El hostigamiento sexual hacia mujeres afrocostarricenses como manifestación racista y misógina en
espacios laborales
Dannia Gamboa Solís
⃰
Verónica González Prado* *
Sigrid Solano Moraga* * *
Resumen
Esta investigación evalúa el hostigamiento
sexual hacia las mujeres afrocostarricenses en el
ámbito laboral. El objetivo primordial se centra en estudiar las
manifestaciones y efectos del hostigamiento sexual laboral en mujeres afrocostarricenses para la inclusión de una mirada
interseccional en la prevención, sanción y erradicación de estas formas de
violencia que afectan sus derechos humanos. Este estudio surge en la coyuntura
de la emergencia por Covid 19, por lo que se
emplearon herramientas de conexión remota para obtener resultados provenientes
de treinta y tres mujeres de diferentes zonas de Costa Rica. Por medio de las
respuestas de estas encuestadas se exponen los resultados sobre las
manifestaciones del hostigamiento sexual, las percepciones, la identificación
del problema y los efectos sobre sus víctimas.
Palabras clave: racismo, misoginia, hostigamiento sexual,
interseccionalidad, mujeres afrocostarricenses.
Sexual harassment in workplaces perpetrated to Afro-Costa Rican women
Abstract
This research studies sexual harassment in workplaces perpetrated to Afro-Costa Rican women. The study focuses on the demonstrations and effects of sexual harassment at work suffered by afro-Costa Rican women, according to an intersectional perspective on the prevention, punishment, and eradication of these forms of violence that affect their human rights. This study initiates during Covid 19 emergency and presents the main results obtained by the responses of thirty- three women, as well as the results on the manifestations of sexual harassment, perceptions, identification of the problem, and the effects on its victims. According to the conclusions, sexual harassment must be evaluated from different circumstances that cross female realities.
Keywords: racism, misogyny, sexual harassment, intersectionality, Afro-Costa Rican women.
La violencia contra las mujeres refiere a las
acciones o conductas que suceden en todos los espacios de participación social,
política, económica y cultural. El reconocimiento de ciertas formas de
violencia puede considerarse casi nulo, incluso por parte de quienes las
sufren. Entre estas manifestaciones se ubica el hostigamiento sexual pues
ocurre de manera sutil, con lo que se torna difícil de aprehender, pues su
ejercicio simbólico ha estado impregnado en el imaginario colectivo.
De acuerdo con Sagot (2008),
la discriminación y la violencia contra las mujeres se confirma como “un
componente estructural del sistema de opresión de género” (p. 36), el cual se
gesta por medio de relaciones de poder. Por lo tanto, aspectos como la edad, el
género, la raza, la condición socioeconómica y las posiciones de jerarquía
sostienen estas conductas y las legitiman.
En el caso específico de las mujeres negras, esta
forma de opresión se vive a raíz de dos componentes que, aunque diferentes, son
interdependientes: el género y la etnia; ambos se viven como experiencias
distintas, pero de forma paralela en el mismo cuerpo y atentan contra el
derecho a tener una vida libre de violencia.
Los discursos socialmente construidos que
racializan los cuerpos de las mujeres negras y los reducen a objetos
sexualizados exponen manifestaciones del hostigamiento sexual relacionadas con
miradas lascivas y ciertas expresiones misóginas –dadas principalmente por
hombres– dirigidas a partes específicas de sus cuerpos, entre ellas, las caderas,
las piernas, el cabello y el color de piel.
En Costa Rica, de acuerdo con el Inamu (2016), fue hasta la década de los 90 que se adoptó
la ley N° 7 476, la cual sanciona el hostigamiento
sexual en los ámbitos del empleo y la docencia. Según datos estadísticos de la
Defensoría de los Habitantes, el 97% de los casos que se tramitan por acoso u
hostigamiento sexual en el país corresponde a denuncias interpuestas por
mujeres, porcentaje que desvela una problemática relacionada con la violencia
que se ejerce mayoritariamente contra las mujeres debido a su género y que
constituye una barrera para su desempeño profesional.
Por su parte, existen pocos estudios sobre el
caso del hostigamiento sexual contra las mujeres negras en el país, aun cuando
la población que se autoidentifica como afrodescendiente es del 7, 77% de un
total de 4 600 000 de habitantes; porcentaje del cual 161.402 son mujeres, de
acuerdo con el Inamu, basado en el censo nacional de
2011.
Según otros datos del mismo censo en relación con
esta población, se indica que el porcentaje con algún tipo de trabajo
remunerado es del 54,4%. De este porcentaje solamente el 35,6% de las mujeres
afrodescendientes tiene esta condición en comparación con el 72% de los hombres
afrodescendientes. Como se observa, para esta población de mujeres
afrodescendientes persisten las brechas raciales.
Ante estos datos, esta investigación pretende
visibilizar la intersección de distintas formas de opresión contra las mujeres,
en la que la vivencia del racismo y la misoginia se experimentan y se
desarrollan en un mismo cuerpo. En el caso del hostigamiento sexual laboral, se
muestra como expresión implícita cuya finalidad es la expulsión de las mujeres
de los espacios públicos, históricamente conservados para los hombres.
Por lo tanto, a partir de la interseccionalidad
presente en los casos de violencia sexual –específicamente en el hostigamiento
– que viven las mujeres a diario, este artículo tiene como objetivo estudiar
las manifestaciones y efectos del hostigamiento sexual laboral en mujeres afrocostarricenses con la finalidad de incluir una
perspectiva interseccional con la que se prevengan, sancionen y erradiquen
estas formas de violencia. A continuación, se desglosan tres fines específicos del estudio:
-
Identificar las
principales manifestaciones de hostigamiento sexual que han sufrido mujeres afrocostarricenses en sus ámbitos laborales.
-
Exponer los efectos de
esta forma de violencia en la vida de las mujeres afrocostarricenses
desde una perspectiva de género en los derechos humanos.
-
Incorporar una mirada
interseccional para el entendimiento de una problemática compleja, tal como lo
es el hostigamiento sexual laboral.
Con el fin de desarrollar estos objetivos, se
propone una metodología enfocada en una perspectiva interseccional sobre la
violencia y la discriminación hacia las mujeres; se emplea, por lo tanto, el
género, el racismo y los derechos humanos de las mujeres como ejes
fundamentales. Aunado a esto, se emplea un enfoque cualitativo que se caracteriza
por mantener una lógica inductiva con la que se establece una relación
dialéctica entre teoría y la percepción, así como la vivencia de las personas.
