Guerras del sexo:
el debate entre feministas radicales y libertarias[I]
Ann Ferguson ⃰
En los últimos cuatro años hubo una creciente polarización de las feministas estadounidenses en dos bandos, en relación a la moral sexual feminista. En el primer bando, las feministas radicales, sostienen que la sexualidad en una sociedad patriarcal, implica peligro – esto es, que las prácticas sexuales perpetuán la violencia contra las mujeres. En el bando opuesto, las autodenominadas “anti-moralistas”, a quienes yo llamo “feministas libertarias”, sostienen que la característica clave de la sexualidad es el aspecto potencialmente liberador del intercambio de placer entre personas con capacidad de consentimiento. Tal como están constituidas, estas no son posiciones excluyentes: es coherente sostener que las prácticas sexuales contemporáneas involucran tanto placer como peligro[II].
¿Qué explica entonces la actual dicotomía, la amarga oposición, entre feministas radicales y libertarias en relación a la moral sexual? Sostengo que existen diferencias filosóficas e históricas entre estos dos bandos. Históricamente, las feministas radicales han sido parte o se han identificado con la comunidad lesbofeminista que rechaza el sexo heterosexual dominado por los varones. Las feministas radicales tienden a condenar el sadomasoquismo, la pornografía, la prostitución, el sexo casual, las relaciones intergeneracionales y los juegos de roles sexuales. Rechazan dichas prácticas debido a análisis implícitos y explícitos que asocian los roles sexuales de dominación y subordinación a la perpetuación de la dominación masculina[III]. Por otro lado, las feministas libertarias generalmente son heterosexuales o lesbianas que están a favor de cualquier tipo de actividad sexual consensuada que brinde placer a los participantes, incluyendo sadomasoquismo, pornografía, sexo casual, relaciones intergeneracionales y juegos de roles sexuales. Recientemente estos temas llegaron a su punto más álgido en relación a desacuerdos en torno a la condena que las feministas radicales realizan a la pornografía y el sadomasoquismo, particularmente por grupos como Mujeres contra la Pornografía (WAP por sus siglas en inglés) y Mujeres Contra la Violencia Hacia las Mujeres (Women Against Violence Against Women).Algunas de las representantes del feminismo libertario, que se identifican como feministas y lesbianas “S/M” (sadomasoquistas), argumentan que el moralismo de las feministas radicales estigmatiza a minorías sexuales como a las parejas lesbianas butch/femme, sadomasoquistas, parejas de hombres mayores con chicos jóvenes, etc., legitimando el sexo convencional y al mismo tiempo, propiciando un retorno a una visión estrecha, conservadora y “femenina” de la sexualidad ideal[IV].
Un problema en relación al actual debate entre feministas radicales y libertarias es que estas posturas opuestas no exploran todas las posibles perspectivas feministas en relación al placer sexual, la libertad sexual y el peligro. Ambas posturas se basan en una serie de postulados filosóficos implícitos acerca de la naturaleza de la sexualidad, el poder y la libertad, que nunca han sido apropiadamente desarrollados ni defendidos. Consecuentemente, cada lado acusa al contrario de ignorar importantes aspectos de la sexualidad y de la libertad sexual. Pero ambas posturas pueden ser discutidas desde una tercera posición que yo llamo una (y no la) perspectiva socialista feminista. Aunque no cuento con espacio suficiente para desarrollar esa perspectiva adecuadamente, espero poder aportar al debate entre estas dos posiciones teóricas del movimiento de mujeres sobre la moral sexual, describiendo y criticando sus paradigmas subyacentes en torno a la sexualidad, el poder social y la libertad sexual.
Dos Paradigmas Contrastados
La visión
del feminismo radical sobre la sexualidad incluye los siguientes postulados:
1. Las
relaciones sexuales heterosexuales generalmente están caracterizadas por una
ideología de la cosificación sexual (donde los hombres son los sujetos/amos y
las mujeres son los objetos/esclavas) que sustenta la violencia sexual contra
las mujeres.
2. Las
feministas deberían repudiar cualquier práctica sexual que sustente o
“normalice” la violencia sexual masculina.
3. Como
feministas debemos reclamar el control sobre la sexualidad femenina
preocupándonos por nuestras propias prioridades en relación a la sexualidad,
las cuales difieren de las de los varones –esto es, una sexualidad más centrada
en la intimidad y menos en el desempeño.
