“Me paro en la
cancha como en la vida”: un análisis del fútbol feminista en la Villa 31 desde
las teorías de género
Martín Alvarez Litke ⃰
Resumen
El análisis del deporte
desde una perspectiva de género aparece de forma tardía en la academia y el
feminismo argentinos. Sin embargo, en los últimos años han ocurrido avances
notables en la crítica feminista del deporte como espacio de sostenimiento de
la cultura machista y la desigualdad de género. El objetivo de este artículo es
analizar el modo en que el movimiento feminista se apropia del deporte más
popular del país, el fútbol. Nos preguntamos qué continuidades y rupturas
tienen lugar en este proceso en lo que respecta a la vivencia del género: ¿cómo
apropiarse de un deporte que simboliza la masculinidad hegemónica y forma parte
de la construcción identitaria masculina en la Argentina? ¿Es compatible una
práctica competitiva con la sororidad? ¿Pueden la agresividad y el roce físico
que caracterizan al fútbol ser constructivos cuando son encarnados por cuerpos
femeninos? ¿Qué cuerpos poseen legitimidad para llevar a cabo estas prácticas?
Para indagar en estas cuestiones, pondré en diálogo las teorías de género con
la investigación etnográfica que llevo adelante junto a La Nuestra Fútbol
Feminista, un colectivo conformado por entrenadoras, jugadoras, ex jugadoras,
educadoras populares, y mujeres de la Villa 31.
Palabras clave: fútbol – género – deporte – feminismo
“I stand on the pitch as in life”: an analysis of feminist football in the Villa 31 using gender theories
Abstract
The analysis of sport from a gender perspective appears belatedly in the Argentine academy and feminism. However, in recent years there have been notable advances in the feminist criticism of sport as a space where sexist culture and gender inequality are sustained. The objective of this article is to analyze how the feminist movement is appropriating football, the most popular sport in the country. I inquire what continuities and ruptures take place in this process regarding the experience of gender: how can feminism appropriate a sport that symbolizes hegemonic masculinity and is part of the masculine identity construction in Argentina? Is a competitive practice compatible with sorority? Can the aggressiveness and physical friction that characterize soccer be constructive when they are embodied by female bodies? What bodies have legitimacy to carry out these practices? To investigate these questions, I will put into dialogue the theories of gender with the ethnographic research that I carry out together with La Nuestra Fútbol Feminista, a group made up of coaches, players, former players, popular educators, and women from the Villa 31 in Buenos Aires.
Key words: football – gender – sport – feminism
“El último orejón del tarro”: Introducción
La primera vez que
visité un entrenamiento de La Nuestra Fútbol Femenino en la Villa 31, en
el año 2016, coincidió con la visita de un grupo de profesoras y estudiantes de
una facultad. En la cancha nos recibió Mónica Santino[I], histórica militante de la Comunidad
Homosexual Argentina, ex jugadora de fútbol, directora técnica y fundadora de
La Nuestra, quien aprovechó nuestra presencia allí para criticar a la academia
por no haberse ocupado del fútbol femenino. Además, expresó su irritación con
las feministas, para quienes el deporte era el último orejón del tarro[II]. Acto seguido, nos invitó a mirar a las
mujeres que disputaban un partido sobre el césped sintético, y agregó: pero es
muy lindo lo que pasa con el deporte, lo que genera poner el cuerpo.
El hecho de que el
deporte es atravesado por construcciones socioculturales de género y que
participa al mismo tiempo en esa construcción parece una obviedad, pero el
análisis de estas cuestiones aparece de forma muy tardía en la academia y el
feminismo argentinos. En los últimos años, sin embargo, las transformaciones en
este sentido han sido notables, sobre todo en lo que respecta a la crítica
feminista del deporte como espacio predilecto para el sostenimiento de la
cultura machista y la desigualdad de género. Hoy el fútbol femenino ya no es el
último orejón del tarro para el feminismo, y el objetivo de este trabajo
es analizar de qué forma se da la apropiación del deporte más popular del país
por parte del “movimiento social de mayor crecimiento” (Trebisacce, 2018:185). Nos
preguntamos qué es lo que pasa cuando se pone el cuerpo en el deporte, qué
continuidades y rupturas tienen lugar en este proceso en lo que respecta a la
vivencia del género.
Para indagar en estas
cuestiones, pondré en diálogo las teorías de género con la investigación
etnográfica que llevo adelante junto a La Nuestra, un colectivo
conformado por entrenadoras, jugadoras, ex jugadoras, educadoras populares, y
mujeres del barrio Mujica y aledaños de la Villa 31, que desde el año 2007
juegan al fútbol y entrenan en la cancha Güemes, una de las canchas más grandes
de la Villa y muy cercana al ingreso al barrio desde la estación de ómnibus de
Retiro. Reconociendo la heterogeneidad de un movimiento tan dinámico como el feminismo,
las reflexiones de este trabajo serán necesariamente parciales (Haraway, 1995),
construidas a partir de la relación particular que se establece entre el
antropólogo–un hombre cis-heterosexual blanco de clase media- y sus
interlocutoras en el campo (Guber, 2013: 177). La Nuestra se presenta como un
locus privilegiado para analizar el deporte desde una perspectiva de género: se
trata de una agrupación que es atravesada por los discursos hegemónicos del
feminismo contemporáneo, a la vez que protagoniza en sus propios términos el
proceso de (de)construcción feminista del fútbol en la Argentina, configurando
una perspectiva situada, precaria y no exenta de contradicciones, que reconoce
su anclaje en el territorio: un fútbol feminista, villero y comunitario.
“No tenemos la verdad”: Deporte, género y feminismo
El género, según De
Lauretis (2000), es una construcción sociocultural “producto de variadas
tecnologías sociales (…) y de discursos institucionalizados, de epistemologías
y de prácticas críticas, tanto como de la vida cotidiana” (8). Esta definición
parte de la concepción de biopoder de Foucault (2009), según la cual el poder
en las sociedades contemporáneas es un poder sobre la vida, que no basa su
eficacia en la represión y en la censura, sino que funciona en un sentido
positivo, es decir que produce a los sujetos que regula. Según esta concepción,
el sexo es producido a través de una serie de tecnologías positivas, como el
discurso médico o las pedagogías sobre la sexualidad, que se convierten en dispositivos
de normalización: producen “verdades” sobre el sexo, prescriben un desarrollo
sexual “normal” e instauran al mismo tiempo una esfera de actos y sujetos
considerados anormales, patológicos. De Lauretis (2000) retoma esta teorización
respecto de la sexualidad y la aplica a la construcción del género. De esta
forma, da cuenta de la producción generizada de lxs sujetxs a través de una
serie de tecnologías que no se limitan al discurso científico, sino que
incluyen otros discursos como el cinematográfico y la misma teoría feminista,
en tanto la deconstrucción del género engendra su reconstrucción.
