“Ella es una obsesiva y él está aprendiendo”:
imaginarios y desigualdad material en las relaciones sexo-afectivas de miembros
de la comunidad universitaria
María de las Nieves Puglia ⃰
Candela Giménez Bach **
María Hereñú ***
Candela Gancedo García ****
Resumen
Los vínculos sexo-afectivos en el ámbito universitario han sido
estudiados fundamentalmente desde la perspectiva de las violencias de género.
Existe escasa evidencia sobre las desigualdades de género sobre las cuales estas
relaciones se apoyan. Este artículo busca interrogar la dimensión
económica-material de los vínculos sexo-afectivos. En este sentido, se propone
analizar las figuras bajo las cuales emergen los imaginarios en torno a la
gestión del dinero y de los cuidados en las relaciones sexo-afectivas de
quienes participan del espacio universitario (docentes, no docentes y
estudiantes).
Para responder esta pregunta se recurrió a una metodología
cualitativa, a través de la técnica de entrevistas en profundidad. A partir de
este abordaje, se identificaron dos grandes dimensiones de análisis. En primer
lugar, las escenas que muestran las figuras y metáforas que usan las personas
entrevistadas acerca de la gestión del dinero en el vínculo sexo-afectivo y las
ficciones que recrean en relación con la igualdad. En segundo lugar,
ahondaremos en la distribución efectiva de los cuidados del hogar y de las
personas (en especial, hijos/as menores) que sucede en esas relaciones.
Palabras clave: Desigualdades de género- gestión del dinero - cuidados- universidad- vínculos sexo-afectivos
“She
is obsessive and he is learning”: imaginaries and material inequality in the
sex-affective relationships of members of the university community
Abstract
Sex-affective relations in the university environment have been studied fundamentally from the perspective of gender violence. There is little evidence of the gender inequalities on which these relationships support. This article seeks to interrogate the economic-material dimension of sex-affective ties. In this sense, it is proposed to analyze the figures under which the imaginary around the management of money and care in the sex-affective relationships of those who participate in the university space (teachers, non-teachers and students) emerge.
To answer this question, a qualitative methodology was applied through the in-depth interview technique. From this approach, two large dimensions of analysis were identified. In the first place, the scenes that show the figures and metaphors that the interviewees use about the management of money in the sex-affective bond and the fictions that they recreate in relation to equality. Secondly, we will delve into the effective distribution of home and person care (especially minor children) that occurs in these relationships.
Key
words: gender inequalities- money
management- care- university- sexafective relations
Introducción
En el contexto de un
movimiento feminista revitalizado que pareciera cuestionarlo todo, la demanda
del estudiantado[I] así como los espacios de políticas de género
que crecieron en las distintas universidades del país prepararon el terreno
para el cuestionamiento a las desigualdades y violencias de género y, por ende,
buscar construir relaciones más justas. En el marco de las entrevistas
realizadas a los tres claustros (docente, no docente y estudiantil) de la
Universidad Nacional de San Martín (UNSAM), nos asombró el enorme esfuerzo con
el que los sujetos universitarios tratan de coincidir con esos
cuestionamientos. Sean estudiantes, docentes o no docentes, recurren a
describir, con una frecuencia extraordinaria, sus relaciones sexo-afectivas
como equitativas. Pero a lo largo de las conversaciones, ese imaginario se
distanciaba de la heterogeneidad de situaciones que muestran desigualdades
materiales profundas, en especial, en lo que hace a la distribución del trabajo
de los cuidados del hogar y de personas a cargo.
En este sentido nos preguntamos sobre los modos en que el imaginario
de las relaciones sexo-afectivas equitativas que sostienen los miembros de la
comunidad universitaria (docentes, no docentes y estudiantes) se tensiona con
la reproducción de desigualdades materiales. Está en el espíritu de esta
pregunta interrogar una dimensión muy poco estudiada en los trabajos sobre
desigualdades y violencias de género, que es la dimensión económica-material de
los vínculos sexo-afectivos.
Para responder nuestra pregunta analizaremos
dos grandes dimensiones. En primer lugar, las escenas que muestran las figuras
y metáforas que usan las personas entrevistadas acerca de la gestión del dinero
en el vínculo sexo-afectivo y las ficciones que recrean en relación con la
igualdad. En segundo lugar, ahondaremos en la distribución efectiva de los
cuidados del hogar y de las personas (en especial, hijos/as menores) que sucede
en esas relaciones.
En un principio pensábamos que el artículo
versaría sobre violencia de género de tipo económica o patrimonial. En verdad,
en las entrevistas no se reflejaban situaciones de control o restricción
respecto de los ingresos y/o patrimonio de las mujeres por parte de los
hombres, a diferencia de lo que han encontrado otras investigadoras sobre las
mujeres de clases bajas que proveían un salario de su trabajo remunerado extradoméstico, como mostró el conocido estudio de Lourdes
Benería y Martha Roldán (1987) en México. En cambio, nos encontramos con un
hallazgo: la comunidad universitaria estaba casi en su totalidad preocupada por
sostener discursivamente la idea de que sus relaciones sexo-afectivas -con
distintos grados de formalidad- eran igualitarias. De ningún modo pensamos que
se trata de una comunidad homogénea, pero quisimos extraer esta particular
retórica que transversaliza las experiencias de los tres claustros. Es por esto
que trabajamos sobre las figuras en las que se sostiene esta ficción. Optamos
por denominarlas de este modo porque conviven con desigualdades en las
valoraciones de la gestión del dinero respecto a las mujeres y a los hombres, y
porque además se van a montar sobre desigualdades en el plano de la
distribución de las tareas del cuidado. Es este imaginario sobre el cual
tuvimos que trabajar para comprender el modo en que se tendía un velo sobre las
desigualdades materiales en estos vínculos.
La relación entre afectos y dinero ha
comenzado a estudiarse en las últimas décadas. Sin embargo, sigue siendo
materia de controversia el modo en que se articulan y su compatibilidad. Lo
cierto es que las parejas hacen importantes esfuerzos por compatibilizar los
dos planos. Pero el plano material también se compone de las tareas cotidianas
que aseguran la vida de las personas que participan de un vínculo o una
familia. Es en este plano que se producen formas singulares de la extracción de
valor sobre la capacidad de amar en las que han sido socializadas mayormente
las mujeres.
Este artículo se
enmarca en un proyecto más amplio de investigación, denominado
“Representaciones sociales y experiencias en torno a la violencia de género y
sexualidades en estudiantes, docentes y no docentes en la Universidad Nacional
de San Martín”, que se desarrolló entre 2017 y 2019. Se trató de una
investigación de diseño cualitativo. La técnica de recolección de información
utilizada fue la entrevista semi-estructurada, que
nos permitió delimitar el contenido de las preguntas y a su vez conservar el
enfoque en profundidad. La realización de entrevistas tuvo como objetivo
permitir a las personas entrevistadas utilizar su propio lenguaje y habilitar
emergentes que no hayamos tenido en cuenta en instancias previas de la
investigación.