Esta investigación propone, a su vez, profundizar
en la subjetividad de la población que participa en el proceso, para lo que se
toma en cuenta a Hernández, Fernández y Baptista (2010), en relación con sus
estipulados sobre la investigación cualitativa, en donde la perspectiva y la
experiencia de las personas es fundamental y parte de esta para la construcción
de conocimiento.
Asimismo, el alcance
de la investigación es de tipo descriptiva, en este sentido, la especificidad
del estudio se centrará en la realidad de las mujeres afrocostarricenses
en relación con las manifestaciones y consecuencias del hostigamiento sexual
dentro del contexto laboral.
Muestra
Se cuenta con una muestra seleccionada a
conveniencia y no representativa, ya que se trata de un estudio cualitativo que
busca generar análisis a partir de las percepciones de las participantes. Esta
muestra se conforma por treinta y tres mujeres que se identifican como afrocostarricenses y que se caracterizan por estar activas
laboralmente (al momento de realizar la investigación), residir en diferentes
sectores del país –predominantemente en las zonas de Limón y Siquirres– y tener
un promedio de edad de 39 años.
Recolección de datos
Se recolectaron datos para su posterior análisis,
para lo que se empleó un cuestionario compuesto por dieciséis preguntas, de las
cuales las dos primeras se centran en identificar características
sociodemográficas. El resto de las preguntas se orienta a la identificación de
los conocimientos sobre hostigamiento sexual, la asociación entre esta forma de
violencia y el racismo, así como la vivencia de situaciones de acoso en sus espacios
de trabajo y, finalmente, los procesos de denuncia que se han seguido en casos
de hostigamiento sexual laboral.
Procedimiento
El cuestionario fue respondido a través de la
plataforma digital Formularios de Google,
modalidad empleada debido al contexto de la pandemia por COVID-19. La
información recopilada fue debidamente sistematizada por medio de matrices de
texto y gráficos, para proceder con el respectivo análisis.
Conceptos necesarios para la comprensión del estudio
Racismo, discriminación e interseccionalidad
Dado que los conceptos de raza y etnia se tienden
a confundir, nos basamos en los estipulados de Hopenhayn
y Bello para diferenciarlos; los autores proponen lo siguiente: “Mientras la
raza se asocia a distinciones biológicas atribuidas a genotipos y fenotipos,
especialmente con relación al color de la piel, la etnicidad se vincula a
factores de orden cultural, si bien con frecuencia ambas categorías son
difícilmente separables” (2001, p. 7.).
Entendemos, con la cita, que las supuestas diferencias
biológicas sustentadas en estudios cientificistas son la base encontrada por
los discursos de poder para la clasificación humana, desde diferentes períodos
históricos, como inferiores a partir de la concepción de las “razas”. Con ello,
se ejerce, además, la “negación del otro” como medio de exclusión, e implica
para esos “otros” el no tener posibilidades de acceder a diferentes dinámicas
sociales y económicas. De esta manera, los cuerpos “no blancos” quedan
supeditados a los cuerpos con poder, lo que origina el racismo, explicado, para
el contexto americano del siguiente modo:
El racismo regula las
clasificaciones de comunidades humanas en base a la sangre y al color de piel.
Mientras que en España, “conversos” y “moriscos”
marcaban la mezcla de sangre con la religión, en América, fueron los/las
mulatos/mulatas y los/las mestizas quienes ocuparon el lugar equivalente.
Quienes clasificaban, quienes controlaban el saber, eran hombres cristianos y
blancos (Mignolo 2000: 9).
Las estructuras vejatorias impuestas por
cuestiones de piel se ligan, en este estudio, a las de género; se debe
considerar que las mujeres negras reciben una doble discriminación; las mujeres
por categorizarse como tales sufren de desigualdades por el establecimiento de
jerarquías para mantener un supuesto orden social. Estas jerarquías proponen la
supremacía de un género (masculino) sobre el otro (femenino) sustentado en el
patriarcado, el cual se entiende como:
el poder de los padres:
un sistema familiar y social, ideológico y político con el que los hombres —a
través de la fuerza, la presión directa, los rituales, la tradición, la ley o
el lenguaje, las costumbres, la etiqueta, la educación y la división del
trabajo— determinan cuál es o no es el papel que las mujeres deben interpretar
con el fin de estar en toda circunstancia sometidas al varón (Rich, citado por Carvajal y Delvó
2010: 61).
Lugones (2012) propone que, en América, desde la
época colonial, las mujeres racializadas (negras o indígenas) perdían su condición
humana, pues además de ejercer trabajos pesados, eran explotadas sexualmente
por su percepción como objetos a la orden de los hombres colonizadores:
Las hembras no-blancas
eran consideradas animales en el sentido profundo de ser “sin género”, marcadas
sexualmente como hembras pero sin las características
de la femineidad. Las hembras racializadas como seres inferiores pasaron de ser
concebidas como animales a ser concebidas como símiles de mujer en tanto
versiones de “mujer” como fueron necesarias para los procesos del capitalismo eurocentrado global (Lugones 2012: 45).
Se entiende, entonces, que las mujeres no blancas
sufren de un estatus más bajo que la mujer de por sí discriminada, al mismo
tiempo que pierden sus cualidades femeninas para ser objetos de trabajo. Estas
ideas, a pesar de la ausencia de razones científicas, es lo que podríamos
denominar la base de una sociedad que define jerárquicamente unos cuerpos sobre
otros. De este modo, para el caso de Latinoamérica, la imposición hegemónica de
un modelo universal de mujer es mecanismo que buscar moldear las experiencias
femeninas desde contextos de dominación históricos (Stolcke
en Wade, Urrea Giraldo y Vigoya, 2008: 16).
Como se observa previamente, los enfoques de
estudio sobre las problemáticas que experimentan las mujeres se deben
vislumbrar desde las diferentes aristas que logren capturar sus realidades y
discursos de poder. El término fue propuesto por Kimberly Crenshaw,
en 1989 para contrarrestar la tendencia de visualizar el género y la raza por
separado. De este modo, Crewshaw
analiza el término:
The process of social construction or categorization is not a unilateral process: there is a give and take in any system of categorization. One need only think of the category "black" to understand that it is not a one-way street. There is, of course, unequal power, but there's nonetheless some degree of agency that people can and do exert in the politics of naming (Crenshaw 1995: s.p.).
La autora propone que existe un sistema de
categorización social que no permite más que una arista en su entendimiento. De
este modo, por ejemplo, la problemática de una persona negra se estudiaba en sí
misma, sin asociarla con otras categorías como clase, casta, raza, color,
etnia, religión, origen, orientación sexual, etc.