Siguiendo a De
Lauretis, sostenemos que los deportes constituyen “tecnologías de género”, en
tanto se trata de dispositivos que producen y normalizan determinadas
corporalidades, movimientos y actitudes como masculinas o femeninas. Cuando
hablamos de la producción del género en el deporte, entendemos que se trata de
un proceso protagonizado por múltiples actorxs e instituciones, en la
intersección de una serie de discursos y representaciones que se superponen,
refuerzan y contradicen: los aspectos corporales y lúdicos de cada deporte, con
sus reglas, variaciones, movimientos permitidos y prohibidos; la construcción
de determinados modos de ser espectador o hincha y las prácticas de aliento
o aguante; los discursos mediáticos, que incluyen los análisis deportivos
de lxs periodistas (así como la construcción de determinados sujetos como
expertos) y las transmisiones audiovisuales de los partidos o eventos, con una
narrativa y estética determinadas; el marketing y la publicidad; la industria
de la indumentaria deportiva; y por supuesto, las instituciones educativas y
deportivas, los clubes, las asociaciones nacionales y transnacionales, que
financian y regulan el deporte, a la vez que promueven, desalientan o prohíben
determinados deportes para cada género. El dispositivo deportivo se complementa
en este punto con otros dispositivos de normalización, apoyándose en el saber
biomédico y su construcción de la diferencia sexual como un dato biológico para
segregar a hombres y mujeres en la actividad deportiva.
A través de este cruce
de discursos, saberes, prácticas, y representaciones, el deporte contribuye en
la producción de cuerpos masculinos y femeninos diferenciados en tamaño,
musculatura, fuerza, velocidad, resistencia, y elongación, reforzando los
estereotipos de género e inscribiéndolos en la corporalidad de lxs sujetxs,
presentando como naturales diferencias que son construcciones sociales. Quienes
no responden a este esquema binario son excluidxs, patologizadxs y sometidxsa
humillantes “controles de sexo” y terapias hormonales para ajustar sus cuerpos
a este sistema dual (Fausto Sterling, 2006).
Por todo lo expuesto,
resulta evidente que la crítica y la deconstrucción del deporte es una tarea
fundamental en la lucha contra la desigualdad de género. Entonces, ¿por qué la
discusión de estos temas se demoró tanto en la Argentina? Sería necesario
indagar en los procesos históricos que llevaron a esta omisión, aunque podemos
trazar algunas hipótesis para el caso del fútbol. La asociación cultural tan
estrecha de este deporte con la masculinidad y la eficacia de los estereotipos
de género indudablemente limitó el número de mujeres que practicaban este
deporte. Quienes jugaban al fútbol eran tildadas de machonas, marimachos y
lesbianas (Pujol, 2019), y esto funcionó como un poderoso mecanismo de
disciplinamiento y normalización. Como contraparte de este proceso, muchas
lesbianas efectivamente encontraron en el fútbol un espacio de socialización y
recreación. En este sentido, el reducido número de mujeres futbolistas, y la
asociación de esta práctica deportiva con el lesbianismo posiblemente
contribuyeron a que el fútbol no fuera un tema prioritario para el feminismo,
sobre todo si tenemos en cuenta el lugar marginal que ocuparon históricamente
las lesbianas y sus reivindicaciones en este movimiento[III]. El fútbol se entendió como cosa de hombres,
ajeno a aquellas cuestiones personales que las feministas pretendían politizar.
Además, es factible que la pertenencia a las clases media y alta de las
feministas de los 60s, 70s y 80s también contribuyera a este panorama, en tanto
el fútbol constituía un deporte practicado principalmente por mujeres de clases
populares.
Por último, cabe
preguntarse si los presupuestos en torno a la oposición naturaleza-cultura que
sustentaron las teorizaciones feministas en torno al sexo y el género
obstruyeron la crítica del deporte. Frente a la diferencia sexual interpretada
como natural (y por lo tanto inmutable), la conceptualización del género como
construcción cultural respondió a la idea de que la cultura era maleable y por
lo tanto la opresión de las mujeres en la sociedad podía ser modificada si se
alteraban las pautas culturales. En este marco conceptual, la aparente
superioridad física de los hombres exhibida en las pruebas deportivas parecía
proveer evidencia de una jerarquía de los sexos anclada en lo natural
(Hartmann-Tews y Pfister, 2005: 8-9). ¿Cómo podía el
feminismo modificar la desigualdad de género en el deporte si, en ese ámbito,
la biología era el destino? La respuesta inicial parece haber sido eludir este
atolladero, priorizando otras luchas. En la actualidad, la oposición entre
naturaleza y cultura parece superada en el feminismo académico, pero algunas de
estas discusiones continúan presentes en ciertos sectores del activismo y su
vigencia en el ámbito deportivo es insoslayable[IV].
Cualesquiera sean las
razones por las que el feminismo no se interesó tempranamente por el deporte[V], en los últimos años el fútbol particularmente
se ha convertido en uno de los focos privilegiados de la crítica feminista. El
deporte más popular de la Argentina presenta numerosos desafíos para el
feminismo: ¿cómo apropiarse de un deporte que simboliza la masculinidad
hegemónica y forma parte de la construcción identitaria masculina en nuestro
país? ¿Es compatible una práctica competitiva con un movimiento que promueve la
sororidad? ¿Pueden la agresividad y el roce físico que caracterizan al fútbol
ser constructivos cuando son encarnados por cuerpos femeninos? ¿Qué cuerpos
poseen legitimidad para llevar a cabo estas prácticas? Las respuestas a estas
preguntas se encuentran en plena construcción, en un proceso no exento de
disputas y contradicciones. En este sentido, si, como mencionamos, la
deconstrucción feminista del género afecta inevitablemente su reconstrucción,
es necesario preguntarse quiénes y de qué manera establecerán las pautas de
esta “de-re-construcción” (De Lauretis,
2000: 32) del género, pero también del fútbol. Es decir, ¿quiénes definirán qué
es el fútbol feminista? A continuación, presentaremos un análisis del
modo en que La Nuestra participa de esta de-re-construcción
en pleno devenir, explicitando que se trata de una perspectiva parcial, o, en
palabras de Mónica, que no tenemos la verdad.
“Queremos esos cuerpos libres”: El fútbol como derecho humano
Como mencionamos, la
construcción del fútbol feminista en la Argentina es un fenómeno
reciente. El catalizador de este proceso podría trazarse a la protesta de las
jugadoras de la Selección Argentina de Fútbol durante la Copa América de 2018,
posando para una foto protocolar llevando sus manos detrás de sus orejas,
pidiendo ser escuchadas en su reclamo por condiciones dignas de entrenamiento.
Esto no significa que no existieran antes de ese momento agrupaciones
feministas que sostuvieran espacios de entrenamiento futbolístico o
reflexionaran respecto de la desigualdad de género en el fútbol. Por el
contrario, la existencia de tales instancias de lucha contrala discriminación
de mujeres y disidencias sexuales en el ámbito deportivo fue una precondición
para que aquel reclamo de la Selección fuera posible y tuviera repercusión. Sin
embargo, fue a partir de ese acontecimiento que la reflexión sobre el fútbol
adquirió un estatus central en el movimiento feminista. No es casual, por otra
parte, que esto ocurriera en el 2018, en el marco de la discusión legislativa
del Proyecto de Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, cuando se masificó
la histórica reivindicación feminista en torno a la libertad de las mujeres y
disidencias sexuales para disponer de su propio cuerpo.
