Aportes
del feminismo al trabajo social
¿qué
significa pensar un trabajo social feminista?
Lorena María Guzzetti ⃰ Antonella
Margot Bouza⃰ ⃰ Florencia Ovando*** Carolina Rabasa Rucki****
Resumen
En el
presente artículo se presentarán algunos aportes conceptuales que consideramos
fundamentales para construir una práctica profesional del trabajo social
feminista. Para esto, reflexionaremos sobre la feminización de la disciplina y
sus inicios como profesión, Posteriormente nos detendremos en dos herramientas
de la disciplina sobre las cuales nos interesa incorporar una mirada que
identifique las opresiones de género: la intervención social en los espacios
grupales y el abordaje interdisciplinar.
Para el
desarrollo argumentativo de esta propuesta de trabajo se incorporarán
conceptualizaciones feministas y corpus teórico metodológico del quehacer
profesional.
Palabras claves: Trabajo social- Feminismo- Intervención
Contributions from feminism to Social Work
¿What does it mean to think about a Feminist Social Work?
Abstract
In the present article there will be introduced some conceptual contributions which we believe are essential to construct the professional practice of a feminist social work. In order to do this, we will first reflect upon the feminization of the discipline and its origins as a profession. In the second place, we will attend two support tools of the discipline, upon which we are interested to incorporate a perspective that identifies gender oppressions: social intervention inside groupal spaces and the interdisciplinary approach.
For the argumentative development of this work proposal there will be incorporated feminist conceptualizations and theoretical methodological corpus of the professional work.
Key words: Social Work - Feminism – Intervention
Introducción
El
propósito de este artículo es presentar algunos aportes al debate y la
construcción del ejercicio de un trabajo social feminista de manera crítica, y
estableciendo vinculaciones entre los conceptos que consideramos son los
destacados para esta tarea.
Para esto,
entendemos que es relevante acercarnos a la comprensión de la caracterizada
feminización de la profesión, tanto en su trayectoria histórica como en su
impacto actual sobre el ejercicio de las prácticas profesionales.
Para esto,
recurriremos a lo que comprendemos como conceptos claves como la perspectiva de
género, patriarcado, heteronormatividad, que nos han permitido el
reconocimiento de diferentes opresiones que se presentan a diario en nuestros
espacios de inserción pre-profesional y profesional. Asimismo, estas opresiones
cristalizadas en la cotidianeidad, son recuperadas teóricamente para
amalgamarlas con la propuesta política-metodológica del trabajo social.
Luego,
articulamos el trabajo grupal como una herramienta fundamental para la
disciplina, y la importancia de abordar este nivel de intervención desde un
trabajo social feminista.
Finalmente,
propondremos un conjunto de aportes para el trabajo interdisciplinario que
ofrece un trabajo social feminista. Una mirada integral sobre nuestras
prácticas, que resignifique nuestro bagaje teórico conceptual a la luz de las
teorías y conceptos acuñados por el feminismo, es un desafío constante que nos
interesa asumir. Así como también, habilitar encuentros entre la militancia
activa del movimiento feminista y las aulas de nuestra facultad.
Cuando
hablamos de feminismo, entendemos que son los feminismos, asumiendo que un
movimiento expresa múltiples expresiones y posicionamientos político -
ideológicos.
De esta
forma nació este artículo, como un encuentro reflexivo entre activismo y
espacios reflexivos y entusiastas, entre docentes y estudiantes.
Feminización y Trabajo Social
Consideramos
relevante destacar, que fueron mujeres en Estados Unidos, en el siglo XIX (las
primeras universitarias de su época) las que construyeron la profesionalización
de la disciplina. Varias de ellas (“las pioneras”) fueron vanguardia en la
lucha por los derechos de las mujeres y militantes de diversas causas sociales:
sufragistas, pacifistas, abolicionistas de la esclavitud. Eran en su mayoría
integrantes del Movimiento Reformista y de las luchas emancipadoras de la
época. Necesitamos contextualizar y realizar las interpretaciones y nexos que nos
permitan analizar el lugar que ocupaba ese colectivo que elaboró los cimientos
para incorporar la disciplina en las Ciencias Sociales.
