Militancia política y feminismo: rutas desafiantes
para mujeres militantes
Gloria
Ochoa Sotomayor
⃰
Vicente
Ríos López* *
Resumen
El artículo es una indagación en la
militancia política y la forma en que las mujeres se relacionan con el
feminismo en dos generaciones de militantes en Chile. Se analizaron entrevistas
en profundidad con un enfoque biográfico a ocho mujeres de dos generaciones. La
primera, corresponde a mujeres con militancias políticas en las décadas de 1960
y 1970, y luego del golpe de Estado de 1973. La segunda son mujeres con
militancias políticas de mediados de los 2000 y activas al momento del
estallido social del 18 de octubre de 2019. Se utilizó una metodología
cualitativa, un enfoque interpretativo y un diseño no experimental. Se describe
una breve historización sobre las mujeres y la participación política desde
comienzos del siglo XX hasta la actualidad en el país y se analiza la relación
que las mujeres establecen con el posicionamiento político sexo-genérico como
mujeres y el feminismo en sus trayectorias militantes, los obstáculos que han
encontrado en los partidos políticos y las principales estrategias de
resistencia que han desarrollado para continuar con su militancia.
Palabras clave: militancia política, feminismo, izquierda, mujeres,
resistencia
Political militancy and feminism:
agreements and disagreements in women militant’s trajectory
Abstract
The article is an investigation into political militancy and the way in which women relate to feminism in two generations of militant women in Chile. In-depth interviews with a biographical approach were analyzed with eight women of two generations: a first generation of women with political activism in the 60s and 70s and after the coup d’état of 1973. The second generation of women with political militancies in the mid-2000s and are active at the time of the social outburst of October 18, 2019. Based on a non-experimental design and interpretative qualitative methods were used. A brief historicization of women and political participation from the beginning of the 20th century to the present in the country is presented, and it’s analyzed the relationship that women established with the sex/gender political positioning as woman and feminism in their militant trajectories, the obstacles that had found within the political parties and the main resistance strategies that have been developed to continue with political militancy.
Keywords: political militancy, feminism, left-wing, women, resistence
Introducción
Esta
reflexión se plantea como una indagación en la militancia política y su articulación con el sujeto político mujeres
y el feminismo en dos generaciones de militantes en Chile, al interior de
estructuras políticas específicas: partidos o colectivos. Entendemos militancia
política como la adhesión activa a un partido, movimiento u organización
política, y como una práctica que media lo político y lo social. El interés en
esta articulación surge de una investigación en torno a las prácticas de
resistencia que las mujeres desarrollan en distintos espacios de participación
desde su posición de género o generizada, particularmente en dos momentos. El
primero vinculado a la resistencia a la dictadura militar, periodo
caracterizado por una fuerte represión y persecución política a sus opositores.
El segundo, determinado por el cuestionamiento al modelo económico y político
imperante con posterioridad a 1990, periodo pos dictatorial que mantiene el
modelo neoliberal implantado en la dictadura, que presenta una fuerte crisis de
legitimidad a partir de las movilizaciones de la década del 2010 siendo su
mayor expresión el estallido social del 2019[I]. En dicha investigación emerge la relación
entre feminismo y militancia política la que puede presentar tensiones -como se
observa en las militantes en partidos políticos en la década del 1960 y 1970- o
ciertas articulaciones no exentas de cuestionamiento en las estructuras
partidarias convencionales -como lo viven las nuevas generaciones en un
contexto fuertemente influenciado por la denominada cuarta ola feminista[II]-. En ambos casos, esta articulación/tensión
puede ser entendida como una estrategia de resistencia en el ámbito de una
acción política masculinizante y heteronormativa en el cual las mujeres deben
desplegar su militancia.
Entre las prácticas de
resistencia identificadas se observa cómo las mujeres deben posicionarse en las
estructuras políticas (partidos o colectivos) en las que se instalan, a veces
invisibilizando sus propios intereses y necesidades como mujeres y como mujeres
militantes, pero también -particularmente en las nuevas generaciones- deben
defender en esa estructura su propia posición sexo-genérica en general, y en
algunos casos feminista en particular. Por lo anterior, esta reflexión se
enmarca en el intento por remirar y reconocer la forma en que las mujeres se
plantean y constituyen como sujetas políticas desde sus espacios de militancia,
y cómo en esa práctica el feminismo se devela como una articulación posible y
una tensión permanente al interior de espacios no necesariamente feministas.
Según la literatura,
el movimiento de mujeres en Chile de finales del siglo XIX estuvo centrado en
la consecución de derechos básicos de ciudadanía, como los educativos,
jurídicos, laborales y electorales (Maravall, 2012) buscando igualar la
condición de sujetos políticos con el hegemónico, es decir, el varón blanco y
propietario, ya que las mujeres -junto a otros sujetos- habían sido excluidas
del estatus de ciudadanas a través de las condiciones impuestas para el
sufragio y por medio de las definiciones de género que las relegaban al trabajo
doméstico y de cuidado (Iglesias, 2010), alejándolas de la vida política propia
de los hombres. Las mujeres fueron concebidas en tanto ciudadanas como madres y
protectoras de la moral y las buenas costumbres, así como perpetuadoras del
modelo familiar en el que la sociedad patriarcal y capitalista se sostenía.
Aunque las mujeres durante el capitalismo han tenido importancia pública como
trabajadoras, en este modelo la distinción entre lo público y lo privado relegó
a las mujeres al hogar, lo que implicó una distinción en su valoración
sociocultural y política a partir de diferencias sexo-genéricas, que llevaron a
que la lucha de las mujeres apuntara a alcanzar un estatus igualitario como
ciudadanas y como trabajadoras, ejes de lucha que no siempre se presentaron
articuladamente. De esta forma, en las militancias políticas de las mujeres el
clivaje sexo-genérico y el de clase, por ejemplo, han estado en tensión, en
particular en los partidos que se identificaban con la lucha de clases -donde
la opresión de las mujeres se superaría con la emancipación de la clase
trabajadora- y también en los más conservadores, donde la ciudadanía femenina
fue relegada al hogar. En ambos casos, la lucha feminista por la emancipación
de las mujeres tensionó los presupuestos heteronormativos del sentido de la
política y del rol de las mujeres en ella (Kirkwood, 1985; Iglesias, 2010;
Hiner, 2015).
La tensión señalada
también se manifiesta, aunque de forma distinta, en las dos generaciones de
mujeres en las que indaga esta reflexión. Ambas generaciones son consideradas
porque su experiencia militante se da en un contexto icónico en términos
sociales, culturales y políticos en la sociedad chilena. Por un lado, el
gobierno de la Unidad Popular encabezado por Salvador Allende y el posterior
advenimiento de la dictadura cívico-militar en el año 1973. Por otro, el nuevo
ciclo de movilización social y política que se inicia en el año 2011, que tiene
como antecedente la revolución pingüina[III], y cuya máxima expresión es el denominado
estallido social o revuelta de octubre de 2019. El acercamiento a la militancia
política de estas mujeres tiene como punto detonante los contextos en que esa
militancia ocurre. Dicha observación devela en ambos casos el encuentro, la
tensión y articulación de esa experiencia militante con un sujeto político
sexo-genéricamente constituido, como las mujeres (y a veces invisibilizado) y
el feminismo. Esta situación muestra diferencias en ambas generaciones, aunque
mantiene el carácter de relación problemática con la militancia partidaria, a
pesar del avance del feminismo en los últimos años.
