“El feminismo
para mí fue reencontrar la política”. El exilio, un espacio para pensarse como
mujeres
Resumen
La propuesta de este artículo es recuperar las
experiencias de mujeres exiliadas que tuvieron que alejarse de Argentina por
motivos políticos durante la década de los setenta del siglo pasado y que luego
se incorporaron al movimiento feminista que resurgió en el período
posdictatorial. Para eso se recurre fundamentalmente a entrevistas realizadas
por la autora así como a algunos testimonios publicados. Para ello hacemos un
recorrido por los estudios sobre exilios en nuestro país enfatizando una
necesaria perspectiva de género, que hallamos más desarrollada en estudios de
otros países de América Latina. Luego nos centramos la experiencia del exilio y
del encuentro con el feminismo en los países de acogida y el impacto que esto
tuvo en sus vidas y posteriores militancias.
Palabras clave: Exilios, Feminismo, Militancias, Dictaduras
"Feminism for me was to rediscover
politics". Exile, a space to think of ourselves as women
Abstract
The purpose of this article is to recover the experiences of exiled women who had to leave Argentina for political reasons during the seventies of the last century and who later joined the feminist movement that re-emerged in the post-dictatorial period. For this purpose, we rely mainly on interviews conducted by the author as well as on some published testimonies. To do so, we make a tour through the studies on exile in our country emphasizing a necessary gender perspective, which we find more developed in studies of other Latin American countries. We then focus on the experience of exile and the encounter with feminism in the host countries and the impact this had on their lives and subsequent militancy.
Keywords: Exilies, Feminism, Activism, Dictatorships
Introducción
En el feminismo que
resurgió en Argentina en los años ochenta del siglo pasado podemos encontrar
dos grandes grupos de mujeres: quienes continuaron con un activismo que
provenía de la década anterior y quienes se incorporaron en esos años. En este
último grupo estaban las mujeres que se habían exiliado por cuestiones
políticas, junto con otras que no lo habían hecho y mujeres jóvenes para las
cuales el feminismo era su primera experiencia militante.
Este trabajo trata
sobre las mujeres exiliadas, que al regreso al país se fueron incorporando
activamente al feminismo en ese período posdictatorial. Para ello hemos
trabajado fundamentalmente con entrevistas personales realizadas durante el
período 2017-2020, si bien citaremos también algunos pocos testimonios publicados
por diversas autoras.
Es importante señalar
las fechas de las entrevistas porque como veremos, en los últimos años la
escucha sobre el exilio es muy distinta a la que se tenía en la época en que
estas mujeres regresaron al país, situación muy bien descripta en la tesis
doctoral de Soledad Lastra (2014) y sobre la que volveremos más adelante.
Como sabemos, el
fenómeno exiliar en Argentina no comenzó el 24 de marzo de 1976 con la
instauración de la dictadura cívico-militar. Para entonces, no sólo regía en
todo el territorio nacional el estado de sitio decretado en noviembre de 1974,
que fue la culminación de varias leyes represivas, sino que también “ya había
centenares de asesinados por la Triple A y otros grupos, un número desconocido
de desaparecidos, más de mil presos políticos, poblaciones arrasadas en el
norte y varios centros clandestinos de detención” (Oberti, 2009,13). Se tienen
registros, por ejemplo, de exiliados argentinos en Italia en el año 1974, así
como el testimonio de la escritora Tununa Mercado (1990) entre otros.
Esta diáspora, fruto
de un clima de intolerancia, intimidación, amenazas, asesinatos, torturas,
listas negras y bombas, reconocía su origen en el accionar represivo de la
Alianza Anticomunista Argentina (AAA) que operaba bajo el paraguas del
Ministerio de Bienestar Social y de su titular José López Rega. Sus principales
blancos fueron militantes políticos de larga trayectoria y compromiso ligados
al peronismo de izquierda y Montoneros, pero también de la izquierda marxista y
hasta del radicalismo (Jensen, 2010, p. 18-19).
Obviamente, el flujo
se intensifica en los primeros años del golpe cívico-militar, entre 1976 y
1978. A partir de 1979 y hasta el final de la dictadura, los exilios se
tornaron menos numerosos, pero no por ello menos significativos. En esta etapa
se exiliaron la mayoría de las y los ex presos políticos y de sobrevivientes de
centros clandestinos de detención. (Jensen, 2016, 83)
¿De cuantas personas
estamos hablando? Durante los primeros años del gobierno de Raúl Alfonsín se
hablaba de unas 400.000, de acuerdo a análisis efectuados en base a fuentes
censales nacionales; y de 300.000 a 500.000 exiliados, cantidad elaborada con
información obtenida de datos censales de los países receptores (Yankelevich y
Jensen, 2007: 215)
Según los datos
aportados por el trabajo dirigido por Zulma de Lattes y Enrique Oteiza, citado
por Soledad Lastra (2014), la estimación del número de exiliados/as fue
complejizada a partir de otras investigaciones contemporáneas al retorno de
exiliados en las cuales se matizó el número total en aproximadamente 350 mil.
Quienes se exiliaron
fueron un grupo variado que incluía militantes de organizaciones políticas,
armadas y no armadas, organizaciones sociales y sindicales, universitarios y
gente de la cultura perseguidos por sus ideas, trabajadores y trabajadoras
cesanteados, así como detenidos/as a disposición del Poder Ejecutivo Nacional
(PEN) a quienes se les otorgaba la opción de salir del país. Hombres y mujeres
que pasaron por los campos de concentración y parientes de quienes sufrieron
represión de manera directa. No debemos olvidar el ensañamiento contra padres,
madres, hijos e hijas de militantes, muchos de los cuales fueron encarcelados,
asesinados, torturados, destruidas sus viviendas, entre otras formas de
violencia.[I]
Por fuentes
cuantitativas sabemos que la mitad del exilio estuvo constituido por mujeres y
aproximadamente una cuarta parte fueron niños que salieron con padres o
familiares o que nacieron en el extranjero. (Yankelevich, 2016, 22)
El exilio del período
que estamos tratando cubrió una gran cantidad de países latinoamericanos y
europeos fundamentalmente, “de esa manera, se podría decir que la emigración
argentina de los años setenta constituyó un fenómeno heterogéneo en cuanto a la
diversidad política e ideológica de sus protagonistas y también en lo que se
refiere a los destinos finales de exilio” (Doorn, 2012, 3)
También la manera en
que emigraron fue variada, algunos viajaron por sus propios medios, otros con
la ayuda de organizaciones internacionales de Derechos Humanos, de partidos
políticos. Algunos/as usaron sus propios pasaportes, otros pasaron la frontera
de manera clandestina, hubo quienes salieron de las cárceles haciendo uso del
derecho constitucional de opción y quienes emigraron tras ser liberados de los
centros clandestinos de detención. (Jensen, 2016) No debemos olvidar tampoco a
quienes fueron sacados por los propios represores, como Graciela Daleo, quien
después de estar prisionera en la ESMA fue trasladada a La Paz, Bolivia, con
documentación falsa, en una suerte de “libertad vigilada” (Ayala, 2019, 478)
Estudios sobre exilios
Se afirma que si
comparamos los trabajos sobre militancia y la represión a esa militancia, es
decir las personas encarceladas, detenidas desaparecidas, los niños/as
apropiadas, notamos que los trabajos sobre exilio son notoriamente
minoritarios.
Expertas en el tema
como Silvina Jensen ha delineado una especie de historia de los estudios sobre
exilios donde afirma por ejemplo, que en los congresos y jornadas sobre exilios
era muy común que aparecieran ponencias sobre los exiliados y exiliadas de la
Guerra Civil española y no sobre los recientes de una América Latina que los
tenía de a miles.
Me ha ocurrido que
leyendo la colección completa de la revista fem[II], en la que escribían algunas exiliadas
latinoamericanas como la escritora argentina Tununa Mercado, no encontré
ninguna referencia a la problemática del exilio en sus páginas, si bien en
1990, ella misma fue una de las voces más conmovedoras al respecto, en su libro
En estado de memoria.
Quienes trabajan la
temática del exilio en Argentina, coinciden en que el clima social en los
primeros años de la restauración democrática, no era proclive a escuchar a los
hombres y mujeres que volvían del exilio. Los emigrados políticos fueron casi
ignorados, o considerados figuras “menores” del pasado autoritario, con escasa
legitimidad social para relatar su historia (Franco, 2007).
No nos olvidemos que
“la posdictadura estuvo marcada por una política estatal de señalización y
judicialización de los responsables entre los “dos terrorismos enfrentados”
(Lastra, 2014, 205). El discurso generalizado era que eran “subversivos” por
sus actividades en el pasado. El par “exilio-subversión”, fue uno de los
sentidos que se repitió durante el primer gobierno de Alfonsín, afirma la misma
autora. O sea que el discurso de la dictadura era retomado paradójicamente por
un gobierno que llevó a juicio a los ex comandantes de esa misma dictadura[III].
El relato de quienes
se exiliaron no estaba legitimado en esos años, no sólo por la dicotomía de los
dos demonios, sino también desde el campo de quienes seguían sosteniendo los
ideales revolucionarios. No había una escucha para los exiliados y exiliadas,
sino sospechas, ya que el simple hecho de haberse ido los y las convertían en
privilegiados a los que se les oponía el sufrimiento de quienes se habían
quedado.
Margarita del Olmo,
una investigadora española que vivió en Buenos Aires entre 1986 y 1988, en un
artículo sobre los exiliados argentinos en España, señala la fría acogida de
quienes volvieron del exilio y la suspicacia hacia ellos y ellas. Le asombraba
mucho no encontrar durante su estancia, personas interesadas en hablar del tema
y menos aún en el mundo académico de los estudios de migración.
Comenta que fue
invitada a impartir una conferencia en el Centro Cultural San Martín, en el
contexto de unas Jornadas sobre Historia de la Ciudad de Buenos Aires y como
ella misma dice “tuve la osadía de referirme a los argentinos en España”. Fue
totalmente ignorada en las discusiones con el público presente, hasta que
alguien hace notar, la nula atención que se le prestaba al exilio, comparada
con el tratamiento de las migraciones hacia la Argentina. “En ese momento, otra
persona del público contestó que no tenía nada que preguntar acerca del exilio
porque para ella el único exiliado respetable era el que estaba muerto” (Olmo,
2007, 144)[IV].