También,
una de las características de la configuración de la profesión fueron las
mujeres que desarrollaban tareas en el ámbito de la beneficencia. Haciendo
referencia a nuestro país y la Sociedad de Beneficencia, nos señala Dora
Barrancos,
“Las mujeres
de la Asociación disfrutaban de una situación que, aunque subrrogante de las
potestades masculinas en lo esencial, no carecía de decisiones independientes
que las llevaron a momentos de alta tensión con los poderes del Estado y, como
ya he señalado, con el expansivo sector de los profesionales médicos que
disputaban hegemonía.” (Barrancos, 2005).
Agrega,
Genolet, haciendo referencia a los orígenes de la profesión en nuestro país que
“…comienzan
a configurar su intervención en un contexto de cambio del rol del estado y de
las políticas sociales. Estamos en los albores del estado de bienestar donde
éste asume bajo su responsabilidad la asistencia social, creando estructuras
institucionales vigorosas para atender la pobreza y la salud de la población”
(Genolet, 2011:91).
Siguiendo a
Grassi (1989), podemos afirmar que las mujeres históricamente han tenido una acción relacionada al control
y a la vida cotidiana, tanto desde sus papeles al interior del hogar (como
objetos de intervención), como desde la función pública (agentes de control),
naturalizados como hechos fundados. De alguna manera, el inicio de la
asistencia social se explica por su rol en la legitimidad y el consenso, en el
control de la vida cotidiana. Así es, que se explica la presencia mayoritaria
de mujeres, ligado a un perfil profesional enmarcado a “a lo afectivo”.
Pero dentro
de ese marco general, la asistencia social se dirige a un ámbito particular de
la vida de les sujetes, en el cual crea un orden, una disciplina: el ámbito de
la vida cotidiana. En este sentido, coincidimos con Grassi (1989) en que el
poder político del Estado trasciende aquello que podemos llamar “lo público”,
para imbricarse con el espacio “privado”.
De esta forma, es posible identificar dos
características fundantes que moldearon la profesión desde su origen: primero,
su lugar desde la función pública, y segundo, ligado a lo anterior, ejercida
mayoritariamente por las mujeres. Es en esas circunstancias donde las mujeres
se constituyen en centro ordenador, para lo cual han internalizado una serie de
características que, aprendidas culturalmente, “naturalizan”, sin embargo, su
función.
Esto sin
dudas nos lleva a preguntarnos por el lugar que fue ocupando la profesión, que
comenzó estando “al servicio de”, y que luego construyó su corpus teórico y su
especificidad. En ese marco, ¿es el trabajo social una profesión subestimada
porque está fundamentalmente compuesta por un colectivo profesional de mujeres?
¿O es que las mujeres (por ser mujeres) indefectiblemente deben asumir
disciplinas “con prácticas vinculadas al cuidado” como el trabajo social?
Sin dudas,
es un interrogante que no podemos responder en el marco de este trabajo, pero
esta pregunta nos motiva a pensar acerca de las conexiones olvidadas y, por
sobre todo, invisibles que operan a lo largo de la historia.
Creemos que
es necesario problematizar la fuerte impronta “femenina” que tiene el Trabajo
Social como disciplina. Algunas autoras feministas plantean que “esto es
consecuencia de la problematización del trabajo social oficial como institución
social que refuerza la posición subordinada de las mujeres” (Dominelli y Mac
Leod, 1999:44). El motivo dominante en la práctica institucional ha sido el de
reforzar el rol de las mujeres como proveedoras de asistencia.