Este enfoque es indispensable para comprender que
la problemática del hostigamiento sexual tiene matices significativos si es
sufrido por una mujer negra, quien es construida y “marcada” por su color de
piel. De manera que, para el caso de las mujeres racializadas, es imposible
separar su experiencia de las opresiones raciales, clasistas y sexuales, como
lo plantean los feminismos negros (Wade en Wade, Urrea Giraldo y Vigoya, 2008: p. 20).
El cuerpo femenino y negro
Con la finalidad de entender los comportamientos
discriminatorios que viven las mujeres afrocostarricenses,
es necesario explicar cómo se concibe simbólicamente el cuerpo de estas en el
ideario fundado en la cultura patriarcal desde la colonia, tal y como se
fundamentó en el apartado previo.
Bourdieu (1998) explica la relación del poder
simbólico con el cuerpo: “La fuerza simbólica es una forma de poder que se
ejerce directamente sobre los cuerpos y como por arte de magia, al margen de
cualquier coacción física” (54). De este modo, las mujeres se someten
involuntariamente a las conductas subordinantes, propias de los discursos ideologizantes presentes en la cultura.
De este modo, la dominación sobre los cuerpos se
naturaliza y se pone en práctica tanto por los dominados como por los
dominadores, quienes la admiten inconscientemente, con lo que se socializa o se
universaliza:
La violencia simbólica
se instituye a través de la adhesión que el dominado se siente obligado a
conceder al dominador (por consiguiente, a la dominación) cuando no dispone,
para imaginarla o para imaginarse a sí mismo o, mejor dicho, para imaginar la
relación que tiene con él, de otro instrumento de conocimiento que aquel que
comparte con el dominador y que, al no ser más que la forma asimilada de la
relación de dominación, hacen que esa relación parezca natural; o, en otras
palabras, cuando los esquemas que pone en práctica para percibirse y
apreciarse, o para percibir y apreciar a los dominadores (alto/bajo,
masculino/femenino, blanco/negro, etc.), son el producto de la asimilación de
las clasificaciones, de ese modo naturalizadas, de las que su ser social es el
producto (Bourdieu 1998: 52).
Esta proyección de los cuerpos como parte de una
naturaleza determinada se consolida a partir de estructuras fundamentales, que
se simplifican a partir de dualidades: blanco/negro, delgado/ grueso, bueno/
malo, lindo/ feo, que son conocidas y reconocidas socialmente: “el cuerpo
percibido está doblemente determinado desde un punto de vista social” (Bourdieu
1998: 85). En ese reconocimiento se basa la efectividad de ese poder simbólico,
que establece la contraposición entre un cuerpo real contra uno ideal o entre
patrones aceptados o no aceptados.
A estas valoraciones construidas socialmente, se
agrega que son históricas y, además, permiten “asociar unas propiedades
«psicológicas» y «morales» a unos rasgos corporales o fisonómicos. Esta idea
propone la existencia de estereotipos que calan en el ideario cultural sin
deconstrucción, en muchos casos.
De esta manera, la generación de valores y
percepciones subjetivas, aunado a un pasado colonial, expone sobre los cuerpos
de las mujeres negras e indígenas preconcepciones sobre sus cuerpos y su forma
de ser, en general, que desde un vistazo al pasado han contrastado con las de
las mujeres blancas:
Históricamente, la
caracterización de las mujeres europeas blancas como sexualmente pasivas y
física y mentalmente frágiles las colocó en oposición a las mujeres
colonizadas, blancas, incluidas las mujeres esclavas, quienes, en cambio, fueron
caracterizadas a lo largo de una gama de perversión y agresiones sexuales y,
también, consideradas lo suficientemente fuertes como para cambiar cualquier
tipo de trabajo (Lugones 2012: 49).
Estas cargas simbólicas sobre los cuerpos de las
mujeres negras establecidos en un pasado cuentan con resabios en la
contemporaneidad, que evaluaremos en la presente investigación.
Finalmente, otro modo de entender la
sexualización de los cuerpos de las mujeres afrodescendientes tiene que ver con
el deseo ambivalente que siente el sujeto hacia “el otro”. En este caso, Wade
(basado en Fanon, Butler, Stoller y el psicoanálisis,
entre otros) indica que, históricamente, el otro (en este caso, la mujer
afrodescendiente), es amenazante pero a la vez
deseado: “El otro, que es el inconsciente y también la madre perdida, es el
objeto del deseo, pero al mismo tiempo, objeto de agresión porque está
prohibido y representa la ruptura de la unidad” (Wade, 2008, p. 59).
Hostigamiento sexual
La Ley contra el hostigamiento sexual en el
empleo y la docencia en Costa Rica entiende por hostigamiento sexual o acoso
sexual: “toda conducta sexual indeseada por quien la recibe, reiterada y que
provoque efectos perjudiciales en los siguientes casos: a) Condiciones
materiales de empleo y docencia, b) Desempeño y cumplimiento laboral o
educativo, c) Estado general de bienestar personal” (2011, art. 3).
El hostigamiento, de acuerdo con Carvajal y Delvó (2010), pasa desapercibido o, lo que es similar, se
naturaliza, lo anterior porque parece que las mujeres lo “pasan como algo que
tiene que suceder entre el jefe y la subalterna, el docente y la/el estudiante,
entre compañeras y compañeros de trabajo o de estudio” (Carvajal y Delvó 2010: 62). Esto se debe a conductas que son
atribuidas a los hombres; de manera que, desde el discurso de las
masculinidades, él debe conquistar y ella ser un receptáculo del deseo de él.
Manifestaciones del hostigamiento sexual
El Tercer
Estado de los Derechos Humanos de las Mujeres (Inamu,
2019) manifiesta que esta conducta es frecuente en el país y se basa, para
comprobarlo, en la Encuesta Nacional sobre Salud Sexual y Reproductiva de 2015,
que exterioriza que las mujeres sufren en mayor medida de conductas que recaen
en la definición de hostigamiento sexual: “Entre las más comunes se encuentran
“expresiones o piropos” (73% de las mujeres), “miradas insinuantes” (65% de las
mujeres), “chistes sexistas” (57% de las mujeres) y “comentarios sobre el
cuerpo o manera de vestir” (56% de las mujeres) (Inamu
2017: 214).