Esas suspicacias se
hicieron públicas en el mundo de la cultura, sobre todo entre los escritores y
escritoras.[V] A propósito, cuenta Marianella Collette, que varias escritoras,
por ella estudiadas, decidieron regresar a la Argentina con el retorno a la
democracia en 1983, mientras que otras, por distintas razones optaron por
continuar viviendo en el exterior. “Las escritoras que retornaron al país
sufrieron una experiencia doblemente dolorosa al sentirse discriminadas y
rechazadas tanto en el ámbito social como profesional”. (Collette, 2005, 496)
Esas tensiones entre
quienes se fueron y quienes se quedaron me fueron relatadas por algunas de mis entrevistadas.
Recuerda una de ellas que estando en el exilio, fue al II Encuentro Feminista
Latinoamericano y del Caribe, que tuvo lugar en Lima, Perú, en 1983. Registra
vívidamente que varias psicólogas argentinas presentes, no se le acercaban por
miedo a ser vistas como “subversivas”.
Sin embargo, esa
situación en Argentina, se fue modificando, como lo afirman los y las
especialistas, a partir de dos puntos de inflexión: 1996 como consecuencia de
la impresionante manifestación que recordó los veinte años del golpe
cívico-militar y el fin de las leyes de impunidad con las políticas activas de
juicio y castigo a partir de 2003.
El avance en las
investigaciones sobre la problemática del exilio es también significativo. Por
ejemplo, desde 2012 se realizan cada dos años, las “Jornadas de Trabajo sobre
Exilios Políticos del Cono Sur en el siglo XX. Agendas, problemas y
perspectivas conceptuales”, situación sumamente auspiciosa, que abre el campo
de estudio profundizando y complejizándolo.
Hasta el momento la gran
mayoría de los trabajos académicos sobre el exilio de argentinos y argentinas
del período que estamos trabajando, tratan fundamentalmente de las actividades
públicas que realizaban quienes estaban en el exilio. Actividades alrededor de
tareas solidaridad, de denuncia de lo que pasaba en el país y de las posiciones
políticas de los grupos organizados en el exterior ante situaciones claves como
el Mundial de Futbol de 1978, la Guerra de Malvinas o acerca de la llamada
Contraofensiva de Montoneros. Muy poco espacio se le otorga al análisis de la
vida cotidiana de hombres, mujeres y niños/as, incluso cuando se recurre a las
entrevistas de quienes se exiliaron.
Los exilios de las mujeres
Como mencionamos más
arriba, la mitad del exilio estaba compuesto por mujeres, sin embargo, como lo
expresa claramente Silvina Jensen, en Argentina “el exilio está caracterizado
por una parte, por la ausencia de estudios específicos sobre las mujeres del
exilio, desde diferentes enfoques disciplinares
y, en segundo lugar, por la escasa presencia de testimonios de mujeres
exiliadas en lo que constituye el género más transitado por los argentinos a la
hora de aproximarse al exilio: el testimonio”. (Jensen 2005, 528).[VI]
En ese sentido, en la
misma compilación donde aparece el texto de Jensen arriba mencionado, Horacio
Coraza de los Santos al analizar el exilio de mujeres uruguayas en Barcelona,
presta especial atención a las distintas maneras en que se vive el exilio y
otorga al género una importancia fundamental. Entre otras cosas afirma que
“cuando la mujer se enfrenta a una nueva sociedad, la sociedad de acogida,
comienza a producirse una reacción producto de la confrontación entre la
estructura de relaciones de la familia exiliada y la de las parejas de la sociedad
de acogida que, en muchos países están en la búsqueda de nuevas formas de vida
en común, más libres e igualitarias” (Coraza de los Santos, 2005, 514)
Paulatinamente se va
reconociendo la importancia de un enfoque de género en los estudios de los
exilios, que estuvo ausente hasta hace muy poco en nuestro país. Ausencia
llamativa si tenemos en cuenta los trabajos académicos en otros países
latinoamericanos, como veremos más adelante y lo que es importante de rescatar,
en trabajos y reflexiones desde espacios del movimiento feminista.
En ese sentido quiero
recordar que los Encuentros Feministas Latinoamericanos y del Caribe (EFLAC),
que se llevan a cabo desde 1981 en distintos países de la región, han sido
fuente de conocimiento permanente. En sus talleres se discutieron problemáticas
muy importantes que hacen a la vida de las mujeres mucho antes de que éstas
fueran objeto de preocupación en las ciencias sociales.
Así, en 1983, en el
EFLAC llevado a cabo en Lima, Perú, se realizó un taller sobre exilios, conformado
fundamentalmente por mujeres de Argentina, Chile y Bolivia. En ese taller se
reflexionó en torno a algunos interrogantes: ¿cómo afecta el exilio su
identidad como mujeres?, ¿cómo ha afectado la relación de pareja y /o
familiares en perspectivas de trabajo?, ¿cómo el exilio modifica o acentúa la
división sexual de roles en la familia?, ¿qué significó para la mujer en el
exilio la solidaridad de otras mujeres?
Algunas de las
vivencias del taller fueron recogidas en las Memorias (II Encuentro, 1984) y
según se lee en ellas, había entre las participantes, un interés de encontrarse
entre latinoamericanas, de hablar con “compatriotas” y expectativas de que el
taller ayudara a sistematizar las experiencias. Se caracteriza al exilio como
una experiencia traumática, que cicatriza en cada una de ellas de manera
diferente. Los problemas subsisten muchas veces a pesar del regreso. También
sucede que una vez que costosamente se han adaptado al país receptor tienen que
volver.
Entre los aspectos
negativos, que aclaran como de una “primera etapa”, se señala que la pérdida
del núcleo familiar las hizo sentir muy inseguras, por no contar con una red de
apoyo. Hablan de las dificultades para solucionar problemas domésticos en un
medio diferente.
Los hombres se sienten
más vulnerables, afirmaban, y “nosotras tenemos que redoblar nuestra atención
hacia ellos”. Se produce la ruptura de muchas parejas. “El hombre se siente
inseguro y quiere entablar nuevas relaciones con mujeres que no lo vieron en su
derrota. La nueva pareja lo visualiza como un héroe.” También se mencionan las
mujeres que no habían sido militantes y deben ir al exilio con sus familias.
Entre los aspectos
positivos del exilio el documento puntualiza “que en una segunda etapa, la
mujer se incorpora y toma contacto con otros grupos de mujeres. En ese sentido
el participar y reflexionar en grupos feministas acelera nuestra madurez
política, nos hace sentirnos hermanas con mujeres de otras culturas, y también
solidarias con otros movimientos de liberación. Estos nuevos grupos de apoyo
han enriquecido nuestro crecimiento de mujeres. Fue significativo que las
participantes lesbianas chilenas que nunca se declararon como tales en su país,
lograron encontrar su identidad en el exilio” (EFLAC, 1984, 51)
El documento finaliza
con una interesante referencia al internacionalismo, como un sentimiento
desarrollado en el exilio. “Es legítimo, (afirman) echar raíces en otros
suelos, pues además nos libera de la culpa que nos produce no luchar en
nuestros países” (EFLAC, 1984, 51)
Volviendo al mundo
académico, la antropóloga feminista Loreto Rebolledo, en un par de trabajos de
hace ya 16 años, caracterizaba las memorias del exilio chileno al que califica
como muy numeroso y policlasista, en dos tipos: emblemáticas y sueltas.
Una memoria
emblemática, tanto de hombres y como de mujeres, sería la que da cuenta de
rupturas lacerantes, desarraigo, ajenidad, tiempo suspendido. Una visión
claramente negativa de la experiencia del exilio. Por otro lado, las memorias
sueltas, están más ancladas en grupos específicos, que si bien no tienen un
discurso unívoco, son relatos sólidos, que convergen en algunos aspectos y que
dan cuenta de una perspectiva positiva de su vida en el exilio, resaltando lo
que ganaron como personas.
A éste último grupo
pertenecen los relatos de las mujeres en el exilio, donde está presente el peso
que jugaron los mandatos culturales de género. Rebolledo afirma que las mujeres
universitarias y profesionales, fueron las primeras en asumir que el tiempo del
exilio iba a ser largo y por lo tanto que había que tomar decisiones prácticas,
insistiendo, por ejemplo, en que había que aprender el idioma y revalidar
títulos para insertarse en el mercado laboral. Su responsabilidad en las tareas
de la reproducción las hacía ubicarse más rápidamente en la vida cotidiana de
los países receptores. Para muchas de ellas, el exilio fue un proceso hacia una
mayor autonomía, ya que sintieron que podían tomar otro tipo de decisiones y en
ese sentido valoraban los logros del movimiento feminista, que apuntalaba esos
procesos (Rebolledo, 2005a y 2005b)
En tiempos mucho más
recientes, Carolina Espinoza Cartés, que estudia el exilio de las mujeres
chilenas en distintos países, afirma que
los testimonios más épicos del exilio intelectual masculino, eclipsaron el
papel de las mujeres que continuaron con su activismo político “incluso en
situaciones de adversidad idiomáticas y culturales, pudieron sacar adelante a
sus familias, postergando en muchos casos el desarrollo intelectual al aceptar
trabajos en el país de acogida para los que estaban sobre-cualificadas. Se
preocuparon de la escolarización de sus hijos, formaron nuevos lazos y redes
sociales, e hicieron grandes aportes a la sociedad de acogida, sin descuidar el
objetivo primario de la lucha contra la dictadura” (Espinoza Cartés, 2019, 160)
Maider Moreno García,
también insiste en la necesidad de “sobrepasar el imaginario del exiliado
neutro masculino” en su trabajo sobre el exilio chileno en Francia. La autora
habla de dos rupturas fundamentales que caracterizan al exilio de las mujeres.
La primera es la experiencia común a todas las personas exiliadas, que es la
salida urgente del país después del golpe. Pero las mujeres comparten un
segundo exilio, cuando son vistas como actores secundarios, a lo sumo,
coprotagonistas del exilio. “Con el tiempo, observadores y exiliadas/os,
elaboran la historia oficial de la diáspora chilena, donde no sólo no aparecen
las mujeres, sino que también se suprime todo aquello que se considere del ámbito
privado femenino” (Moreno García, 2019,542)
En el caso de los
exilios de las mujeres durante la dictadura militar que gobernó Brasil entre
1964 y 1985 se cuenta con el libro pionero Memória
de mulheres no exílio publicado en 1980, coordinado por Albertina Oliveira
Costa, María Moraes, Norma Marzola y Valentina da Rocha Lima. Los cuarenta y
tres testimonios recogidos son de mujeres exiliadas en Francia y fueron una
fuente importantísima (muchas veces la única) para trabajos posteriores desde
las ciencias sociales.