Retomando
la relación entre mundo público y mundo privado, es un aporte fundamental de
las teorías de género y el feminismo el análisis de las transformaciones que
estos espacios han transitado a lo largo de la historia. Así como también, se
visibilizó la construcción moderna de esta división social. Escribe Ana María
Fernández, “espacio público-privado: no solo división de tareas sino
prohibición de tareas según el sexo; por lo tanto, habrá que articular la
indagación de esta cuestión con su dimensión política, es decir, con aquellos
problemas vinculados a las relaciones de poder…” (Fernández, 1999:134). Para
cada uno de estos espacios se diagramaron funciones discriminadas, códigos
propios y con formas diferenciadas en la circulación de saberes. Esta división
sexual del trabajo ubica a las mujeres como responsables de las tareas de
cuidado (en el mundo privado), asumiendo que “se debe estar a disposición del
bienestar de los demás”. Es que al fin y al cabo, eso es lo que el sistema-sexo
género nos ha impuesto: las mujeres y todos los cuerpos feminizados deben estar
al servicio de los demás, de las infancias, de las personas ancianas, de les
enfermes, de todes las personas que necesiten asistencia y/o algún cuidado en
particular. Y a su vez, tal como explica Murillo (2006), es en este espacio
privado donde la actividad doméstica devalúa a quien la ejerce, ya que la
importancia de esta es negada por la irracionabilidad social. En este sentido, no resulta casual que en su
mayoría sean mujeres las profesionales que componen el recurso humano de la
profesión. Y es aún menos casual, entonces, que el Trabajo Social esté
inherentemente relacionado con atributos femeninos, y con ésta condición de
género que feminiza constantemente la profesión y reproduce los estereotipos de
carácter “asistencial”, subalternizándola en tanto disciplina científica,
subestimándola y relegándola a una profesión auxiliar respecto de otras
profesiones.
La
organización del sistema patriarcal y la complejidad social en una sociedad que
oprime a las mujeres y los cuerpos disidentes tanto en planos materiales como
simbólicos, afecta y atraviesa integralmente nuestras identidades, entre otras
cosas: nuestro ejercicio profesional.
A su vez,
es necesaria una constante interpelación a nivel simbólico de nuestra
perspectiva para analizar el campo social
y las relaciones de poder que lo componen y sobre el cual se interviene.
En este sentido, las intervenciones sociales son imposibles de ser pensadas si
no es a la luz de la historicidad de las relaciones de poder. Intervención que
debe incluir en su aproximación diagnóstica inicial la lectura de los procesos
sociales y las construcciones de subalternidades que de allí devienen.
Asimismo,
la violencia vincula el accionar de las instituciones con la más íntima
conformación de las personas. La violencia
simbólica que se manifiesta a
través de las instituciones regula todo tipo de intercambio y producción
social. El miedo, proporciona el mecanismo central para la introyección de los
controles sociales y la regulación autoadministrada de todo aquel
comportamiento (Basaglia, 1972:20) que se escape de lo socialmente atribuido al
“ser un cuerpo feminizado”. De esta forma, las profesionales corremos el riesgo
de reproducir con nuestras acciones determinados comportamientos mecanicistas y
poco desnaturalizados que refuerzan la subalternización de la profesión, porque
es lo que “se espera de nosotras/es”.
Bajo este
panorama cabe preguntarnos ¿Cómo se configura, entonces, el quehacer
profesional específico del Trabajo Social feminista en una sociedad como la
nuestra, neoliberal y patriarcal?
Conceptos que nos acompañan
Algunas
definiciones son claves para comprender el desafío de incorporar una mirada
feminista y analizar nuestras prácticas profesionales.
El concepto
de patriarcado fue acuñado por los movimientos feministas “para establecer la
cuestión de la base real de la subordinación de las mujeres, y para analizar
las formas particulares que asume” (Beechey, 1979:1). Sin embargo, cuenta con
múltiples definiciones, desarrolladas a partir de diferentes perspectivas
teóricas a través del tiempo. Una autora que define dicho concepto es Carosio
(2016), quien lo entiende como:
“un sistema socio-político y económico que
organiza el trabajo, y el poder según el modelo masculino (...) todo lo
masculino tiene más valoración social, y abre más horizontes con mayor
facilidad, se justifica y legitima la dominación sobre la base de una supuesta
inferioridad (biológica y/o psicológica) de las mujeres, por lo tanto, el
patriarcado es también un sistema ideológico” (Carosio, 2016:249).
Este
sistema ha sido sostenido a lo largo de milenios, sin embargo sus
características han variado de sociedad en sociedad. Adicionalmente, al
interior de las mismas sociedades, es posible observar que sus disposiciones
han sido modificadas, pero descritas como naturales a través de valores,
representaciones y creencias articuladas en el interior de un sistema
simbólico, y constituyendo condiciones materiales. Asimismo, el patriarcado se
cristaliza en procesos de institucionalización complejos y estructurales.