Para La Nuestra,
la lucha por conquistar y sostener la libertad de usar el cuerpo para jugar al
fútbol comenzó en el año 2007, pero también para ellas el año 2018 marcó un
punto de inflexión, que quedó plasmado en el cambio de nombre de la agrupación,
que pasó de llamarse La Nuestra Fútbol Femenino a La Nuestra Fútbol
Feminista. El cambio obedeció, entre otros motivos, a una elección estratégica,
tal como me explicó Marian, educadora popular de La Nuestra: nosotras
pensábamos que nuestras prácticas ya eran feministas, y a principios del 2018
cuando estaba empezando el debate por el aborto pensamos: si hay un momento
para posicionarse como feministas, es este. La Nuestra participó
activamente de este debate, y su lugar protagónico quedó plasmado en el
discurso que su fundadora Mónica Santino pronunció en el marco de la
convocatoria de la Comisión de Diputados a personalidades de diversos ámbitos
para exponer su visión respecto del Proyecto de Ley.
En el marco del debate
por la legalización del aborto, las mujeres pobres y sus cuerpos se
convirtieron en foco de la disputa entre pañuelos verdes (a favor de la
legalización) y pañuelos celestes (en contra). De un lado, se aseguraba
que quienes mueren por la clandestinidad del aborto son las pobres,
mientras que del otro lado se aseguraba que las pobres no abortan y que en
los barrios se valora la maternidad. El discurso de Mónica en representación
de La Nuestra tenía especial relevancia en este contexto, ya que desde
la experiencia de la agrupación en la Villa 31, uno de los asentamientos
informales más grandes y emblemáticos de la Ciudad de Buenos Aires, disputaba
con estos discursos estereotípicos reproducidos en medios y redes sociales:
(…) Por qué voy a
hablar de fútbol, por qué voy a hablar de deseo, de ganas, porque justamente lo
que nosotras vimos en todo este tiempo es que el derecho a jugar, un derecho
inalienable, un derecho humano para la mayoría de las personas, para mujeres en
situación de vulnerabilidad social está aún más cercenado. Lo que hemos hecho
fue conquistar una cancha de fútbol del barrio, una de las más importantes. (…)
y lo que las chicas han logrado en esa conquista de cancha –las canchas de
fútbol son los lugares más importantes de los barrios, nunca se construye una
casa sobre una cancha de fútbol, el límite ese de la línea de cal se respeta a
rajatabla, son los espacios públicos más importantes de los barrios. Cuando las
mujeres ganan espacio ahí, se empoderan. (…) Cuando hablo de fútbol, hablo del
derecho también a jugar y del derecho a hacer con nuestro cuerpo lo que
querramos, porque hemos crecido, toda nuestra vida, también diciéndonos a qué
podíamos jugar y a qué no. Cuando las pibas tienen esta conciencia, cuando se
paran sobre ese derecho, cuando entienden que entrando a una cancha levantan la
cabeza y pueden hacer pases, y eso da dignidad, cuando se empieza a sentir
orgullo por el barrio, cuando se empieza a sentir que las mujeres podemos hacer
algo juntas, que cuando las mujeres nos organizamos y nos juntamos, algo se
transforma, algo cambia, todo eso generó el fútbol. Y a partir de ese
entrenamiento deportivo, espacios donde poder reflexionar, vernos como
futbolistas, pero vernos como mujeres en ejercicio de nuestros derechos. (…) Cuando
se pone ese derecho en ejercicio, que no tiene que ver con la asistencia, no
tiene que ver con la caridad, no tiene que ver con “yo vengo acá al barrio a
enseñarte cómo tienen que ser las cosas”, ¡no!, porque nos hemos empoderado en
conjunto, entrenadoras, trabajadoras sociales, educadoras populares que tienen
que ver con este proyecto, y en el término de 11 años, así hemos crecido, en
esa línea, no le decimos a las chicas lo que tienen que hacer, lo aprendemos
juntas. Y en aprender juntas es, entendemos, que la legalización del aborto, la
despenalización del aborto, es un derecho más que debemos adquirir en ese
camino de sacarnos esa pata del patriarcado enorme sobre nuestra cabeza, que
indica que en los barrios la única posibilidad de ser mujer es ser madres.
Queremos maternidad que deseemos, así como deseamos jugar a la pelota, queremos
ser madres cuando lo elegimos, no cuando un varón decide por nosotras. Queremos
esos cuerpos libres, emancipados, porque queremos una sociedad más justa[VI].
El discurso condensa
una serie de sentidos que conectan la práctica del fútbol con consignas,
reclamos, discusiones, tensiones, conflictos, utopías y un léxico propios del
feminismo en la Argentina. Así, el reclamo respecto de la discriminación y los
estereotipos de género que constriñen a las mujeres y les indican a qué
pueden jugar se conecta con la lucha por el acceso al espacio público y la
autonomía para decidir sobre el propio cuerpo, a partir de la categoría
estructurante de deseo. A su vez, el discurso reivindica el carácter
colectivo de la construcción de conocimiento a partir de la experiencia en el
territorio, el aprender juntas, en oposición a la caridad y a una
supuesta iluminación que las entrenadoras observan en las incursiones de
otras instituciones y organizaciones en los barrios. Esto no implica, sin
embargo, un consenso absoluto respecto de estas consignas al interior de la
agrupación, y esto es especialmente cierto respecto de la legalización del
aborto, el motivo del discurso: como resumió Mónica en otra oportunidad, en La
Nuestra hay pañuelos verdes y también hay pañuelos celestes.
Ahora bien, aunque la
discusión respecto del derecho al aborto no está saldada al interior de la
agrupación, la reivindicación del deporte como un derecho de las mujeres
posibilitó el acercamiento de muchas de las pibas[VII] a reclamos feministas que les eran ajenos y
constituyó una puerta de entrada al feminismo. En este sentido, las reivindicaciones
de La Nuestra se inscriben en el horizonte de posibilidades trazado por la
militancia social luego de la última Dictadura Cívico-Militar: como plantea
Trebisacce (2018), tras la derrota de los ideales revolucionarios, los
movimientos sociales encontraron en el paradigma de los derechos humanos un
relevo posible para esos proyectos (187). El feminismo encontró en este marco
la posibilidad de traducir sus demandas al lenguaje de los derechos, luchando
por vivir “vidas más vivibles” (Butler, 2017) dentro de los límites impuestos
por una estructura social dada.