4. La relación
sexual ideal debe darse entre dos personas emocionalmente involucradas, en pie
de igualdad, con plena capacidad de consentimiento y que no participan de roles
polarizados.
De estos
cuatro aspectos de la ideología sexual del feminismo radical, es posible
abstraer los siguientes presupuestos teóricos acerca de la sexualidad, el poder
social y la libertad sexual:
5. La
sexualidad humana es una forma de expresión entre las personas que crea lazos y
comunica emociones (teoría de la primacía de la intimidad).
6. Teoría
del poder social: en las sociedades patriarcales, la sexualidad se convierte en
una herramienta de dominación masculina a través de la cosificación sexual.
Este es un mecanismo social que opera a través de la institucionalización de
los roles masculinos y femeninos en la familia nuclear patriarcal. La
consecuente ideología de la cosificación sexual es el sadomasoquismo, que
implica la masculinidad como control sádico sobre las mujeres y la feminidad
como sumisión a la voluntad masculina.
7. La
libertad sexual requiere la igualdad sexual de las personas involucradas y su
respeto mutuo, como sujetos y como cuerpos. También requiere la eliminación de
todas las instituciones patriarcales (por ejemplo, la industria pornográfica,
la familia patriarcal, la prostitución y la heterosexualidad obligatoria) y las
prácticas sexuales patriarcales (sadomasoquismo, sexo casual, sexo
intergeneracional, relaciones de lesbianas butch/femme) ya que en ellas se
produce la cosificación.
El
paradigma de las feministas libertarias puede ser resumido de manera que
muestre el claro contraste que tiene con el paradigma del feminismo radical:
1. La
heterosexualidad, al igual que otras prácticas sexuales, está caracterizada por
la opresión. Las normas de la sexualidad patriarcal y burguesa reprimen los
deseos y placeres sexuales de toda la sociedad por medio de la estigmatización
de las minorías sexuales para así mantener a la mayoría “pura” y bajo control.
2. El
feminismo debería repudiar cualquier análisis teórico, restricciones legales o
juicios morales que estigmaticen a las minorías sexuales y por ello restrinja
la libertad de todos.
3. Como
feministas deberíamos reclamar el control sobre la sexualidad femenina
demandando el derecho a cualquier práctica sexual que nos brinde placer y
satisfacción.
4. La
relación sexual ideal debe darse entre iguales con plena capacidad de
consentir, que negocian para maximizar el placer mutuo y la satisfacción sexual
de cualquier manera que elijan.
Los paradigmas generales sobre la sexualidad,
el poder social y la libertad sexual que se pueden inferir de esta ideología
sexual son:
5. La
sexualidad humana es un intercambio de placeres físicos, sexuales, eróticos y
genitales (teoría de la primacía del placer).
6. Teoría
del poder social: las instituciones sociales, relaciones y discursos que
distinguen lo normal/legítimo/saludable de lo anormal/ilegítimo/enfermo y
privilegian ciertas expresiones sexuales sobre otras, institucionalizan la
represión sexual y crean una jerarquía de poder social e identidades sexuales.
7. La
libertad sexual requiere prácticas oposicionales, esto es, prácticas que
transgredan las categorías socialmente respetables de la sexualidad y se
opongan a trazar una frontera que delimite lo políticamente correcto en el
terreno de la sexualidad.
Críticas al feminismo radical y al feminismo libertario
Las
feministas radicales afirman el valor de la intimidad emocional en las
relaciones sexuales mientras que las feministas libertarias enfatizan la
obtención de placer. Pero ni las emociones ni el placer físico pueden aislarse
y discutirse en el vacío. Estos valores solo pueden ser juzgados en un contexto
histórico específico ya que no hay una función universal que puede asignarse la
sexualidad. Los placeres corporales, la intimidad emocional, la reproducción,
tienen distintas prioridades para diferentes culturas, clases, razas en
diferentes momentos de la historia.