Desde sus
inicios, el patriarcado ha definido lugares que incluyen y excluyen a cada
persona, entendiendo que el ámbito privado les es asignado a las mujeres, y el
ámbito público a los varones. Esta conformación estructural de la organización
social, excluye a las mujeres y cuerpos feminizados de la idea de ciudadanía
plena. Dicha división contrapuesta de los espacios se expresa en cada una de
las instituciones con las que interactuamos a diario y en las que nos
encontramos incluidas profesionalmente. Las demandas de las mujeres y de otros
grupos por la igualdad, por el acceso a los espacios públicos, a los mecanismos
políticos decisorios de nuestra cotidianidad y a los bienes materiales, es un
extenso recorrido de carácter emancipatorio por el reconocimiento y la
redistribución social en tanto sujetos autónomos.
Como
resultado de las luchas feministas, las modificaciones de las aspiraciones
sociales han ido reconfigurando las expresiones materiales de las relaciones de
dominación, sin embargo, su núcleo basado en la supuesta superioridad masculina
permanece. El patriarcado es un sistema socialmente determinado de relaciones
duraderas que establece resistencias frente a los intentos de socavarlo.
Marcela Lagarde (2001) define a la perspectiva
de género feminista como aquella que “está basada en la teoría de género y se
inscribe en el paradigma teórico histórico-crítico y en el paradigma cultural
del feminismo” (p. 13). Cada sociedad regula los cuerpos según su diferencia
anatómica, adjudicando características propias a cada uno de estos. La
categoría de género nos permite cuestionar estas construcciones estereotipadas
que definen y naturalizan los comportamientos de las personas, manteniendo
relaciones de poder que generan y promueven múltiples formas de violencia y
actos discriminatorios hacia las mujeres y cuerpos disidentes.
Asimismo,
Joan Scott (1996) establece que el género es una forma primaria de
significantes de poder. Es decir, es un campo donde se articula y disputa el
poder, hasta el punto en que esas referencias establecen distribuciones de
poder (control diferencial sobre los recursos materiales y simbólicos, o acceso
a los mismos), estando el género implicado en la concepción y construcción del
poder.
Estas
subordinaciones que se generan desde, y por las desigualdades de género, son
una cuestión de poder que no se ubica solamente en las instituciones, sino que
se extiende y que se localiza en los diferentes espacios sociales. En este
sentido, incorporamos (sin extendernos en su desarrollo en este artículo) el
concepto de heteronormatividad, como instrumento teórico que problematiza las
normas de género, y la existencia legítima y hegemónica de la naturalidad de la
heterosexualidad.
Es
necesario desentrañar cada una de estas categorías en los espacios sociales, en
las prácticas, en la transmisión de sentidos, en las representaciones que
integran el sistema sexo/género, en clave de reconocimiento y de desigualdad
social. Entendemos, como lo hace Fraser (2015) que el concepto de género debe
incorporar la concepción bidimensional, es decir, una cara política-económica
que lo incluye en el ámbito de la redistribución, y una cara cultural que lo
incluye simultáneamente en el ámbito del reconocimiento (status social). Ambas
dimensiones se encuentran interconectadas y no es posible modificar una sin
afectar a la otra.
El
movimiento feminista ha sido clave en la interpelación de la realidad social,
la producción de conocimiento teórico sobre las desigualdades de género, y la
movilización de apoyo a acciones concretas para la modificación de las
condiciones sociales de producción y reproducción de la vida.
Desde allí
que Lagarde (2012) sostiene que el feminismo ha utilizado
“la crítica, la rebeldía, la subversión, la
transgresión creadora y la construcción de alternativas paradigmáticas. Ha
creado rupturas sustantivas con la vida social moderna tan profundas que
cimientan un nuevo paradigma civilizatorio basado a su vez en un nuevo
paradigma de género en proceso” (p. 306).
Entendemos
a los feminismos como un pensamiento crítico contrahegemónico y movimiento
emancipador que se propone finalizar con las formas de opresión patriarcales.