El exilio brasileño
fue muy extenso y los trabajos que tratan sobre la experiencia de las mujeres
suelen contrastar al menos dos períodos, el primero en Chile y el segundo en
Francia. En palabras de María Lygia Moraes, ella misma militante política en
esa época:
Tomamos a Chile como un
caso ejemplar por una serie de motivos: fue una de las opciones de los
intelectuales, por su relativa tradición democrática y por la presencia de una
serie de organismos e instituciones como la Comisión Económica para América
Latina y el Caribe (CEPAL) y la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales
(FLACSO). A partir de 1969, también fue el refugio de personas provenientes de
grupos armados y de personas cuyas actividades estaban bajo la mira de la
represión político-militar, como periodistas, estudiantes y profesores
universitarios. El flujo en dirección a Chile creció con la elección de
Salvador Allende y la perspectiva de un gobierno popular en un país tan próximo
a Brasil. (Moraes, 2010, 59)
Teresa Marques es enfática
al respecto, el feminismo y las cuestiones vinculadas a la condición femenina
no era una causa defendida por las militantes brasileñas en Chile.
“Esse quadro se
modificou na França, onde as brasileiras receberam o apoio o movimento
feminista francês. A pesquisa documental comprovou que essa rede de
solidariedade as incentivou a aderir ao feminismo. Entretanto, é importante
destacar que os grupos influenciados pelo feminismo compreenderam a luta pela
igualdade sexual enquanto “parte de uma luta maior” (Marqués, 2015,134)
Así, la mayoría de los
trabajos sobre mujeres brasileñas exiliadas en Francia: Prado (1996), Pedro
(2006), Pedro y Wolff (2007), Abreu (2013), tienen que ver sobre todo con la
conformación, en París, del Grupo Latinoamericano de Mujeres, fundado en 1970 y
compuesto por brasileñas y algunas otras latinoamericanas, cuyo órgano de
expresión fue la revista Nosotras editada
entre 1974 y 1976. Según se afirma, existía la necesidad de una publicación que
fuera un puente entre Francia y América Latina, en un período de censura en el
continente (Prado, 1996).
Tanto quienes
pertenecían al Grupo Latinoamericano de Mujeres como al menos conocido Círculo
de Mulheres Brasileiras, recibieron no sólo el hostigamiento de sus maridos,
sino que también merecieron reuniones formales del Partido Comunista Brasilero
(al cual pertenecían la mayoría de ellas) en las que se las interrogaba acerca
de la importancia de esas reuniones de mujeres para la lucha general.
Sin embargo las
reuniones de las mujeres continuaron y fueron una pieza fundamental en la
circulación de materiales feministas. También se mencionan en las obras
citadas, la participación de las brasileñas tanto en los grupos de
concientización como en las grandes asambleas del movimiento feminista francés.
Silvina Jensen (2005a)
que investigó el exilio argentino en Cataluña, da cuenta de manera rigurosa
tanto de la cantidad como de la cualificación de las mujeres en ese grupo,
teniendo en cuenta diversas etapas dentro de un amplio período comprendido
entre 1973 y 1983. Aporta una serie de datos muy interesantes respecto a las
profesiones y ocupaciones de las exiliadas, para discutir luego el protagonismo
de las mujeres en la militancia de los setenta y las concepciones de los
militares respecto a la femineidad.
Las entrevistas a
varias mujeres le permiten a Jensen trazar un panorama de las causas de la
“decisión de partir” y de la importancia de los lazos familiares en los
momentos de mayor represión. También la participación en tareas de solidaridad
en Cataluña y el impacto que tuvo para ellas conocer al movimiento de las
Madres de Plaza de Mayo.
Para Jensen es
importante saber acerca del grado de involucramiento de las exiliadas “en
acciones ligadas a la defensa o promoción de sus derechos como mujeres, tanto
al interior de las diferentes organizaciones políticas antidictatoriales o de
solidaridad con Argentina, o dentro del incipiente movimiento feminista
catalán” (Jensen, 2005a, 543).
Menciona el
acercamiento de una de sus informantes al Grupo de Mujeres Latinoamericanas
como espacio para poder reflexionar y “ordenar todo lo que le estaba pasando”
entre pares, lo que le permitió encontrarse desde lo afectivo con la
problemática del exilio inscripta de manera desigual en el cuerpo de mujeres y
hombres. Esos espacios se compartían con
la militancia antidictatorial, pero para las entrevistadas, ambos espacios les
permitían mantener el compromiso político y luchar por las libertades y por una
sociedad mejor. (Jensen, 2005a, 544)
Marina Franco (2009)
que estudió el exilio argentino en Francia entre 1973 y 1983. Si bien asegura
que no hubo un exilio argentino sino diversidad de experiencias, señala que una
de las características de las mujeres que llegaron al exilio fue hacerlo solas
porque sus compañeros estaban presos, desaparecidos o muertos, lo inverso fue
muy raro. Esta situación las obligaba a crear estrategias para sobrevivir para
ellas y sus hijos, sin el apoyo familiar.
Algunas de las
afirmaciones de Franco en este artículo son: la mención al miedo como impulsor
brutal de la salida es mucho más frecuente en las mujeres que en los hombres
“la dimensión, íntima
emocional y cotidiana de la situación de emigración es en general relatada por
las mujeres, mientras que los varones se concentran en el relato colectivo,
político y “objetivo” de aquello que es “Historia”. (Franco, 2009, 130)
Respecto al feminismo,
Franco no encontró ninguna exiliada que lo hubiera conocido antes de migrar,
pero encontrarse con esa militancia en Francia, no significó la adherencia a
ella, a pesar de la solidaridad que éste mostraba con las latinoamericanas.
Tampoco se constituyó un movimiento argentino de mujeres como sí lo hubo de
brasileñas y chilenas, quienes se acercaron al feminismo francés lo hicieron
conservando la doble militancia.
Si bien Franco es
prudente en evaluar el impacto del feminismo en las exiliadas en Francia,
también afirma que las narrativas de sus informantes vuelven espontáneamente
sobre cuestiones de género como organizadores de los relatos del exilio.
En la misma
compilación Luciana Seminara, y Cristina Viano (2009), recurren a los
testimonios de dos feministas de la provincia de Santa Fe, siguiendo sus
recorridos desde la militancia en los años setenta y sus años de exilio.
En el número 8 (2016)
monográfico de Kamchatka. Revista de análisis cultural bajo un
título tan tentador como “Exilios cruzados: representaciones, identidades y
memorias en los exilios europeos y latinoamericanos del siglo XX y XXI” se
presentan artículos, que para el caso de Argentina hacen referencia a la
literatura producida en el exilio, pero no sobre el exilio. En ese sentido
podemos citar a Karin Davidovich, que analiza el fenómeno del exilio desde una
perspectiva de género, a través de los testimonios y relatos autobiográficos
presentes en En estado de memoria de
Tununa Mercado (1994), Una sola muerte
numerosa de Nora Strejilevich (1997), Sueños
sobrevivientes de una montonera: a
pesar de la ESMA de Susana Jorgelina Ramus (2000) y Detrás de los ojos de Graciela Fainstein (2006). Si bien, no trata
de los exilios de las autoras, Davidovich da cuenta de la pérdida de
estabilidad del eje espacial que supone el exilio, lo que desemboca en la
construcción, a través de la escritura, de identidades más flexibles, que se
alejan de las identidades fijas impuestas por el orden patriarcal. (Davidovch,
2016, 16)
Victoria Alvarez
(2019) trabaja con testimonios, algunos del archivo de Memoria Abierta[VII] y otros publicados en diferentes espacios. Si
bien algunas son conocidas referentes del feminismo local, las que no, también
sostienen un discurso donde la mirada de género está muy presente En los
relatos, la dimensión personal y la dimensión política se presentan como
indisociables.
En un artículo en el
que adelanta algunas reflexiones de una investigación en curso, Bárbara Ortuño
Martínez (2020), analiza cartas personales producidas y recibidas por exiliadas
argentinas de los años setenta, que forman parte del fondo “Cartas de la
Dictadura” en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno, en Buenos Aires.
Conocer esa
correspondencia le permite afirmar que en el exilio “las mujeres continuaron
aglutinando las múltiples tareas referidas a los cuidados. De este modo,
encontramos numerosas líneas en los epistolarios que remiten a la extenuación
por las jornadas de trámites burocráticos, estudio, trabajo y maternidad, en el
caso de algunas, siendo muy jóvenes. (Ortuño Martínez, 2020, 126)
Muy prometedor es el
trabajo que está realizando la joven antropóloga Martina Bloch, (2020) con la
revista Micaela, editada en Suecia entre 1978 y 1993 como órgano de la
Asociación Latinoamericana de Mujeres.
Tenemos también los
textos que analizan la literatura de mujeres exiliadas, pero que, salvo el caso
de Tununa Mercado, no escribieron sobre el exilio, sino en el exilio como ya
señalamos (Collette 2005; Simón 2014; Argañaraz 2018).
Tampoco es motivo de
nuestra indagación la escritura de las hijas e hijos del exilio, ya que nuestro
interés está puesto en el exilio de militantes que luego se incorporaron al
movimiento feminista en Argentina.
En cuanto a los
testimonios en primera persona podemos mencionar entre otros, el de Dora
Coledesky (Bruno, 2007 y Soto 2008); las mujeres combatientes entrevistadas por
Marta Diana (1996), en especial un relato que retomaremos más adelante; la
entrevista a Ana Falú (2020); la autobiografía de Olga Hammar (2009), el libro editado por
Diana Maffía, Luciana Peker, Alumine Moreno y Laura Morroni, (sin data) que
relata la gestación del primer Encuentro Nacional de Mujeres, donde varias de
las entrevistadas afirman haberse hecho feministas en el exilio y el breve
libro de Gabriela Saidón (2019) con los relatos de “conversión” de Dora
Barrancos, Susana Gamba, Susana Sanz y Tununa Mercado.
Los cuentos reunidos
en Afuera, de Cristina Feijoo y
publicados en 2014, tienen como hilo conductor el exilio latinoamericano en
Suecia y se pueden rastrear en ellos la experiencia de la autora, militante
política de los años setenta, exiliada después de haber estado en la cárcel.
No quiero terminar
este recorrido sin mencionar un caso muy conmovedor y pionero, la ponencia de
Alicia Genzano, presentada en las Segundas Jornadas sobre Mujeres y Escritura organizadas por la revista Puro Cuento y realizadas en Buenos Aires
en 1991.