Por lo
anterior, se plantea la pregunta por cómo las mujeres militantes de partidos
políticos articulan su posicionamiento político como militantes y el feminismo
en su trayectoria, y la forma en que la militancia política, la reivindicación
como mujeres y el feminismo da sentido a su propio ser como sujetas políticas.
Para abordar la indagación se utilizó una metodología cualitativa, un enfoque interpretativo (Valles, 1999), y un
diseño no experimental. A través de este abordaje, se buscó comprender y
profundizar en la perspectiva de las mujeres y su visión sobre el hecho
estudiado, opiniones y significados atribuidos a dicha experiencia. Se analizaron
entrevistas en profundidad con un enfoque biográfico a ocho mujeres de dos
generaciones: i) la generación que inicia su militancia política en las décadas
de 1960 y 1970, y que continúan en ella con posterioridad al golpe de Estado
del 11 de septiembre de 1973, y ii) la generación que inicia su militancia
política en la primera mitad del 2000 y que se encuentran activas al momento
del estallido social de octubre de 2019[IV]. Se consideró como militancia política aquella
participación en partidos o movimientos políticos, reconocidos formalmente o no
y que se encuentran en lo que se podría denominar el eje de izquierda del
espectro político. La investigación fue concebida como un proceso iterativo, de
revisión permanente, lo que en el desarrollo fue transformando la aproximación
de la autora y el autor y nos permitió ahondar en lo estudiado con nuevos
elementos y conocimientos, nutriendo la propia investigación a lo largo del
tiempo y configurando la visión que se presenta a continuación.
Las mujeres como militantes en Chile
Las mujeres en el movimiento por los derechos civiles
y políticos
Desde fines del siglo
XIX e inicios del XX surgen voces disidentes y organizaciones de mujeres por la
defensa de los derechos civiles y políticos. La presencia de las mujeres se
percibe de manera anónima en los medios obreros con la formación de los Centros
Belén de Zárraga que participan de la lucha social, en huelgas y
manifestaciones, e interesándose por las problemáticas de las mujeres; y en
medios intelectuales como la Federación de Estudiantes de la Universidad de
Chile. En este periodo se crearon agrupaciones de diversos orígenes sociales,
económicos y políticos, que no siempre se reconocieron como feministas ni
sufragistas, pero sí como iniciativas de mujeres organizadas y preocupadas por
su condición, como el Círculo de Lectura (1915) iniciativa de Amanda Labarca,
militante del Partido Radical y líder en la lucha por el sufragio femenino; el
Club de Señoras (1916), fundado por Delia Matte de Izquierdo, que tenía por
objetivo mejorar la condición cultural de las mujeres de clase alta; y el
Consejo Nacional de Mujeres (1919), donde comienza un debate feminista que
terminará con un proyecto de derechos civiles y políticos de las mujeres,
además de presionar por otros derechos relacionados con la maternidad, la
herencia y el trabajo. Ese mismo año se crea el Partido Cívico Femenino,
autónomo e independiente de agrupaciones políticas y religiosas, que en 1922 se
propone conseguir las reformas legales para el voto y los derechos civiles de
las mujeres y mejorar su condición y la de sus hijas e hijos; se forma también
la Unión Cívica Femenina, que logró que las mujeres participaran en las
elecciones municipales de 1934 (Kirkwood, 1986; Maravall, 2012) y en 1935 nace
el Movimiento Pro Emancipación de las Mujeres (MENCH), concibiendo la
emancipación de la mujer de forma integral no solo electoral (Maravall, 2012).
Además, con la caída de la dictadura de Carlos Ibáñez del Campo (1927-1931),
comienza un periodo de recuperación democrática en Chile y de lucha
contestataria en general, que finaliza con la incorporación político-ciudadana
y el derecho a sufragar de las mujeres en todas las elecciones en 1949
(Kirkwood, 1986; Juntas en Acción, 2020). A este auge democrático le sigue un
periodo de breve participación política, con la conformación de partidos
políticos femeninos autónomos, y su posterior decaimiento en 1953.
Por otro lado, en
paralelo a la obtención del voto femenino, surge una arremetida reaccionaria de
mujeres en defesa de la familia, los valores cristianos y el anticomunismo. La
participación política era conservadora: el voto de las mujeres por la
izquierda no alcanzaba el 30% y la militancia en los partidos no fue mayor al
10%. Luego se produce la atomización del movimiento y la disolución de
organizaciones, salvo aquellas de carácter caritativo o asistencial. Durante
este periodo declina la participación de las mujeres y éstas se involucran en
los “departamentos femeninos” y algunas “asambleas de mujeres” dentro de los
partidos políticos. Asimismo, se abandona el concepto feminista y se establece
la “liberación social” como necesidad histórica, lo que relega la liberación de
las mujeres a un segundo plano (Kirkwood, 1986). Esta pasividad política
femenina se rompe con el surgimiento del Partido Demócrata Cristiano (PDC)[V], que proporciona una ideología
religiosa-secularizada, de corte conservador, pero con aires progresistas que,
una vez instalado en el gobierno, incorporará a las mujeres a través de los
Centros de Madres (CEMAS)[VI].
Ebullición social y participación de las mujeres
En la década
1960-1970, la participación política en general y de las mujeres en particular
se acrecentó por las condiciones nacionales e internacionales del periodo,
donde procesos revolucionarios como el cubano, inspiraron a las juventudes y
anunciaron aires de cambio, y a su vez activaron la reacción conservadora. En
este contexto, las mujeres chilenas tuvieron una participación activa en los
movimientos sociopolíticos de la época (Bambirra, 1971; Hiner, 2015; Iglesias,
2010; Maravall, 2012), incluida la movilización de las mujeres de derecha[VII].
Las mujeres de
izquierda participaron de partidos políticos, grupos armados, organizaciones de
base en las poblaciones, centros de madres y sindicatos de campesinos y obreros
que apoyaban a la Unidad Popular. El rol que ocupaban dentro de estas
organizaciones fue entendido desde “lo femenino” y sin un cuestionamiento al
lugar de las mujeres dentro del hogar y su labor en la crianza y cuidado de la
familia, sin una reflexión crítica respecto a la opresión o limitación de sus
posibilidades de acción que esa función significaba, ni un análisis del valor
del trabajo no remunerado de las mujeres. En el gobierno de la Unidad Popular
no se comprendió y/o reconoció la intersección entre clase y género lo que
llevó a no cuestionar de forma significativa el orden tradicional de la familia
y el rol de las mujeres en ella (Bambirra, 1971; Hiner, 2015, Maravall, 2012).
La liberación de la mujer se planteó dentro del proyecto socialista, y su
aporte a la causa fue como madres educando a las futuras generaciones y como
buenas esposas apoyando a sus maridos obreros (Hiner, 2015). Las demandas de
las mujeres y las expresiones feministas se encontraban subsumidas en las de
organizaciones sociales, sindicales, gremiales y de los partidos políticos y su
participación estaba sujeta a políticas decididas por direcciones formadas por
hombres (Iglesias, 2010).