Todas las personas
entrevistadas formaban parte de la población de la Universidad Nacional de San
Martín y pertenecían a alguno de los tres claustros: docente, no docente o
estudiantes. La muestra no fue aleatoria, sino que se buscó activamente casos
de todos los claustros, géneros, edades y unidades académicas. Se realizaron 62
entrevistas, 20 a estudiantes y 42 a docentes y no docentes. Por otro lado, es
de los claustros docente y no docente de donde extraemos la mayor cantidad de
relatos incluidos en este trabajo y en estos casos las personas se encuentran
mayoritariamente entre los 30 y 40 años. Esto nos hace pensar que se puede
tratar de sujetos menos permeables a sostener prácticas igualitarias en la
intimidad de sus vínculos más allá del discurso, a diferencia de quienes se
encuentran en el claustro estudiantil y cuyas edades oscilan, generalmente, los
20 años.
La entrevista tuvo
como objetivo indagar en los distintos claustros sobre sus espacios de
encuentros, salidas, la gente con quien se relacionan, tanto fuera como dentro
de la universidad, ya sean amigos, familia, pareja, y cómo se sienten en la
Universidad. El análisis que pretende este artículo se circunscribe
fundamentalmente a las respuestas de las personas a las siguientes preguntas:
En relación con el cuidado del hogar, ¿quién se encarga de las tareas? ¿Cómo se
distribuyen los gastos en tu casa? ¿Quién paga qué? ¿En qué se basan las
decisiones? ¿Las personas que viven en tu vivienda de dónde obtienen los
ingresos cada uno/a? ¿Trabajan o tienen otra fuente de ingreso? ¿Cuántas horas?
¿Cuánto gana cada uno/a de los/as miembros que viven en tu vivienda, incluido/a
vos?
Resulta importante
aclarar que para la realización de este texto se tomó la decisión metodológica
de focalizar el análisis en las personas cis que formasen vínculos
heterosexuales. Esto se debió a dos razones. En primer lugar
porque más del 70% de quienes relataron situaciones con sus parejas lo hicieron
en referencia a vínculos sexo-afectivos heterosexuales, decidimos ceñirnos a
analizar esas dinámicas. En segundo lugar, porque otras personas del equipo de
investigación dedicarán un análisis detallado de las trayectorias de personas
no binarias y de los vínculos gays y lésbicos.
Por último, queremos
señalar que si bien no se construyeron clasificaciones respecto de las clases
sociales a las cuales pertenecen las personas entrevistadas, la universidad se
caracteriza por tener estudiantes que pertenecen, principalmente, a la Ciudad
de Buenos Aires y, en segundo lugar, al partido de San Martín, las zonas norte
y oeste del conurbano bonaerense. El último informe de gestión de la UNSAM[II] publicado que corresponde al año 2018 indica
que el 75% del estudiantado ingresante es primera generación universitaria y
que el 65% trabaja o busca trabajo. El claustro docente posee en su interior
tanto trayectorias de traslado desde instituciones más longevas y
tradicionales, como algunos institutos de investigación históricos o la
Universidad de Buenos Aires, así como docentes jóvenes que hicieron toda su
carrera en la UNSAM, con la particularidad de que algunas de esas personas
fueron estudiantes de grado y posgrado de la misma institución. Algo similar
ocurre con el claustro no docente, ya que las pertenencias de las personas que
forman parte del espacio de esta universidad son múltiples. Una misma persona
puede pertenecer o haber pertenecido en algún momento de su carrera, a los tres
claustros. Dadas estas características, no podemos afirmar que exista una pertenencia
homogénea a determinada clase social. Sin embargo, cuando Bourdieu y Passeron
(2009) estudiaron la universidad francesa notaron que la procedencia era
activamente dejada de lado en el mantenimiento de la illusio sobre el juego académico. Por esta razón existen sentidos que se
construyen colectivamente en la comunidad universitaria y que pueden
compartirse en mayor o menor grado. Aquí interpretamos que ese imaginario sobre
la igualdad que se repite con tanta frecuencia en las entrevistas, se debe a que
las personas que participan del espacio universitario, también colaboran en
formar parte de un juego en el que sostener la idea de la igualdad forma parte
de la acumulación de capital cultural, un recurso largamente asociado a las
clases medias en Argentina (Svampa, 2005).
La UNSAM tiene dos
particularidades que se destacan en lo pertinente a este artículo y que atañe a
las trayectorias de las personas que habitan el campo. En primer lugar, existen
casos en que las personas entrevistadas eran estudiantes y no docentes a la
vez. Estos casos son muy comunes en la universidad, muchas personas que cursan
carreras también trabajan en tareas administrativas y de gestión. En sus 25
años de existencia, la universidad es un espacio joven y, muchas de las personas
que se forman y trabajan allí tienen múltiples roles. Esta afirmación no es
generalizable y no queremos decir con esto que exista una sola forma de habitar
la universidad, pero sí es frecuente encontrarse con, por ejemplo, no docentes
que son estudiantes y estudiantes de posgrado que son docentes de las carreras
de pregrado y grado. Esta característica de entrelazamiento de las trayectorias
de estudio y laborales construyen sujetos que no siempre son distinguibles por
su pertenencia a un claustro, de modo tal que una persona que estudia allí no
siempre se distingue radicalmente de un docente. Es importante señalar que las entrevistas con
estudiantes nos permitieron conocer, no solo el modo en que construyen sus
propios vínculos de pareja, sino también el modo en que reponen la relación
entre sus padres. Así pudimos identificar algunas características del factor
generacional de los patrones en los vínculos.
La segunda
característica notoria es que la universidad lleva más de 5 años consolidando
sus políticas de género. Esto la hizo pionera, junto a un puñado de otras
instituciones, en la elaboración de protocolos de actuación frente a los casos
de violencia de género y de discriminación por orientación sexual. Además del
instrumento del protocolo, la institución posee una oferta de formación,
talleres, capacitaciones con perspectiva de género y ha trabajado en torno a
las violencias con mucha fuerza. Una de las pruebas de esto es la Consejería
Integral que tiene un área especializada en la atención de personas afectadas,
y que desde 2018 forma parte de lo que pasó a llamarse la Dirección de Género y
Diversidad Sexual. Este espacio es uno de los más robustos y uno de los que más
trabajo tiene dentro del sistema universitario nacional. Estamos convencidas de
que el hecho de que la universidad hizo de las políticas de género una de sus
prioridades, produjo ciertas disposiciones en los discursos relevados en este
artículo. La presencia de la Dirección en la vida cotidiana de docentes, no
docentes y estudiantes es significativa, ya sea por las intervenciones de la
Consejería en las distintas unidades académicas, como por las actividades y
capacitaciones impulsadas desde la Dirección. Probablemente, esta presencia
haya impregnado las sensibilidades y los discursos en torno a las desigualdades
y las violencias de género.
Los límites porosos
entre claustros y la presencia de un espacio de género robusto son dos
variables fundamentales por las cuales decidimos identificar las figuras en
común, mostrando esa illusio,
ese juego compartido, en lugar de reparar en otros matices o diferencias al
interior de la comunidad.
Respecto del análisis,
el total de entrevistas se volcaron en una matriz que identificaba las
dimensiones analíticas. Esa primera grilla, con la información de todas las
entrevistas del proyecto, nos permitió comprender el contexto y el hilo de
conversación de cada diálogo. De allí se realizó una primera codificación para
extraer los testimonios completos donde identificamos las experiencias en torno
a la gestión del dinero y la distribución de las tareas de cuidado en los
vínculos. Por último, realizamos una segunda codificación sobre los extractos
anteriores, para obtener las figuras que se repetían en los tres claustros y
que diferenciaban las categorías específicamente abocadas a explicar esas dos
dimensiones que son objeto de este artículo.