En palabras de Carosio,
“a partir
del desvelamiento de la construcción social de las identidades sexuadas, el
feminismo elabora una teoría de las relaciones de poder entre los sexos y con
una voluntad ética y política de denuncia de las deformaciones conceptuales de
un discurso hegemónico basado en la exclusión e inferiorización de la mitad de
la especie humana.” (Carosio, 2016: 248)
El
feminismo se ha caracterizado por proponer un modelo de sociedad alternativa a
la sociedad patriarcal vigente, y someter inclusive el término “género” a una
revisión y construcción constante. Las agendas y el discurrir de la militancia
feminista nos brindan conceptos y herramientas de una lucidez develadora para
la comprensión y transformación de los sistemas de producción de opresiones.
Sin ahondar
en este artículo, quisiéramos recuperar para profundizar el análisis la
categoría de interseccionalidad en relación a la presencia de dobles o triples
opresiones y los sistemas y prácticas que las reproducen.
Como
explica Fraser (2015:191), es necesario romper con los enfoques feministas que
se centran exclusivamente en el género, para situar “las luchas de género, por
el contrario, como una rama entre otras de un proyecto político más amplio
dirigido a institucionalizar la justicia democrática en múltiples ejes de
diferenciación social”.
En
síntesis, la mirada feminista también logra trascender la lógica de la
individualidad para pensar en una organización desde la grupalidad. De allí la
importancia de poder pensar desde el Trabajo Social, una forma de intervención
promovida por el feminismo, en el trabajo con grupos.
Acontecer en la grupalidad
En un
segundo momento, con los elementos proporcionados por los feminismos, es
necesario dar cuenta de la importancia del trabajo con grupos como nivel de
intervención dentro del Trabajo Social. Entendemos que el espacio grupal “es la
forma más eficaz para promover cambios en las actitudes, conductas, emociones y
hábitos, a través de la reflexión conjunta, el intercambio de experiencias, el
autoconocimiento, la autovaloración y apoyo mutuo” (Migallón y Gálvez: 1999).
El grupo,
así concebido, se convierte en una herramienta que brinda las condiciones de
posibilidad para recorrer un proceso de aprendizaje dentro de un colectivo.
Dicho espacio está pensado para potenciar a cada integrante, lograr una
comunicación plena entre les participantes, reparar vínculos y redes,
conformando así un proceso superador.
De esta
forma, el grupo se torna una herramienta de intervención crucial dado que
también permite visibilizar mitos, valores, y representaciones patriarcales. Es
que por medio de diversos grupos sociales, una sociedad transmite, perpetua, y
modifica sus normas, sus valores y sus rasgos culturales. También a través de
ellos, las personas actúan y participan de la vida social: “La vida de un grupo
está directamente influida por las normas y valores mayoritariamente admitidos
en su campo de inserción, así como por el grado de tolerancia en cuanto a la
desviación de la norma” (De Robertis y Pascal, 2007:195). Por ello, los grupos
son un espacio fundamental para visibilizar las implicancias de la perspectiva
de género feminista como herramienta de intervención social.
Sin
embargo, desde el rol profesional es necesario reconocer que al interior de los
grupos, se parte de una relación que está absolutamente atravesada por
diferentes tipos de desigualdades que colocan en diferentes posiciones a la
coordinación y a les participantes. La desigualdad de género se convierte en
ese marco, en una de las más invisibles, pero que resulta inherente a nuestra
sociedad patriarcal. Por esto, se torna clave incluir al interior de la
planificación y ejecución de una intervención grupal desde la perspectiva de
género feminista, aspectos que nos permitan indagar acerca del complejo
entramado de relaciones interpersonales, institucionales y sociales, para
construir objetivos comunes expresados en la tarea.
Este tipo
de lectura debe ser desplegada indefectiblemente desde el rol profesional
durante las intervenciones, junto con un proceso constante de reflexividad en
cuanto a las propias prácticas, para identificar y sortear las ideas y
comportamientos machistas interiorizados que podrían obstruir los objetivos de
la intervención. Solo así, la intervención con grupos apuntará a fortalecer la
autoestima, contener ansiedades, esclarecer significados, aportar información y
conocimientos, ampliar la comprensión de sujete situade en un marco más amplio
de inequidad (distributiva, material, simbólica), como también a visibilizar y
generar la desnaturalización de las lógicas normativas de género.
La
conformación de grupos, en nuestra tarea profesional, implica un compromiso con
una modalidad de construcción política que encuentra en ese ámbito un espacio
para deconstruir-nos, situado en un contexto sociopolítico determinado. En
tanto, el grupo no es estático, el acontecer grupal vivencia de forma
dialéctica su movimiento inacabado.