En esta época, el
perfil de las mujeres que participaron de partidos políticos de izquierda fue
variado: fueron militantes en el Partido Socialista (PS)[VIII], el Partido Comunista (PC)[IX], o el Movimiento de Izquierda Revolucionaria
(MIR)[X]. Las mujeres tanto del PS como del PC tenían
perfiles más públicos y eran reconocidas como mujeres políticas, en contraste
con las mujeres que pertenecían al MIR, ya que éste era una organización que
pasó a la clandestinidad en 1969. Es importante mencionar, que los grupos de
tendencia revolucionaria fomentaron la participación de las mujeres en sus
filas, pero exigieron el abandono de la subjetividad marcada por el sexo y el
género, así como de los estudios, la familia, la ciudad, el país, la pareja y
las y los hijos en función de la revolución. Por ello, la participación de las
mujeres implicó una trasgresión al sistema sexo-género hegemónico. Aunque el
tránsito de la feminidad hacia el perfil guerrillero estuvo marcado por una
pretendida igualdad, en la práctica significó un mayor sacrificio para las
mujeres, pues tuvieron que supeditar el espacio privado a la política armada y
aun así mantener las responsabilidades sexo-genéricas convencionales. Incluso,
una vez fracasado el proyecto revolucionario, al reincorporarse a la vida
cotidiana fueron juzgadas con mayor dureza que sus pares varones por abandonar
del rol de madre y esposa (Morales, 2015; Robles, 2015; Robles, 2019;
Vidaurrázaga, 2015; Vidaurrázaga y Ruiz, 2018; Vidaurrázaga, 2020).
A pesar de que los
movimientos sociopolíticos de izquierda no cuestionaron los mandatos de género
y la participación estuvo constreñida a la definición convencional de ser
mujer, el proyecto socialista permitió un importante nivel de participación de
las mujeres (Hiner, 2015). Al respecto, se calcula entre quinientas mil y un
millón de mujeres organizadas en los movimientos sociales y los partidos de
diversas tendencias políticas hacia 1973 (Iglesias, 2010).
Con el golpe de Estado
se inicia un periodo que se caracteriza por una ruptura en la vida de las
personas y la negación de la participación social y política en general. La
dictadura militar orientó políticas concretas de ideologización y socialización
de las mujeres según patrones de género convencionales, ello en el marco de lo
que sería el modelo neoliberal por implantar. Por un lado, fueron concebidas
como agentes esenciales del consumo en una economía de mercado. Por otro,
fueron enmarcadas en un rol de madre-esposa como cuidadora de las próximas
generaciones y del proyecto de nación (Kirkwood, 1986; Iglesias, 2010).
En este contexto
ocurrieron cambios en la situación de las mujeres, como la introducción de la
pastilla anticonceptiva y la consecuente disminución de hijas e hijos por
familia, la minimización de la importancia de la virginidad antes del
matrimonio, la posibilidad de tener pareja extramarital y la inserción de las
mujeres a la educación universitaria y el trabajo asalariado. Sin embargo, la
izquierda rechazó el feminismo que se desarrollaba en Estados Unidos y en los
países del norte por ser una teorización burguesa y foránea, que no se
relacionaba con los imperativos culturales populares, nacionales y
antiimperialistas del momento (Hiner, 2015).
A pesar de esto, el
movimiento feminista y de mujeres logró consolidarse como tal en organizaciones
y protestas contra la represión y la dictadura, cuestionándose la condición
sexo-genérica impuesta, denunciando el autoritarismo y el patriarcado en la
familia y la sociedad, y evidenciando la falta de teorización política,
económica y social como respuesta a la opresión de las mujeres. Estas mujeres
reconocieron condiciones objetivas que se relacionaban con su marginalidad, y
recuperaron experiencias de opresión y discriminación educacional, laboral y
cultural. Esta conciencia colectiva sobre su propia condición las hace
cuestionar los proyectos revolucionarios de la época y rechazar las
concepciones políticas tradicionales (Kirkwood, 1986). Destaca en este periodo
la organización temprana de los familiares de las víctimas de las violaciones a
los derechos humanos y la creación de redes de solidaridad y denuncia, donde
destacaba la capacidad organizativa de mujeres que asumieron la labor de
búsqueda de sus familiares, amistades y compañeros de militancia (Peñaloza,
2011).
La continuidad de la militancia política post
dictadura
En el periodo post
dictadura destacan en la literatura referida a mujeres y militancias las
investigaciones destinadas a la construcción de memoria de estas mujeres. Se
pueden identificar líneas de trabajo que abordan la memoria como el medio por
el cual se supera la invisibilización de las mujeres militantes de partidos
políticos y su experiencia en torno al golpe militar de 1973, la consecuente
dictadura y el tránsito hacia la democracia. Estas investigaciones versan sobre
la militancia de mujeres en el MIR y en el FPMR[XI] y las dificultades y posibilidades para lograr
un lugar en las organizaciones armadas que, a pesar de ser de izquierda,
marxista-leninista y con un objetivo revolucionario, reprodujeron la
dicotomización de las esferas público y privada del liberalismo y las
jerarquías de género (Morales, 2015; Robles, 2015; Robles, 2019; Vidaurrázaga,
2015; Vidaurrázaga y Ruiz, 2018; Vidaurrázaga, 2020). Asimismo, se encuentran
investigaciones centradas en la historia de las mujeres militantes y su
experiencia dentro de las organizaciones partidarias, la experiencia de la
persecución, secuestro, tortura, desaparición forzada, prisión y exilio
político en el contexto de los regímenes autoritarios. Estas indagaciones
recuperan las estrategias de resistencia desarrolladas dentro de los centros de
tortura, y la experiencia en los años de reconstitución de la democracia, así
como la forma en que han devenido sus militancias dentro y fuera de los
partidos políticos y la participación en movimientos sociales (Ruiz, 2006;
Peñaloza, 2011; Iglesias, 2015; Hiner 2015).
Durante la década de
1990 el escenario político cambia y la participación de las mujeres en los
partidos también. Ruiz (2006) plantea que el debilitamiento del movimiento de
mujeres tiene como causas el carácter pactado de la transición, el
debilitamiento de los lazos sociales frente al consumo, el cansancio de las
líderes del movimiento y la sensación de frustración y desencanto con el
proceso. Al respecto, Hillary Hiner (s/f) describe dos categorías de mujeres
militantes en función de la continuidad de su militancia en los partidos una
vez terminada la dictadura. La primera categoría, mujeres que siguen siendo
militantes, incluye principalmente a quienes son parte del PS, PC y algunas del
Partido por la Democracia (PPD)[XII], el PDC y otros partidos más pequeños de
centroizquierda, en menor medida. Dentro de esta categoría, distingue dos
grupos: las “fieles” y las “díscolas”. Las “fieles” consiguieron puestos
políticos y profesionales gracias a su lealtad y sus habilidades personales, y
por no cuestionar al partido. Las autodenominadas feministas son vistas como
“institucionalizadas”, vinculadas a políticas públicas de género de parte del
Estado y el Servicio Nacional de la Mujer[XIII]. Las “díscolas” se plantean desde perspectivas
críticas a los partidos y a sus compañeras, y desarrollan una doble militancia:
en el movimiento feminista y en el partido, puesto que mantienen su
participación partidaria y confían en su poder transformador para efectuar
cambios.