Marco
teórico y antecedentes
Una de las primeras
reflexiones sobre el vínculo entre relaciones sexo-afectivas y dinero fue de
Viviana Zelizer (2006). Su análisis de las relaciones
matrimoniales, así como de las strippers,
por dar dos ejemplos, mostró de modo magistral cómo las personas realizan
importantes esfuerzos por articular sexo y dinero (Zelizer,
2006). Así como las mujeres casadas pueden utilizar sus ingresos en dinero para
sentirse habilitadas para negarse a sostener relaciones sexuales con sus
maridos, una mujer que trabaja de stripper
aleja todo rastro de monetización de sus relaciones íntimas. Una lo utiliza
para negociar la frecuencia del sexo y la otra para separar los servicios pagos
de sus relaciones íntimas.
Su trabajo dejó una
matriz de análisis para analizar casos empíricos concretos a través de su
perspectiva sobre las “esferas hostiles”. Esto es, cuando se pueden identificar
dos esferas de la vida que se dividen y que, cuando se cruzan, una contamina a
la otra. Según esta perspectiva, la intimidad y el dinero no deberían mezclarse
pues el segundo corrompería al primero (Zelizer,
2009). No obstante las personas constantemente están
negociando dineros y afectos. La gestión cotidiana del presupuesto de un hogar,
las mensualidades que los padres le dan a sus hijos, las compras conjuntas, los
regalos en dinero entre amigos, son prueba de ello.
A pesar de las
preocupaciones por la hostilidad, Arlie Hochschild (2011) lleva algunas décadas demostrando que la
intimidad y el mercado tienen un vínculo estrecho. En su análisis de parejas
heterosexuales casadas y homosexuales comprometidas, analiza lo que ella
denomina “economía de la gratitud”. Su planteo es interesante porque muestra
que según se dirima la balanza entre dones (lo que los miembros de la pareja
aportan a la misma) y gratitudes (la sensación de estar en deuda con la otra
persona) en la gestión cotidiana de los ingresos de cada miembro y las tareas
domésticas y de cuidado es que se irán configurando las relaciones de poder
entre los miembros (Hochschild, 2011). “Cuando el
poder económico de la mujer aumenta, el grado en que el esposo lo percibe como
un don y no como una amenaza o una carga determina cuánto poder adicional gana
con sus nuevos recursos” (Canevaro, 2008: 207).
Con cierta relación,
Anna Jónasdóttir (1993; 2011) propuso que aún en
sociedades formalmente igualitarias como las nórdicas, existe explotación de
los hombres sobre las mujeres. Este concepto va un poco más profundo que el de
violencia, pues permite comprender las dinámicas vinculares en relación a
dinámicas de extracción de valor. El amor humano, visto desde una perspectiva
marxista, es una actividad creadora de vida y que en las relaciones
socio-sexuales heterosexuales donde ambos miembros tienen trabajos remunerados,
existe explotación de la capacidad de amar de las mujeres, aún bajo
consentimiento. Si bien su análisis está contextualizado en otras latitudes y
se trata de un aporte teórico, podemos decir que desde el estudio empírico que
sustenta este texto, entre las personas que entrevistamos para este trabajo
también existe una sensación compartida de que varones y mujeres están en
posiciones equitativas. Esto adquiere aún más relevancia si tenemos en cuenta
las estructuras económicas y relaciones de género que en la modernidad
configuran un yo romántico en las relaciones heterosexuales, donde confluyen la
lógica emocional y la lógica económica, como ha demostrado Eva Illouz (2012).
Cuando hablamos de una
perspectiva materialista sobre el amor, Silvia Federici resulta ineludible.
Para la autora (2018) el trabajo de cuidados no remunerado y habitualmente
sostenido por las mujeres es uno de los pilares de la dominación masculina y de
la producción capitalista. El amor como trabajo no pago constituye uno de los
pilares sobre los que se erige lo que históricamente se construyó como trabajo
productivo remunerado asociado al mundo de los hombres. El trabajo de Federici
(2018) es importante porque nos permite conectar las dinámicas vinculares con
las formas de acumulación del capital, de modo tal que no podamos entender
estas relaciones como escindibles de las lógicas de acumulación.
Más recientemente,
algunos estudios han tomado la herencia de Zelizer
para contribuir a pensar una sociología del dinero. Ariel Wilkis
(2013) tradujo esto en distintos tipos de dinero a través de su estudio en los
sectores populares en el conurbano bonaerense. Existirían dineros militados,
dineros donados, dineros sacrificados, dineros ganados, dineros cuidados,
dineros prestados. Intenta mostrar que el dinero vehiculiza “valores morales en
lógicas monetarias plurales (mercantiles y no mercantiles, formales e
informales, familiares y barriales, políticas y religiosas, legales e
ilegales)” (Wilkis, 2013: 28). En conexión con estas
ideas, María de las Nieves Puglia trabajó en torno a
los sentidos del dinero en las relaciones sexuales pagas, en especial en la
capacidad de diferenciar clientes y vínculos íntimos (2016), así como en la
sensación de autonomía que produce el dinero propio cuando las mujeres ingresan
al mercado del sexo (2017). En relación a los vínculos amorosos, Marta Ibáñez
Pascual (2008) ha analizado el funcionamiento de la “bolsa común” o dinero
compartido por parejas españolas como el ideal de gestión del dinero. Ella
muestra que la posición material estructura el ideal de género y viceversa, de
modo que el modelo de gestión del dinero funciona como estructurante y como
estructurado. En esta línea, Amaia Agirre Miguélez
(2015) muestra que existe una tensión entre la negociación del dinero y el
ideal de igualdad que sostienen las parejas homosexuales y heterosexuales en el
País Vasco. Si bien las negociaciones explícitas las acercan a la paridad,
porque permiten distinguir entre dinero propio y dinero común, el ideal del
amor romántico incompatibiliza amorosidad con la
discusión sobre los recursos económicos. Es así que los distintos modelos de
propiedad del dinero tienen consecuencias sobre las relaciones de poder entre
parejas. Marentes (2020) recientemente ha estudiado cómo parejas gais de la
Ciudad de Buenos Aires imprimen sentidos al dinero como expresión del estado
del vínculo.
Respecto de los
vínculos sexo-afectivos en el espacio universitario, el trabajo de Rafael
Blanco (2014) fue pionero, reconociendo la universidad como espacio sexuado.
Esta investigación abrió un campo que se alimentó de los aportes que
investigadoras que se dedicaron tanto al estudio como a la intervención sobre
situaciones de violencia de género en las universidades nacionales. Es así que
sus estudios se centraron en las violencias de género entre e intra claustros a
partir de sus experiencias en los espacios de género institucionalizados. En
Rosario, Florencia Rovetto y Noelia Figueroa (2017) y
en Buenos Aires, y específicamente en la UNSAM, Vanesa Vázquez Laba y Mariana Palumbo (2019)
sostienen una línea de trabajo de largo alcance sobre las violencias suscitadas
entre estudiantes, con el antecedente del estudio llevado adelante por esta
última autora (2018). Estos trabajos fundamentales para entender las relaciones
afectivas en la universidad se han centrado en la violencia simbólica que es la
que predomina a través de los comentarios y chistes sexistas que suelen
circular por aulas y pasillos. Este trabajo hace un aporte a la dimensión
material de esos vínculos que no solo fueron poco estudiadas, sino que, en
muchos casos, pueden contribuir a entender las desigualdades sobre las cuales
emergen las violencias simbólicas tan singulares del espacio universitario que
estos estudios han relevado.