El texto, publicado
cinco años después en la revista Feminaria
(en la que Genzano era integrante del consejo de dirección) tiene un título que
lo dice todo “De porteña histérica a feminista romana”. Allí, relata su
desconocimiento del feminismo antes de migrar, y cómo
“en medio a la
ajenidad, me prendí, a duras penas al principio, con fervor después a una
cultura que me pertenecía en lo más íntimo sin profundizar demasiado. Fue lo
que más me ligó a Italia, esa otredad infinita donde las voces y las manos
femeninas se tejieron en torno a mí, de manera sensual, para salvarme del
aislamiento. Intelectualmente estaba a la defensiva, pero mi piel les
pertenecía.
Cuando leí el libro de
Rossana Rossanda Las otras, entendí
por qué me era difícil abandonar mi modelo mental. Ella cuenta que no pudo ser
feminista en los '60/'70 porque pudo, por clase y posición socio-cultural,
entrar en el mundo de los hombres. Las “otras” no era ella, por lo tanto
invisibles. (Genzano, 1996, 22)
Los exilios de las argentinas
Como comentamos más
arriba, los modos de salida hacia el exilio fueron dispares, como también lo
fueron las maneras de insertarse en las sociedades de acogida. No era lo mismo
llegar a Suecia, con un mecanismo de bienvenida organizado por el Estado, donde
se preveía desde la compra de ropa hasta el aprendizaje del idioma, así como la
incorporación de hijos e hijas en la escuela, que llegar a lugares donde además
de la incomprensión del idioma se palpaba una franca hostilidad.
“Recuerdo como si
fuera hoy cuando arribamos al aeropuerto de Valsjö: nevaba y todo lucía
impecable” dice Olga Hammar en su libro autobiográfico.
Para F fue un alivio
llegar al “campamento” sueco, y nos aclara que ella pensaba encontrarse con
carpas y resulta que el campamento era un hotel muy lindo donde estuvo con
otros exiliados latinoamericanos durante siete meses antes de establecerse con
su hija en Estocolmo. Si bien el sueco le parece un idioma muy difícil,
reconoce que poder estudiarlo gratis fue un alivio. También la tranquilizó la
facilidad con que su hija se incorporó a la escuela. (F entrevista personal)
La misma entrevistada
señala que no pudo ingresar a la Universidad, si bien lo intentó varias veces.
No haber estudiado y sus dificultades con el idioma hicieron que sus trabajos
fueran lo que ella denomina “típicos de inmigrantes”. En su caso tareas de cuidado
en un hospital de adultos mayores.
En el libro de Marta
Diana Mujeres guerrilleras que apareció en 1996, si bien hay referencias al
exilio no se manifiesta en ellos un relato explícito sobre los cambios en la
relación entre varones y mujeres, salvo en las palabras de “Alejandra”, quien
reconstruye su paso por la organización política a la que pertenecía, marcando
las diferencias con los varones y mujeres dentro de ella y las rígidas
disposiciones sobre las relaciones de pareja.
Alejandra describe también
su llegada al campamento en un pueblo pequeño de Suecia, donde un colombiano
oficiaba de intérprete y de inestimable ayuda para lo que pudiera necesitar. Si
bien reconoce que los y las refugiadas por el desconocimiento del idioma
realizaban tareas menores como limpieza de oficinas y colegios, “las
facilidades para estudiar eran muchas”. “Para aprender sueco nos daban un
subsidio de doscientos cincuenta dólares. Si pasábamos todos los cursos y
llegábamos a la Universidad, nos concedían un préstamo que había que devolver
una vez recibidos”. (Diana, 1996, 39)
Una de las mujeres que
entrevisté, también refugiada en Suecia, es taxativa:
No bien llegué, entré a
la universidad. Es un país en el que las guarderías existen y, en ese momento,
eran muy buenas e implicaba la posibilidad de poder trabajar o estudiar. Los
hombres pasaron de ser los revolucionarios heroicos a ser los pobrecitos que
sufrían y estaban deprimidos porque había un sufrimiento por la pérdida de los
privilegios de género que tenían en la Argentina. Ahí se produce una profunda
diferencia en cómo las mujeres y los hombres confrontan el exilio. (M entrevista personal)
La inserción laboral
fue un problema para las exiliadas, como me comentaba una abogada que tuvo que
trabajar limpiando oficinas, ya que su título no tenía valor fuera del país.
“Yo hice todo el
recorrido de la escala social en Francia. Cuando llegué no sabía una palabra de
francés, hice un curso que te daban, así que limpiaba oficinas, luego, cuando
ya sabía hablar lo mínimo, empecé a cuidar chicos y también limpiaba casas,
luego gracias a un uruguayo conseguí trabajo como dactilógrafa en un organismo
internacional donde estuve un buen tiempo. Más tarde entré a una asociación
solidaria francesa donde trabajaba en las publicaciones, fue un lindo trabajo
donde estuve hasta que regresé a Argentina” (P entrevista personal)
Afirma que las mujeres
aprendían primero el idioma, salían, buscaban trabajo, llevaban sus hijos al
colegio, “yo las veía con mucho mejor estado de ánimo que los varones, que se
deprimían y aislaban más…la mayoría de las parejas se rompieron en el exilio,
al menos las que yo tenía cerca”.
Para algunas de las
mujeres entrevistadas fueron importantes los lazos institucionales con filiales
de organizaciones con las que poseían alguna relación antes de la partida, ya
que podían ser un nexo para establecerse en el exterior. G reconoce que a su
llegada a Francia se contactó con una organización internacional que tenía
también su sede en Argentina y se alojó en sus oficinas. No hablaba francés
pero reconoce que tuvo suerte porque su título universitario le fue reconocido
ya que había un convenio que así lo permitía.
Quería estudiar y logro
que la mujer que me hospedaba solucionara problemas burocráticos. Tenía que
elegir una carrera que tuviera que hablar poco, elegí “Evaluación de proyectos
industriales”. (G entrevista personal)
L se exilia con su
marido en Barcelona, quien según sus palabras:
Quería un trabajo a su
altura aunque las mujeres iban a limpiar casas…Mis padres nos ayudaban, luego
conseguí correcciones de estilo, trabajo para editoriales que te pagaban dos
pesos. Estuvimos muy solos porque no queríamos encerrarnos en el gueto. (L,
entrevista personal)
En las entrevistas a
mujeres que se exiliaron siempre aparece esa primera etapa, del “hice de todo”,
que muchas cuentan de manera risueña. Etapa que pareciera ser un rito de
iniciación para luego emplearse o estudiar alguna carrera.
Yo en Barcelona hice de
todo, pero lo que me permitió vivir e incluso incorporar a otras personas fue
fabricar muñecos, porque me había llevado los moldes de una pequeña fábrica
donde estuve escondida el año que estuve clandestina en Córdoba. Sabía todo el
proceso y lo puse en práctica en Barcelona, incluso lo vendíamos. De eso viví
varios años. Luego tuve una beca para estudiar en la Universidad, antes de
volver pusimos con unos amigos una tienda de antigüedades. (CH,
entrevista personal)
Cuenta que, estando en
Barcelona, realizó un estudio sobre las diferencias entre las mujeres y varones
exiliados, que desgraciadamente no conserva, donde queda muy claro que las
mujeres se adaptaban a trabajos para los que estaban sobre-calificadas pero que
a los hombres esa situación los deprimía y paralizaba.
En el caso de quienes
se exiliaban con formación en Letras, Literatura, o con conocimientos de
idiomas, la pujante industria editorial española hacía posible insertarse, la
mayoría de las veces con sueldos insuficientes como traductoras, cuando no como
simples vendedoras.
Ya en 1987, en una
película argentina, Mirta de Liniers a
Estambul[VIII] la protagonista se
diferencia de su pareja (ambos exiliados en Suecia) por su actitud práctica y
positiva ante la nueva situación. La cuestión del empeño de Mirta en aprender
el idioma provoca roces con su marido. “No me gusta sentirme segregada,
¿entendés? Por lo menos si vivo en este lugar, como mínimo quiero poder
comunicarme con la gente”, afirma en una escena (para mí) clave.
Sin embargo, en la
mayoría de los textos sobre exilio, no sólo no se perciben esas diferencias
sino que las mujeres aparecen como “esposas de”, como si entre ellas no
hubiesen militantes o como si no hubieran tenido experiencia laboral en
Argentina.
Es asombroso encontrar
que en la mención a militantes exiliados varones “y su esposa”, no sabemos si
ella era militante también ni cuál era su vida anterior al exilio. Muchas veces
en los testimonios está presente un “nosotros” no especificado, que suponemos
refieren a su mujer e hijos. En los trabajos en que se apela a entrevistas,
aparece un sujeto neutro, o sea masculino, para hablar de la experiencia
exiliar. Algo semejante a lo que sucedía con los estudios de migración antes
del impacto del feminismo.
En su artículo sobre
el exilio argentino en Suecia, Brenda Canelo, comenta que las mujeres, después
de los niños y jóvenes, fueron las primeras en aprender el idioma. Cita un
texto donde se afirma que “La mujer, obligada por las pequeñas y pragmáticas
tareas, con mayor responsabilidad sobre los hijos, con una facilidad y una
constancia mayor para el aprendizaje del sueco, se fue abriendo camino en el
trabajo, en la formación profesional, y en cierto sentido tuvo más contacto con
la vida comunitaria sueca en los primeros tiempos del exilio”. (Canelo,
2007,112). Ese comentario, que pertenece a María Luján Leiva que estudió el
exilio uruguayo en Suecia, no parece importar a Canelo, ya que no desarrolla
esa particularidad femenina, como tampoco hay referencia alguna a la revista Micaela, que, como se menciona más
arriba, era editada por exiliadas latinoamericanas en Suecia[IX].
Samantha Quadrat
(2007) ve al exilio, en este caso en Brasil, como un espacio de
transformaciones y sitúa a la mujer en el centro de esas transformaciones. Sin
embargo, parte de ciertas afirmaciones que sería necesario matizar, como “la mayoría (de las mujeres) había salido de la
casa paterna para el matrimonio”, tal vez era así en el universo estudiado
por ella, pero ¿eso era la regla general para las mujeres de esa época, incluso
para aquellas que eran militantes? Es verdad que como expresa, era difícil
criar a los hijos e hijas sin ayuda familiar ni estatal. ¿Cuál es la relación
entre esta situación y las numerosas separaciones que tuvieron lugar, según se
afirma en el artículo?
