiman el régimen sexual
jerárquico y binario, a la vez que cisexista y heteronormativo” (2007: 158).
Conclusiones: nuevos caminos
Las
conclusiones, para mí, son siempre promesas de nuevos recorridos, sirven para
dejar planteadas nuevas dudas, porque en definitiva los trabajos científicos,
las tesis, las problemáticas de investigación no se terminan, mas que
parcialmente. Con esta idea, en este apartado intentaré volver sobre lo
expuesto y pensar un poco más allá.
A lo largo
del trabajo busqué mostrar desde la epistemología feminista cómo se construye
la idea de la “inferioridad natural” de la “mujer” frente al “hombre” a partir
de la ciencia moderna occidental, priorizando el debate sobre el “sexo”,
primero construido desde la anatomía y actualizado desde la ciencia del
cerebro.
La
modernidad resignificó viejos dualismos, dualismos que priorizan un término del
par binario sobre el otro, que vuelven indiscutibles las jerarquías que
producen, en tantos son “naturales”. Uno de esos dualismos es el de
hombre/mujer que reforzado por la idea de la heterosexualidad obligatoria nos
acorrala en etiquetas y nos propone funciones específicas conforme a las
determinaciones que se hagan de nosotres al momento de nuestro nacimiento
(incluso antes).
Por un
lado, Fausto-Sterling (2006) se ocupó de estudiar cómo el dimorfismo genital
era en realidad una parte de la historia. Con sus estudios demostró que la
proporción de personas intersexuales es mayor que la proporción del albinismo,
una condición que aunque poco frecuente la mayoría de nosotres habrá visto
alguna vez.
Por otro
lado, Ciccia (2007) a partir de un meticuloso análisis explicó cómo el
dimorfismo genital pasó al cerebro, y de qué manera nuestras capacidades
humanas están regidas por nacimiento según tengamos cerebro de “mujer” o de
“hombre”. La autora a partir de una consistencia argumentativa, de la que
espero haber dado cuenta, (en parte al menos) desmitifica esta nueva ciencia
que sólo nos trae viejos resabios patriarcales trasformados con nuevos ropajes.
Así
planteado el problema nos queda pensar ¿qué hacemos ahora? La epistemología
feminista ha sabido iluminar con un análisis profundo las más diversas teorías
científicas y encontrar en ellas los sesgos masculinistas, racistas, patriarcales
y capitalistas que abundan en el sistema en el que vivimos. Las producciones
analizadas aquí, dan cuenta de que muchas veces la epistemología feminista se
enfrenta en y contra el saber científico, teje redes entre teoría y práctica,
entre académicas y militantes, entre epistemología y política, desdibuja
fronteras. A partir de la intención de modificar esquemas de pensamiento
prefijados, la epistemología feminista no se limita a la “denuncia”, sino que
tienen una fuerte capacidad propositiva, busca “crear” nuevos mundos posibles.
Lo
interesante del movimiento feminista es la posibilidad de articular demandas
para llevarlas a la arena pública y dar los debates políticos necesarios para
conquistar derechos y buscar garantizarlos. Esa característica del feminismo
“de poner el cuerpo”, de jugarse por lo que nos parece justo, muchas veces nos
cuesta censuras o disciplinamientos. La “normalidad” que describí en el
trabajo, el adpatarse a la norma, es el mayor reto que enfrentamos, porque no
queremos adecuarnos a las normas hechas por hombres blancos heterosexuales para
hombres blancos heterosexuales. Allí, las lineas son finas, y corremos el
riesgo de quedar fuera del sistema mismo, lo que a mi modo de ver, tampoco es
útil.
¿Podemos
entonces abandonar toda etiqueta? O quizás, al menos ¿dejar de pensar que esas
etiquetas traen consecuencias de tipo estructurales? ¿Será que tendremos la
capacidad de considerar que hay hombres sin pene, mujeres con pene y personas
que no se identifican con ninguna de las “opciones disponibles”? Muchas veces
sucede que hemos asimilado/interiorizado las discriminaciones, y tal como
señala Simone de Beauvoir en El segundo sexo “el opresor no sería tan fuerte si
no tuviese cómplices entre los propios oprimidos”. ¿Podemos desterrar esos esquemas
mentales y construir otros, que no nos marquen quién ser de acuerdo a discursos
ajenos? ¿Será la epistemología feminista la herramienta adecuada para
“interrumpir esos mensajes de dominio” como quisiera Haraway? No tenemos una
tarea fácil, pero no estamos solas, el feminismo siempre abraza muy fuerte
cuando pensamos que nos quedamos sin alternativas.
Finalmente,
para todas estas preguntas aún no tengo respuestas, pero sí estoy segura de que
el feminismo es el camino, que teje solidaridad política en todos lados con
toda persona que lo necesite, que está para incluir lo que el sistema cataloga
de “diferente”, de “anormal”, y que por suerte, estamos tan convencidas de
nuestra propia capacidad de lucha que no pararemos hasta lograrlo.
Bibliografía
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⃰ Universidad
Nacional de Santiago del Estero - Instituto de Estudios para el Desarrollo
Social- Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Contacto: barbi.y.dominguez@gmail.com
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sociedad desde la problemática de Género, N°27, 2019 pp.103-122. ISSN,
2545-6504 Recibido: 30 de junio 2019; Aceptado: 21 de octubre 2019 |
[I] La epistemología feminista no proporciona un marco de trabajo unificado, por el contrario, está conformada por una complejidad y variedad de teorías, como también de estrategias para lograr la trasformación del orden científico (Blazquez Graf, 2010). Particularmente para realizar este trabajo me baso en una corriente específica que sin negar la posibilidad del conocimiento científico, ni su utilidad; se plantea nuevas formas de considerar su objetividad y rechaza la universalidad y la neutralidad axiológica del mismo. Al respecto véase Haraway, D. (1995). Ciencia, cyborgs y mujeres. La reinvención de la naturaleza. Madrid: Cátedra.
[II] Traducción propia. He preferido utilizar lenguaje inclusivo dado que en inglés no existen las marcas de género que se formarían en el castellano de traducirla al masculino.
[III] Las cursivas son mías.
[IV] El carnaval como expresión de la cultura popular está descripto con sumo detalle en varías obras de Bajtin como un momento de disolución de diferencias, sin embargo, las mujeres permanecían en lugares subalternos.