De acuerdo con la Organización Internacional del
Trabajo (OIT) y Reyes (2008), el hostigamiento puede presentarse de dos
maneras:
a. Por chantaje: cuando se condiciona a la
víctima a que acceda a comportamientos de connotación sexual, con la promesa de
algún beneficio, como aumento de sueldo, promoción laboral, etc. Este es el
denominado quid quo pro (“tome y
deme”).
b. Con un ambiente hostil de trabajo: intimida o
humilla a la víctima.
La OIT (2013), además, expone que los
comportamientos que se califican como acoso sexual pueden ser de naturaleza:
a. Física: violencia física, tocamientos,
acercamientos innecesarios.
b. Verbal: comentarios y preguntas sobre el
aspecto, el estilo de vida, la orientación sexual, llamadas de teléfono
ofensivas.
c. No verbal: silbidos, gestos de connotación
sexual, presentación de objetos pornográficos (213: 2).
A estas manifestaciones, Ramírez (2016) agrega
una cuarta y es la digital, la cual incluye mensajes escritos con contenido
sexual, dirigidos al correo electrónico o por mensajería de texto que puede
presentarse como videos, post, gifs, audios dedicados a la persona
hostigada o tomar fotografías sin consentimiento.
Asimismo, se presentan algunos ejemplos de
hostigamiento sexual:
Tabla
1. Ejemplos de conductas que responden a hostigamiento
sexual (2013):
•
Contacto físico
innecesario y no deseado. •
Observaciones molestas
y otras formas de acoso verbal. •
Miradas lascivas y
gestos relacionados con la sexualidad. •
Petición de
favores sexuales. •
Insultos,
observaciones, bromas e insinuaciones de carácter sexual. •
Comentarios, bromas,
gestos o miradas sexuales. •
Manoseos, jalones o
pellizcos en forma sexual. •
Restregar a la víctima
contra alguien de un modo sexual. •
Propagar rumores
sexuales acerca de la víctima. |
•
La utilización o
exhibición de material pornográfico. •
Jalar la ropa de manera
sexual. •
Mostrar, dar o dejar
imágenes sexuales, fotografías, ilustraciones, mensajes o notas sexuales. •
Escritos, mensajes
(pintas, grafitis) sexuales acerca de la víctima, en paredes de los baños,
vestuarios, etc. •
Forzar a besar a
alguien o a algo más que besar •
Llamar a la víctima
“gay” o “lesbiana”. •
Espiar mientras se
cambia o está encerrada en un sanitario. •
La utilización o
exhibición de material pornográfico. |
Consecuencias del hostigamiento sexual
De acuerdo con Carvajal y Delvó
(2010), los efectos del hostigamiento sexual son inconmensurables y perduran en
el tiempo. De este modo, el hostigamiento sexual influye en el desempeño
laboral e impacta la salud de las personas y afecta a las víctimas, a los
empleadores o jefes de la institución y a la sociedad en general.
Las víctimas pueden sufrir enfermedades físicas o
mentales, tener cambios de comportamiento o sufrimiento psicológico, e incluso,
sufrir un aumento de accidentalidad. Los segundos, pueden verse afectados en la
productividad de la empresa o de la institución, en la rotación de recursos
humanos, en gastos en indemnizaciones y en el deterioro de las relaciones entre
personas trabajadoras. Respecto de la sociedad, esta se ve afectada en los
costes por el reingreso de víctimas, el incremento de violencia y segregación
laborales, dificultad en el acceso de mujeres a trabajos tradicionalmente
dominados por hombres.
Por otro lado, en el ámbito laboral, el
hostigamiento corresponde para las víctimas mujeres en un aspecto negativo que
impide su crecimiento como trabajadoras:
Si bien la tasa de
participación de las mujeres en el mercado laboral se ha incrementado, esto no
implica necesariamente que el ámbito laboral esté evolucionando de manera
positiva para las mujeres. Aun nos encontramos con procesos de discriminación
que se traducen en obstáculos para el desarrollo de la trayectoria profesional
y laboral de las mujeres en igualdad de condiciones que los hombres (Ayala,
Cabezas y Filippis 2011: 4).
Con los datos anteriores, consideramos que es
indispensable evaluar el hostigamiento como conducta naturalizada y su
intersección con el eje de raza- etnia en la cultura costarricense, con el fin
de brindar datos respecto de la percepción del acoso por las mismas mujeres que
lo han sufrido.
Instrumento
Ante la coyuntura mundial sucedida por la
emergencia SARS-CoV-2, acontecida desde el 2020, la investigación se realizó de
modo virtual, por medio de un consentimiento informado y anónimo, entre los
días 22 al 27 de octubre de ese año. Para proceder a un acercamiento de las
actitudes, percepciones y conocimientos sobre hostigamiento sexual laboral por
parte de las mujeres que se identificaron como afrocostarricenses,
se llevó a cabo un cuestionario con un total de 14 preguntas y se difundió a
través de la plataforma Google Forms (Formularios de Google). Por estas circunstancias
de virtualidad, y con la motivación de tener un panorama general y no disminuir
el punto de alcance, no se eligió una zona del país en particular.
La encuesta contempló distintos ejes de interés
relacionados con el hostigamiento sexual laboral, entre los que se destacan:
➔ Conocimiento
general sobre hostigamiento sexual.
➔ Percepción
del hostigamiento sexual en sus lugares de trabajo.
➔ Frecuencia
con la cual ocurre.
➔ Sexo
de las personas hostigadoras.
➔ Relación
laboral con la persona hostigadora.
➔ Relación
y percepción entre hostigamiento sexual y discriminación racial.
➔ Principales
manifestaciones del hostigamiento sexual.
➔ Denuncias y sus resoluciones.
Sistematización y análisis de la información
El proceso de sistematizar y analizar los datos
obtenidos en el cuestionario partió de la organización de la información a
través de gráficos de texto.
Para ello, a partir del análisis de cada una de
las respuestas, se desprendieron tres categorías:
1.
Racialización del hostigamiento sexual: relación entre hostigamiento sexual y
hostigamiento racial.
2.
Manifestaciones:
identificación y percepciones del hostigamiento sexual en el ámbito laboral.
3.
Efectos: consecuencias
del hostigamiento sexual en el trabajo, la salud y la afectación de este en los
derechos humanos de las mujeres.
Estas categorías permitieron un proceso de
integración y reflexión junto con la teoría previamente identificada, así como
la generación de insumos para próximas investigaciones en la materia.
Análisis de resultados
Por medio de la encuesta, se recopiló la
información de treinta y tres mujeres residentes de diferentes partes del país
(Figura 1), las cuales oscilan en un promedio de treinta y siete años.