La segunda categoría
corresponde a las mujeres ex militantes de los partidos políticos y se divide
en dos grupos: quienes dejaron sus organizaciones en un proceso largo y lento
de desencantamiento y las que terminaron su militancia de manera brusca o
producto de un hecho ajeno a ellas, como la disolución de sus grupos de
militancia. Estas ex militantes son un grupo heterogéneo que va desde aquellas
que reniegan de su activismo político de izquierda siendo apáticas con la
política partidaria o incluso reconociéndose de derecha, y aquellas que
encontraron en el activismo fuera de los partidos una alternativa progresista
en el contexto de la democracia neoliberal. Muchas de estas mujeres son
feministas que vincularon su activismo con movimientos sociales relacionados
con la salud, la vivienda, la educación, el ambientalismo y los pueblos
originarios (Hiner, s/f).
Militancia política y activismo en la actualidad
Hoy, la militancia en
partidos políticos se encuentra en un proceso de deterioro en el que las formas
de la política convencional carecen de significado para las personas en general
y para las y los jóvenes en particular[XIV]. Asimismo, a pesar de que entre las personas
que militan en partidos políticos existen mujeres, su inclusión en cargos de
representación aún es baja[XV].
Por otro lado, las y
los jóvenes construyen una diversidad de formas de actuar políticamente a
partir de diversas adscripciones identitarias, identificándose una militancia
no tradicional en respuesta a la crisis de representatividad política, buscando
nuevas alternativas y formas de organización (Zarzuri, 2018). Estas militancias
no tradicionales se encuentran en los colectivos políticos, las organizaciones
autónomas y los movimientos sociales. Estos espacios se caracterizan por
oscilar entre la institucionalización y la autonomía, la recurrencia a formas
de lucha de las izquierdas, ser sujetos de acción a la vez que sujetos
epistémicos y por el uso de internet como elemento clave en las convocatorias,
participación y difusión (Garita, 2019), son agrupamientos no jerárquicos y
muchos tienen la autonomía y la horizontalidad como valores y principios
básicos (Gohn, 2017, en Garita, 2019).
La tensión entre las
mujeres como sujetas políticas, estas nuevas militancias, y el paradigma
heteronormativo de los partidos políticos convencionales, quedó en evidencia al
interior del movimiento estudiantil del año 2011. En dicho movimiento se
vislumbraba una crítica incipiente del feminismo y de las disidencias sexuales
a la forma de hacer política en los espacios universitarios, la que
correspondía a patrones masculinizados. Desde el año 2010 se vislumbran los
primeros espacios de reflexión crítica, debido al surgimiento de las
Secretarías de Género y Sexualidades en el contexto de la organización
estudiantil[XVI]. A través de los espacios de discusión
generados entre colectividades LGBTQIA+, secretarías de género y sexualidades,
organizaciones feministas y organizaciones políticas, se politiza una situación
de exclusión que se presenta polémica con la representación de las desigualdades
sociales concebidas por el movimiento estudiantil hasta el momento,
perturbándolas y reconfigurando su acción (Follegati, 2016).
Es así, como en un
contexto en el que las protestas feministas se posicionaron alrededor del
mundo, en Chile la ocupación de la sede Valdivia de la Universidad Austral, en
abril de 2018, marcó un hito clave para una movilización feminista creciente en
el espacio estudiantil, que trascendió dicho espacio y que ha dejado una marca
en la sociedad chilena y en la acción política desde ese momento. Su presencia
en la revuelta de octubre de 2019 fue central, por la presencia de las mujeres
y sus organizaciones, y por los contenidos presentes en las protestas que
relevan, entre otros, la gran consigna de muerte al patriarcado, lo que da un
carácter particular a esta revuelta[XVII]. Las sujetas políticas que se evidencian en
este movimiento muestran correspondencia con lo acontecido en el último tiempo,
donde confluyen tres dimensiones: lo etario (juventudes), los movimientos feministas
y de la disidencia sexual, y los movimientos sociales y activismos (el cruce
con otros movimientos como los ambientalistas o territoriales). Esta situación
lleva a que los partidos y organizaciones políticas, esta vez, deban ver a las
mujeres como sujetas políticas, e integrar al feminismo y sus demandas en sus
plataformas de acción, aunque esto no sea un proceso carente de tensión y con
múltiples formas y apropiaciones no siempre acordes a las necesidades,
intereses y demandas de las mujeres dentro y fuera de los partidos y
organizaciones.
La sujeta política mujer en las militancias políticas
de izquierda
En este apartado
indagaremos en la militancia política y el posicionamiento como sujetas
políticas y el feminismo en dos generaciones de mujeres militantes. La primera
corresponde a una generación que inicia su militancia política en las décadas
de 1960 y 1970, y la continúan con posterioridad al golpe de Estado del 11 de
septiembre de 1973. En ella se encuentran mujeres militantes de partidos tradicionales
como el PC y el PS, y de partidos emergentes en la época y de mayor radicalidad
como el MIR y el Movimiento de Acción Popular Unitaria (MAPU)[XVIII]. La segunda generación -que denominaremos
generación actual- está conformada por mujeres militantes cuya militancia
política comienza a mediados del 2000 e inicios del 2010 y están activas al
momento del estallido social de octubre de 2019, entre ellas se encuentran
militantes del PS y del PC, así como dos organizaciones políticas emergentes:
Revolución Democrática (RD)[XIX] y Convocación[XX].
Entenderemos
militancia como la adhesión activa a un partido, movimiento u organización
política, y como una “práctica social que media entre lo político y lo social.
Las personas militantes serán productoras de sentidos contra-hegemónicos que
participan de la configuración simbólica de los intereses colectivos,
disputando de manera sistemática y voluntaria el poder de construcción sobre la
realidad colectiva” (Pirke, 2009 en Morales, 2015:81). A esta definición se
agregan elementos como la cultura política, las identidades colectivas e
individuales, la articulación en redes sociales e imperativos colectivos
inconscientes y/o los vínculos afectivos, como puede ocurrir en partidos o
movimientos de izquierda (Morales, 2015).
El interés por la
actividad política de la primera generación se encuentra marcado por el
contexto sociopolítico de la época, donde la transformación social y el
proyecto de una sociedad nueva parecía posible, inspirado, a su vez, por lo que
estaba ocurriendo en otros países de Latinoamérica como Cuba, con base en una
ideología donde la superación de la desigualdad de clases resultaba el
fundamento de toda transformación, siendo el sujeto revolucionario la clase
trabajadora mirada como un todo homogéneo, sin mayor distinción de género,
cultura o territorio. Relacionado con el contexto en el que se inicia la
militancia, se encuentran también las circunstancias familiares y personales
que incentivan la participación política, tales como: referentes familiares comprometidos
políticamente o con determinadas causas sociales, la oposición a referentes
familiares conservadores, las circunstancias sociales de pobreza de la familia,
y el propio interés por vincularse con otros y ser parte de un esfuerzo
colectivo mayor, es decir, salir del encierro dado por las condiciones
personales de existencia en un marco de ebullición social. Algunas mujeres de
la primera generación contaban con mujeres feministas en su familia que
lucharon por el derecho a sufragio y que promovieron una perspectiva
emancipadora a través de su desarrollo y crecimiento. Este constituye un
antecedente para la posibilidad del propio desarrollo más allá de los límites
sociales impuestos, aunque no necesariamente una unión o sintonía con la causa
feminista como tal.