Entender el fútbol
como un derecho permitió a La Nuestra interpelar a las mujeres del
barrio, sirvió para legitimar un deseo de jugar que estaba coartado,
imposibilitado por los mandatos sociales. Como se desprende del discurso de
Mónica Santino, afirmar y defender ese deseo configura a las pibas del
barrio como sujetas de derecho y les permite (re)construir su posición como
ciudadanas. Frente a un Estado que sistemáticamente excluye y precariza a lxs
habitantes de la Villa 31, negándoles el acceso a derechos básicos, la
legitimación de los deseos de las pibas y su traducción al lenguaje de los
derechos humanos es profundamente subjetivante en tanto repercute sobre la
autoestima y la valoración del propio barrio.
“El fútbol me salvó”: Politizando lo personal y lo deportivo
Como planteamos en el
apartado anterior, la traducción del deseo
de jugar en un derecho fue uno de los
procesos que atravesó La Nuestra para
legitimar la práctica de fútbol de un grupo de mujeres en la Villa 31. A partir del reconocimiento y la
legitimación de ese deseo de jugar, La
Nuestra lleva a cabo un proceso que, de acuerdo con las protagonistas, ha
transformado las vidas de las pibas y
de las entrenadoras, así como las configuraciones sociales del barrio Mujica.
El primer paso en esa transformación fue la disputa por el espacio público, a
través de la conquista de la cancha,
el territorio alrededor del cual transcurre buena parte de la vida social del
barrio.
La problematización de la división generizada de las
esferas de lo público y lo privado ha sido una de las discusiones más
fructíferas de los análisis feministas, y tuvo su correlato en la antropología
con los análisis de Rosaldo (1974). En la búsqueda de una matriz universal de
opresión de las mujeres, Rosaldo planteó una oposición estructural entre la
esfera pública y la privada, explicando el sometimiento de las mujeres a partir
de su confinamiento al espacio doméstico, su exclusión del mundo público y su
aislamiento respecto de otras mujeres (Casares, 2008:165-166). Más
recientemente, la oposición binaria entre espacio público –asociado a los
hombres– y espacio privado –asociado a las mujeres– ha sido criticada en la
antropología por ser demasiado esquemática y etnocéntrica (Casares, 2008:167),
no sólo porque los límites entre el ámbito doméstico y el ámbito público son
construcciones sociales arbitrarias, sino también porque la asociación tan
tajante de cada uno de estos ámbitos a un determinado género es una falacia
incluso en las sociedades occidentales. Tal fue la crítica de las feministas
negras y chicanas al feminismo de la “Segunda Ola” anglosajón que denunció el
ideal de domesticidad y la experiencia opresiva de las mujeres en el ámbito
privado, pero ignoró la experiencia de las mujeres empobrecidas y racializadas,
quienes más que estar confinadas al ámbito privado sino que, por el contrario,
complementaban las tareas domésticas con jornadas laborales extensas fuera de
sus casas (hooks, 2017: 60).
El legado principal y más perdurable de estos debates
ha sido la problematización del espacio privado y la politización de la vida
personal. Sin embargo, la experiencia de las mujeres en el espacio público
continúa siendo un tema de discusión sumamente importante en el feminismo, y es
especialmente relevante en el análisis del género en el deporte. Hartmann-Tews y
Pfister (2005), a partir de
un estudio multisituado, han señalado que la limitación en el acceso a espacios
públicos es uno de los principales obstáculos a nivel internacional para la
participación de mujeres y niñas en el deporte, lo que a su vez contribuye a
reforzar el estereotipo de que los varones son más activos que las mujeres (273).
En el caso de la Villa 31, la experiencia de La
Nuestra pone en diálogo la ocupación de un espacio público simbólico de la
masculinidad– la cancha de fútbol– con una reapropiación del espacio privado y
una reestructuración de la vida personal. Fue necesaria esa conquista de la cancha para hacer
político lo personal. La metáfora bélica no es casual, ya que la ocupación de
la cancha requirió efectivamente la resistencia a agresiones verbales (¡Andá a lavar los platos!) pero también físicas (peleas,
piedrazos) de parte de los hombres que entendían ese espacio como propio y la
presencia de las mujeres como una invasión. La resistencia a esos ataques y la
ocupación sostenida en el tiempo de ese territorio permitió legitimar el fútbol
femenino en el barrio y convirtió a la cancha Güemes en la cancha de las mujeres. Según Meli, entrenadora de La Nuestra, de a poco fuimos logrando que se acepte. Y
cuando las otras chicas se daban cuenta que ya no les gritaban cosas, que ya no
se burlaban, también quisieron jugar. Cuando el entrenamiento se constituyó
como un espacio de cuidado, a las
jóvenes y adultas se sumaron las niñas más pequeñas, en muchos casos hijas o
hermanas de las primeras.
En paralelo a la
apropiación de la cancha, La Nuestra desarrolló encuentros semanales, espacios grupales que funcionaban como
talleres donde las pibas compartían
sus experiencias y sensaciones, y donde podían reflexionar sobre la
discriminación que sufrían en el barrio y en la sociedad en general. En estos
espacios, La Nuestra politizó lo personal -los roles que las pibas debían cumplir en sus casas, por
qué eran ellas quienes lavaban los platos
o cuidaban a lxs niñxs-
y lo deportivo –la
asignación de deportes para uno u otro género, la valoración desigual de los
logros deportivos de hombres y mujeres, entre otros-. Para Marian, los
talleres sirvieron no sólo para ver las
violencias más grandes sino también los micromachismos:
Un día hicimos un
calendario y pusimos los días del lunes al domingo, resaltando los martes y
jueves [días de entrenamiento]. Y ahí cada una tenía que poner qué actividades
hacían antes y después de entrenar. Y al principio, cuando les preguntábamos
qué hacían, nos decían que no hacían nada. Pero cuando les repreguntábamos,
“¿cómo nada?”, ahí salía que limpiaron la casa, o cuidaron a los hermanitos...
Entonces lo que se dieron cuenta es que todo lo que hacían antes y después de
entrenar eran negociaciones que habían tenido que hacer para poder jugar al
futbol, y que eso los hombres no lo tenían que hacer.
A partir de la
reflexión colectiva en estos talleres, se produjeron cambios en la organización
doméstica de las mujeres del equipo, que les permitieron asistir a los
entrenamientos mientras otras personas quedaban a cargo de las tareas del hogar
y del cuidado de lxs niñxs.
Reflexionando sobre estos espacios grupales, Meli reconoce en ellos una
especie de espacios de autoconciencia y plantea que esa práctica las
inscribe en una tradición feminista incluso antes de identificarse de esa
manera: éramos feministas sin saberlo.
Los grupos de autoconciencia, promovidos
inicialmente por el feminismo de los 60s y 70s, ponen en diálogo la experiencia
personal de cada mujer con la de otras mujeres, y permiten dar cuenta del
carácter político, estructural y cultural de esas experiencias compartidas. En
estos espacios, según De Lauretis (2000):“la
comprensión de la propia condición personal como mujer en términos sociales y
políticos y la constante revisión, revaluación y reconceptualización de esa
condición en relación a la comprensión de otras mujeres de sus posiciones sociosexuales, generan un modo de aprehensión de toda
realidad social que se deriva de la conciencia de género” (28).