Nota: Elaboración propia.
Sobre este resultado, es interesante ver que la
mayoría de entrevistadas proviene de la provincia de (Limón y Siquirres), ya
que coincide con el espacio en el que tradicionalmente se ubica la población
del país. De acuerdo con el Inamu, en el cantón
Central de Limón y de Talamanca vive un 45% de la población que se identifica
como afrodescendiente.
La racialización del hostigamiento sexual
De acuerdo con las respuestas recopiladas, el
100% de las mujeres participantes ha escuchado hablar sobre hostigamiento
sexual. No obstante, en el transcurso del cuestionario se evidencian
incongruencias en sus respuestas con respecto a su identificación, así como de
la correlación entre hostigamiento sexual y hostigamiento racial.
De acuerdo con Buchanan y Fitzgerald (2018),
ambas formas de hostigamiento se entrelazan en sus manifestaciones y en
conjunto posicionan a las mujeres afrodescendientes en un espacio de mayor
vulnerabilidad frente a estas manifestaciones de violencia dentro de sus
espacios laborales.
La atención del hostigamiento sexual en mujeres
afrodescendientes corresponde a una observación que trasciende el género y que
a la vez complejiza las relaciones sociales, lo cual también se vuelve aún más
profundo para quienes lo experimentan debido a una naturalización de la
violencia de la cual son víctimas.
Por ello, los aportes de María Lugones sobre el
análisis interseccional son valiosos para este trabajo. Lugones (2005)
establece que las diferentes formas de opresión no funcionan en una capacidad
de divisibles; es decir, la raza y el género se manifiestan en una fusión que
no es separable, por lo que afirmar que la interseccionalidad es solamente un
entrecruce de opresiones que se pueden separar, es solapar o encubrir esta
inseparabilidad. Lo que provoca que a “dondequiera que miremos, encontramos el
solapamiento de opresiones que nos incapacita para percibir y resistir a las
opresiones como mezcladas y fundidas” (70).
Este solapamiento simbólico de las opresiones se
observa a través del cuestionario aplicado, partiendo por la pregunta sobre
considerar que existe una relación entre el hostigamiento sexual y la etnia. En
este caso, el 58% de las respuestas indicaron que no existe dicha relación,
mientras que el 42% afirma un entrelace.
Las respuestas previas varían en relación con la
pregunta sobre haber recibido comentarios o bromas sexuales con respecto de su
cuerpo, con la que un 79% de las respuestas confirman haber sido víctimas de
esta forma de hostigamiento y, entre los tipos de comentarios e insinuaciones
que han presenciado, prevalecen los relacionados con su color de piel y partes
específicas de su cuerpo que han sido comúnmente hipersexualizadas en las
mujeres negras (Figura 2).
De acuerdo con Bourdieu (1998), la dominación que
se añade sobre los cuerpos se tiende a naturalizar y, por ende, se
universaliza. A partir de procesos de socialización sumergidos en lógicas
patriarcales, tampoco se cuestiona la dominación masculina que ha prevalecido
sobre los cuerpos de las mujeres. Foucault, por su parte, expone sobre la
exploración del cuerpo como territorio de inscripción de las relaciones de
poder:
el cuerpo es el
territorio donde se inscribe la cultura, la clase social, la etnicidad, el modo
de estar y, sobre todo, el género. Dentro de estos constructos, el género y la
sexualidad, expresados en el cuerpo como lo visible, atribuyen sentidos a las
prácticas individuales y sociales que son reconocidas y al mismo tiempo
reproducidas por los sujetos (1992: 166).
Por ello, la arbitrariedad cultural de ciertos
estereotipos pareciera no encontrar la necesidad de ser deconstruidos en la
contemporaneidad; están tan impregnados en los procesos de socialización que
llegan a carecer de sentido y reconocimiento por parte de las mismas personas
que sufren la opresión.
A lo anterior se suma a la exaltación impuesta
sobre la sexualidad de las mujeres negras, aunado en la caracterización
histórica de las mujeres esclavas sobre los elementos de la perversión y las
agresiones sexuales, como se explicó previamente.
Nota: Elaboración propia.
La fusión de ambos sistemas de opresión,
patriarcado y racismo, se arrastra hasta la actualidad, dado que las
percepciones de las mujeres entrevistadas evidencian la inseparabilidad entre
hostigamientos sexual y racial, en el momento de expresar los (mal) nombrados
“elogios” o comentarios con respecto del cuerpo de las mujeres afrocostarricenses. Además, se sostiene un carácter
permisivo por parte de los hostigadores a través de una hipersexualización de
ellas.
Con base en lo anterior, la interpretación
correlacional entre ambas formas de hostigamiento se torna divergente en el
caso de si las entrevistadas consideran que el trato recibido como mujeres es
distinto al que se les brinda a las mujeres no racializadas. Un 58% afirma que
efectivamente hay una diferencia. Es importante resaltar que, en este ítem en
particular, la pregunta no se relaciona directamente con el hostigamiento
sexual, por lo que da paso a una visión que se aleja de un reconocimiento de la
violencia sexual desde la categoría etnia.
Por lo tanto, los comentarios en relación con la
diferenciación afirmativa entre mujeres afrocostarricenses
y mujeres no racializadas se centran en una caracterización histórica de
subordinación de las personas negras que ha resultado más expuesta a través de
los años y que no se ubica explícitamente en una connotación sexual del cuerpo,
pero que no deja de ser hostigamiento racial:
-
Cargas laborales
diferenciadas, específicamente entre posiciones de jefatura, donde se minimiza
a la persona y se subestiman sus capacidades para desempeñarse laboralmente.
-
Invisibilización de las personas afrodescendientes en los medios de comunicación y la
publicidad.
-
Discriminación o trato
diferenciado en lugares públicos. Por ejemplo: al hacer reservaciones en un
restaurante, por lo general les otorgan espacios en lugares poco visibles.
-
Discriminación por la
forma de hablar y por el peso.
-
No ser tomadas en cuenta.
El color de piel, de acuerdo con las respuestas,
marca el trato diferenciado al señalar que se es “negra”, como lo indica una de
las respuestas. Y continúa explicando que no es común que las personas se
dirijan a una no racializada como “blanca” o: “a mí no me gustan las negras
porque se ven como tierrosas”. La sociedad sigue
siendo muy discriminatoria en estos aspectos (mujer, 25 años).