Es por eso
que debemos rechazar, tanto la visión del feminismo radical que sostiene que el
patriarcado ha robado la sexualidad femenina, esencialmente emocional, como la
visión del feminismo libertario que argumenta que la represión sexual ha negado
a las mujeres el placer erótico. Ambas posturas son esencialistas. Es cierto
que en las sociedades patriarcales y occidentales contemporáneas se espera que
la sexualidad de las “mujeres respetables” esté vinculada a la búsqueda de
intimidad emocional, en oposición a la sexualidad masculina, asociada a la
búsqueda de placer físico. Pero, no en todas las sociedades, ni siquiera en
todas las clases sociales y razas de las sociedades occidentales, la sexualidad
ha estado organizada en un sistema tan dicotómico. Ambos bandos están pensando
las identidades de género –que son desarrollos históricos- como características universales de la
humanidad.
El problema
tanto con la teoría radical como con la libertaria es que ambas describen el
poder social de una manera demasiado simple. Quizás no exista una estrategia
universal para recuperar el poder sexual. Aunque las feministas radicales están
en lo correcto cuando señalan que la cosificación sexual define a la
heterosexualidad como construcción patriarcal, exageran en su descripción.
Necesitamos un estudio más detallado de las fantasías sexuales y sus efectos.
Incluso las fantasías que involucran imágenes de dominación y sumisión pueden
estimular a algunas mujeres y llevarlas a disfrutar más plenamente del sexo, un
fenómeno que, al mejorar la conexión con sus propios cuerpos, puede ayudarlas a
empoderarse. Sin embargo, para crear prácticas sexuales alternativas que
también generen empoderamiento es necesario una terapia sexual feminista que
ayude a las mujeres y a los hombres, a crear fantasías sexuales que no
involucren esas imágenes de dominación y sumisión.
Las
feministas libertarias son ingenuas al insistir que cualquier tipo de actividad
sexual consensuada debe ser aceptable para el feminismo, ya que es necesario
examinar el concepto de consentimiento en sí mismo para explorar las
estructuras de poder ocultas que sitúan a las mujeres en posiciones de
desigualdad, y por ello, coercitivas. Que algunas feministas piensen que
consienten a prácticas sadomasoquistas y al consumo de pornografía, no implica
que estén dadas las condiciones para un consentimiento verdadero. Las feministas
libertarias deben demostrar que en estas situaciones su capacidad de
consentimiento difiere del de las esposas golpeadas que no quieren abandonar a
sus parejas violentas, cosa que aún no han logrado argumentar convincentemente.
La
pornografía es un tema especialmente difícil, en parte porque la distinción
entre producciones eróticas y pornográficas depende del contexto, o sea, del
género, clase y cultura de la audiencia. Las prácticas, discursos e imágenes
pornográficas principalmente dirigidas a hombres, reducen a las mujeres a
objetos sexuales. Pero hay otros discursos populares dirigidos a mujeres o a
públicos mixtos, que contradicen esto, por ejemplo la literatura erótica, las
películas eróticas y las telenovelas.
Si miramos
al sistema total de esos discursos (tanto pornográficos como eróticos),
encontraremos un conjunto de presupuestos que entran en conflicto. Estos
presupuestos constituyen una mezcla distintiva de ideales patriarcales y de
individualismo liberal, característicos de las sociedades capitalistas
patriarcales más desarrolladas. Por un lado, la ideología del amor romántico
permea muchas de las producciones eróticas, generando una idea de que los
vínculos sexuales deben darse entre parejas donde ambos tienen derecho al
placer sexual por igual. Por otro lado, es también cierto que en muchos de los
materiales sexualmente explícitos el mensaje que se trasmite es lo que Andrea
Dworkin y Kathleen Barry llaman “sadismo cultural”: la idea de que el hombre
debe iniciar y controlar el acto sexual y que la mujer debe someterse a esto
(los hombres son consumidores de sexo y las mujeres proveedoras).
Tanto las
libertarias como las radicales eligen enfatizar en lados opuestos de estas
contradicciones. En cambio, argumento que debemos desarrollar una erótica y una
educación sexual feministas que ayuden a las personas con el objetivo de
hacerlas conscientes de estas contradicciones y que esto las ayude a
desarrollar nuevas formas de producir fantasías eróticas feministas. Esta
erótica y educación deben darse en diversos contextos (escuelas, telenovelas,
novelas rosas, al igual que en el arte de vanguardia) y estar dirigidas a todo
tipo de audiencias. Esto implica, evitar el “vanguardismo sexual” tanto de las
radicales como de las libertarias, quienes se vinculan únicamente con
comunidades contraculturales cerradas (lesbianas, feministas radicales de clase
media y otras minorías sexuales)[V].
