“El feminismo para mí fue reencontrar la política”. El exilio, un espacio para pensarse como mujeres

Mónica Tarducci  

Resumen

La propuesta de este artículo es recuperar las experiencias de mujeres exiliadas que tuvieron que alejarse de Argentina por motivos políticos durante la década de los setenta del siglo pasado y que luego se incorporaron al movimiento feminista que resurgió en el período posdictatorial. Para eso se recurre fundamentalmente a entrevistas realizadas por la autora así como a algunos testimonios publicados. Para ello hacemos un recorrido por los estudios sobre exilios en nuestro país enfatizando una necesaria perspectiva de género, que hallamos más desarrollada en estudios de otros países de América Latina. Luego nos centramos la experiencia del exilio y del encuentro con el feminismo en los países de acogida y el impacto que esto tuvo en sus vidas y posteriores militancias.

 

Palabras clave: Exilios, Feminismo, Militancias, Dictaduras

 

 

"Feminism for me was to rediscover politics". Exile, a space to think of ourselves as women

Abstract

The purpose of this article is to recover the experiences of exiled women who had to leave Argentina for political reasons during the seventies of the last century and who later joined the feminist movement that re-emerged in the post-dictatorial period. For this purpose, we rely mainly on interviews conducted by the author as well as on some published testimonies. To do so, we make a tour through the studies on exile in our country emphasizing a necessary gender perspective, which we find more developed in studies of other Latin American countries. We then focus on the experience of exile and the encounter with feminism in the host countries and the impact this had on their lives and subsequent militancy.

 

Keywords: Exilies, Feminism, Activism, Dictatorships

 

 

Introducción

En el feminismo que resurgió en Argentina en los años ochenta del siglo pasado podemos encontrar dos grandes grupos de mujeres: quienes continuaron con un activismo que provenía de la década anterior y quienes se incorporaron en esos años. En este último grupo estaban las mujeres que se habían exiliado por cuestiones políticas, junto con otras que no lo habían hecho y mujeres jóvenes para las cuales el feminismo era su primera experiencia militante.

Este trabajo trata sobre las mujeres exiliadas, que al regreso al país se fueron incorporando activamente al feminismo en ese período posdictatorial. Para ello hemos trabajado fundamentalmente con entrevistas personales realizadas durante el período 2017-2020, si bien citaremos también algunos pocos testimonios publicados por diversas autoras.

Es importante señalar las fechas de las entrevistas porque como veremos, en los últimos años la escucha sobre el exilio es muy distinta a la que se tenía en la época en que estas mujeres regresaron al país, situación muy bien descripta en la tesis doctoral de Soledad Lastra (2014) y sobre la que volveremos más adelante.

Como sabemos, el fenómeno exiliar en Argentina no comenzó el 24 de marzo de 1976 con la instauración de la dictadura cívico-militar. Para entonces, no sólo regía en todo el territorio nacional el estado de sitio decretado en noviembre de 1974, que fue la culminación de varias leyes represivas, sino que también “ya había centenares de asesinados por la Triple A y otros grupos, un número desconocido de desaparecidos, más de mil presos políticos, poblaciones arrasadas en el norte y varios centros clandestinos de detención” (Oberti, 2009,13). Se tienen registros, por ejemplo, de exiliados argentinos en Italia en el año 1974, así como el testimonio de la escritora Tununa Mercado (1990) entre otros.

Esta diáspora, fruto de un clima de intolerancia, intimidación, amenazas, asesinatos, torturas, listas negras y bombas, reconocía su origen en el accionar represivo de la Alianza Anticomunista Argentina (AAA) que operaba bajo el paraguas del Ministerio de Bienestar Social y de su titular José López Rega. Sus principales blancos fueron militantes políticos de larga trayectoria y compromiso ligados al peronismo de izquierda y Montoneros, pero también de la izquierda marxista y hasta del radicalismo (Jensen, 2010, p. 18-19).