A partir de distintos procesos históricos se ha
aceptado una competición por la supervivencia entre las “razas humanas” y, en
esta lucha, también se justifica –desde teorías como la darwiniana– el proceso
moderno de colonización y la construcción categórica de “los otros”
(Sánchez-Arteaga, Sepúlveda y El-Hani, 2013: 61).
Dentro de un sistema global de poder, mediante el
cual se apoyan y sustentan las interseccionalidades, se establecen las zonas
del ser y no ser, una zona implantada no por cuestiones geográficas, sino por
una posición de las relaciones de poder. Mediante esta línea divisoria, la raza
se ve atravesada por las relaciones de opresión que también involucran clase,
sexualidad, género, etnia, entre muchas, como una forma de jerarquización de
cuerpos que importan más que otros. Hopenhayn y Bello
(2001) expresan que:
el peso del argumento
racial ha pasado del discurso científico al imaginario social, sobre la base de
variaciones fenotípicas con que cada sociedad construye significados en el
contexto de sus experiencias históricas [...] Esta negación del otro se expresa
de distintas maneras entre sujetos y grupos sociales, sea mediante mecanismos
simbólicos y acciones cotidianas, sea como políticas sistemáticas y oficiales
de Estados o gobiernos, como en el caso de los regímenes que han aplicado
métodos de apartheid (8).
Por lo tanto, mientras la zona del ser constituye
el privilegio racial, en la zona del no ser se encuentra lo subhumano o no
humano; “aquellos que son considerados como diferentes desde el punto de vista
de la comunidad ideal o hegemónica, constituida por “nosotros/as” (Weis 2013: 61).
Desafortunadamente, conceptos biologicistas aún
surten efecto para jerarquizar las relaciones humanas y justificar las
relaciones de poder y de dominación de diversos grupos de personas, tal y como
lo hicieron constatar las mujeres participantes, con la pregunta sobre si
consideran que la reacción ante una forma de hostigamiento sexual variaría si
el hostigador fuese un hombre afrodescendiente o un hombre no racializado
(figura 3).
Nota: Elaboración propia.
Mediante
esta interrogante, las entrevistadas establecen que existen tratos
diferenciados regidos por la etnia. El 88% de las encuestadas establece que no
reaccionaría de forma distinta ante el hostigamiento sexual recibido por parte
de hombres afrodescendientes. Ante esto, las mujeres apelan que no debería
porqué existir una distinción entre hombres negros y blancos ya que cualquiera
que sea el caso debe confirmarse como una expresión violenta meritoria de
castigo. Sin embargo, uno de los diecisiete comentarios expuestos señala:
Los hombres
afrodescendientes tienen diferente manera de tratar y creo que se considera
menos ofensivo el hecho de ser del mismo color de piel, esto se debe a que los
hombres no racionalizados tienen a ser más ofensivos en el momento de hostigar
y cae más grotesco. Y esto no sólo se remonta al hostigamiento como tal, sino
que va más allá de la discriminación que se sigue sufriendo por parte de los
demás (mujer, 25 años).
La contextualización racial que describe este
comentario se considera paralela a uno de los estudios realizados por Nicole Buchannan. Buchannan (2018)
evidencia que una de las dificultades que presentan las mujeres
afrodescendientes al momento de sufrir hostigamiento sexual resulta en el temor
de ser acusadas de traición por su propia etnia en el caso que el hostigador
sea un hombre negro.
Aunque en esta investigación no se profundiza en
la percepción del hostigamiento sexual que sucede específicamente entre
personas afrodescendientes, el eje interseccional funciona como análisis
significativo para resaltar que las relaciones entre personas se construyen a
través de diferentes formas de opresión en las cuales también sucede dominación
de unas personas sobre otras.
En consonancia, aunque los sistemas globales de
dominación como el patriarcado, el clasismo y el racismo efectivamente operan
de manera distinta en mujeres y hombres, “tampoco son sistemas que funcionan de
forma separada, sino complejamente interrelacionados” (Cumes, 2009, p.4). Por esto,
es esencial abordar el hostigamiento desde un eje integral de atención.
Desde este apartado, se demuestra la importancia
de la transversalización de la categoría raza para prevenir y sancionar el
hostigamiento sexual en mujeres afrodescendientes. Soslayar las manifestaciones
y los efectos de la racialización en la aprehensión
del hostigamiento sexual potencia el encubrimiento de las diferentes formas de
opresión, las cuales crean desigualdad en todos los espacios de vida de las
mujeres y que violenta sus derechos.
Manifestaciones del hostigamiento sexual
El cuestionario aplicado permite observar y
afirmar una serie de manifestaciones del hostigamiento sexual en relación con
la documentación estudiada, tales como comentarios, insinuaciones y bromas de
carácter sexual. De acuerdo con el apartado anterior, estos comentarios se
formulan a partir de elementos raciales y se potencian a través de prejuicios
sexuales con respecto de las mujeres negras.
Sin embargo, la prevalencia de esta forma
específica de hostigamiento –según las mujeres encuestadas– carece de
identificación por parte de quienes lo sufren, por lo que conlleva a un
reconocimiento poco frecuente en sus lugares de trabajo y, por ende, a una
acción de denuncia reducida.
Percepciones sobre el hostigamiento
sexual
Para este punto del artículo, los aportes de
Torres sobre la violencia son esenciales. La autora expone que pensar en la
violencia como un acto relacionado con las guerras o con la violencia física
podría confirmarse como lo más sencillo. No obstante, las formas en que esta
actúa se transforman y varían en contextos determinados, por lo que puede ser
tan evidente como un ataque bélico o tan sutil e invisibilizada como la
violencia contra las mujeres. Sobre esta última, la autora plantea que solo a
través de un buen trabajo de conciencia se podrían identificar manifestaciones
de la violencia contra las mujeres como el hostigamiento sexual, la violación o
el maltrato de un compañero íntimo.
Lo anterior encuentra su sustento con Segato (2003), quien expone que las diferentes estructuras
existentes de violencia se manifiestan como parte de la “normalidad”, “lo que
sería peor, como un fenómeno “normativo”, es decir, que participa del conjunto
de las reglas que crean y recrean esa normalidad” (2003: 132). Por lo tanto,
los resultados del cuestionario se muestran incongruentes entre la cantidad de
mujeres que han percibido comentarios o bromas sexuales respecto de su cuerpo y
la poca frecuencia con la que se identifica el hostigamiento sexual en sus lugares
de trabajo (Figura 4).
Nota: Elaboración propia.