1. La gestión del dinero en la pareja: entre la igualdad imaginada y los
estereotipos
En un análisis transversal de las entrevistas,
observamos que los acuerdos sobre el dinero suelen ser (o aparentan ser) más
igualitarios que los acuerdos sobre las tareas de cuidado y del hogar. A partir
de la lectura de todas las entrevistas, identificamos dos pares de figuras que
les permitieron a los sujetos expresarse. En cuanto a los acuerdos monetarios dentro de la pareja, distinguimos
dos acuerdos típicos que, si bien suenan similares, responden a distintos
ideales de pareja. La bolsa común
hace referencia al acuerdo por medio del cual la pareja comparte el total de sus
ingresos y el 50/50 es el acuerdo por
el cual se dividen equitativamente los gastos, pero que permite mantener cierta
independencia de en los ingresos de los participantes del vínculo. Por otro
lado, identificamos dos figuras que también aparecen recurrentemente en las
respuestas de las personas entrevistadas cuando se indaga sobre quién
administra el dinero: la imagen de “la mujer gestora”, que refiere a la idea de
que las mujeres son más hábiles para la administración del dinero y las
responsabilidades del hogar; y “el hombre incapaz”, su figura contraria.
Las personas realizan grandes esfuerzos por
compatibilizar la vida íntima con la gestión del dinero que utilizan
cotidianamente. En este sentido, diseñan dispositivos, más o menos
sofisticados, que se corresponden con la concepción de pareja. Viviana Zelizer (2009) fue pionera en descubrir que las relaciones
que implican intimidad estaban sometidas a constantes negociaciones que
lograran compatibilizar las formas de circulación del dinero. El dinero en la
pareja está muy poco explorado, pero es una de las dimensiones que sostiene la
intimidad, pues administrado de cierto modo expresa las formas que concibe el
vínculo. Lo que media entre la
lógica económica y la lógica de la intimidad son los acuerdos (explícitos o
implícitos) entre las partes y los modelos o imaginarios que las personas se
esfuerzan por sostener para transitar las relaciones sexo-afectivas.
En las entrevistas, la mayor parte de las personas que
sostienen una pareja heterosexual, más o menos formal, buscan un modelo de
“equilibrio” o de “mitad y mitad” entre los miembros de la pareja en lo que
hace a la distribución de gastos del hogar compartido.
1.1. La bolsa común romántica y la
división equitativa
El cálculo en los
vínculos es un rasgo moderno que ha sido extensamente trabajado por Eva Illouz (2012). La autora aborda la conjunción entre lo
emocional y lo económico mostrando cómo la racionalidad, el interés y la
competencia forman parte de la dinámica del mercado amoroso heterosexual. En
este sentido, la amorosidad moderna contempla ciertas
reglas que implican el cálculo en los vínculos.
Como mencionamos anteriormente, una de las figuras que
aparece reiteradas veces en las respuestas de las personas acerca de cuáles son los acuerdos en torno al dinero al interior de la pareja,
es la de bolsa común. Siguiendo lo planteado por Ibáñez Pascual (2008), este
concepto hace referencia a la unión de los ingresos de ambas partes, decisión
que aparece como natural. Algunas
personas consignaban la existencia literal de una lata o un espacio destinado
para tal fin. Tal es así que los miembros de la pareja separan dinero de sus
ingresos o retiran de sus cuentas bancarias para colocar una parte en ese
fondo. Luego, de allí se extrae lo que será utilizado para las compras de la
comida, el pago de servicios y de impuestos, principalmente.
Este fondo común es
concebido como un símbolo de confianza, ya que implica que ambas partes
percibirán el dinero como un bien colectivo y no como individual. En este sentido,
el acuerdo de compartir la totalidad del ingreso, funciona como uno de los
pilares que sostiene el vínculo sexo-afectivo y permite llevar adelante
proyectos de vida en común. Tal es el caso de una mujer no-docente de 35 años que nos comentó que percibir
el dinero con su pareja conjuntamente hace que sienta real la relación: “(…)
Como que la plata lo hace concreto a ese proyecto de vida que yo tengo con él.
Entonces me hace sentir segura, no sé (…)”. A su vez, en estos relatos aparece
reiteradamente el desinterés en el dinero, visto como algo pasajero. Así lo
expresó una docente de 43 años: “Tenemos cada uno su cuenta por una cuestión de
que te depositan el sueldo, pero, no hay ninguna división. La plata va y viene
(…) es como un fondo común.” A pesar de que la entrevistada da cuenta de
que con su pareja perciben sus ingresos en cuentas bancarias diferenciadas, el
acuerdo responde a la figura de bolsa común ya que ponen en común la totalidad
de sus ingresos.
En este tipo de
vínculos el dinero está naturalmente al
servicio de la pareja/familia,
entendiendo que el interés familiar está por encima del interés individual.
Siguiendo a la autora Agirre Miguelez (2015), esto
puede explicarse por la presencia del ideal del amor romántico imperante en
nuestra sociedad, el cual no permite la coexistencia entre los lazos afectivos
y la defensa de intereses individuales. El ideal del amor romántico
percibe como negativo el dinero individual ya que la formación de una pareja
debe significar la entrega total de las partes. En especial, esta idea aparece
asociada a la familia cuando existen hijos y/o hijas. Un docente comentó que:
“No existe el concepto
"mi plata" y "tu plata", eh, o sea, cuando estás en una
familia (…) es lo mismo…”.
La otra figura
recurrente es la del 50/50. Hace referencia a las parejas que mantienen un
acuerdo económico en el cual, si bien los gastos se dividen igualitariamente,
cada persona mantiene su independencia económica y no necesariamente existe un
fondo común. Es decir, si bien parte de los ingresos van destinados a los
gastos que comparte la pareja de manera igualitaria - 50/50 - los recursos
económicos de las partes no son comunes, sino que admite un mayor grado de
individuación. Como expresó una trabajadora no docente de 34 años:
Nos dividimos
absolutamente todo. Compramos en el supermercado y nos dividimos a la mitad.
Luz, gas, teléfono, todo lo que usamos en conjunto lo dividimos.
E: La gestión de ir a
pagar eso, ¿quién lo hace?
Algunas cosas él, otras
yo. Tenemos todo en Pagomiscuentas y eso, así que
está resuelto.
E: Ah, re bien. Sos vos (risas). Si vos me tuvieras que decir un poco de la
distribución de los gastos que vos me decís que es mitad y mitad, ¿que paga él
y qué pagas vos?
Todo es a medias. Todo.
Comida, gastos… Hay cosas… lo que sea… Hay veces que compro 10 paquetes de
toallitas, pero lo termina pagando igual. No hay un arreglo fijo de esto si o no. La compra general se divide a la mitad y listo. La
compra se hace una vez por mes en Makro.
E: Los gastos pagan
mitad a mitad, ¿cómo?
Factura a factura.
Este testimonio, si
bien muestra un extremo de lo que podríamos llamar una gramática igualitarista,
resulta modélico de lo que sucede en buena parte de las personas entrevistadas.