Obviamente, el flujo se intensifica en los primeros años del golpe cívico-militar, entre 1976 y 1978. A partir de 1979 y hasta el final de la dictadura, los exilios se tornaron menos numerosos, pero no por ello menos significativos. En esta etapa se exiliaron la mayoría de las y los ex presos políticos y de sobrevivientes de centros clandestinos de detención. (Jensen, 2016, 83)

¿De cuantas personas estamos hablando? Durante los primeros años del gobierno de Raúl Alfonsín se hablaba de unas 400.000, de acuerdo a análisis efectuados en base a fuentes censales nacionales; y de 300.000 a 500.000 exiliados, cantidad elaborada con información obtenida de datos censales de los países receptores (Yankelevich y Jensen, 2007: 215)

Según los datos aportados por el trabajo dirigido por Zulma de Lattes y Enrique Oteiza, citado por Soledad Lastra (2014), la estimación del número de exiliados/as fue complejizada a partir de otras investigaciones contemporáneas al retorno de exiliados en las cuales se matizó el número total en aproximadamente 350 mil.

Quienes se exiliaron fueron un grupo variado que incluía militantes de organizaciones políticas, armadas y no armadas, organizaciones sociales y sindicales, universitarios y gente de la cultura perseguidos por sus ideas, trabajadores y trabajadoras cesanteados, así como detenidos/as a disposición del Poder Ejecutivo Nacional (PEN) a quienes se les otorgaba la opción de salir del país. Hombres y mujeres que pasaron por los campos de concentración y parientes de quienes sufrieron represión de manera directa. No debemos olvidar el ensañamiento contra padres, madres, hijos e hijas de militantes, muchos de los cuales fueron encarcelados, asesinados, torturados, destruidas sus viviendas, entre otras formas de violencia.[I]

Por fuentes cuantitativas sabemos que la mitad del exilio estuvo constituido por mujeres y aproximadamente una cuarta parte fueron niños que salieron con padres o familiares o que nacieron en el extranjero. (Yankelevich, 2016, 22)

El exilio del período que estamos tratando cubrió una gran cantidad de países latinoamericanos y europeos fundamentalmente, “de esa manera, se podría decir que la emigración argentina de los años setenta constituyó un fenómeno heterogéneo en cuanto a la diversidad política e ideológica de sus protagonistas y también en lo que se refiere a los destinos finales de exilio” (Doorn, 2012, 3)

También la manera en que emigraron fue variada, algunos viajaron por sus propios medios, otros con la ayuda de organizaciones internacionales de Derechos Humanos, de partidos políticos. Algunos/as usaron sus propios pasaportes, otros pasaron la frontera de manera clandestina, hubo quienes salieron de las cárceles haciendo uso del derecho constitucional de opción y quienes emigraron tras ser liberados de los centros clandestinos de detención. (Jensen, 2016) No debemos olvidar tampoco a quienes fueron sacados por los propios represores, como Graciela Daleo, quien después de estar prisionera en la ESMA fue trasladada a La Paz, Bolivia, con documentación falsa, en una suerte de “libertad vigilada” (Ayala, 2019, 478)

Estudios sobre exilios

Se afirma que si comparamos los trabajos sobre militancia y la represión a esa militancia, es decir las personas encarceladas, detenidas desaparecidas, los niños/as apropiadas, notamos que los trabajos sobre exilio son notoriamente minoritarios.

Expertas en el tema como Silvina Jensen ha delineado una especie de historia de los estudios sobre exilios donde afirma por ejemplo, que en los congresos y jornadas sobre exilios era muy común que aparecieran ponencias sobre los exiliados y exiliadas de la Guerra Civil española y no sobre los recientes de una América Latina que los tenía de a miles.

Me ha ocurrido que leyendo la colección completa de la revista fem[II], en la que escribían algunas exiliadas latinoamericanas como la escritora argentina Tununa Mercado, no encontré ninguna referencia a la problemática del exilio en sus páginas, si bien en 1990, ella misma fue una de las voces más conmovedoras al respecto, en su libro En estado de memoria.

Quienes trabajan la temática del exilio en Argentina, coinciden en que el clima social en los primeros años de la restauración democrática, no era proclive a escuchar a los hombres y mujeres que volvían del exilio. Los emigrados políticos fueron casi ignorados, o considerados figuras “menores” del pasado autoritario, con escasa legitimidad social para relatar su historia (Franco, 2007).

No nos olvidemos que “la posdictadura estuvo marcada por una política estatal de señalización y judicialización de los responsables entre los “dos terrorismos enfrentados” (Lastra, 2014, 205). El discurso generalizado era que eran “subversivos” por sus actividades en el pasado. El par “exilio-subversión”, fue uno de los sentidos que se repitió durante el primer gobierno de Alfonsín, afirma la misma autora. O sea que el discurso de la dictadura era retomado paradójicamente por un gobierno que llevó a juicio a los ex comandantes de esa misma dictadura[III].