Bajo este
posicionamiento político, dentro de los grupos, lo privado también se convierte
en algo social y, a la vez, posibilita romper con esa barrera de
invisibilización que coloca lo privado y lo público como dos cosas separadas
por fuera de lo político. El foco sobre el trabajo reflexivo y colectivo,
promoviendo la circulación de experiencias personales para “encontrarse en la
otra persona” es fundamental para sacar del plano individual lo que es en
realidad un problema social. En este sentido, siguiendo a Murillo (2006),
resulta clave utilizar estos espacios de intercambio para replantear - y
replantearnos- la distribución de las
responsabilidades del ámbito privado.
Trabajadoras sociales feministas en los equipos interdisciplinarios
Hemos
mencionado ya la particularidad y la riqueza de los grupos como herramientas de
intervención. Sin embargo, creer que naturalmente el curso de la interacción se
daría de esa forma sería desconocer las implicancias de la intervención de los
equipos que la llevan a cabo. Olga Vélez Restrepo (2003), señala que les
profesionales intervinientes deben ser quienes construyan un instrumental que
recoja los sentidos y necesidades de les actores involucrades y aporten a la
construcción del conocimiento y configuración de les sujetos sociales. En este
sentido, es que planteamos que trabajar en torno a las desigualdades
estructurales de género al interior de las dinámicas grupales, es una tarea que
se ve enriquecida por la acción de equipos interdisciplinarios.
La
interdisciplina, es entendida como un campo compartido con otres profesionales
y como una herramienta fundamental para intervenir en lo social que permite dar
respuestas a la multiplicidad de demandas y las problemáticas sociales actuales
(Cazzaniga, 2002).
Siguiendo a
Stolkiner (1999), se puede considerar dos aspectos relevantes de lo
interdisciplinar: lo subjetivo y lo grupal. Ambos se encuentran íntimamente
relacionados ya que los equipos interdisciplinarios son grupos que contemplan
lo subjetivo y lo intersubjetivo, y a la vez, están atravesados por relaciones de
poder. Es necesario renunciar al saber
propio disciplinar para dar lugar a otros saberes, y poder ampliar horizontes
en lo que respecta a los conocimientos, ya que como plantea la autora “toda
relación con una disciplina es pasional: podemos someternos a ella, refugiarnos
en ella, o hacerla trabajar, desafiarla” (Stolkiner, 1999: 2).
En este
sentido, es necesario buscar incorporar a los equipos de trabajo
interdisciplinarios herramientas y conceptos de las teorías feministas, para
tender a crear nuevos desafíos en lo que respecta a las formas de vincularse,
jerarquizarse e intervenir. Y desde este análisis teórico, proponer la
generación de singularidades con sentido propio a partir de los universos de
significaciones de cada disciplina. Desnaturalizar y deconstruir las lógicas de
formación y ordenamiento de cada campo de conocimiento, sin invalidar los
recorridos y los aportes, es un desafío que busca un salto cualitativo para
pensar las intervenciones.
La tarea de
descentrar los objetos de estudios, conectar las problemáticas sociales e
interconectar teorías y conceptos que operen articuladamente, nos permitirá
abordar esos escenarios complejos de intervención con una multiplicidad de
miradas y saberes; entre estas, las del feminismo. Asimismo, este desarrollo
nos permitirá elaborar herramientas metodológicas que encuentren una relación
entre las dimensiones sociales, culturales, económicas, políticas e
ideológicas. La importancia de reconocer esta multiplicidad de aspectos
presentes en una situación de intervención, es posible con el análisis de una
mirada multidimensional e interdisciplinaria en el sentido que proponemos. Se
trata de pensar desde la problematización permanente y la pregunta constante
sobre las prácticas, entendiendo a las experiencias no como instituidas sino
como posibilidades.
Esto nos
conduce a cuestionar certezas establecidas y/o dogmáticas, e indagar sobre las
tensiones que se encuentran invisibilizadas en el espacio de acción
profesional, haciéndolas visibles para leerlas interdisciplinariamente. En
palabras de Fernández (2007: 30), se trata de “pensar problemas, más que
aplicar sistemas teóricos”.