Sucede con esta
investigadora brasileña lo mismo que con algunas otras, que tienen una
perspicacia para la detección de algunos problemas pero no sólo no se
desarrollan, sino que se mezclan con visiones tradicionales de la relación
entre varones y mujeres y la situación de éstas dentro del fenómeno exiliar.
Por ejemplo, afirma que “la cuestión de la adaptación fue también un problema
para los matrimonios. Temporalidades
distintas fueron un factor de separaciones, disputas en torno a quién se
insertaba más rápido en ámbitos profesionales o quien se adaptaba con mayor
facilidad fueron motivo de disputas” (Quadrat, 2007, 83). Pero, ¿quiénes se
insertaban más rápido? y sobre todo, ¿por qué?
En los pocos casos en
que se trata la vida cotidiana de quienes se exilian, abundan las referencias a
las dificultades de insertarse, pero se cae en generalidades como que los
exiliados debían “mantenerse a sí mismos y mantener a su familia” repitiendo lo
que seguramente le referían los varones entrevistados, sin problematizar esas
afirmaciones.
Tal es el caso, entre
otros que estamos viendo, de González Martínez (2009, 10), quien para mostrar
la necesidad de quienes se exilian de relacionarse con los miembros de la
sociedad receptora, cita el siguiente testimonio: “Mi mujer se encontró con dos
compañeros de la militancia. Ellos fueron todo para nosotros, nos bancaron
todo. Al principio sólo teníamos a ellos, pero después cuando mi mujer empezó a
dar clases de gimnasia conoció a más gente y de ahí, de ese grupo, tuvimos amigos
españoles”.
En los países donde el
idioma no era una barrera, como en México, las mujeres exiliadas pudieron
insertarse laboralmente en tareas relacionadas con la educación y la industria
editorial.
A, que llegó a México
sola, desde una ciudad del sur argentino, tenía experiencia en la función
pública. Reconoce que no le costó conseguir trabajo porque tenía amigas y
conocidas que la ayudaron, algunas de ellas con empleo en distintos espacios
relacionados con la educación. Así, trabaja en una escuela secundaria, luego en
preparación de maestros en didáctica de Letras, más tarde en la editorial de
una universidad. De allí pasa a la Facultad de Estudios Superiores Acatlán, que
se había fundado en 1975 y dependía de la UNAM y estaba situada en el municipio
de Naucalpan de Juárez, en el Estado de México. Su periplo profesional culmina
en un cargo en un ente autárquico del Estado en el que se especializa en una
temática que le permite trabajar a su regreso a la Argentina.
Sin embargo, mientras
conseguían “algo mejor”, las exiliadas no dudaban en realizar tareas que como
en el caso que mencionamos más arriba de quien fabricaba muñecos, no tenía nada
que ver con experiencias laborales anteriores.
En ese primer tiempo,
cuando recién llegamos al DF, yo vendía ropa a domicilio, qué garrón! era
horrible, tocaba el timbre y no me abrían, y encima si me abrían, como yo soy
una nulidad para ese rubro no podía explicar ni de qué tela eran los vestidos,
que eran todos gringos… (D, entrevista personal)
El encuentro con el feminismo
Como era de esperarse,
las mujeres que luego del exilio se incorporaron al movimiento feminista en
nuestro país, recuerdan lo impactante que fue para ellas encontrarse con esa
forma de lucha, se hayan incorporado o no. Estoy convencida de que, cuando
existió esa incorporación a la lucha feminista, la experiencia del exilio es
recordada de manera mucho más positiva.
Es el caso de V, quien
se exilia en Barcelona, según sus propias palabras “cuando el feminismo estaba
en su apogeo” y se “encuentra con manifestaciones feministas asombrosas”, pero
no se incorpora a la lucha. Afirma que no la pasó bien, entre otras cosas
porque “el peronismo no se entiende, entonces había una difícil relación con
las izquierdas de allí”. También se encontró con mujeres para las cuales optar
por el feminismo era renegar de su pasado militante en organizaciones
políticas. “Pareciera que no se podía convivir con ambas opciones. Una cosa o
la otra”. (V, entrevista personal)
G, exiliada en
Francia, donde el feminismo estaba muy activo. Recuerda manifestaciones
multitudinarias en París por el aborto. Lo primero que leyó fue El Segundo
Sexo, de Simone de Beauvoir, cuya presencia era fuerte en París. Recuerda el
sepelio de Jean Paul Sartre como algo “emocionante”.
Empieza a tomar
contacto con problemáticas “que nunca se había planteado antes”, por ejemplo
“el tema de la autonomía de las mujeres”. Insiste en que
“el tema tal vez más
importante de la experiencia en Francia, decidir ser madres solteras por ejemplo
sin ninguna información al varón, el vivir solas… en fin, autonomía alrededor
de todos los temas”.
Adriana Rosenzvaig,
una de las pioneras por los derechos de las mujeres en el ámbito laboral,
afirmaba en los años ochenta:
En México me encontré
con el machismo descarado, la violencia permanente contra la mujer, la agresión
sexual constante en los trabajos. Yo trabajaba en una editorial y estaba en
contacto con el mundo gremial, con las organizaciones de solidaridad, pero no
con feministas, que allí trabajaban fundamentalmente con la problemática de la
violencia; hay muchas casas de la mujer golpeada, centros de ayuda a la mujer
violada. Me impactó muchísimo una campaña de desmitificación del parto sin
dolor. Ese tipo de cosas me hizo reflexionar (Tarducci, 1986, 17)
Retomando el
testimonio de “Alejandra”, que aparece en el texto de Marta Diana, nos
encontramos que en su segundo país de exilio, México, conoció a mujeres del
movimiento feminista y se integra a un grupo. Afirma que:
mi relación con el
feminismo me ayudaba a descubrir cosas de mi interior como mujer, largamente
postergado y sometido al deber ser de la militancia política. Nunca antes me
había puesto a pensar qué sentía. Siempre había estado primero lo que pensaba.
(Diana, 1995,41)
Dora Coledesky,
pionera co-fundadora de la Comisión por el Derecho al Aborto, en 1988, afirma
sin dudar que:
Fue en Francia donde se me abrieron los ojos,
conocí a mujeres brillantes, el movimiento feminista tenía una gran vitalidad,
gran envergadura. Se hacían reuniones de 500 mujeres, en la universidad de
Vincennes, por ejemplo. A una de esas reuniones nos invitaron a las exiliadas
para que contásemos lo que sucedía en nuestros países, luego surgió la idea de
hacer un grupo de mujeres latinoamericanas que duró bastante tiempo. De manera
que yo fui avanzando, conociendo, reflexionando en contacto con el feminismo
francés. (…) Cuando vinieron las Madres de Plaza de Mayo, avisé en diversos
talleres universitarios. Todas las mujeres se reunieron en una especie de teatro,
las Madres hablaron y una compañera las tradujo. Se hizo una colecta y se
publicó una declaración de las feministas en Le Monde. Creo que no se
conoce aquí la forma en que ayudó el movimiento feminista francés a las Madres.
En otra oportunidad, un 8 de marzo, en un gesto simbólico, al cartel de la rue
Bonaparte le pusieron encima otro nombre: Les Folles de la Place de Mai.
Colette Auger, una feminista muy prestigiosa, vino a Buenos Aires corriendo
todos los riesgos para traer un hábeas corpus –que había preparado mi marido– a
favor de los abogados y médicos desaparecidos. Acá le dieron dos días de plazo
para que se fuera, bajo amenaza de detención.
(Soto, 2008)
En otra entrevista,
Coledesky se detiene en un encuentro realizado con el Grupo de Mujeres Latinoamericanas,
donde se vincularon con las refugiadas de Holanda, Suecia, Bélgica y Alemania.
Lo interesante es que Dora afirma que hubo tres talleres, uno sobre sexualidad,
otro sobre mujer y refugio y el tercero sobre partidos políticos. (Bruno, 2007).
Digo interesante, porque en los tres talleres no dejaban de estar presentes la
visión transversal feminista a los problemas de coyuntura.
T, a la única
feminista que conocía antes de exiliarse en Italia, era a Mirta Henault, a
quien sigue nombrando como la “viuda del vasco Bengochea”. Entre los trabajos
que realizó allí estuvo cuidar un niño, cuya madre “hacía observaciones sobre
el trabajo doméstico”. Fue ella quien la introdujo en el mundo del feminismo.
Luego
Entré a trabajar con un
grupo de amigas romanas que eran feministas, yo entré rápido porque me
adoptaron. Sí ...pero muy pocas argentinas involucradas en el movimiento, pocas
participaban de la Casa delle Donne, por ejemplo. Yo soy muy manija cuando algo
me enamora y mi marido me bancaba. (T entrevista personal)
Según sus propias
palabras “con el feminismo descubre que existen teorizaciones sobre la vida
cotidiana”. “El feminismo para mí fue encontrar la política”.
La importancia de la
Casa delle Donne, donde conocí a mujeres maravillosas. Libros, conferencias. Fue
descubrir todo un mundo. Eran mujeres que amaban a las mujeres, que valoraban
la experiencia de las mujeres, que podíamos compartir como mujeres. Es como que
nací de nuevo. Recuerdo Italia como etapa de crecimiento, allí fui libre. (T
entrevista personal).
D es categórica cuando
recuerda su exilio en México como una etapa positiva, “nada de melancolía”.
Allí pudo estudiar, podía hablar con compañeras y compañeros sobre lo que pasó
y pasaba en Argentina. Integraba la comisión de solidaridad, se llevaba bien
con los mexicanos y mexicanas, que fueron muy solidarios con ella.
En el exilio conozco
mujeres feministas y lo primero que hago es pelear. Tenía en la universidad una
profesora feminista. Peleamos mucho pero ella también era de izquierda y me
convence que no era sólo la clase. Había grupos feministas, que a su vez tenían
a mujeres que eran luchadoras de los Derechos Humanos, yo iba a esos grupos,
incluso con acciones como huelgas de hambre en iglesias y conocí a lesbianas
feministas. Hasta ahí yo la miraba de afuera, me daban un poco de miedo
incluso. De los grupos de lesbianas había uno marxista leninista, cuya
dirigente era muy bonita, puso la bolsa de dormir a mi lado y a mí me dio
terror.