El relato de quienes se exiliaron no estaba legitimado en esos años, no sólo por la dicotomía de los dos demonios, sino también desde el campo de quienes seguían sosteniendo los ideales revolucionarios. No había una escucha para los exiliados y exiliadas, sino sospechas, ya que el simple hecho de haberse ido los y las convertían en privilegiados a los que se les oponía el sufrimiento de quienes se habían quedado.

Margarita del Olmo, una investigadora española que vivió en Buenos Aires entre 1986 y 1988, en un artículo sobre los exiliados argentinos en España, señala la fría acogida de quienes volvieron del exilio y la suspicacia hacia ellos y ellas. Le asombraba mucho no encontrar durante su estancia, personas interesadas en hablar del tema y menos aún en el mundo académico de los estudios de migración.

Comenta que fue invitada a impartir una conferencia en el Centro Cultural San Martín, en el contexto de unas Jornadas sobre Historia de la Ciudad de Buenos Aires y como ella misma dice “tuve la osadía de referirme a los argentinos en España”. Fue totalmente ignorada en las discusiones con el público presente, hasta que alguien hace notar, la nula atención que se le prestaba al exilio, comparada con el tratamiento de las migraciones hacia la Argentina. “En ese momento, otra persona del público contestó que no tenía nada que preguntar acerca del exilio porque para ella el único exiliado respetable era el que estaba muerto” (Olmo, 2007, 144)[IV].

Esas suspicacias se hicieron públicas en el mundo de la cultura, sobre todo entre los escritores y escritoras.[V] A propósito, cuenta  Marianella Collette, que varias escritoras, por ella estudiadas, decidieron regresar a la Argentina con el retorno a la democracia en 1983, mientras que otras, por distintas razones optaron por continuar viviendo en el exterior. “Las escritoras que retornaron al país sufrieron una experiencia doblemente dolorosa al sentirse discriminadas y rechazadas tanto en el ámbito social como profesional”. (Collette, 2005, 496)

Esas tensiones entre quienes se fueron y quienes se quedaron me fueron relatadas por algunas de mis entrevistadas. Recuerda una de ellas que estando en el exilio, fue al II Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe, que tuvo lugar en Lima, Perú, en 1983. Registra vívidamente que varias psicólogas argentinas presentes, no se le acercaban por miedo a ser vistas como “subversivas”.

Sin embargo, esa situación en Argentina, se fue modificando, como lo afirman los y las especialistas, a partir de dos puntos de inflexión: 1996 como consecuencia de la impresionante manifestación que recordó los veinte años del golpe cívico-militar y el fin de las leyes de impunidad con las políticas activas de juicio y castigo a partir de 2003.

El avance en las investigaciones sobre la problemática del exilio es también significativo. Por ejemplo, desde 2012 se realizan cada dos años, las “Jornadas de Trabajo sobre Exilios Políticos del Cono Sur en el siglo XX. Agendas, problemas y perspectivas conceptuales”, situación sumamente auspiciosa, que abre el campo de estudio profundizando y complejizándolo.

Hasta el momento la gran mayoría de los trabajos académicos sobre el exilio de argentinos y argentinas del período que estamos trabajando, tratan fundamentalmente de las actividades públicas que realizaban quienes estaban en el exilio. Actividades alrededor de tareas solidaridad, de denuncia de lo que pasaba en el país y de las posiciones políticas de los grupos organizados en el exterior ante situaciones claves como el Mundial de Futbol de 1978, la Guerra de Malvinas o acerca de la llamada Contraofensiva de Montoneros. Muy poco espacio se le otorga al análisis de la vida cotidiana de hombres, mujeres y niños/as, incluso cuando se recurre a las entrevistas de quienes se exiliaron.