La generación actual
se encuentra también en un contexto de movilización social y política
determinado principalmente por el movimiento estudiantil que puso en cuestión
el imperativo neoliberal en la educación, para luego expandir la crítica a una
sociedad dominada por esa lógica y a un sistema político adormecido en el
estatus quo que solo gestionaba un modelo productor y reproductor de
desigualdades sociales. Algunas de las entrevistadas vieron en este escenario
una motivación por acercarse a partidos políticos con vocación transformadora.
Para otras, más que el contexto son los propios intereses, o su propia
experiencia personal con la política, lo que las lleva a movilizarse, incluso a
veces sin participar en las movilizaciones estudiantiles de la época en que
cursaron sus estudios. Por ejemplo, la condición de clase de una de ellas, que
contrasta con la condición acomodada de sus compañeras de colegio, es una de
las semillas que marcan su interés; o, en el caso de otra, provenir de una familia
acomodada es lo que determina una visión crítica de los privilegios que tiene,
empatizando con “lo popular” o “el pueblo”. Algunas mujeres identifican como
referentes a familiares que fueron parte de la lucha de las mujeres y/o del
feminismo: trabajadoras sociales, pobladoras y militantes de partidos
políticos. Otras identifican mujeres cuya militancia fue postergada por las
responsabilidades de cuidado sexo-genéricas atribuidas a ellas. Por ello, su
posicionamiento respecto a las demandas de las mujeres y el feminismo se da
como un hecho determinado por las circunstancias actuales en las que se
desenvuelven y donde la lucha de las mujeres es parte de todas las luchas y no
algo externo o secundario.
La militancia en
partidos políticos históricos e institucionalizados tanto de la primera
generación como de la actual, se relaciona con antecedentes familiares y
vinculaciones previas con ese partido, por el reconocimiento histórico y porque
los vínculos familiares cumplen un rol importante en su decisión de ingresar a
ellos, como en el caso del PS y del PC. Mujeres de ambas generaciones son
críticas al partido, pero no abandonan sus militancias porque consideran que
las transformaciones que buscan se consiguen a través de la disputa del poder
institucional. Mientras que la militancia en partidos nuevos o emergentes
ocurre porque no existe ese vínculo familiar con los históricos o porque existe
desencanto respecto a ellos. Así, quienes no militan en partidos, pero lo hacen
en los denominados colectivos, rechazan la adhesión a un partido porque no
legitiman esa forma de acción política y creen en una afianzada en las bases
populares, sin necesariamente vincularse con las demandas y rol de las mujeres
en la sociedad.
En el contexto
sociopolítico y encuadre de militancia de la primera generación, el horizonte
de transformación social estaba determinado por la emancipación de clase, donde
el sujeto trabajador era el eje articulador del sentido de la transformación y
de las demandas. Por lo tanto, el mundo del trabajo, tradicionalmente
masculino, era el predominante. Asimismo, la militancia política estaba
determinada por la acción política masculinizada, donde la acción política y el
sujeto político hegemónico respondía a lógicas heteronormativas de un varón
heterosexual que se imponía frente a cualquier otra posibilidad. Por ello, las
mujeres militantes debían responder a dicha forma masculinizada de hacer
política, los espacios de mujeres o los temas de mujeres que se relegaban a
“frentes femeninos”, que eran cargos dentro de la propia estructura partidaria,
eran considerados de menor importancia e implicaban el cierre hacia
alternativas políticas de desarrollo más valoradas. En este escenario, las
mujeres manifiestan la propia invisibilización de género que asumieron para
instalarse y legitimarse dentro del partido, ya que las formas femeninas o las
demandas de mujeres eran secundarias y minusvaloradas por la predominancia
masculina no solo simbólica, sino que también numérica en los partidos y
movimientos. Las demandas de las mujeres en particular, y del movimiento
feminista en general, resultaban ajenas en estas lógicas partidarias y para las
propias mujeres al interior de ellas.
Las mujeres de la
primera generación iniciaron una revisión crítica de las relaciones
sexo-genéricas en la militancia y en la vida personal en el contexto del
proyecto político transformador pos-golpe militar y en su necesaria
rearticulación tanto en Chile como en el exilio. Ante las estrategias que
debieron desarrollar en distintos momentos del periodo dictatorial -exilio en
los primeros años de la dictadura, abandono del país luego de unos años de
instalación de ésta, abandono de la opción revolucionaria armada avanzada la
década de 1980 o la adaptación social en Chile durante todo el periodo-, llevó
a que las mujeres, con distintos resultados, fueran un sostén político y
doméstico para sus compañeros sin ser consideradas en la toma de decisión ni
ser valoradas igualmente como militantes. Bajo esta perspectiva, estas mujeres
cuestionaron las dinámicas políticas de los hombres y de los partidos en
general, por lo que los varones interpelaron ese cuestionamiento y a ellas,
bajo el argumento de que no estaban capacitadas para entender el proceso
político y que no poseían las aptitudes necesarias para desempeñar cargos
dentro de la organización, decidiéndose su suspensión hasta la evaluación
correspondiente por superiores, lo que llevó a estas mujeres a abandonar sus
partidos, enfocándose en nuevos horizontes de participación. Al mismo tiempo,
algunas experimentaron relaciones abusivas con sus parejas y compañeros de
militancia, lo que implicó un reconocimiento de la violencia de género que
estaban viviendo y de las posibilidades de romper aquellos círculos viciosos
con escasas redes de apoyo, lo que las llevó a buscar ayuda en otras mujeres
que vivían situaciones similares en el exilio. Además, en el exterior y a
través de instancias académicas y del contacto con organizaciones conocieron el
movimiento de mujeres y sus demandas, para sentirse prontamente identificadas
con él.