En La
Nuestra, la reflexión grupal generó una conciencia de los deseos, placeres, padecimientos y dolores compartidos
por las pibas a partir de la vivencia de ser mujeres y futbolistas en el
barrio. Fue en estos espacios grupales donde surgió la frase me paro en la cancha como en la vida,
que se volvió el lema de La Nuestra y condensa para las protagonistas la lucha,
la resistencia y la superación de los obstáculos y de la discriminación, tanto
en el ámbito deportivo como en el personal. Los relatos de las pibas dan cuenta de cómo jugar al fútbol
en La Nuestra constituyo una toma de conciencia respecto de las estructuras
sociales de género y transformó profundamente sus vidas:
Yo antes no conocía a
tanta gente. O si los conocía, por el hecho de haber estado juntada había
dejado de hablar con un montón de gente. O sea, yo prácticamente en la calle
era un fantasma, yo no hablaba con nadie.(…) Y entrar
al fútbol es conocer gente. Hoy en día yo paso por Güemes [la cancha], me
encuentro con cada una y nos ponemos a hablar, o fuera del entrenamiento nos
vamos y nos sentamos a un lado, es lindo. (…) Yo digo que el fútbol me salvó
porque yo me había juntado muy chica. Me junté a los 17 años, 18. Quedé
embarazada y me junté. (…) En casa era… había mucho machismo, hay de hecho, de
parte de mi familia, seas mujer, hombre. Y era como, la mujer una vez que ya
estaba con su esposo tenía que estar en la casa, ahí quieta por la nena, y
hacer lo que él quería. (…) Y llegué al fútbol porque me invitaron un día a
jugar. Obvio, a mi pareja de ese entonces no le gustó para nada, que le diga
“voy a ir un rato allá”, qué se yo, y era: “¡¿Qué?!¡¿Para qué?!¡¿Por qué?!¡Ponete a hacer!, ¿no tenés nada
que hacer?”, era todo así. Y cuando me animé a ir, fui con mi hija de hecho (…)
Y ver que martes y jueves tenía algo donde yo podía sacar toda mi bronca, toda
mi ira, fue… ¡wow! Y es por eso que elegí el fútbol y
me salvó, me sacó un montón de broncas y todo. (…) Ahora me siento bien, hasta
ahora hago jodas, porque él de hecho en un momento me había dicho “el fútbol o
yo”. Yo le dije “derecho al fútbol” [risas] (Jeanette, 28 años).
El relato de Jeanette da cuenta de
cómo se apropió del espacio público a través del fútbol. Su elección de
palabras es muy significativa, ya que asocia su aislamiento respecto del mundo
social con la sensación de ser un fantasma.
Su vida era “privada” en el sentido privativo que plantea Arendt (2007): “Vivir
una vida privada significa estar privado de la realidad que proviene de ser
visto y oído por los demás (…). La privación de lo privado radica en la
ausencia de los demás; hasta donde concierne a los otros, el hombre privado no
aparece, y por lo tanto, es como si no existiera”
(78). Para Jeanette, jugar al fútbol restituyo su condición de ser social, y la
afirmación de la legitimidad de su deseo de jugar frente a las obligaciones
impuestas por su rol de madre y esposa imprimió en ella un profundo cambio
subjetivo que llevó a una transformación de sus condiciones materiales de vida.
En este sentido, la historia de
Jeanette no es una excepción, sino que es similar a la de otras jugadoras del
barrio. Susana (37 años) también se separó de su marido, que no la dejaba ir a jugar, a partir de su
experiencia en La Nuestra: me hicieron abrir los
ojos y darme cuenta de un montón de cosas. La toma de consciencia aparece
aquí en la metáfora de abrir los ojos,
y se repite en el relato de Ona (19 años), para quien ser parte de
La Nuestra también implicó traspasar los límites del ámbito privado, cuestionar
los roles impuestos por su familia y abrir
su mente ampliando su horizonte de posibilidades respecto de lo que una
mujer puede ser, elegir y pensar:
Yo creo que para mí La
Nuestra me abrió la mente o me dio la oportunidad de conocer varias cosas o
varias posibilidades que podemos ser como mujeres. Entonces yo creo que si me hubiera quedado en casa, porque si no fuera por La
Nuestra, si no fuera por el fútbol, yo estaría en casa siempre (…). Y si conocí
el barrio fue por el fútbol también, (…) Entonces yo creo que La Nuestra me
ayudó a conocer varias cosas, y entre ellas a pensar que hay varias posibilidades,
o sea, para poder ser y elegir siendo mujer. Mi mamá desde chiquita nos
implementó ciertos roles que son para nosotras, y que está mal no saber
limpiar, que está mal ser mujer y no tener el cuarto ordenado, ¿entendés? (…) Y bueno, yo cuando conocí a La Nuestra, veía
diferentes situaciones o veía como las entrenadoras las cagaban a pedos a las
chicas porque decían que, no sé, el novio no las dejaba venir a jugar (…) y ahí
aprendía también, como que me daba cuenta, y después mi hermana también empezó
a conocer un montón de cosas, ella también se considera feminista, entonces
entre las dos nos empezamos a construir juntas (…) y si fue así fue gracias a
La Nuestra, que me dio la posibilidad de pensar y tener varias posibilidades en
las que pensar.
“¡Pará, no vinimo’ a la
guerra amiga!”: Placer y
peligro en el fútbol feminista
El fútbol fue el
motor a través del cual las pibas de
La Nuestra ocuparon y se afirmaron en el ámbito público, cuestionaron y
modificaron sus vidas “privadas”, y atravesaron una auténtica toma de
consciencia feminista anclada en la experiencia compartida de ser mujeres y
deportistas en un barrio popular. Ahora bien, esto no significa que la
identificación de la agrupación como feminista
sea un hecho exento de tensiones y contradicciones. Por el contrario, si bien
muchas de las jugadoras no dudan en llamarse feministas, algunas de las pibas
entienden esta identificación como problemática, como puede apreciarse en
esta charla que compartí con Samantha y Jeanette:
Samantha: A mí en lo
particular no me gusta mucho. (…) Porque no sé, lo siento muy… veo una lucha
muy… con la que yo no estoy de acuerdo, como que feminista no me gusta como queda
Martín: ¿Y qué es esa
parte que no estás de acuerdo?
S: Que está muy
politizado, que a mí no me gusta… que, no sé, no estoy a favor del aborto, esas
cosas. (…)
M: ¿Vos no te considerás feminista entonces?
S: Feminista en tanto y
en cuanto los derechos sean iguales, ni superior ni inferior a los derechos de
los otros. (…) De esa forma, soy feminista. Si no, no.
Jeanette: Claro,
feminista lo asocio más a lo agresivo, a como que… lo que hoy en día le dicen
la feminazi, como, tirando a ese lado, no, para mí también lo mismo, para mí
feminista si vamos para ese lado es… es los derechos iguales para todos,
ninguno es superior y ninguno es inferior, para mí es todos por igual.