Los exilios de las mujeres

Como mencionamos más arriba, la mitad del exilio estaba compuesto por mujeres, sin embargo, como lo expresa claramente Silvina Jensen, en Argentina “el exilio está caracterizado por una parte, por la ausencia de estudios específicos sobre las mujeres del exilio, desde diferentes enfoques disciplinares  y, en segundo lugar, por la escasa presencia de testimonios de mujeres exiliadas en lo que constituye el género más transitado por los argentinos a la hora de aproximarse al exilio: el testimonio”. (Jensen 2005, 528).[VI]

En ese sentido, en la misma compilación donde aparece el texto de Jensen arriba mencionado, Horacio Coraza de los Santos al analizar el exilio de mujeres uruguayas en Barcelona, presta especial atención a las distintas maneras en que se vive el exilio y otorga al género una importancia fundamental. Entre otras cosas afirma que “cuando la mujer se enfrenta a una nueva sociedad, la sociedad de acogida, comienza a producirse una reacción producto de la confrontación entre la estructura de relaciones de la familia exiliada y la de las parejas de la sociedad de acogida que, en muchos países están en la búsqueda de nuevas formas de vida en común, más libres e igualitarias” (Coraza de los Santos, 2005, 514)

Paulatinamente se va reconociendo la importancia de un enfoque de género en los estudios de los exilios, que estuvo ausente hasta hace muy poco en nuestro país. Ausencia llamativa si tenemos en cuenta los trabajos académicos en otros países latinoamericanos, como veremos más adelante y lo que es importante de rescatar, en trabajos y reflexiones desde espacios del movimiento feminista.

En ese sentido quiero recordar que los Encuentros Feministas Latinoamericanos y del Caribe (EFLAC), que se llevan a cabo desde 1981 en distintos países de la región, han sido fuente de conocimiento permanente. En sus talleres se discutieron problemáticas muy importantes que hacen a la vida de las mujeres mucho antes de que éstas fueran objeto de preocupación en las ciencias sociales.

Así, en 1983, en el EFLAC llevado a cabo en Lima, Perú, se realizó un taller sobre exilios, conformado fundamentalmente por mujeres de Argentina, Chile y Bolivia. En ese taller se reflexionó en torno a algunos interrogantes: ¿cómo afecta el exilio su identidad como mujeres?, ¿cómo ha afectado la relación de pareja y /o familiares en perspectivas de trabajo?, ¿cómo el exilio modifica o acentúa la división sexual de roles en la familia?, ¿qué significó para la mujer en el exilio la solidaridad de otras mujeres?

Algunas de las vivencias del taller fueron recogidas en las Memorias (II Encuentro, 1984) y según se lee en ellas, había entre las participantes, un interés de encontrarse entre latinoamericanas, de hablar con “compatriotas” y expectativas de que el taller ayudara a sistematizar las experiencias. Se caracteriza al exilio como una experiencia traumática, que cicatriza en cada una de ellas de manera diferente. Los problemas subsisten muchas veces a pesar del regreso. También sucede que una vez que costosamente se han adaptado al país receptor tienen que volver.

Entre los aspectos negativos, que aclaran como de una “primera etapa”, se señala que la pérdida del núcleo familiar las hizo sentir muy inseguras, por no contar con una red de apoyo. Hablan de las dificultades para solucionar problemas domésticos en un medio diferente.

Los hombres se sienten más vulnerables, afirmaban, y “nosotras tenemos que redoblar nuestra atención hacia ellos”. Se produce la ruptura de muchas parejas. “El hombre se siente inseguro y quiere entablar nuevas relaciones con mujeres que no lo vieron en su derrota. La nueva pareja lo visualiza como un héroe.” También se mencionan las mujeres que no habían sido militantes y deben ir al exilio con sus familias.

Entre los aspectos positivos del exilio el documento puntualiza “que en una segunda etapa, la mujer se incorpora y toma contacto con otros grupos de mujeres. En ese sentido el participar y reflexionar en grupos feministas acelera nuestra madurez política, nos hace sentirnos hermanas con mujeres de otras culturas, y también solidarias con otros movimientos de liberación. Estos nuevos grupos de apoyo han enriquecido nuestro crecimiento de mujeres. Fue significativo que las participantes lesbianas chilenas que nunca se declararon como tales en su país, lograron encontrar su identidad en el exilio” (EFLAC, 1984, 51)

El documento finaliza con una interesante referencia al internacionalismo, como un sentimiento desarrollado en el exilio. “Es legítimo, (afirman) echar raíces en otros suelos, pues además nos libera de la culpa que nos produce no luchar en nuestros países” (EFLAC, 1984, 51)

Volviendo al mundo académico, la antropóloga feminista Loreto Rebolledo, en un par de trabajos de hace ya 16 años, caracterizaba las memorias del exilio chileno al que califica como muy numeroso y policlasista, en dos tipos: emblemáticas y sueltas.