Con la pregunta “¿Ha recibido comentarios o
bromas sexuales respecto de su cuerpo (de manera presencial o por medios
tecnológicos o virtuales)?”, se desprende que el 78% de las mujeres
participantes afirmó la presencia de estas actitudes en diferentes ámbitos. Sin
embargo, dado que estos comportamientos particulares del hostigamiento se
combinan con la naturalización simbólica de los estereotipos que se inscriben
en los cuerpos, entendemos que la impresión sobre el tema puede sesgarse o
advertirse como comportamientos comunes.
Identificación
En cuanto a la identificación de las personas
hostigadoras, los hombres se conforman como los principales victimarios. Lo
anterior, y con base en los aportes de Bonino (2002), se sustenta en una
génesis patriarcal de las relaciones de género donde la construcción de las
masculinidades, principalmente la hegemónica, se apoya en una organización de
dominación social y cultural de las relaciones mujer/hombre, principalmente a
partir del control y la jerarquización masculina.
A su vez, esta respuesta coincide, igualmente,
con encuestas nacionales que muestran que los hombres son, primordialmente,
quienes cometen acoso a las mujeres. Además, si se retoman los datos arrojados
por el Sistema Unificado de Medición de la violencia de Género en Costa Rica (Sumevig, 2018), se puede observar que un total del 97,8% de
las denuncias por hostigamiento suceden en contra de hombres.
Esta conducta, asociada a patrones socioculturales
masculinos, se sustenta en un sistema que impone el poder de estos sobre las
mujeres, actitud que perjudica seriamente el desenvolvimiento de las mujeres en
su espacio laboral. Esto último se correlaciona con la pregunta “¿Cuál es o era
la relación laboral con la persona hostigadora?”, en la cual cuatro mujeres, de
las treinta y tres participantes, manifiesta que el acoso provino de personas
en puestos de jefatura.
Es importante rescatar que este dato también
coincide con los expuestos por el Sumevig (Sistema
Unificado de Medición de la violencia de Género en Costa Rica, 2018), que
expone a los compañeros y las compañeras laborales, así como superiores
jerárquicos como principales responsables de hostigamiento de acuerdo con la
persona denunciante, por lo que se mantiene una perpetración de la erotización
del poder sobre quien se considere débil, en este caso, sobre la mujer.
Esta información se correlaciona con la siguiente
imagen que expone la relación entre el hostigador con las mujeres encuestadas
que recibieron acoso laboral (Figura 6). Cuatro mujeres, de las treinta y tres
participantes, manifiesta que el acoso provino de personas en puestos de
jefatura.
Nota:
Elaboración propia.
En la mayoría de respuestas se observa que la relación
de compañeros es la más frecuente. Sin embargo, la posición jerárquica de los
puestos de trabajo no se explicita, por lo que se vuelve difícil diferenciar si
sucedió o no en relaciones de horizontalidad o en relaciones completamente
asimétricas, caso diferenciado en cuanto a quienes señalaron la jefatura.
Efectos del hostigamiento
De acuerdo con la ruta transitada, se evidencia
que el hostigamiento sexual es una dinámica social que responde a estructuras
patriarcales y racistas que han predominado en todos los espacios ocupados por
mujeres.
Sarmiento y Marcelo (2018) advierten de las
consecuencias que puede acarrear el hostigamiento sexual, tanto a nivel
personal como laboral. Ante esto, se señala que las personas hostigadas pueden
desarrollar trastornos a nivel fisiológico y psicológico, con lo que la
depresión y el suicidio son las implicaciones más desafortunadas, así como
repercusiones laborales que van desde un bajo rendimiento en las actividades
hasta la renuncia.
En consecuencia, las personas que han sufrido
hostigamiento sexual pueden presentar tres posibles patrones. El primero, el
caso del no reconocimiento del hostigamiento sexual; el segundo, temor a
recibir represalias por denunciar la violencia de la cual es víctima y, el
tercero, posicionarse como la persona que se atreve a interponer una denuncia.
Desafortunadamente, esta última acción parece no llevar a consecuencias
positivas. De conformidad con la pregunta “¿Ha gestionado alguna denuncia o
queja por hostigamiento sexual laboral?”, se expone el resultado ante el
porcentaje de denuncias, del que siete mujeres de las treinta y tres
entrevistadas denunciaron actos de hostigamiento (ver figura 7).
Nota:
Elaboración propia.
La invisibilización de
la violencia contra las mujeres es un patrón sociocultural que permite a los
agresores ejercer su poder sin tener repercusiones al respecto; se sostiene un status quo que no se ha podido
desestructurar y que reafirma el poder del macho hegemónico sobre las mujeres y
sus cuerpos. Muchas veces, el poder de legitimar un cambio se encuentra también
en manos de quienes perpetran dicha violencia, por tanto, el avance es lento y
el retroceso se afianza.
De esta forma, es necesario comprender que ante
situaciones de acoso puede presentarse el temor a denunciar la violencia
sistemática, empezando por la carencia de un sistema que garantice la
protección de los derechos de las mujeres y, por ende, el acceso a la justicia,
por lo que genera que los resultados sean siempre los mismos: “no pasa nada”,
como mencionan algunas de las mujeres encuestadas.
En la mayoría de los casos estudiados, se
evidencian medidas que pueden pensarse como “acciones afirmativas”, las cuales
afectan la integridad de las mujeres ya que las lleva a tomar decisiones como
el abandono de su trabajo o continuar en espacios laborales donde se encuentran
cotidianamente frente a su agresor; por ejemplo: “no volví al trabajo” o “me
cambiaron de cubículo”.
De las siete mujeres que indican la interposición
de denuncias, solamente se registra un caso en el que el victimario tuvo
repercusiones sobre sus actos. Es importante señalar que la denuncia, aunque se
manifieste como inusual, posibilita el fortalecimiento de los sistemas legales
y de justicia; igualmente, da voz a las mujeres ante manifestaciones de
violencia sexual. La encuestada que
realizó la denuncia describe el caso como “positivo, logré demostrar el
hostigamiento”. Sin embargo, deja entrever que la persona que ha sido hostigada
sexualmente debe, en la mayoría de los casos, demostrar que ha sido violentada,
con lo que atraviesa por un proceso de revictimización que atenta contra su
salud y su dignidad humana.
Finalmente, en respuesta al mismo
cuestionamiento, dos mujeres indicaron que la denuncia no tuvo consecuencias.
Entendemos con estas respuestas que el acosador quedó absuelto y con esta
información verificamos las estadísticas presentadas por el Sumevig
(2018), las cuales exteriorizan que este accionar es el más frecuente en el
país.