De esta manera, se
observa que las mujeres militantes de la primera generación fueron ajenas a las
propias demandas de mujeres y al feminismo mientras formaron parte de los partidos,
salvo algunas excepciones que asumieron responsabilidades en las estructuras al
interior de estos, bajo el marco de la lógica masculinizada predominante. Sin
embargo, el quiebre político y biográfico que significó el golpe de Estado y la
dictadura instaurada transformó su militancia y la forma de ver y relacionarse
con los partidos. En el caso de algunas de ellas, el exilio significó generar
estrategias de sobrevivencia que como mujeres sobrellevaron de una manera
distinta a la de sus compañeros, tanto como parejas sentimentales y miembros de
un mismo partido. Ellas enfrentaron la derrota y frustración de una manera que
les permitió mirar críticamente lo que era ese proyecto político desde la
perspectiva de las mujeres al observar las responsabilidades políticas y
personales que asumían en Chile y las que debieron enfrentar en el exilio, que
las relegaba al lugar simbólico y concreto de la cocina y no a la mesa de toma
de decisión en la que se encontraban los hombres. Observar y tomar conciencia
de ese hecho en un contexto social y cultural diferente, donde el feminismo
tenía mayor arraigo -como en Europa- permitió a estas mujeres transformar su
práctica y visión política, y transformarse en sujetas políticas desde su
propia identidad y condición de género. Para algunas, este proceso fue
inmediato, para otras la militancia en la resistencia a la dictadura las
mantuvo en sus partidos, pero luego enfrentaron la misma situación ante la
evaluación de la imposibilidad de la derrota armada al gobierno dictatorial, lo
que a su vez evidenció que el acceso a la mesa de toma decisión política y
partidaria para las mujeres resultaba siempre plagado de obstáculos. Ante lo
cual también la lucha se transformó en la lucha por la participación y
emancipación de las mujeres, y una crítica a las lógicas partidistas de las que
fueron parte, algunas alejándose de los partidos y otras manteniéndose en ellos
desde esa postura crítica. En esta generación, pareciera ser que las mujeres
descubren el feminismo en la medida que fracasa el proyecto revolucionario, lo
que se puede evidenciar en la siguiente cita:
“[En los partidos
políticos revolucionarios] se produce una reflexión que está alimentada a
través de la experiencia y el discurso de los oprimidos, pero no necesariamente
la respuesta frente a eso surge de los propios oprimidos, que es lo que sí pasa
en el feminismo. Si lees La revolución y nosotros que la quisimos tanto, de
Cohn-Bendit, cuando pasa la ola de las revoluciones, todos los líderes caen en
distintos caminos, desde la depresión hasta irse a hacer cualquier cosa, sin
embargo, las mujeres casi todas están en el movimiento feminista, porque tú
pasas a ser la protagonista del cambio y no pasas a ser la persona o el sector
que organiza los cambios, pero sin que tú pertenezcas a todos los sectores.”[XXI]
En el caso de la
segunda generación, a mediados de los 2000 e inicios de 2010, periodos de
activación política en el marco de las movilizaciones estudiantiles, la acción
política de las mujeres en las estructuras políticas aún se encontraba
determinada por los criterios heteronormativos ya señalados sin presentarse
alteraciones significativas a la situación descrita para la generación previa.
Es a partir de las asambleas y espacios de reflexión estudiantiles del movimiento
del 2011 donde estas lógicas empiezan a ser cuestionadas y a instalarse una
crítica feminista y de las disidencias sexuales que enfrenta y tensiona las
lógicas políticas convencionales (Follegati, 2016). Con el devenir del tiempo y con
la movilización feminista del 2018 se observa una fuerte transformación, al
menos discursiva, en las estructuras políticas tradicionales al respecto. La
militancia de las mujeres de la generación actual está marcada por una mayor
valoración y visibilización de las mujeres como sujetas políticas distintas a
los hombres, y con una mayor aceptación en las estructuras políticas, aunque
eso no significa la ausencia de tensión entre el paradigma heteronormativo de
proyecto político y militancia y el emergente paradigma feminista y anti
patriarcal que las estructuras políticas asumen por la fuerza del contexto
social. En este sentido, si bien el escenario para las mujeres militantes
parece más receptivo, no resulta exento de barreras que estas deben enfrentar
en un contexto aún masculinizado.
Las mujeres de la
segunda generación pertenecientes a los partidos tradicionales mencionan
aspectos patriarcales y machistas relacionados con abusos de las posiciones
jerárquicas para que las mujeres realicen tareas que no les corresponden, así como
también la cosificación del cuerpo y la evaluación de las militantes según
cánones de belleza, inteligencia e historial sexual, además de actitudes más
sutiles y paternalistas para evitar que ejecuten trabajos que no se consideran
apropiados para las mujeres, como el de seguridad e inteligencia porque los
hombres son más confiables. Las mujeres de los partidos emergentes plantean
diferencias en las labores partidarias: mientras los hombres se encargan de las
direcciones y las coordinaciones internas del partido, las mujeres lo hacen
desde los quehaceres ejecutivos y organizacionales, lo que implica trabajo en
terreno, recolección de firmas, organización de congresos e incluso jefatura de
campañas, pero en menor medida el protagonismo de esas candidaturas. Las
mujeres militantes de colectivos políticos, sin embargo, plantean una mayor
horizontalidad en términos de las relaciones entre hombres y mujeres. Al mismo
tiempo, se observa que la demanda de la vida militante resulta muchas veces
incompatible con la aun socialmente determinada responsabilidad de cuidados y
labores domésticas de las mujeres, lo que lleva a algunas de ellas a disminuir
su actividad política, abandonar esas responsabilidades sexo-genéricas
atribuidas, aplazar la maternidad en pos de la militancia e incluso,
cuestionarla, junto con la heterosexualidad y otras condicionantes
sexo-genéricas. Sea cual sea el caso, se evidencia que los hombres pueden
avanzar en la carrera política por estar culturalmente eximidos de esas
responsabilidades y porque habrá una mujer que las asumirá por él. Esta
condición de la militancia no se evidencia como algo que se discuta al interior
de las estructuras políticas.
Para la generación
actual, el feminismo y el sujeto político mujer es algo interiorizado en la
mayoría de ellas, dado el contexto en el que sus militancias se desarrollan. Lo
que no significa que en sus estructuras partidarias dicho sujeto político y las
definiciones sexo-genéricas atribuidas a las mujeres hayan sido abordadas ni
superadas las barreras que se presentan. Ellas han debido conjugar,
complementar y enfrentar la tradicional militancia heteronormativa con las
posturas que cuestionan esas militancias y que posicionan a las mujeres y al
feminismo en las militancias y las demandas partidarias. Sin embargo, este
abordaje no ha estado libre de tensiones personales y colectivas en sus
partidos y organizaciones, ya que aún las mujeres deben enfrentar
significativas barreras para lograr igualdad, empoderamiento y reconocimiento,
en tanto militantes y sujetos sociales y políticos. En general, este
cuestionamiento y esta tensión las mujeres lo hacen y enfrentan en sus
partidos, con fidelidad al proyecto que este representa, pero también ha
significado la ruptura con esas estructuras. Pareciera ser que las mujeres
militantes de esta generación se desenvuelven en contextos feministas y se
reconocen como tales, pero no abandonan el proyecto político de sus partidos ni
se abocan a una militancia en las orgánicas feministas, sino que buscan,
intentan o experimentan una confluencia de ambas identidades: la partidaria y
la feminista, aunque algunas se plantean optar por la última, ya que el partido
se muestra anquilosado en el paradigma heteronormativo.
Las militancias y las sujetas políticas
La primera generación
de mujeres militantes se encuentra con el feminismo y se conciben a sí mismas
como sujetas políticas en el momento en que fracasa el proyecto político del
que formaban parte. En el caso de la generación actual, y en un contexto de
desafección política, las mujeres jóvenes viven una militancia construida a
partir de su propia identidad como sujetas políticas enmarcadas con el
feminismo de época en el que se encuentran, pero en espacios políticos
convencionales y emergentes no exclusivamente feministas.