En un grupo feminista
donde activaba una amiga, se hablaba mucho de sexualidad, del clítoris, de
lesbianismo, sin que fuera un grupo específicamente lésbico. Para mí fue
increíble, se me abrió la cabeza, empecé a leer, a investigar, ¡pero mirá acá
lo que dice! La formación feminista y lésbica aparecieron juntas. (D,
entrevista personal)
CH comienza su relato
del exilio afirmando
Si hubiésemos conocido
entonces el significado de la palabra tsunami, habríamos dicho que nos había
pasado uno por encima. Argentinas, uruguayas, chilenas, colombianas,
brasileñas, todas llegamos a Cataluña huyendo del terror instaurado en nuestros
países por las dictaduras militares que se enseñorearon de ellos en la década
del 70 del siglo anterior. (CH entrevista personal)
Pero se encuentra allí
con un período tan especial como la llamada transición española, que según sus
propias palabras “se notaba en las calles, que las mujeres habían tomado con su
presencia”.
El derecho al aborto,
al divorcio, a la contracepción, la igualdad ante la ley, la patria potestad
compartida, las relaciones lésbicas eran los temas que convocaban a esta
presencia permanente en el espacio público. Pero también lo eran las
condiciones materiales en las que se desenvolvía la vida cotidiana en los
barrios. Las mujeres se organizaban para reclamar viviendas dignas, semáforos,
escuelas, el asfalto de calles intransitables, centros de salud. Y también se
encerraban en las iglesias o en las empresas demandando mejoras laborales o la
readmisión de compañeras y compañeros, o de sus propios maridos, despedidos o represaliados
por la patronal. (CH entrevista personal)
La conformación en
Barcelona, del Grupo de Mujeres Latinoamericanas tiene lugar, según CH en un
contexto donde la cantidad de grupos de mujeres organizadas hizo necesaria la
creación de una Coordinadora que nucleaba las mujeres de las Vocalías de
barrios (provenientes de las Asociaciones de vecinos), grupos de mujeres de
partidos, las feministas autónomas, grupos que se ocupaban de las cuestiones de
salud sexual y reproductiva, etc. Esa coordinadora les da un espacio al Grupo
para las reuniones en su propio local.
La dinámica de lo que
se llamó entones “grupos de autoconciencia” nos ayudó a posicionarnos de una
manera diferente ante todas las experiencias vividas anteriormente y las
presentes. Aprendimos a conocer nuestro propio cuerpo, su funcionamiento y
nuestro derecho a gozar plenamente de él. Como también a decidir acerca de la
posibilidad de ser o no madres, sin falsas culpas; a reclamar en nuestros
trabajos el mismo salario que el de nuestros compañeros. (CH entrevista
personal)
Otro caso de inmersión
directa en grupos feministas es relatado por R, quien marchó a Venezuela
acompañando el exilio de sus padres. Conoce el feminismo en la universidad en
la que estudia, y milita en él durante dos años y medio. Esa militancia, según
sus propias palabras
“tuvo un gran impacto
en mi vida personal, una visión sobre cosas que nunca había pensado. Me
encontré por primera vez con lesbianas, por ejemplo y la cuestión de lo
personal es político me impacto mucho. Nunca me aburría como en otros ámbitos
políticos”. (R entrevista personal)
A su regreso a Buenos
Aires en 1982, participó activamente de varios grupos feministas, uno de los
cuales ayudó a fundar.
Para K, llegar al
exilio significó el intentar insertarse en sociedades ajenas (en su caso
Francia). Había que conseguir trabajo, ver la posibilidad de estudiar…
“Así conjuntamente con
las denuncias al terrorismo de Estado instaurado en nuestro país la solidaridad
con los pueblos hermanos en su lucha por su liberación, articulábamos espacios
de reflexión entre mujeres que nos permitieron reflexionar sobre la mayor de
las desigualdades que atraviesa toda injusticia: el patriarcado. En aquellos
años de la segunda mitad de los 70 las mujeres que proveníamos de espacios de
militancia en partidos políticos de izquierda (chilenas, uruguayas, argentinas)
nos reencontramos en espacios que se generaban (encuentros latinoamericanos y
europeos) para cuestionar y cuestionarnos sobre la necesidad de una mirada
transversal de género en toda desigualdad por la que lucháramos Estos espacios
nos permitieron no sólo la inserción personal en los países que nos acogían
sino también la integración de nuestras luchas aquí y allá y dónde estuviéramos
Fueron los encuentros entre mujeres, los grupos de reflexión los que me
permitieron auto-percibirme como feminista en la batalla personal y política
que quería librar”. (K, entrevista personal)
Olga Hammar en su
autobiografía relata el impacto que significó para las mujeres llegar a una sociedad
como la sueca:
En Suecia los valores y
los vínculos familiares eran muy distintos. En el grupo familiar las cosas se
manejaban de manera horizontal, sin liderazgos. Esa situación, lógicamente tiñó
las relaciones de los exiliados (…) Las mujeres exiliadas empezaron a cambiar,
a rebelarse: cuestionaban las jefaturas. Todo eso enfrentó a muchas parejas.
Para las mujeres Suecia
significó un cambio positivo. Muchas compañeras que tenían una relación
desigual con sus maridos y que incluso sufrían en sus casas maltrato cotidiano,
gracias al amparo del estado sueco modificaron esa relación conyugal al punto
de querer separarse. Las suecas, militantes de organizaciones de mujeres, eran
un punto de referencia, un lugar donde acudir. Eso lo podía corroborar yo que
trabajaba como asistente social de refugiados políticos. (Hammar, 2009,
113-114)
Ximena Bedregal,
entrevistó en 1999 a Carmen Castillo, militante, al igual que su marido Miguel
Enríquez del MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria, de Chile). Después de
sufrir la muerte de su compañero, la cárcel y la muerte de su hijo a poco de
nacer debido a las torturas a las que fue sometida durante su embarazo, se
exilia en Francia. Dedicada al cine y a la escritura, afirma que sin duda el
sentimiento de retroceso que vivió en el exilio duró hasta que se encontró con
el feminismo. “Fueron mujeres las que a mí me ayudaron a encontrar una nueva
manera de recordar, de vivir y pensar que no la teníamos antes”. Respecto de
sus documentales reconoce que las mujeres, cuando tienen que relatar sus
experiencias, “encontraban las palabras del dolor para relacionar sus vivencias
con su condición de mujer, la experiencia del exilio e incluso como se
insertaron antes. Por algo pongo en mis trabajos a las mujeres, también entrevisto
a hombres pero no los pongo porque al editar los veo más abstractos” (Bedregal,
1999).
En la entrevista a
Castillo, aparecen mencionadas dos cuestiones que nuestras entrevistadas
afirman de manera más o menos explícita. La primera de ellas está expresada de
manera muy poética: “el exilio me llevó a entender el mundo como un territorio
que nos concierne a todas/os” (Bedregal, 1999) y la otra, que ser mujer tuvo
mucho que ver en cómo “elaboraron” la derrota. Como lo expresa una
entrevistada:
Me acerque al feminismo
en Suecia, tratando de entender nuestra derrota. Aunque yo sigo convencida de
las ideas que teníamos en los setenta, considero que eran organizaciones que
hoy llamaríamos patriarcales. Hubo que vivir la derrota junto con varones que
la negaban… (M, entrevista personal)
América Latina: exilio y revelación
Tanto en entrevistas
publicadas, como en las que realicé yo misma, aparece el exilio como la
posibilidad para la adquisición de una dimensión latinoamericana en sus vidas,
e incluso de un fuerte internacionalismo.
Para quienes se
exiliaron en países latinoamericanos, el desconocimiento de muchas de las
problemáticas de la región incluía no saber nada sobre las organizaciones de
mujeres, tanto feministas como de lo que comenzaba a denominarse “movimiento
amplio de mujeres”.
En efecto, en América
Latina surgieron, alrededor de los años sesenta y setenta, nuevas maneras de
participación política para las mujeres, que se sumaron a las formas
tradicionales (partidos políticos, sindicatos, movimiento campesino, etc) donde
siempre estuvieron presentes.
Estas “nuevas formas”
tienen que ver por un lado con la reactivación del feminismo en esos años, con
todas las particularidades que esta
Segunda Ola tuvo en América Latina, en tiempos muy difíciles, con
democracias de larga data, al menos formalmente, con democracias inestables y
con dictaduras militares. De ahí que fueran muy diversas las experiencias.
Por otro lado, en
América Latina el Terrorismo de Estado primero y la pobreza después, posibilitaron
la aparición de dos poderosas vertientes organizativas: la de mujeres
involucradas en la búsqueda de su familiares detenidos-desaparecidos,
(incluyendo sus nietos apropiados por los represores) y la de las mujeres de
sectores populares movilizadas por la subsistencia cotidiana.
En un escenario
complejo, se inicia en 1975 el Decenio de la Mujer, declarado por las Naciones
Unidas para poner en agenda la situación de discriminación de las mujeres en el
mundo. Esto permitió la realización de actividades políticas bajo el “paraguas”
protector de un organismo internacional. Como afirmaba una exiliada en Ecuador:
El 75 marcó que se
llevarán adelante una serie de encuentros en los países latinoamericanos y
europeos a los que asistíamos. La mayoría organizados por organizaciones no
gubernamentales que tenían financiamiento (K, entrevista personal)
Cuando se historiza al
movimiento feminista de Brasil no se duda en señalar a 1975 como año clave en
el proceso de una visibilización que estuvo relacionada con la oposición a la
dictadura militar, al impacto del movimiento feminista internacional y de la
Década de la Mujer de Naciones Unidas. Habría un momento inaugural, que sería
una reunión ocurrida en julio de 1975, en la Asociación Brasileña de la
Empresa, en Río de Janeiro y con la creación en el mismo año, del Centro de la
Mujer Brasileña, que se dedicaría al estudio, la investigación y la acción
comunitaria con las mujeres.
Hubo también otros
eventos en el año 1975 en otras ciudades de Brasil, como en San Pablo, también
patrocinados por la ONU. Como relata Joana Pedro, (2006) la existencia del “Año
Internacional de la Mujer” declarado por la ONU, fue la posibilidad de abrir
espacios autorizados para fortalecer la lucha contra la dictadura y, para los
partidos políticos clandestinos, una posibilidad de realizar reuniones de
manera protegida. En ese sentido, el movimiento feminista fue un vehículo para
la actuación de algunos partidos de izquierda.