Los aportes
de trabajo social al trabajo interdisciplinario, implica brindar nuestros
conocimientos acerca de la elaboración de una primera aproximación diagnóstica
inicial que incluya el análisis de la demanda desde donde partimos para
elaborar conjuntamente una estrategia de intervención. Estos aportes deben
partir de los principios de los derechos de las personas (sujetes con potencialidades),
entendidas como parte de un entramado social, y sobre el cual hay que definir
acciones. El trabajo social, aporta una lectura sobre los procesos sociales
recuperando las trayectorias singulares, que nutren los análisis de las
situaciones problemáticas en torno a las políticas públicas.
En este
sentido, consideramos al feminismo/los feminismos, como proyecto político, que
tiene como horizonte la creación de relaciones horizontales y transversales,
tanto al interior de los equipos interdisciplinarios, como al momento de la
intervención mediante relaciones de paridad.
El
patriarcado como construcción de sentido que permea nuestra vida y nuestra
historia, está tan arraigado dentro nuestro que aun cuando se es consciente de
su existencia y se trabaja por y para desarticular el discurso machista, hay
determinados elementos tan incorporados en nuestros habitus que hacen que
naturalicemos actitudes que nos fueron impuestas social, cultural, política,
económica y, sobretodo, simbólicamente. Por ello, estar constantemente
revisando nuestros preconceptos y puntos de partida es fundamental para
visibilizar y objetivar nuestras propias construcciones permeadas por la
desigualdad estructural.
Por último,
creemos que todos los aportes del feminismo y los feminismos no podrían
llevarse a cabo sino mediante una construcción colectiva del conocimiento. La
lucha por la liberación de les oprimides requiere de un proceso de reflexión
que produzca conciencia de la opresión, mediante su inserción crítica en esta
realidad. El reconocimiento de la realidad, no significa una acción
transformadora en sí misma, sino que requiere de un reconocimiento reflexivo.
En tanto, desde el rol profesional necesariamente las personas son “cuerpos
conscientes” con posibilidades potenciales de problematizar su relación con el
mundo.
Los equipos
interdisciplinarios deben presentar un contenido disponible de ser admirado,
para re-admirarlo juntes y reconfigurar nociones acerca de esa realidad. Las
mujeres y los cuerpos feminizados, como principales oprimides de la sociedad
patriarcal, se presentan como protagonistas de la lucha liberadora a través de
los momentos de reflexividad y acción y de acción y reflexividad. Es un
movimiento colectivo dialéctico con momentos de estancamiento, momentos disruptivos
y momentos sumamente gratificantes.
Reflexiones finales
El Trabajo
Social puede definirse como una profesión y una disciplina científica tendiente
a promover y acompañar procesos de
transformación en el campo social, propiciando la cohesión social y la
liberación de las personas. Conforme lo establece el art. 4 de la Ley Federal
de Trabajo Social N° 27.072, de muy reciente sanción en nuestro país, los
principios tales como la justicia social, derechos humanos y la diversidad en
todas sus formas son esenciales para pensar la disciplina.
Pensar en
un Trabajo Social Feminista implica la incorporación de un esfuerzo multifocal
y colectivo, mediante un proceso de interpelación al interior de la disciplina,
en su interjuego con otras disciplinas y, a su vez, en relación al desarrollo
de su ejercicio profesional. Es así que entendemos que las miradas de los
feminismos nos permiten revisarnos como profesión, revisar nuestro entorno y
replantear nuestras prácticas, a partir de la comprensión de que todas estas instancias
se encuentran atravesadas por la cuestión de género, presentando desigualdades
que nos afectan como colectivo.
Al interior de la disciplina, hemos
desarrollado en este artículo lo que consideramos se nos presenta una doble
tarea. En primer lugar, visibilizar la feminización existente hacia adentro del
Trabajo Social, y en sus orígenes. En segundo lugar, trabajar sobre el propio
empoderamiento a nivel profesional para librarnos de las limitaciones que nos
fueron adjudicadas en esta feminización. Es decir, poder proyectar las
posibilidades de la profesión más allá de estas limitaciones, habilitándola
desde su interior a la búsqueda de espacios de mayor autonomía y
reconocimiento, y hacia la aspiración de posiciones de mayor impacto, por
ejemplo, sobre la toma de decisiones y no solo su ejecución.