Incluso cuando la división 50/50 no es tan extrema, sucede esa búsqueda del
equilibrio. Como nos compartía un hombre de 38 años que cumple la doble función
docente y no docente: “Uno
puede pagar más, uno menos, pero se va equilibrando en el día a día y en el mes
a mes, es equilibrio”. Incluso
otra docente consignaba que con su pareja hacían uso de una planilla de Excel
como dispositivo de gestión que le permite ganar precisión a la hora de dividir
los gastos.
A diferencia de las
parejas que sostienen una bolsa común, las que plantean un acuerdo 50/50 lo hacen
a partir de decisiones más discutidas y argumentadas, producto de situaciones
puntuales. Hace más probable la posibilidad de mantener intereses propios por
fuera de la pareja o familia. Así lo comentó una docente de 56 años:
No, no… esas cosas las vamos hablando, qué se yo. En un momento yo
estaba re emputecida con Cablevisión y Fibertel y todo el grupo Magneto, yo
decía “saquemos Cablevisión” (…) pero él quería tener cable para ver el fútbol,
y yo dije “bueno, te lo pagas vos”, “sí, me lo pago yo”.
La decisión de
gestionar el dinero en la pareja por medio de la bolsa común o del 50/50 no
pareciera estar condicionada necesariamente por la edad, en el caso de este
universo entrevistado. Solo en un caso, un trabajador de 42 años señalaba que
con su ex pareja tenían discusiones al respecto: “Y también gran parte de las discusiones que tuvimos
previos a la separación tiene que ver con el chip de ‘Yo soy el macho sostén’,
‘yo soy el tipo que mantiene la casa’ […].” Sin embargo, el dato generacional
no es tan importante como el dato de la comunidad a la que pertenecen. A
partir del conjunto de entrevistas podemos advertir que estas personas
participan de un universo de sentidos en el que subvertir los modos
tradicionales de concebir el dinero en relación con el vínculo afectivo
heterosexual está bien visto. Es nuestro convencimiento que esta perspectiva
sobre la organización de los vínculos puede explicarse en parte por su
participación en el campo académico. Si bien no podemos suponer que exista un
solo sentido homogéneo sobre lo que debería ser una pareja, sí nos sorprendió
divisar que hay un esfuerzo por identificar sus relaciones como igualitarias,
una preocupación que nos animamos a asociar a las clases medias en sus tres
sectores (altos, medios y bajos) identificadas con cierto correctismo
político de género en el marco de un espacio universitario en el que las
políticas de género son muy activas. Por el contrario, sostener figuras tradicionales como la de varón
proveedor puede ser desalentador en lo que hace al mantenimiento de vínculos
amorosos en este espacio académico. Un docente de 50 años lo expresa muy elocuentemente,
incluso para el caso de vínculos entre personas no convivientes:
Si es del mundo académico, a veces pagar yo puede quedar mal. Bueno, si
ella quiere pagar ella, si ella quiere pagar mitad y mitad, hago lo que ella
quiera, no me meto en esa cuestión…. Si pertenece a otro ámbito, a veces están
esperando que pague yo, entonces pago yo.
Según la investigadora
Agirre Miguelez (2015), esta gramática se sustenta en
modelos de gestión económica que serían condición para equilibrar el poder
entre los géneros y alcanzar vínculos más justos, en un contexto cultural en el
que ya hace décadas que las nociones tradicionales en torno a la proveeduría masculina
de los ingresos de la familia estarían, por lo menos discursivamente, en
crisis.
1.2. Donde hay un hombre incapaz nace una mujer gestora
Al momento de
describir la gestión del dinero en la pareja, la mayoría de las personas
entrevistadas utilizaron metáforas para explicar quién se ocupa de la
administración. En las respuestas pudimos encontrar dos figuras recurrentes que
decidimos denominar la mujer gestora
y el hombre incapaz. Ciertamente
estas figuras irían en contra de la corrección política igualitaria y
no-sexista que creemos las personas se ocuparon de transmitir. Nuestro análisis
buscará centrarse en los acuerdos realmente existentes para ir más allá de las
primeras clasificaciones igualitarias y equitativas que las personas hicieron
de sus vínculos.
La figura de la mujer
gestora se sustenta principalmente en la imagen de que las mujeres son mejores
organizando y gestionando los gastos. Las personas entrevistadas que hacen uso
de esta figura no especifican exactamente qué es lo que hacen las mujeres para
ser mejores administradoras, pero aseguran que en dicha tarea son superiores a
los hombres.
“La plata es de los
dos, pero la maneja mi mamá por un tema que ella sabe manejar mejor,
administrar. Mi viejo es medio desastre, entonces: ‘bueno, ocupate
vos’” dijo una estudiante de 23 años sobre la gestión del dinero en su casa. De
la misma manera, un trabajador no docente de 33 años manifestó que, en la pareja, es la mujer quien se ocupa de los
gastos: “(…) Ella es muy obsesiva con pagar todo siempre, y tener todo
controlado el tema de los gastos. Sé que si lo hago
yo, ella va estar controlando de nuevo. Así que directamente… no, no me
molesta”.
Será necesario aportar
al análisis que la concepción de las mujeres como buenas administradoras es una
característica socialmente atribuida, pues responde al imaginario de que la
mujer será quien mejor resguarde los intereses de la familia. Esto es, se
ocupará de la educación, la alimentación y los cuidados en general de quienes
conforman esa unidad. No es únicamente un criterio micro ni exclusivo de este
conjunto de individuos, sino que es consecuente con ideales macro que reproduce
también el Estado argentino. En 2009 se estableció que para la Asignación
Universal por Hijo sería la madre quien tendría prioridad sobre el padre en la
titularidad de la prestación. El criterio según el cual las mujeres gestionan y
administran mejor el dinero acompaña el diseño de las políticas públicas a
nivel internacional. Este tipo de discursos que sostienen luego la materialidad
de la administración atribuida a las mujeres, fue ampliamente explorado por
Martín Hornes (2016) que estudió cómo las ideas sobre
la maternidad y los cuidados permeaban los discursos sobre la percepción de la
AUH. Las mujeres son mejores destinatarias porque son quienes destinarían esos
ingresos a sus hijos y/o hijas.
Así como es una
característica externamente atribuida, también es personalmente asumida por las
mismas mujeres. Una docente nos comentaba que los varones de su casa carecían
de habilidades para el control de sus gastos y agregaba: “Siempre me pareció
que la mujer era mejor administradora”. Son frecuentes también los casos en los
que los varones dejan en manos de sus parejas mujeres la administración de sus
sueldos para el pago de los gastos de la unidad familiar.
Por su parte, la
figura del hombre incapaz está estrechamente relacionada con la mujer gestora.
Los espacios que un hombre incapaz no puede ocupar son las tareas que
(nuevamente) recaen sobre las mujeres. En las entrevistas se manifiesta que no
son los hombres quienes administran el dinero en la pareja por una cierta
incapacidad que se entrelaza con la supuesta virtud administrativa innata de
las mujeres. Una docente de 56 años
manifestó esta característica propia de las mujeres: “cuando administran ellos
[el hijo y el marido] nunca llegamos (risas) porque por ahí lo distribuye mal,
lo distribuye tan mal que entonces... es el criterio, entonces siempre me
pareció que la mujer era mejor administradora”. Por su parte, otra trabajadora no
docente de 35 años contó que su novio es volado y no puede ocuparse de la
gestión del dinero: “Yo medio que manejo todas las cuentas de la casa, pero por
una cuestión de estructura que yo tengo en la cabeza, y de prolijidad. Él por
ahí es más volado con esas cosas…”.