Una memoria emblemática, tanto de hombres y como de mujeres, sería la que da cuenta de rupturas lacerantes, desarraigo, ajenidad, tiempo suspendido. Una visión claramente negativa de la experiencia del exilio. Por otro lado, las memorias sueltas, están más ancladas en grupos específicos, que si bien no tienen un discurso unívoco, son relatos sólidos, que convergen en algunos aspectos y que dan cuenta de una perspectiva positiva de su vida en el exilio, resaltando lo que ganaron como personas.

A éste último grupo pertenecen los relatos de las mujeres en el exilio, donde está presente el peso que jugaron los mandatos culturales de género. Rebolledo afirma que las mujeres universitarias y profesionales, fueron las primeras en asumir que el tiempo del exilio iba a ser largo y por lo tanto que había que tomar decisiones prácticas, insistiendo, por ejemplo, en que había que aprender el idioma y revalidar títulos para insertarse en el mercado laboral. Su responsabilidad en las tareas de la reproducción las hacía ubicarse más rápidamente en la vida cotidiana de los países receptores. Para muchas de ellas, el exilio fue un proceso hacia una mayor autonomía, ya que sintieron que podían tomar otro tipo de decisiones y en ese sentido valoraban los logros del movimiento feminista, que apuntalaba esos procesos (Rebolledo, 2005a y 2005b)

En tiempos mucho más recientes, Carolina Espinoza Cartés, que estudia el exilio de las mujeres chilenas en distintos países,  afirma que los testimonios más épicos del exilio intelectual masculino, eclipsaron el papel de las mujeres que continuaron con su activismo político “incluso en situaciones de adversidad idiomáticas y culturales, pudieron sacar adelante a sus familias, postergando en muchos casos el desarrollo intelectual al aceptar trabajos en el país de acogida para los que estaban sobre-cualificadas. Se preocuparon de la escolarización de sus hijos, formaron nuevos lazos y redes sociales, e hicieron grandes aportes a la sociedad de acogida, sin descuidar el objetivo primario de la lucha contra la dictadura” (Espinoza Cartés, 2019, 160)

Maider Moreno García, también insiste en la necesidad de “sobrepasar el imaginario del exiliado neutro masculino” en su trabajo sobre el exilio chileno en Francia. La autora habla de dos rupturas fundamentales que caracterizan al exilio de las mujeres. La primera es la experiencia común a todas las personas exiliadas, que es la salida urgente del país después del golpe. Pero las mujeres comparten un segundo exilio, cuando son vistas como actores secundarios, a lo sumo, coprotagonistas del exilio. “Con el tiempo, observadores y exiliadas/os, elaboran la historia oficial de la diáspora chilena, donde no sólo no aparecen las mujeres, sino que también se suprime todo aquello que se considere del ámbito privado femenino” (Moreno García, 2019,542)

En el caso de los exilios de las mujeres durante la dictadura militar que gobernó Brasil entre 1964 y 1985 se cuenta con el libro pionero Memória de mulheres no exílio publicado en 1980, coordinado por Albertina Oliveira Costa, María Moraes, Norma Marzola y Valentina da Rocha Lima. Los cuarenta y tres testimonios recogidos son de mujeres exiliadas en Francia y fueron una fuente importantísima (muchas veces la única) para trabajos posteriores desde las ciencias sociales.

El exilio brasileño fue muy extenso y los trabajos que tratan sobre la experiencia de las mujeres suelen contrastar al menos dos períodos, el primero en Chile y el segundo en Francia. En palabras de María Lygia Moraes, ella misma militante política en esa época:

Tomamos a Chile como un caso ejemplar por una serie de motivos: fue una de las opciones de los intelectuales, por su relativa tradición democrática y por la presencia de una serie de organismos e instituciones como la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) y la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). A partir de 1969, también fue el refugio de personas provenientes de grupos armados y de personas cuyas actividades estaban bajo la mira de la represión político-militar, como periodistas, estudiantes y profesores universitarios. El flujo en dirección a Chile creció con la elección de Salvador Allende y la perspectiva de un gobierno popular en un país tan próximo a Brasil. (Moraes, 2010, 59)

 

Teresa Marques es enfática al respecto, el feminismo y las cuestiones vinculadas a la condición femenina no era una causa defendida por las militantes brasileñas en Chile.