Diferente ha sido el
caso de Perú, del que tenemos que rescatar para nuestros fines al gobierno
progresista de Juan Velazco Alvarado que gobernó entre los años 1968 y 1975,
dentro de los cuales tuvieron lugar la creación del Consejo Nacional de Mujeres
del Perú (1971), la Comisión Nacional de la Mujer Peruana-CONAMUP (1974) y el
Comité Técnico de Revaloración de la Mujer – COTREM (1972) en el sector
educación, que buscaba promover la coeducación y una educación no sexista,
entre otros temas.(Barrientos Silva y Muñoz Cabrejo, 2015, 640). Un antecedente
importante que sería interesante tener en cuenta, ya que es pionero en América
Latina.
Por otro lado,
mientras en nuestro país era imposible sólo pensar la posibilidad de una
actividad de ese estilo, Norma Trapasso, feminista peruana, recuerda lo que
para ella fue “la manifestación que más me impresiona fue nuestra marcha, en
1979, desde el Parque Universitario hasta la Facultad de Medicina de la
Universidad Nacional Mayor de San Marcos pidiendo la legalización del aborto.
Era un pequeño grupo, estuvimos Virginia Vargas, Timotea Galvín y yo como
miembros de ALIMUPER. Ahora, a mis años, es la manifestación que más me
impresiona, porque me doy cuenta de lo audaz y revolucionario que fue salir, en
ese año, a pedir la legalización del aborto, algo que ahora, en el 2004, aún no
tenemos. (Trapaso, 2004, 24)
El recuerdo de
Trapasso nos lleva al tema de las organizaciones no gubernamentales porque para
1979 ya existían en Perú el Centro de la Mujer Flora Tristán, creado en 1976 y
se va consolidando el Grupo Manuela Ramos, creado en 1978, que se constituye
como organización no gubernamental (ong) con el nombre de Movimiento Manuela
Ramos en agosto de 1980.
Muchas de las
exiliadas en América Latina se encontraron con el mundo de las ongs, un mundo
que según ellas mismas refieren no conocían, pero que fue crucial como fuente
de empleo y apertura hacia una sensibilidad feminista.
La mayoría de estas
organizaciones nació en las dictaduras, pero su interés fue girando desde la
lucha por los Derechos Humanos, hacia organizaciones sociales cuyo foco estaba
en el mejoramiento de las condiciones individuales de vida por medio de la
acción colectiva.
Mientras los grupos
feministas, eran pequeños y concentrados en demandas específicas, las ongs se
crean, por ejemplo en Ecuador, “sobre todo en los 80, con la agudización de la
crisis, ongs relacionadas con la ejecución de programas de promoción,
educación, o capacitación, proyectos productivos, crédito, servicio de atención
jurídica y de salud. (Rosero, 1988, 127)
A medida que avanzan
las políticas neoliberales en América Latina, la crisis económica de los años
ochenta del siglo pasado tuvo como efecto inesperado la organización de las
mujeres pobres para enfrentar colectivamente la sobrevivencia, renovando el
campo de los movimientos sociales. Al mismo tiempo, las ongs pasan a ocuparse
de los vacíos dejados por el Estado en campos como la educación, la salud y la
asistencia técnica agropecuaria, etc.
Anteriormente a las
críticas de los años noventa, estas organizaciones eran vistas como agentes del
cambio tanto por los gobiernos y por las agencias internacionales, como por
aquellos a quienes estaban dirigidos los proyectos.
En muchos casos las
ongs apoyaban a las organizaciones populares de mujeres, grupos locales,
rurales y urbanos que desplegaban actividades de promoción de la salud, de
gestión del hábitat, de educación popular, contra la violencia.
Como afirma Sonia
Álvarez, de grupos semi-estructurados alrededor de algún proyecto, conectados
con redes horizontales se pasa a grupos con un staff pago, más formal y
estructurado. Las ongs feministas tendrían una identidad híbrida, centros de
trabajo profesional y espacios del movimiento. En el marco de la segunda oleada
feminista de los años setenta, al lado de los colectivos y asociaciones más
bien informales, surgieron en muchos países organizaciones institucionalizadas,
con activistas a tiempo completo. (Álvarez, 2001, 52)
No es de extrañar
entonces que varias de quienes se exiliaron encontraran trabajo en estas
organizaciones:
Yo no me conecto con el
mundo del feminismo o los temas de las mujeres desde una cuestión teórica,
ideológica o política, sino que yo consigo un trabajo a través de (…), que me
contrata para un proyecto de salud de la mujer en la favela de la Rocinha con
apoyo de UNICEF (…) Trabajé con una antropóloga, teníamos que hacer
capacitación de agentes comunitarios en salud de la mujer (S, entrevista
personal)
Ana Falú, en una
entrevista publicada, relata que si bien su paso por Brasil le hizo conocer al
feminismo, de la mano de mujeres brasileñas que volvían del exilio, fue;
más tarde, cuando desde
Holanda me fui a Ecuador como Técnica para la Cooperación -todavía en los años
del exilio- fue en mi trabajo con las comunidades indígenas y con las mujeres
colonas de la Amazonia ecuatoriana donde logré interseccionar el tema de
hábitat con el género. Ese fue un
momento hermoso, en el que lo empírico nutrió a la teoría… y fue también
fundante de mucho de lo que hice en mi vida luego. (Falú, 2020)
El testimonio de
Veronica B, (Seminara y Viano, 2010, 82) da importancia al hecho de vivir en
una barriada popular de Lima el haberse relacionado con grupos de mujeres, en
trabajos de educación popular y de prevención de la violencia.
Me parece que no se
dado la suficiente importancia a la experiencia de trabajar en estas
organizaciones en la conformación de las futuras militantes feministas. Como me
dijo una de ellas
Además yo estuve en la
Agrupación Evita, la de los setenta y una de las cosas, prácticamente el
objetivo era trabajar con las mujeres en los barrios (yo siempre en barrios
periféricos) para que no limitaran la militancia de sus maridos. Esto te lo
digo a grandes rasgos, por supuesto que había compañeras militantes, pero a
grandes rasgos era eso (S, entrevista personal).
Con lo que se
encontraron ella y otras, era algo diferente, se trataba de prestar atención a
las necesidades de las mujeres, a las injusticias que sufrían por el hecho de
serlo. Eso las acercó a otra concepción de la práctica política.
Ahí aprendí mucho, de
la sexualidad de las mujeres, de la prohibición de los maridos de la
anticoncepción, de la discriminación en el sistema de salud y también aprendí
de los recursos, de la capacidad de ponerse en otro lugar. Si vos me preguntas
cómo llego al feminismo te digo que fue a partir de ese trabajo. (S entrevista
personal)
Son muy pocos los
casos en que las informantes relatan una inmersión directa en un grupo
feminista. Tal es el caso de B. que tenía un cierto interés en el tema ya que
había leído El Segundo Sexo, pero no se había enterado de que había grupos
feministas en Buenos Aires en los años setenta y, llegada a Ecuador, sabe de la
existencia de un grupo de autoconciencia feminista, donde se incorpora. Luego
con otras mujeres funda un grupo feminista que hace educación popular con
mujeres indígenas.
El feminismo le
permitió a B. conocer mujeres de clase media, trabajar con mujeres indígenas,
acercarse a exiliadas chilenas, adquirir lo que denomina un “arraigo
latinoamericano”. En el II Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe,
realizado en Lima, Perú, en 1983, conoció a muchas exiliadas, había allí, según
sus palabras, “referentes fuertes”. También evoca los resquemores entre las de
“afuera” y las que vivían en Argentina. Cuando regresó con sus compañeras,
según sus palabras “contaron entusiasmadas a sus melancólicos maridos, la
experiencia del Encuentro”.
Para Mabel Busaniche
(Manucci, 2018) también el II Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe
fue fundamental en su vida. Comenta en una entrevista que durante su exilio en
Perú donde trabajaba con mujeres de sectores populares:
Se hace en Perú el
segundo Encuentro Feminista Latinoamericano, y yo voy porque me pidieron que
ayudara. Y me encontré con algo tan extraño… había muchas europeas, muy
feministas, con sus hijos encima, subidas en los árboles sacando fotos, todas
libres, hacía mucho calor así que hacían topless, y yo decía ‘¿Qué pasa? ¿Qué
locura es ésta?’.
Para C. los siete años
y medio, que transcurrió en Bolivia fueron claves para llegar a ser feminista.
Trabajando con
federaciones campesinas, empecé a ver cómo las mujeres empezaban a organizarse,
iban creciendo dentro de la federación campesina y en todo el proceso que hicimos
de reforma de la ley agraria, que fue una propuesta colectiva, multitudinaria,
las mujeres participaron. A medida que las mujeres aumentaron la participación
les fueron ofreciendo fondos de Europa y yo notaba que los fondos eran
recibidos por la jefatura de la Federación que estaba en manos de varones, y el
destino de ese dinero era determinado por ellos. La toma de decisión seguía en
sus manos y cuando se hacían los encuentros de la F a las mujeres les pedían
que hagan el locro y las empanadas y los que se sentaban en la mesa de la toma
de decisiones eran los varones. Tomó bastante tiempo para que la Asociación
Bartolina Sisa se independizara y fuera tomando más fuerza, la fuerza que tiene
ahora. (C, entrevista personal)
C también relata que
fue en Bolivia donde le alcanzaron el libro “La pequeña diferencia y sus
grandes consecuencias” de Alice Schwarzer que fue lo que le produjo el “click”.
Pero fue en Bertioga, en 1985, (III EFLAC) donde se definió como feminista.
Cuando E llega a
Nicaragua, se encuentra con un gran protagonismo de las mujeres en el proceso
revolucionario que tenía lugar desde 1979, cuando el Frente Sandinista toma el
poder. Se instala con su familia en un barrio popular de Managua “donde había
argentinas, curas de la Teología de la Liberación, mucho internacionalismo. No
fue difícil insertarse”. Armaron con las mujeres del barrio un Jardín de
cuidado de niños pequeños, allí las mujeres contaban historias de la
insurrección y la guerra. Había muchas mujeres jefas de hogar. Me vinculé con
la directora de la escuela del barrio e hicimos muchas cosas con las mujeres.
Participa en la campaña de alfabetización en un país con un cincuenta por
ciento de población analfabeta.
De regreso a la
Argentina se incorpora a trabajar con mujeres de sectores populares y tiempo
después, se descubre feminista.