Para
avanzar en la resolución de este dilema, creo que debemos adoptar de forma
transitoria una ética sexual feminista que distinga entre prácticas sexuales
básicas, riesgosas y prohibidas. Las prácticas sexuales prohibidas son aquellas
en las que las relaciones de dominación y sumisión son tan explícitas que las
feministas sostienen que deberían ser ilegales. Esas prácticas incluyen:
ataques incestuosos, violación, violencia[VI] doméstica
y relaciones sexuales entre niños pequeños y adultos. La diferencia entre una
práctica prohibida y una práctica riesgosa es epistemológica: esto es, que una
práctica es considerada “riesgosa” si se sospecha que conduce a relaciones de
dominación/sumisión aunque no existan pruebas concluyentes de esto. Mientras
que las prácticas prohibidas son aquellas en las que sí existe tal evidencia.
El sadomasoquismo, la pornografía mainstream, la prostitución y los vínculos
del varón-proveedor y la mujer-ama de casa dentro de la familia nuclear, son
todas prácticas riesgosas desde un punto de vista feminista. Esto no quiere
decir que las feministas no tengan derecho a realizar estas prácticas, pero
como hay evidencia contradictoria en relación al rol que cumplen estas
prácticas en las estructuras de dominación patriarcal, no pueden incluirse en
la lista de prácticas básicas feministas. Las prácticas básicas feministas
pueden incluir tanto el sexo casual como vínculos sexoafectivos más
comprometidos, la crianza compartida y las relaciones comunitarias. Estas
prácticas se distinguen por la negociación consciente y la ecualización de las
partes en términos de las diferentes relaciones de poder -económicas, sociales
(por ejemplo edad, género, etc.)-que se dan entre ellas. Una ética feminista
debe ser pluralista respecto a las prácticas básicas y riesgosas. Esto quiere
decir que las feministas deben poder elegir entre prácticas básicas y riesgosas
sin miedo a la condena moral por parte de otras feministas.
Conclusiones
Nuestras
prácticas sexuales contemporáneas están caracterizadas tanto por relaciones de
poder que implican dominación y sumisión, como por un potencial liberador. Para
evitar las simplificaciones tanto de las posiciones radicales como de las
libertarias en relación a la sexualidad, necesitamos un paradigma que pueda ser
historizado. Es por esto que sugiero el uso de “modos de producción
sexual/afectiva”[VII].
Concebir el patriarcado contemporáneo como un sistema en desarrollo permite
explorar las contradicciones en nuestras identidades sexuales, ideologías
sexuales e instituciones sexoafectivas contemporáneas[VIII].
Nuestra visión de una sociedad sexualmente liberada debería situar a las
prácticas sexuales genitales dentro de un complejo más amplio de relaciones
sexoafectivas. Las relaciones de parentesco y de amistad están todas implicadas
en una ecualización sexual, como también lo están las dinámicas de poder
raciales y de clases[IX].
Una ética sexual feminista completamente elaborada debe explorar estas
relaciones con mucho más detenimiento de lo que hemos hecho hasta la fecha.
[I] “Guerras del sexo” es la expresión comúnmente utilizada para
nombrar los debates del feminismo norteamericano en torno a la sexualidad
durante la segunda ola. Decidimos conservar esta enunciación para ser más
fieles con el texto original de la autora y con el contexto feminista en el
cual se produjeron estos debates. Sin embargo, en consonancia con la opinión de
la autora del artículo y con las teorías feministas contemporáneas que
distinguen entre sexo, sexualidad y género, sería más adecuada la expresión
“guerras de la sexualidad” (N. del. T.).
⃰ Título original: “Sex War: The Debate between Radical
and Libertarian Feminists”. En Journal of
Women in Culture and Society 1984, vol. 10, no. 1. Traducción
de Felipe Gonzalez y Trinidad Traverso. Revisión técnica: Cecilia Varela.