Esta conversación da cuenta de
que, a pesar de los cambios sociales de los últimos años, la identificación con
el movimiento feminista continúa siendo problemática. Es llamativo que Samantha
y Jeanette reivindican y ejercen su derecho como mujeres a jugar al fútbol, e
incluso aceptan la identificación con una cierta definición de feminismo, pero
están en desacuerdo con que La Nuestra se nombre
públicamente de esa manera. El feminismo vivido, como práctica cotidiana, no se
traduce para ellas en la expresión de una identidad. Esta dificultad de algunas
de las pibas para identificarse como
feministas proviene en parte de su interacción con otras actoras dentro del
movimiento, ya que en ciertos espacios las pibas
encuentran difícil imponer su propia definición de feminismo frente a otros
discursos que se presentan como legítimos. Esto da cuenta de las disputas de
sentido en torno al feminismo en la actualidad, donde ciertas experiencias se
asumen como objetivas e invisibilizan otras formas posibles de ser feministas.
En el ámbito del fútbol, estas
tensiones comienzan a manifestarse en la medida en que este deporte se
convierte en un foco privilegiado de la deconstrucción de género en nuestra
sociedad. El feminismo busca romper con los estereotipos de género que plantean
deportes aptos para hombres por un lado y mujeres por el otro, cuestionar el
binarismo en el deporte, y ampliar el horizonte de posibilidades de mujeres y
disidencias en torno a los movimientos,
actividades, gestos y actitudes que pueden expresar en sus cuerpos. Sin
embargo, este proceso de “de-re-construcción” (De Lauretis, 2000) del género se complementa y retroalimenta
con la deconstrucción del fútbol en sí mismo: cuestionar la violencia y la
discriminación de las hinchadas; denunciar el machismo de los dirigentes y la
casi nula presencia de mujeres en posiciones de poder; exponer la enorme
desigualdad existente en las condiciones en las que los hombres y las mujeres
juegan el fútbol. Ahora bien, cuando la deconstrucción atañe al juego en sí
mismo, los desacuerdos al interior del feminismo se profundizan. Es en este
punto donde se dirimen las disputas por definir lo
que constituye un fútbol feminista.
En la práctica de un deporte que
simboliza la masculinidad hegemónica en nuestro país, algunas feministas ven el
peligro de adoptar la violencia, la agresividad y la competitividad que asocian
al fútbol masculino. Podemos ver en este punto una reactualización en el plano
deportivo de la dicotomía entre placer y peligro que dominó las discusiones en
torno a la vivencia de la sexualidad en el feminismo, que se desprende de la
oposición entre estructura y agencia: ¿somos agentes de nuestro deseo o
víctimas de un sistema opresor que determina nuestra subjetividad? Es decir,
¿nuestros deseos son auténticamente nuestros o son montajes de la cultura
patriarcal? (Vance, 1989: 18). Estos dilemas se traducen al ámbito deportivo:
¿el fútbol nos gusta porque expresa los valores dominantes? ¿Es necesario
cambiar el juego para poder disfrutar de él? ¿O es que se puede modificar el
significado del fútbol sin cambiar las reglas de juego? El peligro aquí no es
sólo la reproducción de prácticas entendidas como violentas[VIII], sino también que abrazando la competitividad del fútbol se rompa un
mandato sagrado del feminismo: la sororidad. Si la unión de las mujeres es
necesaria para la lucha feminista, ¿la competencia –deportiva– entre ellas
atenta contra esa unión?
Estas preguntas
atraviesan la relación de La Nuestra con otras agrupaciones que practican fútbol feminista, como se desprende del
siguiente relato de la experiencia de Samantha y Jeanette durante un festival de fútbol femenino, donde se
sintieron atacadas por su forma de entender y jugar
al fútbol:
J: Habíamos hecho un
taller que estábamos todas de diferentes grupos, organizaciones (…) Y nos
dieron a La Nuestra, porque La Nuestra había venido a ganar los partidos.
Porque éramos muy competitivas (…) o sea, un poco de competencia sí hay en un
partido, o sea, mostrar tu fuerza, mostrar hasta dónde podés
llegar… querés superar… y hay chicas que no, que el
fútbol para ellas es amor y paz, es un fútbol amoroso. Así le pusieron.
S: ¡De amoroso no tenía
nada, nos re dieron! [risas]
J: O sea, para mí fue
como… como camuflado todo. Decir, “no, porque hay equipos que vinieron,
organizaciones que vinieron a competir, a competir, pero a nosotras no nos
cabe, que quieran ganar todos los partidos”, y era La Nuestra-
S: Era la única [se
ríen las dos]
J: Claro, éramos las
únicas que habíamos ganado los partidos, no teníamos ni una perdida. Esto va
para la Nuestra, no se hagan las boludas, decime las cosas de frente. Digo,
fútbol amoroso, obvio, hermoso, pero hay un poquito de competencia… Pero ellas
decían “no, nosotras nos basamos en esto”. Bueno, nosotras nos basamos más en
querer probar, en superarnos un poquito más… Tan competitivo tampoco somos,
¡pará, no vinimo’ a la guerra amiga! Era todo amor,
darnos la mano pero… tu fútbol tampoco era tan bonito [risas]
Para Samantha y Jeanette, el fútbol amoroso
que propugnaban otras agrupaciones no resultaba incompatible con la valoración
de la competencia y el intento de ganar los partidos.
Esta reivindicación de la competencia en La Nuestra es un tema
recurrente, como muestra la siguiente situación observada durante un
conversatorio sobre fútbol feminista:
Jugadoras de distintos equipos estaban sentadas
en ronda junto con integrantes de La Nuestra y de otras agrupaciones
feministas. Cuando llegó el turno de una de las participantes, contó su experiencia jugando en un
equipo, donde le dijeron que “contar los goles no era feminista”. Dirigiéndose
al resto de la ronda, preguntó: “¿Eso es el fútbol feminista?” Las entrenadoras
de La Nuestra respondieron al unísono: “¡No!
Juana: Para nosotras no
Lena: Nosotras no
entendemos el fútbol feminista de esa forma
Juana: Ni nos gusta abrazarnos
a festejar si perdimos 44 a 0. Eso no es lo que pensamos nosotras, pero otras
pueden pensar eso
Marian: ahí es donde
vemos el poder que tienen algunos feminismos que quieren imponer qué es lo
bueno y qué es lo malo.
Cecilia: hay tantos
feminismos como mujeres hay. Yo personalmente no concibo el fútbol como no
contar los goles, o meter un codazo si lo tengo que meter, o una patada. Nos
enseñaron históricamente que somos dulces y buenas, y que ser agresivas está
mal. Y nosotras queremos recuperar la agresividad, que sin ella no hubiéramos
conseguido la cancha.