Contraria a la
hipótesis de la psicoanalista Clara Coria (2008) -quien trabajó sobre el
concepto de sexuación del dinero y en muchas de sus referencias se encuentra
alineada con la visión simmeliana del dinero-, aquí
no existe una identificación del mismo con los varones. No son ellos quienes
están en una relación naturalizada con el dinero, sino que algunos de estos
sentidos se han empezado a resquebrajar. Esto hace que convivan, por un lado,
sentidos tradicionales asociados a lo femenino como buena administradora. La
buena administradora no es más ni menos que la extensión de la idea de buena
cuidadora. Pero, por otro lado, también admite el desprendimiento de la
dependencia económica, abriendo un espacio para el agenciamiento de la administración
de la economía de la pareja. Aun así, en las entrevistas se deja entrever que,
junto a un horizonte igualitarista, convive un imaginario sobre la conexión
entre feminidad y administración de los gastos del hogar que convalida la
hipótesis de la extracción de trabajo amoroso de las mujeres.
Ambas figuras
aparecieron en las respuestas de las personas entrevistadas como
justificaciones de acuerdos implícitos de cada pareja, ninguna persona expresó
haber conversado con su pareja sobre quién sería aquella encargada de gestionar
el dinero. En este sentido, las figuras de mujer gestora y hombre incapaz
funcionan como metáforas que les permiten a las personas ordenar el dinero y el
afecto sin conversar explícitamente sobre ello. Particularmente las parejas que
participan del mundo académico evidencian esfuerzos llamativos por sostener una
gramática de la equidad en las relaciones de género que convive con imaginarios
tradicionales y prácticas materiales efectivas de administración del gasto del
hogar que se condice con una extracción del trabajo amoroso.
Habiendo atravesado el
análisis, consideramos que si bien este conjunto de
individuos cree que los acuerdos monetarios en sus parejas son igualitarios, la
gestión y la responsabilidad sobre los gastos recaen frecuentemente en manos de
la mujer gestora. Tanto la figura de bolsa común como la de 50/50 reflejan que
el ingreso de las mujeres sería considerado de igual valor simbólico que el
ingreso de los hombres, aun cuando el monto percibido por cada miembro sea distinto.
Allí se renuevan los sentidos asociados a la equidad. Sin embargo, ambos
modelos de gestión del dinero reproducen la figura de la mujer como encargada
de la administración y del cuidado de los ingresos. La caracterización que
sostiene a la mujer gestora no sólo es atribuida por el entorno sino también,
asumida por las propias mujeres. De esta manera, cabe preguntarnos si el elogio
hacia su capacidad administrativa estaría funcionando como un velo para
perpetuar la feminización de las tareas del hogar.
2. Los cuidados y la fractura de la equidad
Previamente indagamos
sobre las figuras del hombre incapaz y de la mujer gestora. También analizamos
cómo esta última responde a un supuesto que marida la feminidad con una eficiente, correcta y
responsable manera de administrar el dinero y los gastos dentro del grupo
familiar. Al abordar la cuestión de los cuidados, encontramos en el discurso de
las personas entrevistadas la continuidad de estas figuras e identificamos una
fractura en el ideal de equidad. Cuando pensamos la noción de cuidado lo
hacemos desde una perspectiva de la economía del cuidado. Entendemos las tareas
de cuidado como todas aquellas destinadas a satisfacer las necesidades básicas
de existencia de las personas: el cuidado directo, el autocuidado, las tareas
domésticas y la gestión del cuidado (Rodríguez Enríquez, 2017).
2.1. Él a veces barre y ella es una obsesiva
Las valoraciones que
las personas entrevistadas hacen sobre sus modos de distribuir las tareas de
cuidado con sus parejas nos muestran que no hay un intento por sostener el
discurso sobre la equidad en este terreno. Una estudiante de 31 años decía lo
siguiente con respecto a la distribución de las tareas: “Muy desigual. Él se ocupa de pocas
cosas, lava los platos, cuelga la ropa y a veces barre. No hay ninguna tarea
para él. Limpiar un inodoro, tender la cama no, no”. Del mismo modo un docente
de 39 años expresó: “En general compartimos bastante, pero bueno, no es
cincuenta y cincuenta. Siempre hay un sesgo a favor mío digamos”.
Al abordar estas
cuestiones en las entrevistas, la justificación sobre la distribución de las
tareas de cuidado distancia a los hombres de estas actividades, en gran parte
de los casos no participan
de ellas. Además, algunos se sienten en un estado de aprendizaje. Un hombre no
docente de 31 años expresó lo siguiente:
Yo soy medio un desastre, la verdad es que, si no me dice “che, dame una
mano con eso o aquello”, yo la verdad cocino siempre, pero hay cosas que no, no
las veo. Realmente, no me hago el gil, no las veo porque no me doy cuenta, no
las tengo incorporadas.
Por otro lado, una docente de 31 años dijo “[...] olvidate de que te barra o que te limpie, eso no y es
verdad que ni se da cuenta, me parece”, haciendo referencia a su pareja. En
ocasiones y en menor medida encontramos que las personas entrevistadas se
remitieron a los patrones de socialización primaria para explicar el porqué de
las divisiones desiguales. Esto lo podemos ver en el testimonio de un hombre no
docente de 33 años que contó lo siguiente: “Yo me crié
en una casa donde éramos 6 hermanos. Y era un quilombo todo el tiempo. [...] Me
cuesta horrores, no porque no quiera hacer, sino porque no tengo la costumbre
de hacerlo” cuando fue consultado sobre el modo en que reparten las tareas. Por
otro lado, una mujer no docente de 35 años nos dijo:
Él es un pibe también que viene de criarse un poco solo, de hacerse sus
propias cosas, nunca dependió demasiado de nadie [...] yo por ahí soy más
estructurada, más ordenada, más prolija con los trámites, con las cuentas, con…
si hay que pedir un turno médico, o sea, esas cosas que medio que lo llevo yo a
que sea un poco más ordenado en ese sentido.
Si bien en muchos casos las personas entrevistadas se
esforzaron por demostrar conciencia sobre un cambio de paradigma, al menos en
lo discursivo, cuando se abordan cuestiones estrechamente ligadas a la relación
de la mujer con las tareas de cuidado, no parece existir una ruptura concreta
con los patrones socialmente aprendidos e incorporados. Por el contrario, lo
que aparece es un intento por dejar asentado su conocimiento de ello.
Por otro lado, vemos que se trata de discursos que
funcionan en espejo con una concepción de las mujeres en relación a la eficacia
en la ejecución de las tareas. En
este sentido, son recurrentes las afirmaciones que hacen las mujeres de sí
mismas como perfeccionistas del orden, de la limpieza y en general de todas las
tareas de cuidado. Por ejemplo, una mujer no docente de 35 años explicó
enfáticamente:
[...] Con el orden y todo eso, él es un despelotado y me dice “No, dejá que mañana lo ordeno”, pero a mí como me gusta que
esté ordenado voy y lo hago yo. Pero ahí creo que a veces la culpa la tenemos
las mujeres porque en realidad yo lo hago porque pienso que él lo hace mal.