[II] Es importante recordar que las feministas, en la primera fase del movimiento de mujeres, a finales de la década de 1960, no realizaban esta distinción al pensar la sexualidad; enfatizaban tanto la defensa del derecho de las mujeres al placer (orgasmo femenino) como a la protección legal contra los peligros de las relaciones sexuales heterosexuales: embarazos no deseados (por ejemplo, el derecho al aborto). Durante la segunda fase, a comienzos de los años 70, las feministas se centraron más en el derecho de las mujeres al placer sexual con otras mujeres (feminismo lésbico). Sólo en la tercera fase del movimiento, cuando el placer sexual como meta ya había sido culturalmente legitimado, muchas feministas comenzaron a enfatizar la violencia y el peligro de instituciones heterosexuales como la pornografía.
[III] Ver Robin Linden, Darlene Pagano, Diana
Russell, y Susan Leigh Star, eds., Against SadoMasochism (East Palo Alto,
Calif.: Frog in the Well Press, 1982); Susan Brownmiller,Against Our Will: Men,
Women and Rape (New York: Simon & Schuster, 1976); Kathleen Barry, Female
Sexual Slavery (Englewood Cliffs, NJ.: Prentice-Hall, Inc., 1979); Andrea
Dworkin, Pornography: Men Possessing Women (New York: G. P. Putnam's Sons,
1981); Susan Griffin, Pornography and Silence: Culture's Revolt against Nature
(New York: Harper & Row,1982); Laura Lederer, ed., Take Back the Night:
Women on Pornography (New York: Dell Publishing Co., 1981); y Nancy Myron y
Charlotte Bunch, eds., Lesbianism and the Women's Movement
(Baltimore: Diana Press, 1975)
[IV] Ver Pat Califia, "Feminism and Sadomasochism," Heresies 12 3, no. 4 (1981): 30-34;Gayle Rubin, "The Leather Menace: Comments on Politics and S/M," en Coming to Power:Writings and Graphics on Lesbian SIM, ed. SAMOIS (Boston: Alyson Publications, 1982); Gayle Rubin, Deirdre English, y Amber Hollibaugh, "Talking Sex: A Conversation on Sexualityand Feminism," Socialist Review 58 11, no. 4 (July/August 1981): 43-62; and Gayle Rubin,"Sexual Politics, the New Right and the Sexual Fringe," en The Age Taboo: Gay Male Sexuality,Power and Consent, ed. Daniel Tsang (Boston: Alyson Publications, 1981).
[V] La crítica a las vanguardias políticas no implica que las contraculturas son irrelevantes en una estrategia feminista para el cambio social. Al contrario, las redes entre feministas y grupos de la diversidad sociosexual son necesarias tanto para la supervivencia de ambos como para desafiar las normas sociales y sexuales. El punto es que el cambio social dentro de las prácticas culturales dominantes no se puede lograr sólo mediante políticas sexuales vanguardistas dentro de subculturas aisladas.
[VI] Desarrollo estas distinciones de manera más profunda en Ann Ferguson, "The Sex Debate
within the Women's
Movement: A Socialist-Feminist View," Against the Current (September/
October 1983), pp.
10-16.
[VII] Este concepto está vinculado a lo que Gayle Rubin denomina “sistema
sexo/género" ("The Traffic in Women: Notes toward a 'Political
Economy' of Sex," en Toward an Anthropology of Women, ed. Rayna Rapp Reiter [New York: Monthly Review Press, 1975]).
Desarrolló el concepto para incluir la producción, y los intercambios sexuales,
de cuidados y afectos en "Women as a New Revolutionary Class in the
U.S.A.," en Between Labor and Capital, ed. Pat Walker (Boston: South End
Press, 1979).
[VIII] Ver Ann Ferguson y Nancy Folbre, "The Unhappy Marriage of
Capitalism and Patriarchy," en Women and Revolution: A Discussion of the
Unhappy Marriage of Marxism and Feminism, ed. Lydia Sargent (Boston: South End
Press, 1981); y Ann Ferguson, "Patriarchy, Sexual Identity, and the Sexual
Revolution," en Ann Ferguson, Jacquelyn N. Zita, y Kathryn Pyne Addelson,
"Viewpoint: On 'Compulsory Heterosexuality and Lesbian Existence':
Defining the Issues", Signs: Journal of Women in Culture and Society 7,
no. 1 (Autumn 1981): 158-72.
[IX] Ann Ferguson, "On Conceiving Motherhood and Sexuality: A Feminist Materialist Perspective," en Mothering: Essays in Feminist Theory, ed. Joyce Trebilcot (Totowa, N.J.: Rowman & Allenheld, 1984).