Esta
perspectiva política - profesional posibilita la construcción y evaluación de
estrategias de intervención social en espacios grupales. En este sentido, el
andamiaje conceptual (referencias políticas y teóricas) nos permitirá reconocer
nuestras intervenciones que se encuentren signadas por la reproducción de
múltiples desigualdades (género, clase, etnia, etc.). Las intervenciones
sociales no son asépticas a las contradicciones, es nuestro desafío interpelarlas,
confrontarlas con nuestras teorías y preconceptos para re-descubrir sus
potencialidades. Estas deben tener la capacidad de dar respuesta a los
problemas sociales. Sin embargo, dicha respuesta sería acotada o parcial sin
los aportes del feminismo, el cual como perspectiva de análisis y acción,
contribuye a la desnaturalización de la desigualdad en que se desarrollan las
relaciones de poder bajo el imperante sistema patriarcal.
Entendemos,
que la perspectiva propuesta además de posibilitar una revisión interna, brinda
herramientas para analizar las oportunidades de trabajo interdisciplinario
recogiendo y reproduciendo las estrategias que utilizó el movimiento feminista
para alcanzar un objetivo en común y enriquecer este proceso. En este sentido,
es imperativo aunar esfuerzos para establecer espacios de horizontalidad,
posibilitar relaciones articuladas entre las disciplinas, y replantear las
formas de jerarquización. No basta con autopercibirnos como profesionales del
Trabajo Social en condiciones de paridad respecto a las demás disciplinas, sino
que es necesario ser reconocides como tales. Entendemos que este reconocimiento
no opera sólo a nivel simbólico, sino que también implica alcanzar un
mejoramiento de las condiciones laborales y materiales. Desnaturalizar y
deconstruir las lógicas de formación y ordenamiento de cada campo de
conocimiento es posible desde una mirada feminista, que funciona como
herramienta para pensar la horizontalidad en los saberes compartidos, y
construir relaciones al interior del ejercicio profesional y la
interdisciplina. Esto no significa que no debamos asumir las tensiones que se
presenten y los conflictos que se cristalicen.
En este
marco, entendemos que los dos desafíos descritos hasta el momento, son
inseparables de aquellos que enfrenta la lucha feminista, la cual busca romper
con las posiciones desiguales en materia de género y visibilizar las múltiples
opresiones.
Es por todo
esto que entendemos que el trabajo social feminista es una propuesta de
visibilización de los límites profesionales invisibilizados, de ruptura con
relaciones disciplinares desiguales y de enriquecimiento de las intervenciones
sociales que, en su complejidad, requieren de la incorporación de una
perspectiva que reconozca y busque desnaturalizar la desigualdad de género
mediante esfuerzos colectivos.
Es
gratificante encontrar en las nuevas generaciones de estudiantes y grupos de
profesionales, el impacto que les ha generado el movimiento feminista en los
últimos años, acercando las preguntas, los intereses y el entusiasmo por
construir un Trabajo Social feminista.
Bibliografía
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LEY FEDERAL DE TRABAJO SOCIAL 27.072 Sancionada: Diciembre 10 de 2014 Promulgada: Diciembre 16 de 2014
⃰ Carrera
de Trabajo Social. Universidad de Buenos Aires. Contacto: lorenamguzzetti@gmail.com
** Carrera de Trabajo Social. Universidad de Buenos Aires. Contacto: antonella.bouza@gmail.com
*** Carrera de Trabajo Social. Universidad de Buenos Aires. Contacto:florenciaovando_@hotmail.com
**** Carrera de Trabajo Social. Universidad de Buenos Aires. Contacto: carolinarabasa@gmail.com
Guzzetti, Lorena María; Bouza, Antonella Margot; Ovando,
Florencia; Rabasa Rucki, Carolina. “Aportes del feminismo al trabajo social ¿qué
significa pensar un trabajo social feminista?” en Zona Franca. Revista del Centro de estudios Interdisciplinario sobre
las Mujeres, y de la Maestría poder y sociedad desde la problemática de
Género, N°27, 2019 pp.16-35. ISSN, 2545-6504 Recibido: 30 de junio 2019;
Aceptado: 23 de noviembre 2019 |