Las entrenadoras de La Nuestra se
distancian respecto de otras definiciones de fútbol feminista, que apuntarían a modificar los aspectos
competitivos del fútbol, y denuncian un intento de imposición de esta manera de
entender el fútbol. Justamente, a partir de estas discusiones La Nuestra pasó a identificarse
públicamente como una agrupación de fútbol
feminista, villero y comunitario, diferenciándose de otras agrupaciones a
partir del anclaje territorial y situado de su práctica deportiva, así como del
clivaje de clase que atraviesa la disputa con otros modos de definir el fútbol feminista. En este
sentido, cabe preguntarse si los intentos de despojar al fútbol de la competencia y la agresividad
responden a la imposición de una experiencia de la corporalidad propia de
mujeres de clase media. En consecuencia, el rechazo de una corporalidad más
predispuesta al contacto físico y la agresividad, ¿no se convierte en una
estigmatización de aquellas mujeres que prefieren estas formas físicas? (Garriga
Zucal y Noel, 2010: 103).
En cualquier caso, la disputa en torno a la agresividad y la competencia
en el fútbol feminista cobra sentido
al analizarla desde la interpretación del fútbol como una performance de
género. Siguiendo a Butler (2008), el género es performativo, resultado de una
práctica discursiva reiterada en el marco de una matriz heterosexual[IX]. Es decir que el género es
producido a través de una estilización corporal sostenida en el tiempo, mediante
la citación repetida de un código cultural que nos precede como sujetxs. En lare-citación de esos códigos de masculinidad y feminidad,
producimos el género y reactualizamos la norma, pero al mismo tiempo exponemos
su debilidad: en la reiteración se encuentra la posibilidad del desvío, a
través de una cita inesperada de esos códigos culturales que dispute su
autoridad y exhiba su vulnerabilidad en tanto constructos socioculturales (Butler,
2008: 29). El fútbol en la Argentina constituye uno de tales códigos
culturales, una performance de género construida y cimentada como masculina.
Esto configura a las mujeres futbolistas como seres anormales, abyectos, cuyas
prácticas son incoherentes con el orden obligatorio de sexo-género-deseo
definido por la matriz heterosexual. Ahora bien, es justamente allí, a través
de los resquicios de la matriz, donde se abre la posibilidad del cambio: en la
cita de esos códigos futbolísticos, en esta performance de género encarnada en
cuerpos de mujeres, villeras, gordxs, trans, está
latente la posibilidad de re-construir el género (y
el fútbol). Este proceso es incierto, ambivalente, riesgoso; tal es la esencia
de la performatividad:
“Sin un horizonte revolucionario
prefijado, sujeta al juego de la reproducción, la re-invención
y la re-apropiación, la performatividad habita el
tiempo de los presentes cargados de historias, de los órdenes precarios que
construimos y disputamos, de lo que se arriesga (…) en el aquí y el ahora, en
su potencia para armar redes y reconfigurar territorios, para reiventar un pasado y abrirse a un futuro distinto.” (Cano
y Fernández Cordero, 2019: 18-19).
“Fútbol
feminista, villero y comunitario”: Conclusión
En este trabajo
utilizamos las teorías de género para analizar las luchas, discusiones y
tensiones que configuran la relación del feminismo con el fútbol a partir de la
experiencia de La Nuestra en la Villa 31, dando cuenta de la forma en que esta
agrupación recupera prácticas históricas del feminismo, es atravesada por –y
participa de– las discusiones que definen al movimiento en la actualidad, y
construye un fútbol feminista, villero y
comunitario marcado por las particularidades socioculturales que caracterizan
al territorio en el que ancla su práctica. Las integrantes de La Nuestra
politizan sus vidas personales, sus vínculos y sus roles, legitimando su deseo de jugar al fútbol y defendiéndolo
como un derecho inalienable, a partir
de la conquista y la ocupación
sostenida de la cancha, ese espacio público que constituye el punto nodal de la
vida social del barrio Mujica. Habitar ese espacio como mujeres
jugando al fútbol es mucho más que eso, es un
auténtico ejercicio del “derecho a aparecer” (Butler, 2017): en cada ocupación
de ese espacio, en cada partido, torneo o festival, las pibas de La Nuestra exponen y reactualizan su derecho a ser
mujeres, villeras y futbolistas.
En el contexto del Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio
decretado en la Argentina tras la declaración del COVID-19 como pandemia por
parte de la Organización Mundial de la Salud, el acceso al espacio público y a
la práctica deportiva que son constitutivos de La Nuestra se encuentran
imposibilitados. La pandemia expone de manera brutal la precarización de las
vidas en la Villa, el hacinamiento y las deficientes condiciones sanitarias en
las que viven sus habitantes, que dan como resultado una mayor incidencia de
contagios en el barrio respecto de otras zonas. En este contexto, las entrenadoras
de La Nuestra sostienen el vínculo con las pibas
a través de videollamadas, compartiendo videos con rutinas de entrenamiento,
pero sobre todo realizando visitas al barrio para distribuir bolsones de
comida, productos de limpieza, abrigo, garrafas y útiles escolares entre las
familias de las jugadoras. La recaudación del dinero para obtener estos
productos se realiza a partir de una campaña de donaciones divulgada a través
de redes sociales y medios de comunicación.
En este marco, las alianzas tejidas por La Nuestra con otrxs actorxs sociales a lo largo
de sus más de 12 años de historia posibilitan el sostenimiento económico de las
pibas en un contexto acuciante.
Frente a la vulnerabilidad sistemática, inequitativa, y políticamente
producida, estas alianzas desde y contra la “precaridad”[X] reivindican el derecho a
una vida más digna y vivible (Butler, 2017). Es aquí donde el feminismo
encuentra su horizonte de intervención política, en la lucha contra esa
“precaridad” inducida y en la comprensión y aceptación de la precariedad como
condición ontológica (Butler, 2010). Al abrazar nuestra vulnerabilidad y
nuestra mutua dependencia, La Nuestra expresa la convicción de que la
construcción de una sociedad más justa
debe ser colectiva. En un contexto en el que jugar al fútbol no es posible, es necesario pararse en la vida como en la cancha:
juntas.
Bibliografía
ANDERSON, Patricia (2015). “Sporting Women and Machonas: negotiating gender through sports in Argentina,
1900–1946.”Women's History Review, V. 24, Nº 5, pp.
700-720. http://dx.doi.org/10.1080/09612025.2015.1028210
ARENDT, Hannah. (2007). "La esfera pública y la privada" en La condición humana, Paidós, Buenos Aires.
BUTLER, Judith. (2007). El género en disputa, Paidós, Barcelona.
BUTLER,
Judith. (2008). Cuerpos que importan. Paidós,
Buenos Aires.
BUTLER, Judith. (2010). Marcos de guerra. Las vidas lloradas. Paidós, México.
BUTLER, Judith. (2017). “Política de género y el derecho a aparecer” en Cuerpos aliados y lucha política. Hacia una teoría performativa de la asamblea, Paidós, Buenos Aires, pp. 31-70.
CANO, Virginia y FERNÁNDEZ CORDERO, Laura (2019). “Prologo” en Butler, Cano y Fernández Cordero, Vidas en Lucha. Katz, Buenos Aires, pp 9-19.