A partir del relato de
las mujeres consideradas en esta indagación, se observa que todas ellas han
debido enfrentar la imposición patriarcal en sus espacios de militancia y en
sus pares militantes, mujeres y hombres, y que han debido generar estrategias de
resistencia de distinto tipo: las mujeres de la primera generación, vinculadas
a los partidos tradicionales, luchaban para que las mujeres tuvieran acceso a
jardines infantiles y salas cuna donde dejar a sus hijas e hijos, acceso a los
estudios y puestos de trabajo, para que su desarrollo no se limitara al
matrimonio y su estabilidad económica no dependiera de un hombre. De manera
informal, y en el contexto del exilio, las mujeres se reunían entre ellas y
conformaban círculos de lectura y autoformación para nivelar el conocimiento de
las compañeras militantes con los hombres del partido. Asimismo, las militantes
de la generación actual han tenido que visibilizar las desigualdades en el
acceso y oportunidades en la formación política y la elección de cargos creando
escuelas de formación política para mujeres y exigiendo cuotas de género para
cargos internos. Tanto mujeres de la primera generación como algunas de la
actual mencionan que los hombres denuestan las posiciones políticas de las
mujeres y las adjudican a la relación con un hombre dentro de la organización y
no a las capacidades que estas tienen para desempeñar el cargo. Si bien las
mujeres tanto de la primera como actual generación cuestionan a sus partidos
por motivos de género, sus posturas feministas están orientadas a reconfigurar
y dotar de sentido el nombramiento de éstos como feministas y anti
patriarcales. Por otro lado, las militantes de colectivos políticos comentaron
procesos de quiebre y rearticulación debido al choque de ideologías entre el
feminismo y el marxismo más ortodoxo, lo que devino posteriormente en la salida
y una nueva búsqueda de colectivos desde donde articularse y trabajar con las
bases populares.
A partir de la militancia política de las mujeres se puede observar la
invisibilización del sujeto político mujer, y la tensión entre el proyecto
partidario y las demandas de ese sujeto y el feminismo, en las trayectorias
militantes y cómo ambos elementos se articulan según el contexto sociopolítico
en el que ocurren. Es particularmente interesante como el sujeto político mujer
y el feminismo para la primera generación se convierte en una opción y una vía
de canalización de su interés político cuando el proyecto revolucionario del
que eran parte se ve frustrado, y cómo ese hecho les permite cuestionar sus
prácticas personales y partidarias respecto a las mujeres y a su propia
experiencia de ser mujer y el mandato de género de la sociedad chilena y de sus
partidos. En el caso de la generación actual, a pesar del contexto más receptivo
a las demandas de las mujeres, aún al interior de los partidos existe tensión
por el reconocimiento del sujeto político mujer y el feminismo, hecho que
experimentan las mujeres entrevistadas. Así, a pesar de la narrativa feminista
y anti patriarcal que se ha instalado en los partidos, en la práctica aún deben
enfrentar prejuicios y decisiones que las relegan a un segundo plano o las
juzgan por factores ajenos a la militancia y, al mismo tiempo, deben hacerse
cargo de dotar de sentido estas narrativas feministas y patriarcales que los
partidos han incorporado en el último período. Es interesante preguntarse por
qué estas mujeres se mantienen en el partido y continúan sus militancias.
La revisión de la
trayectoria de mujeres militantes de partidos políticos nos puede dar una idea
al respecto. Las mujeres de la primera generación supieron resignificar sus
objetivos de lucha al decidir ser parte del movimiento feminista,
convirtiéndose a sí mismas en sujetas políticas. Sus acciones, de resistencia y
sobrevivencia, y sus decisiones las convierten en antecedentes para la memoria
del movimiento feminista y son parte del largo trayecto a través del cual el
feminismo ha logrado posicionarse transversalmente en la sociedad chilena
contemporánea. La generación actual se desenvuelve en un ambiente donde saberse
sujetas políticas y feministas les entrega herramientas para resistir dentro de
espacios que ellas aprecian, porque tienen confianza en los proyectos políticos
de los partidos, además de un sentimiento nostálgico por las redes que han
construido dentro de ellos.
Agradecimientos
Agradecemos a las
mujeres que conversaron con nosotras y reflexionaron sobre sus experiencias y
visiones de la militancia; a las encargadas del Archivo Mujeres y Géneros por
facilitarnos las entrevistas de mujeres militantes de su colección, y a las y
los integrantes del Subgrupo Mujeres y resistencias: prácticas desde lo
femenino, del Grupo de Trabajo Memorias colectivas y prácticas de resistencia
de CLACSO, por su apoyo en la elaboración de este artículo.
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⃰⃰ Directora de Germina, conocimiento para la
acción. Antropóloga social, Magíster en Gestión y Políticas Públicas y
Doctoranda en Ciencia Política. Contacto: gochoa@germina.cl
*
* Miembro de Germina, conocimiento para la acción. Licenciado en antropología
social. Contacto: vrioslopez@germina.cl
Ochoa Sotomayor, Gloria; Ríos
López, Vicente. “Militancia política y feminismo: rutas desafiantes para
mujeres militantes” en Zona Franca. Revista
del Centro de estudios Interdisciplinario sobre las Mujeres, y de la Maestría
poder y sociedad desde la problemática de Género, N°29, 2021 pp. 324-352.
ISSN, 2545-6504 Recibido: 31 de julio 2021; Aceptado: 08 de noviembre 2021. |
[I] Nombre dado a la revuelta popular de
octubre de 2019, que implicó masivas protestas en rechazo al modelo económico y
al sistema político imperante en Chile, iniciadas por la convocatoria a evadir
el pago del pasaje de metro por el alza que tuvo.
[II] La primera ola corresponde a las
“sufragistas” entre fines del siglo XIX y mitad de la década de 1940. La
segunda comienza a mediados del siglo XX y corresponde a la inclusión de las
mujeres en la toma de decisiones, como el control de la natalidad o las libertades
sexuales, aunque para algunos correspondería al pasaje del sexo al género donde
prima la idea de que se deviene mujer, no se nace. La tercera representa la
visibilidad de la diversidad cultural, social, religiosa, racial y sexual, con
marchas del Orgullo Gay en todo el mundo (Larrondo y Ponce, 2019).
[III] Nombre dado a la movilización de
estudiantes secundarios del año 2006 en Chile, que alude al documental “La
Marcha de los Pingüinos” (Luc Jacquet,
Francia, 2005), estrenado ese año, que muestra el camino que siguen los
pingüinos de la Antártica al lugar de gestación. “Pingüino” es uno de los
apodos que reciben las y los escolares chilenos producto del uniforme
tradicional que se usaba en el sistema público de enseñanza, cuyos colores son
blanco y azul oscuro combinados de forma similar al plumaje de estas aves.
[IV] Las entrevistas de la primera generación de mujeres corresponden a entrevistas realizadas por el Archivo Mujeres y Géneros, del Archivo Nacional de Chile. Las entrevistas a mujeres de la segunda generación fueron realizadas durante febrero y marzo del 2021, por el equipo de autoría del artículo, todas ellas residentes en la región Metropolitana, con edades que fluctúan entre los 30 y 35 años.
[V] El PDC fue fundado en 1957 como una alternativa al capitalismo y al socialismo y logró un ascenso importante en sus inicios. En el año 1964 su candidato presidencial, Eduardo Frei Montalva, es electo presidente de la República. Aunque el partido estuvo a favor de una alianza con la derecha para enfrentar a la Unidad Popular y el golpe de Estado de 1973, posteriormente encabezó la oposición al régimen militar y obtuvo la presidencia de los dos primeros gobiernos posdictatoriales.
[VI] Los Centros de Madres fueron organizaciones comunitarias con un fuerte apoyo femenino, de carácter tradicional, con rasgos autoritarios y conservadores, y que se presenta como oposición a la izquierda (Kirkwood, 1986).