La siembra del exilio
Las mujeres cuyos
testimonios hemos citado se incorporaron al movimiento feminista en Argentina,
al igual que sucedió en otros países de América Latina. No nos ocupamos de aquellas
que no regresaron del exilio y continuaron su activismo feminista en tierras
lejanas.[X]
Como hemos relatado en
trabajos anteriores (Tarducci, 2018; 2019a; 2019b) la derrota de las Fuerzas
Armadas en la Guerra de Malvinas, en junio de 1982, significó un relajamiento
de la censura impuesta por la dictadura militar que gobernó el país entre 1976
y 1983. El llamado a elecciones posterior amplió ese período de gran
efervescencia, donde “todo estaba por hacerse”. Las mujeres, en un movimiento
feminista que se reorganizaba con antiguas y nuevas militantes, llevaron a la
arena pública temas reacios a ser considerados políticos. Surgieron grupos y
coaliciones de grupos, encuentros, campañas, presencia en las calles y en los
medios de comunicación.
La mayoría de nuestras
entrevistadas se incorporaron a alguna actividad feminista o partidaria, (pero
siempre como feministas) apenas regresaron. Contaban con contactos previos o se
acercaban a dos espacios muy activos: el grupo ATEM 25 de noviembre, que
realizaba sus jornadas anuales desde 1982 y tenía entre sus múltiples
actividades grupos de lectura y discusión de teoría feminista y Lugar de Mujer[XI], creado en agosto de 1983, que funcionaba en
un espacioso edificio muy bien ubicado (en Corrientes y Pueyrredón, en la
ciudad de Buenos Aires) donde se realizaban talleres, conferencias, apoyo
psicológico, entre otras cosas (Tarducci, 2019a).
Las entrevistadas
relatan su “necesidad de volver” a pesar de no tener claras las posibilidades
de inserción laboral. Varias recibieron una beca del SUM (Servicio
Universitario Mundial)[XII] “que otorgaba pequeñas sumas de dinero como
becas de investigación y programas de acción, a ex presas y presos políticos
así como a varones y mujeres retornados del exilio”. (Comunicación personal de
Virginia Franganillo)
Se pueden rastrear los
nombres de las “que volvieron feministas” en la reconstrucción del feminismo en
los años ochenta y en muchas acciones posteriores e incluso actuales.
No eran feministas al
momento de su salida del país, es más, algunas eran enfáticamente
antifeministas. La gran mayoría no conocía al movimiento feminista de los años
setenta en Argentina o tenían alguna lejana referencia, la mayoría de las veces
llenas de prejuicios. Podían haber leído El Segundo Sexo, pero sin conectar
esas lecturas a una reflexión sobre la situación de las mujeres[XIII]. Por supuesto que sus relatos pueden aparecer
ciertas afirmaciones, ya clásicas en los relatos de “conversión” (cambios en la
fé, en la práctica de la sexualidad, etc) donde se afirma tener desde pequeñas,
en el caso que nos ocupa, algo así como el “germen Beauvoir”, que anticipaba a
la futura feminista y que se resume en la frase “yo era feminista pero no
sabía”.
Lo que si podemos
afirmar escuchando las experiencias del exilio es que escapan un poco a la
caracterización de Franco (2007) cuando analiza lo que denomina posiciones
narrativas de sus entrevistados en tipos de relatos “heroizantes, intimistas,
generalizantes y minimizantes”. ¿Los de nuestras mujeres son intimistas?, lo
serían porque ellas hablan de cuestiones más cotidianas que las que expresan
los varones. Pero creemos que son mucho más, son relatos positivos que expresan
una reconstrucción emocional y una comprensión más amplia de la política y en ese
sentido también superan la dicotomía clásica que coloca al recuerdo de las
mujeres más cerca de lo afectivo y de los vínculos reproductivos. En todo caso
la reflexión sobre lo “intimo” es el primer paso de la politización de la vida
cotidiana que las lleva al feminismo.
Como afirma Rebecca
Klatch (2001) en su estudio sobre las mujeres de organizaciones estudiantiles
que se hicieron feministas en los años sesenta en Estados Unidos, existen
determinadas etapas en ese proceso de reconocer la desigualdad entre hombres y
mujeres. Apelando a varios estudios sobre movimientos sociales y al concepto de
framing de Erving Goffman, establece
tres etapas que serían: a) el reconocimiento de la desigualdad en forma de un
malestar difuso; b) el poner en un marco (framing)
ese malestar y c) identificarse como mujeres y crear un “nosotras” para actuar
juntas.
Cuando las mujeres
entrevistadas recuerdan, no aparece un momento específico en el que se “dieron
cuenta que eran feministas”. Como hemos visto, llegar a un país extraño fue un
verdadero parteaguas en sus vidas que las hizo enfrentar la vida cotidiana,
incluso la propia supervivencia con actitudes diferentes a la de sus compañeros
varones. La frase “las mujeres limpiaban casas, los hombres no encontraban
trabajos a su altura” que hemos citado más arriba, sintetiza ese malestar, ese
“reconocimiento de la desigualdad” del que habla Klatch.
Para poner en un marco
ese malestar, fue clave la existencia del movimiento feminista en los lugares a
los que llegaron. Un movimiento feminista anticapitalista y solidario con
quienes provenían de dictaduras feroces. Esa fue una verdadera sorpresa para
mujeres que se fueron de Argentina sin conocer el feminismo y estaban llenas de
prejuicios hacia él. Esa sorpresa las hizo más permeables a un discurso que
hablaba de la desigualdad y la explicaba.
A diferencia de las
primeras feministas estudiadas por Klatch, que tuvieron que crear un lenguaje
para poder ver sus problemas personales con una luz política, las exiliadas se
encontraron con un lenguaje que ya existía y un discurso que les permitió la
posibilidad de ponerle nombre al malestar que sentían.
Varias de ellas
relatan la importancia de descubrir que había una teoría de la vida cotidiana
que explicaba muchas cosas que sentían como problemas individuales y que esa
teoría enriquecía la política que ellas conocían. Y esa teoría la aprendieron
mayoritariamente, de mujeres con las que compartían tareas en organismos de
solidaridad con Argentina.[XIV]
Ese descubrimiento no
implicó, al menos en las mujeres entrevistadas, la necesidad de una opción
dicotómica entre la política general y la política feminista. Reconocerse
feministas no fue renunciar al pasado sino evaluarlo de otra manera.
Así como en el exilio
se amplió su propia perspectiva de la política y la vida cotidiana, a su
regreso, a través de su participación contribuyeron a ampliar en el mismo
sentido las prácticas políticas en la sociedad argentina.
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⃰⃰ Instituto de Investigaciones
de Estudios de Género. FFyL. UBA.
Contacto:
latardu@gmail.com
Tarducci, Mónica. “El
feminismo para mí fue reencontrar la política´. El exilio, un espacio para
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del Centro de estudios Interdisciplinario sobre las Mujeres, y de la Maestría
poder y sociedad desde la problemática de Género, N°29, 2021 pp. 168-217.
ISSN, 2545-6504 Recibido: 31 de julio 2021; Aceptado: 29 de setiembre 2021 |
[I] Afirman Jensen y Montero (2016, 104) “En tal sentido, el exilio se dibuja como una práctica represiva compleja, que no sólo incluyó formas violentas de salida, legales o clandestinas (expulsiones de extranjeros residentes, “opciones” para nacionales a disposición del Poder Ejecutivo Nacional) y controles fronterizos para evitar las huidas y para limitar los reingresos de militantes bajo la forma de contraofensivas; sino también prácticas de vigilancia, espionaje, infiltración, secuestro, repatriación forzada al interior de las comunidades exiliares instaladas en terceros países, tanto dentro de la región, como en Latinoamérica y Europa. Esta línea de abordaje es, quizás, la que está alumbrando de manera más decidida la articulación entre cárcel y exilio, en tanto pone de relieve en qué medida el egreso del país de cientos de militantes políticos argentinos y en forma particular de los que estaban a disposición del PEN y salieron haciendo uso de la ‘opción’, fue el colofón de instancias represivas previas que incluyeron intimidación, secuestro, desaparición, tortura, reaparición, blanqueo y traslados por diferentes cárceles ‘legales’ del sistema penitenciario, sobre todo las que formaban parte del circuito de ‘máxima seguridad’”.
[II] Fem fue una revista feminista publicada en México entre 1976 y 2005.
[III] El caso de la ex detenida desaparecida Graciela Daleo es un ejemplo paradigmático al respecto. Se puede leer la persecución judicial hacia ella en Diana (1996, 243-273)
[IV] La autora no aclara en el artículo citado, desde donde se profirió tan terrible diatriba. ¿Desde una posición de derecha? ¿De alguien que recriminaba a los exiliados y exiliadas por haberse ido, en vez de resistir dentro del país? Es una pena no saberlo, tampoco se menciona alguna reacción del público presente.
[V] Véase Jensen (2005a y 2008) y Vázquez (2020)
[VI] La misma Jensen afirma que hubo investigaciones pioneras desde la Psicología, el Psicoanálisis y la Salud Mental que analizaron los efectos del exilio y del retorno sobre las relaciones interpersonales, el libro de Grimberg y Grimberg de 1984. (Jensen, 2005, 528)
[VII] Sobre Memoria Abierta véase http://www.memoriaabierta.org.ar
[VIII] Mirta, de Liniers a Estambul, también conocida como Sentimientos: Mirta de Liniers a Estambul o simplemente como Sentimientos, es una película argentina, estrenada en 1987 y dirigida por Jorge Coscia y Guillermo Saura.
[IX] A propósito de la revista Micaela se puede consultar el artículo de Martina Bloch (2020)
[X]
Hemos visto
y oído los testimonios de exprisioneras en los últimos juicios llevados a cabo
por los crímenes cometidos en los campos clandestinos de detención de la
dictadura. Algunos de ellos de un explícito contenido feminista que no estaba
presente en las primeras declaraciones de las mismas protagonistas. A
propósito, agradezco a Inés Vázquez, hacerme notar el uso del pañuelo verde en
muchas de ellas, acompañado por una actitud vital que no suele estar presente en las
victimas masculinas.
[XI] Si vemos el acta de conformación de Lugar de Mujer del 12 de agosto de 1983, veremos los nombres de Ana María Amado y de Haydee Birgin, que habían estado exiliadas en México.
[XII] El SUM es una organización no gubernamental fundada en 1919. Estuvo presente en la Argentina desde 1983. La militante feminista Virginia Franganillo estuvo al frente del “comité de mujeres” desde 1984 hasta 1989.
[XIII] Algunas exiliadas han reconocido públicamente, con mucha vergüenza, el profundo desagrado que les causaba ser destinada por sus organizaciones a un frente femenino, por ejemplo, la Agrupación Evita.
[XIV] Susana Gamba cuenta su sorpresa acerca del uso del femenino en la demanda de “solidaridad con los presos y las presas políticas” en Barcelona. (Saidón, 2019)