A su vez un docente de
40 años contaba lo siguiente: “Las
tareas del hogar las tratamos de dividir todo lo que podamos, yo soy muy...
quizás mi compañera es muy obsesiva con
ciertas cosas y, quizás, yo no.”
Estas narrativas son
manifestadas tanto por mujeres como por hombres y mantienen una línea. Podemos
enmarcarlas dentro de lo que conocemos como la naturalización de la capacidad
de las mujeres para cuidar
como uno de los factores explicativos de la distribución desigual entre varones
y mujeres de las responsabilidades de cuidado. Tal y como sostiene Corina
Rodríguez Enríquez (2017), esta naturalización se apoya sobre argumentos
biológicos que ubican a la mujer cis como aquella con capacidades superiores al
hombre para llevar adelante aspectos referidos al cuidado. Lejos de ser una
capacidad natural, se trata de una construcción cultural sostenida por
distintas instituciones que lleva a las mismas mujeres a imponerse estos
mandatos y sentir culpa al no responder a ellos. Estas fueron ideas
profundamente estudiadas por Silvia Federici (2018) para quien el trabajo
doméstico es el trabajo que fue transformado en un atributo natural inherente
al aspecto más profundo del carácter y la psique de las mujeres. Es
interesante destacar que en el relato de las personas
entrevistadas, incluso del ámbito académico en donde el sentido común
insinuaría una cierta crítica a aquellas lógicas que reproducen las
desigualdades, dichas concepciones son afirmadas y asimiladas dentro de sus
vínculos.
Al mismo tiempo, pero
en menor medida, identificamos una desvalorización por las responsabilidades de
cuidado. Tal es el caso de un no docente de 40 años que al hacer referencia a
su ex pareja, quien se encontraba a cargo de las tareas de cuidado, expresó lo
siguiente: “[...] yo siempre
respeté el lugar que ella tuvo como mi compañera más allá de que no aportaba en
el sostén del hogar.”
En este sentido, los
relatos que enfatizan una división entre trabajos “productivos”, es decir
aquellos que son asalariados y los trabajos “no productivos”, aquellos que no
son asalariados, pueden ser problematizados tomando como eje la obra de
Federici. La autora sostiene que para comprender la supremacía masculina y las
lógicas sobre el funcionamiento del sistema capitalista es fundamental tener
presente el sistemático confinamiento de la mujer en el desarrollo de tareas
históricamente desvalorizadas, aunque constituyen la base sobre la cual se
reproduce la vida (Federici, 2018)
Por último, dentro de
las tareas de cuidado, podemos identificar una distinción entre aquellas
vinculadas específicamente al cuidado de niños y niñas con respecto a las demás
tareas. Cuando los entrevistados hombres hacen referencia al cuidado de
menores, encontramos en algunos casos, dentro del claustro docente, la idea de
la responsabilidad compartida. Uno de ellos nos decía lo siguiente cuando fue
consultado sobre la forma en la que reparte con su pareja el cuidado de su
hijo: “La patria potestad es compartida en Argentina así que tenemos la misma
responsabilidad, la misma carga. No doy la teta, pero es lo único.” En estos
casos, los hombres se muestran más cercanos a participar en estas tareas y la
idea de la distribución equitativa está más presente.
2.2. La carga mental
La reproducción de
estas prácticas nos lleva a hablar de otro aspecto fundamental. La carga mental
aparece en el relato de algunas entrevistadas mujeres como un fantasma. Es una
dimensión latente de las tareas de cuidado que podemos pensar como parte de las
mismas incluso en momentos en las cuales estas no estarían siendo llevadas a
cabo. Una entrevistada afirmó estar asistiendo a terapia cuando fue consultada
sobre las tareas de mantenimiento del hogar. También, una docente de 35 años,
al ser consultada sobre el modo en que ella concebía la distribución de las tareas
del hogar, expresó lo siguiente:
Una cosa que noto es
que la casa puede estar detonada y él se sienta a ver tele si puede. La casa
está detonada y yo no me puedo sentar a ver tele. Entonces es como la carga
mental que yo veo que no tiene él. Pero bueno, no estoy diciendo nada nuevo […]
Por otro lado, una
docente de 43 años, cuando se refirió al cuidado de sus hijas nos dijo: “[...]
todo ese cronograma está en mi mente y en la suya no, entonces, lógico, me saca
energía a mí y a él no, la única energía de él es llevarlas y buscarlas”.
Atendiendo a estos
discursos podemos remitirnos a Jonasdottir (2011)
quien, desde una perspectiva marxista, entiende al amor humano como una
capacidad posible de ser explotada de modo tal que incluso en contextos de
aparente equidad de las condiciones socio-económicas en relaciones
sexo-afectivas heterosexuales se da una explotación de la capacidad de amar de
la mujer. Podemos traer estas discusiones a un terreno latinoamericano cuando
pensamos los vínculos de las personas entrevistadas, teniendo en cuenta que
pertenecen a una clase media en donde, en general, existe una aparente igualdad
socio-económica.
En línea con la figura de la mujer gestora y el hombre
incapaz, vemos que, si bien algunas de las personas entrevistadas hacen
referencia a una búsqueda de equilibrio, predominan las afirmaciones sobre una
desigual distribución de las tareas. Las justificaciones sobre esta
distribución, en algunos casos, muestran una estrecha relación con la carga mental En ocasiones, algunas
entrevistadas manifestaron estar pendientes del modo en que sus parejas o los
integrantes de sus familias se hacen cargo de las tareas del hogar. Tal es el
caso de una docente de 56 años que dijo: “Más o menos cada uno colaboramos un
poco. [...] [...] Yo por ejemplo hace poco sí, puse
yo unos carteles al lado de los interruptores de luz que dicen: ‘¿limpiaste?
¿Lavaste? ¿Barriste?’”. También podemos mencionar el relato de otra docente de
56 años que expresaba: “Soy la referente del cuidado en general que tiene que
ver con marcar esto: ‘Che, te corresponde esto’, ‘¿te tomaste la pastilla?’, no
sé.” Haciendo énfasis en estas declaraciones y retomando la idea de la
disociación del hombre con las tareas de cuidado, observamos que no hay una
división explícita de las tareas y el rol que cada integrante de la familia
debe ocupar, sino más bien, lugares vacíos para que la buena gestora, la buena
cuidadora y la obsesiva explote nuevamente sus capacidades.
Cuando pensamos en el aspecto generacional, si nos
concentramos en personas que no superan los 30 años, también encontramos
narrativas ligadas a la desigualdad en cuanto a las tareas de cuidado. Es el
caso de una estudiante de 25 años quien al hablar sobre el cuidado de su hija
que expresó:
E: Cuando hablabas de las responsabilidades que tenía que tener un
padre, ¿A qué te referías?
El padre [...] estuvo presente los dos primeros años como un padre de
juego, un padre didáctico, nunca realmente se ocupó de las actividades que
conlleva tener un pibe. Yo lo acepté [...] Para mí ser padre es ir al colegio,
educarla, no sé, viste. Hay un montón de cosas que le enseño (ella a su hija),
a formarse como persona y que ella aprenda sus caminos con lo chiquita que es y
acepte las realidades que le tocan vivir con el padre que tiene. Digo, esas
cuestiones que hacen, digo la construcción del lazo materno que yo construí con
ella me hacen ser madre a mí.