Conclusiones
Ante la discusión de los datos arrojados en la
encuesta, presentamos algunas reflexiones finales sobre el tema.
Podemos indicar que la discriminación en Costa
Rica persiste y con la presente investigación se refleja en el hostigamiento
sexual que viven las mujeres afrodescendientes. En su caso se exterioriza con
un hostigamiento que se dirige a su cuerpo, a su cultura o a los estereotipos
imperantes, lo que implica una violación a sus derechos fundamentales.
Entre las manifestaciones de acoso sexual vivido
en el trabajo, estas mujeres reportan, en su mayoría, hostigamiento verbal
referido a partes de su cuerpo, con la que entendemos que sus cuerpos se hipersexualizan de acuerdo con unos rasgos físicos que han
sido históricamente establecidos en el ideario cultural. En menor medida, se
detecta hostigamiento cibernético y no se reportan manifestaciones físicas.
Muchas de las frases que exponen como parte del hostigamiento remiten a su
trasero, su color de piel o estereotipos asociados con su cultura. Este tipo de
expresiones modifican el hostigamiento, el cual no se desprende de la
discriminación racial.
La relación raza y género es parte de los ejes
interseccionales importantes para evaluar las particularidades de las
manifestaciones del hostigamiento sexual. Consideramos pertinente, en futuras
investigaciones, profundizar en los aspectos que transversalizan a las mujeres
para continuar con el diálogo y la erradicación de esta problemática.
La pertenencia al mismo grupo étnico convierte la
violencia sexual (hostigamiento sexual) de los hombres afro costarricenses, en
acciones válidas y justificables. En este caso, el hostigamiento que no
incorpora elementos asociados a su etnicidad no siempre es considerada un abuso
de poder.
Las mujeres afrodescendientes que han percibido
tratos diferentes con respecto a las mujeres no racializadas se distribuyen a
lo largo del país. Las respuestas obtenidas provienen de diferentes provincias:
Limón, Guanacaste, Heredia, San José, Cartago; lo cual implica no solamente la
diversidad étnica sino la distribución de discriminación en el país.
El hostigamiento sigue siendo naturalizado por
algunas mujeres que participaron en la encuesta, por lo que la identificación
del problema se dificulta y el encubrimiento es lo común. Ante este
inconveniente, resaltamos la necesidad de concienciar a la población sobre las
conductas que implican hostigamiento, la necesidad de educar sobre las medidas
que se deben tomar para protegerse, así como las instancias en las que se debe
denunciar.
Por otro lado, la denuncia en los casos expuestos
en la encuesta manifiesta problemáticas como la ausencia de sanciones para el
acosador o la incapacidad de resarcir a la víctima. Aun así, se evidencia en
dos casos que el haber gestionado la denuncia deja en las víctimas la sensación
de señalar al culpable de un crimen y socializar un acto dañino, a pesar de la
revictimización que pueden vivir.
Este llamado a la conciencia y a la educación
sobre el tema debe darse, idealmente, a nivel general dentro de la sociedad,
dado que la denuncia debe implicar protección a la víctima ante cualquier
circunstancia de parte de las jerarquías institucionales. En algunos casos, las
entrevistadas no denuncian por temor al escarnio público y la revictimización o
repercusiones en su puesto de trabajo, a pesar de que se deberían sentir
protegidas y apoyadas en circunstancias relacionadas con esta problemática.
Aunado a lo anterior, se confirma que el
hostigamiento sexual vulnerabiliza a las mujeres y
genera en ellas consecuencias devastadoras, como la pérdida de trabajo reportado
por una de las mujeres entrevistadas.
En la encuesta, los hombres son identificados
como los principales hostigadores, por lo que entendemos que estas conductas se
asocian, indiscutiblemente, con un sistema social y cultural que ha oprimido a
las mujeres y ha establecido que los hombres dominen los estratos públicos al
punto que se normalizan las conductas hostiles hacia las mujeres. Consideramos,
finalmente, que a lo largo de las últimas décadas se han dado avances
sustanciales en materia de derechos humanos en Costa Rica en el que se busca la
inclusión de las personas afrocostarricenses, como la
modificación del artículo 1 de la Constitución en 2015, en el que se indica que
no solo es una nación libre e independiente sino también multiétnica y pluricultural,
así como la Política Nacional para una Sociedad Libre de Racismo,
Discriminación y Xenofobia (2014-2025)
Aun así, es indispensable establecer cambios
sustanciales en las poblaciones afrocostarricenses,
como la toma de conciencia sobre los tratos discriminatorios y su reacción ante
ellos a partir de la crítica y la denuncia. Para ello debe darse un cambio respecto
de la construcción de masculinidades hegemónicas ligadas a patrones culturales
heterosexistas y racistas, los cuales llevan a la justificación de conductas
degradantes hacia las mujeres. Como propone Connell, la masculinidad no es un
hecho empírico, expuesto así por el psicoanálisis clásico, ni un arquetipo
eterno como lo proponía Jung, se trata de algo que ocupa un lugar simbólico y
está atado a cuestiones políticas, por lo que existe la posibilidad de rechazar
todo lo que esta conlleva: “la masculinidad y la feminidad se entienden
fácilmente como roles sexuales internalizados, productos del aprendizaje social
o socialización” (Conell 2003: 37 y 41). De este
modo, desde la infancia, tanto mujeres como hombres, deben recibir una
formación basada en el principio de la igualdad y que se transmita a partir de
procesos de socialización construidos con proyecciones en un futuro justo y
equitativo, con el fin de transformar las masculinidades y las percepciones
raciales.
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⃰⃰ Periodista con formación en perspectiva de
género en los derechos humanos. Contacto: danniagamboa10@gmail.com
*
* Licenciada en psicología con formación en perspectiva de género en los
derechos humanos. Experiencia en derechos sexuales y reproductivos y en la
prevención y atención de la violencia contra las mujeres. Contacto: veroprado9220@gmail.com
*
* * Filóloga y docente
universitaria con formación de género en los derechos humanos. Contacto: sisomo20@gmail.com
Gamboa Solís, Dannia;
González Prado, Verónica; Solano Moraga, Sigrid. “El hostigamiento sexual
hacia mujeres afrocostarricenses como manifestación racista y misógina en
espacios laborales” en Zona Franca. Revista
del Centro de estudios Interdisciplinario sobre las Mujeres, y de la Maestría
poder y sociedad desde la problemática de Género, N°29, 2021 pp. 288-323.
ISSN, 2545-6504 Recibido: 12 de mayo 2021; Aceptado: 08 de noviembre 2021. |