CASARES, Aurelia Martín (2008). “Pensar a las mujeres: relaciones de género en las corrientes clásicas del pensamiento antropológico”. En Antropología del género. Culturas, mitos y estereotipos sexuales. Cátedra, Madrid, pp. 117-186.
DE LAURETIS, Teresa. (2000). “La tecnología del género”. En Diferencias. Etapas de un camino a través del feminismo. Horas y horas, Madrid.
ELSEY, Brenda y NADEL, Joshua (2019). Futbolera. A History of Women and Sports in Latin America. Universityof Texas Press, Austin.
FAUSTO STERLING, Anne. (2006) “Duelo de los dualismos”. En Cuerpos sexuados. Melusina, Barcelona.
FOUCAULT,
Michel. (2009). Historia de la
sexualidad. I. La voluntad de saber. Siglo XXI, Buenos Aires.
GARRIGA ZUCAL, Jose y NOEL, Gabriel. (2010). “Notas para una definición antropológica de la violencia: un debate en curso”. Publicar, V. 9, pp. 97-121.URL: https://www.researchgate.net/profile/Gabriel_Noel2/publication/279670653_Notas_para_una_definicion_antropologica_de_la_violencia_un_debate_en_curso/links/5d94d1ba299bf1c363f2b45a/Notas-para-una-definicion-antropologica-de-la-violencia-un-debate-en-curso.pdf
GUBER, Rosana. (2013). El salvaje metropolitano. Reconstrucción del conocimiento social en el trabajo de campo. Paidós, Buenos Aires.
HARAWAY, Donna. (1995). “Manifiesto para cyborgs: ciencia, tecnología y feminismo socialista a finales del Siglo XX” en Ciencia, cyborgs y mujeres. La reinvención de la naturaleza. Cátedra, Madrid.
HARTMANN-TEWS,
Ilse y PFISTER, Gertrud. (2005). “Women and sport in comparative and
international perspectives: issues, aims and theoretical approaches”. En Hartmann-Tews, I. y Pfister, G. (eds.) Sport and women. Social issues in
international perspective. Routledge, Londres,
pp. 1-14.
HOOKS, bell (2017). El feminismo es para todo el mundo. Traficantes de sueños, Madrid.
PUJOL, Ayelén (2019) ¡Qué jugadora! Un siglo de fútbol femenino en Argentina. Ariel,
Buenos Aires.
ROSALDO, Michelle (1974). “Women, culture and society:
theoretical overview”. En Rosaldo,
Michelle y Lamphere, Louise. Women, culture and society, Stanford University Press, Stanford,
pp. 153-180.
TREBISACCE, Catalina. (2018). “Habitar el desacuerdo. Notas para una apología de la precariedad política.” Mora, V. 24, pp. 185-190.
VANCE, Carole. (1989). “El placer y el peligro: hacia una política de la sexualidad” en Vance, C. (comp.). Placer y peligro. Explorando la sexualidad femenina. Talasa, Madrid.
⃰⃰ Instituto de Investigaciones
en Estudios de Género- Universidad de Buenos Aires- Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas. Profesor de Enseñanza Media y Superior
en Ciencias Antropológicas - Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos
Aires. Becario doctoral Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y
Técnicas /Instituto de Investigaciones en Estudios de Género. Integrante del
Seminario Permanente de Estudios Sociales del Deporte y del UBACYT
"Deporte, cuerpo y género: etnografías sobre fútbol, CrossFit, running y
boxeo en la ciudad de Buenos Aires". Contacto: esnowel@hotmail.com
Alvarez
Litke, Martín. “Me paro en la cancha como en la vida´: un análisis del fútbol
feminista en la Villa 31 desde las teorías de género” en Zona Franca. Revista del Centro de estudios Interdisciplinario sobre
las Mujeres, y de la Maestría poder y sociedad desde la problemática de
Género, N°28, 2020 pp. 79-104. ISSN, 2545-6504 Recibido: 30 de julio
2020; Aceptado: 21 de octubre 2020 |
[I] En este trabajo utilizaré nombres ficticios para proteger el anonimato de las protagonistas, a excepción de las personalidades públicamente reconocidas, como el caso de Mónica Santino.
[II] Utilizaré cursivas para señalar el discurso de las protagonistas y las categorías propias del campo.
[III] Es ilustrativo de este punto el paralelismo entre la historia del lesbianismo y el fútbol en los Encuentros Nacionales de Mujeres (ENM). Mientras el lesbianismo se introdujo por primera vez en el 3º ENM de 1988 a partir de un taller paralelo, no incluido en la programación oficial, el fútbol siguió un camino similar. En el año 2014 se realizó un encuentro paralelo al oficial, llamado “Encuentro de Mujeres que Juegan Fútbol”. Este encuentro, organizado por La Nuestra junto a otras agrupaciones, se realizó todos los años hasta que en 2018 el fútbol se incorporó a los talleres oficiales del ENM.
[IV] Esto se ve claramente en los casos de las deportistas trans, quienes son acusadas de tener una ventaja física sobre sus competidoras cis-mujeres y deben ajustarse a los niveles hormonales exigidos en los reglamentos para competir en una categoría femenina o masculina.
[V] Con esta afirmación no pretendemos invisibilizar las luchas históricas que llevaron adelante algunas deportistas, desafiando roles de género tradicionales (Anderson, 2015) y luchando por el acceso al espacio público y al tiempo de ocio (Elsey y Nadel, 2019), sino señalar que estas luchas no se enmarcaron como feministas ni fueron prioritarias para el movimiento
[VI] Fragmentos del discurso pronunciado por Mónica Santino frente a la Comisión de Diputados el 24 de abril de 2018. Video del discurso disponible en: https://www.facebook.com/watch/?v=2039521126322014
[VII] Pibas es la categoría nativa mediante la cual las integrantes de La Nuestra (tanto entrenadoras como futbolistas) se refieren a las jugadoras del barrio, independientemente de su edad.
[VIII] Existen otras críticas a la competencia deportiva planteadas desde colectivos feministas que van más allá del cuestionamiento a la violencia física. Tal es el caso de la consigna la Fifa es Monsanto de la agrupación Fútbol Militante, que cuestiona la asociación del fútbol competitivo con la producción de cuerpos estandarizados para producir consumo espectáculo. Fuente: https://www.facebook.com/FutbolMilitante10/photos/a.576317539198189/1412265995603335/ (consultada el 14 de octubre de 2020)
[IX] Butler (2007) define la matriz heterosexual como “la rejilla de inteligibilidad cultural a través de la cual se naturalizan cuerpos, géneros y deseos” (292): “para que los cuerpos sean coherentes y tengan sentido debe haber un sexo estable expresado mediante un género estable (masculino expresa hombre, femenino expresa mujer) que se define históricamente y por oposición mediante la práctica obligatoria de la heterosexualidad” (292).
[X] Butler define la precaridad como “esa condición políticamente inducida en la que ciertas poblaciones adolecen de falta de redes de apoyo sociales y económicas y están diferencialmente más expuestas a los daños, la violencia y la muerte” (Butler, 2010, 46)