E: ¿Qué son esas actividades que debería hacer que lo hacen ser padre?
Yo creo que estar presente en el día a día, y más que nada preocuparse, digo,
construir lazos con tu hija, enseñarle cosas, no sé...educarla. Pero educarla
en el sentido de, como persona, como de ser social, no en el sentido educación
de colegio. En sí el hecho de estar y preocuparse, para mí, es lo que te hace
ser un padre. Y bueno, y cumplir con tus responsabilidades, si, bueno el dinero
y esas giladas también. Pero yo voy más desde lo afectivo.
Este relato no solo nos muestra explícitamente una
idea que desvincula la paternidad ligada únicamente a un sustento económico,
sino que, pone en juego y nos hace pensar en la relación que guardan las tareas
de cuidado con lo afectivo como factor que involucra a las partes de un grupo
familiar, en un espacio que, como comentamos previamente, es ocupado por una
mujer que explota sus capacidades de amar. Tal vez haya lugar para pensar en
una ruptura con estas lógicas si atendemos a otros testimonios como el de una
estudiante de 23 años quien nos comentó una discusión con su madre sobre las
tareas que le son asignadas en relación a las que le corresponde a su
hermano:
Yo agarré una vez y le planteé, le digo “¿Qué se espera acá, que yo soy
la que lo tiene que limpiar? Porque vivimos tres. Está bien, vos trabajas,
estás cansada. De los que no trabajamos —mi hermano y yo—, ¿por qué cae sobre
mí? ¿porque soy mujer?” Está mal para mí. Y si es porque soy la hermana mayor,
también está mal porque, o sea, no digo que no tengo que limpiar —de hecho, lo
hago—, pero me parece que no debería ser la única.
Si bien los reclamos que nos cuenta esta entrevistada
corresponden a una estudiante que convive con su madre y no se encuentra a
cargo de una familia podríamos pensarlo como un intento de subversión de los
patrones adquiridos. Si vemos en conjunto las entrevistas, es frecuente que los
individuos sostengan una narrativa de la igualdad y el equilibrio como un ideal
a conseguir en la pareja. Sin embargo, las distribuciones no son equitativas y
podríamos pensar que incluso desde ámbitos académicos donde, como hemos visto,
a veces se impugnan modos de acción y percepción patriarcales heredados y se
reclama la igualdad de oportunidades, la discusión debe calar más hondo para
poder comprender qué desigualdades se están perpetuando en los vínculos
sexo-afectivos.
Reflexiones finales
Este trabajo tuvo como
objetivo analizar cómo se fusionan tensionándose el discurso sobre la equidad
en los vínculos sexo-afectivos y sus prácticas respecto de la gestión del
dinero y los cuidados. En este sentido, buscamos indagar qué había detrás de
las supuestas divisiones igualitarias en la gestión del dinero y la realización
de las tareas del hogar. En función de esto, decidimos trabajar sobre las
metáforas y figuras a las que las personas recurrían para hablar sobre esta
temática.
En relación con la
gestión del dinero, los sujetos entrevistados se ocuparon imperiosamente de
transmitir una imagen de igualdad en sus vínculos sexo-afectivos. Esta
pretensión de igualdad fue manifestada, principalmente, a través de lo que
identificamos como las figuras de bolsa común y 50/50. Dichas metáforas nos
permitieron comprender que los vínculos heterosexuales analizados le otorgan
una importancia a la división equitativa de los gastos monetarios que atañen a
la pareja.
A lo largo del
análisis, pudimos identificar que lo que aparece como pretensión de equidad
dentro de las parejas, es una característica que se relaciona estrechamente con
la población entrevistada: trabajadores y estudiantes de la universidad. Las
personas que trabajan y estudian allí se sienten cómodas cuestionando las
prácticas patriarcales heredadas y proponiendo nuevos mecanismos de gestión y
división del dinero en sus vínculos sexo-afectivos. Entendemos que la
universidad, como espacio privilegiado de las clases medias (aún medias-bajas,
como se indica en la composición del estudiantado) sostiene al pensamiento
crítico como un valor. En este caso la crítica es referida a las relaciones
afectivas, dado que en esa universidad en particular las políticas de género
han tenido una presencia significativa en asumir los conflictos en torno a la
violencia de género y la formación y capacitación de los claustros. Esto nos
permite pensar que existe, en este espacio singular, un vínculo entre sectores
medios y cierta crítica a tradicionalismos que funciona como una especie de
sentido común ligado a sectores progresistas que, a su vez, tiene por efecto la
expresión de sus relaciones sexo-afectivas bajo un horizonte igualitarista.
Sin embargo, al
indagar sobre los modos en que se gestiona el dinero (tanto si se cumple una
división 50/50 o una bolsa común), aparecen recurrentemente otras dos figuras
que elegimos denominar la mujer gestora y el hombre incapaz. A partir de tales
figuras, pudimos identificar las primeras grietas en la pretendida igualdad, ya
que dichas metáforas les permitían a las personas entrevistadas continuar
cargando a las mujeres con tareas de responsabilidad administrativa. Las
mujeres aparecían como las únicas capaces de llevar adelante una buena
administración del dinero del hogar o de la pareja.
Al continuar el
análisis, hallamos que los sentidos igualitaristas que circulan encuentran un
límite en la división de las tareas del hogar y de cuidados de otras personas a
cargo, en los casos en que correspondía. Al ser interrogados/as sobre el
reparto de estas tareas, el discurso no aparecía ya con pretensiones
equitativas, sino que se vislumbraban con más facilidad las desigualdades que
continúan recargando a las feminidades con dichas tareas. Es decir, que en
relación con las tareas de cuidado el ideal igualitario deja de sostenerse,
incluso desde el discurso. A su vez, en los casos que sí mantienen un discurso
sobre la equidad, las mujeres soportan una carga mental en relación a la
responsabilidad sobre las tareas del hogar que los hombres no poseen.
A pesar de haber
entrevistado personas de distintos rangos etarios, encontramos que los
discursos no tenían grandes diferencias entre personas mayores y jóvenes. La
pretensión de igualdad y las grietas que mostraron desigualdades atravesaron la
mayoría de las entrevistas. A su vez, tanto hombres como mujeres sostenían las
figuras mencionadas anteriormente y las mujeres entrevistadas, en su mayoría,
reproducen las metáforas que las sobrecargan con las tareas de cuidado y de
gestión del dinero.
Considerando los
hallazgos aquí expuestos, consideramos importante poder abrir nuevas preguntas
sobre el vínculo entre, por un lado, los sectores medios que participan del
campo universitario y su permeabilidad a cuestionar sentidos instituidos acerca
de las relaciones afectivas y, por otro, sus esfuerzos por sostener y recrear
cierta ficción igualitarista que parece ocultar desigualdades en el orden de la
materialidad al interior de estos vínculos.
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[I] A lo largo de este artículo seguimos las recomendaciones de la Organización de Naciones Unidas para adoptar un lenguaje inclusivo en cuanto al género. Las recomendaciones pueden consultarse aquí https://www.un.org/es/gender-inclusive-language/guidelines.shtml
[II] Informe de gestión 2018. Universidad Nacional de San
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