[VII] Las mujeres de derecha participaron en el Poder Femenino (1972 – septiembre 1973) en contra de la Unidad Popular y el comunismo desde una pretendida posición apolítica, a pesar de sus vínculos con partidos de oposición (Power, 2008). Asimismo, exaltaba las características sexo-genéricas convencionales de madres y esposas y su rol dentro de las familias, a las que atribuían su capacidad organizativa en acciones antigobierno y su éxito político, sin cuestionar ni contradecir los roles de género ni el papel dominante de los hombres en la política y en la sociedad. Justificaban su accionar como una medida de protección de la familia, reforzando una óptica mística y esencialista de la mujer. Las mujeres pertenecientes al PDC apoyaron al Poder Femenino utilizando sus influencias en los CEMAS, lo que implicó que mujeres pobres y obreras tomaran parte de la causa antiallendista (Power, 2008; Iglesias, 2010).
[VIII] El PS fue fundado en 1933 a partir de la
fusión de varias agrupaciones socialistas. De base ideológica marxista, derivó
en socialdemocracia hacia 1980. Ha sido una fuerza política de izquierda
significativa en el país y parte de alianzas como el Frente Popular (1936-1941)
y el Frente de Acción Popular (1956-1969). En 1970, dentro de la Unidad
Popular, llega a la presidencia con Salvador Allende Gossens. Luego del golpe
militar, es declarado ilegal y su militancia es perseguida y encarcelada. En la
posdictadura logran posicionar a dos presidentes: Ricardo Lagos en 2000 y
Michelle Bachelet en dos periodos, en 2006 y 2014.
[IX] El PC fue fundado en 1922. Sus orígenes se
vinculan con el movimiento obrero y la “cuestión social”, que facilitaron la
fundación del Partido Obrero Socialista (POS) el que, después de la Revolución
Rusa y que se institucionalizara el movimiento comunista internacional, decidió
cambiar de nombre y afiliarse a la Internacional Comunista. De corriente
ideológica marxista, es uno de los partidos más importantes dentro de la
izquierda chilena, con una larga trayectoria de participación institucional y
con importantes periodos de ilegalidad.
[X] El MIR, organización política y social de
extrema izquierda, de tendencia marxista-leninista fundada en 1965, se
convirtió en el referente de la izquierda radical, extraparlamentaria y
revolucionaria chilena. Defendía la lucha armada y desconfiaba de la política
electoral de la izquierda tradicional. En 1969 pasó a la clandestinidad
producto de los asaltos realizados a entidades bancarias. No participaron en el
gobierno de la Unidad Popular, sin embargo, fueron parte del grupo de seguridad
personal de Salvador Allende. Una vez devenido el golpe militar, el llamado de
la organización fue a no asilarse y permanecer en el país para combatir la
dictadura, frente a lo cual su militancia fue perseguida por la Dirección de
Inteligencia Nacional (DINA), apresada, torturada, exiliada y asesinada.
[XI] El Frente Patriótico Manuel Rodríguez
(FMPR), fue una organización política fundada en 1983, de tendencia
marxista-leninista y con un carácter patriótico y revolucionario. Se constituyó
como el brazo armado del Partido Comunista hasta su escisión en 1987.
[XII] El PPD es un partido político chileno socialdemócrata de centroizquierda que se autodefine como democrático, progresista y
paritario. Fue fundado en 1987 por dirigentes políticos provenientes
del socialismo democrático, radicalismo, socioliberalismo y la socialdemocracia
al finalizar la dictadura militar de Augusto Pinochet, poco antes del plebiscito que debería decidir su continuidad en el poder. Se
encuentra vigente.
[XIII] El Servicio Nacional de la Mujer y
la Equidad de Género (SernamEG), creado en 1991, es un servicio público
dependiente del Ministerio de la Mujer y la Equidad de Género, cuyo objetivo es
implementar las políticas, planes y programas para enfrentar las diversas
realidades de las mujeres.
[XIV] El estudio ADN de los Partidos Políticos en Chile (ACTIVA, 2012 en Zarzuri, 2018) mostró que un 5,1% del total de las y los chilenos era militante de un partido político y que la juventud presentaba menor participación e interés en ser parte de ellos.
[XV] En las elecciones del año 2017, el 40,9% de candidaturas
inscritas a senadores fue de mujeres, de las que el 26.1% fue electa. En
diputados el 41.4% de las candidaturas fueron mujeres y las electas alcanzaron
al 22,6%, principalmente por la introducción de criterios de paridad de género
en las listas de aspirantes al Congreso, que deben contener no menos del 40% y
no más del 60% de cada uno, lo cual permitió que se presentaran cuatro veces
más postulantes mujeres que en las Elecciones 2013, y se establecieron
incentivos económicos para la participación femenina en las candidaturas, para
los partidos y para las postulantes. (Servel, 2018). En 2019, el 17% de las alcaldías quedó en
manos de mujeres y el 33% de las concejalías, lo que significó un aumento
respecto a elecciones anteriores. En la Convención Constitucional actual
se establecieron criterios de paridad de género y de inclusión de pueblos
originarios, previniendo la participación de poblaciones generalmente
postergadas en cargos de representación.
[XVI] Para el año 2012 las Secretarías de Género comienzan a existir en distintas universidades y el año 2014 se realiza el Primer Congreso Nacional por una Educación no Sexista, donde esta demanda se integró a otras del movimiento estudiantil.
[XVII]
Ejemplo de ello fue la globalizada performance
“Un violador en tu camino” de Lastesis que tuvo por objetivo manifestarse
en contra de las violaciones a los derechos de las
mujeres en el contexto del estallido en Chile. Fue interpretada
por primera vez el 18 de noviembre de 2019 frente a una Comisaría en
Valparaíso. Una segunda interpretación, hecha por 2000 mujeres el 25 del mismo
mes fue parte de la conmemoración del Día Internacional de
la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, grabada y viralizada
en redes sociales. A partir de ahí, se ha replicado en numerosas ocasiones en
Chile, el mundo y ha sido traducida a diferentes idiomas. Ver: https://www.youtube.com/watch?v=yJGE9zqgna8&vl=es-419
[XVIII] El MAPU fue un partido político de izquierda que se escindió del PDC en 1969. En 1970 ingresa a la Unidad Popular y participa en la campaña y en el gobierno de Salvador Allende. Después de la realización de congresos donde se definió ideológicamente de tendencia marxista y se perfiló como un grupo de vanguardia obrero y proletario, se produjo una escisión creándose la Izquierda Cristiana en 1971. En 1972 se fraccionó nuevamente en el MAPU, de ultraizquierda, y el MAPU Obrero y Campesino, más moderado y procomunista. Con el golpe militar, fue considerado ilegal y su militancia perseguida, encarcelada, desaparecida y exiliada.
[XIX] RD es un partido constituido en 2016 y conformado por miembros de una generación crítica de las políticas implementadas por los gobiernos de la Concertación de Partidos por la Democracia y por el primer gobierno de Sebastián Piñera. Para las elecciones parlamentarias del año 2013, su líder fue elegido diputado. Al momento de conformarse como partido político, también anunciaron la conformación del Frente Amplio de izquierda que incluye organizaciones sociales y políticas, vigente hasta la actualidad.
[XX] Convocación es un colectivo
autogestionado de investigación política de izquierda.
[XXI] Entrevistada perteneciente a la primera generación.