“Esse quadro se modificou na França, onde as brasileiras receberam o apoio o movimento feminista francês. A pesquisa documental comprovou que essa rede de solidariedade as incentivou a aderir ao feminismo. Entretanto, é importante destacar que os grupos influenciados pelo feminismo compreenderam a luta pela igualdade sexual enquanto “parte de uma luta maior” (Marqués, 2015,134)

Así, la mayoría de los trabajos sobre mujeres brasileñas exiliadas en Francia: Prado (1996), Pedro (2006), Pedro y Wolff (2007), Abreu (2013), tienen que ver sobre todo con la conformación, en París, del Grupo Latinoamericano de Mujeres, fundado en 1970 y compuesto por brasileñas y algunas otras latinoamericanas, cuyo órgano de expresión fue la revista Nosotras editada entre 1974 y 1976. Según se afirma, existía la necesidad de una publicación que fuera un puente entre Francia y América Latina, en un período de censura en el continente (Prado, 1996).

Tanto quienes pertenecían al Grupo Latinoamericano de Mujeres como al menos conocido Círculo de Mulheres Brasileiras, recibieron no sólo el hostigamiento de sus maridos, sino que también merecieron reuniones formales del Partido Comunista Brasilero (al cual pertenecían la mayoría de ellas) en las que se las interrogaba acerca de la importancia de esas reuniones de mujeres para la lucha general.

Sin embargo las reuniones de las mujeres continuaron y fueron una pieza fundamental en la circulación de materiales feministas. También se mencionan en las obras citadas, la participación de las brasileñas tanto en los grupos de concientización como en las grandes asambleas del movimiento feminista francés.

Silvina Jensen (2005a) que investigó el exilio argentino en Cataluña, da cuenta de manera rigurosa tanto de la cantidad como de la cualificación de las mujeres en ese grupo, teniendo en cuenta diversas etapas dentro de un amplio período comprendido entre 1973 y 1983. Aporta una serie de datos muy interesantes respecto a las profesiones y ocupaciones de las exiliadas, para discutir luego el protagonismo de las mujeres en la militancia de los setenta y las concepciones de los militares respecto a la femineidad.

Las entrevistas a varias mujeres le permiten a Jensen trazar un panorama de las causas de la “decisión de partir” y de la importancia de los lazos familiares en los momentos de mayor represión. También la participación en tareas de solidaridad en Cataluña y el impacto que tuvo para ellas conocer al movimiento de las Madres de Plaza de Mayo.

Para Jensen es importante saber acerca del grado de involucramiento de las exiliadas “en acciones ligadas a la defensa o promoción de sus derechos como mujeres, tanto al interior de las diferentes organizaciones políticas antidictatoriales o de solidaridad con Argentina, o dentro del incipiente movimiento feminista catalán” (Jensen, 2005a, 543).

Menciona el acercamiento de una de sus informantes al Grupo de Mujeres Latinoamericanas como espacio para poder reflexionar y “ordenar todo lo que le estaba pasando” entre pares, lo que le permitió encontrarse desde lo afectivo con la problemática del exilio inscripta de manera desigual en el cuerpo de mujeres y hombres.  Esos espacios se compartían con la militancia antidictatorial, pero para las entrevistadas, ambos espacios les permitían mantener el compromiso político y luchar por las libertades y por una sociedad mejor. (Jensen, 2005a, 544)

Marina Franco (2009) que estudió el exilio argentino en Francia entre 1973 y 1983. Si bien asegura que no hubo un exilio argentino sino diversidad de experiencias, señala que una de las características de las mujeres que llegaron al exilio fue hacerlo solas porque sus compañeros estaban presos, desaparecidos o muertos, lo inverso fue muy raro. Esta situación las obligaba a crear estrategias para sobrevivir para ellas y sus hijos, sin el apoyo familiar.

Algunas de las afirmaciones de Franco en este artículo son: la mención al miedo como impulsor brutal de la salida es mucho más frecuente en las mujeres que en los hombres

“la dimensión, íntima emocional y cotidiana de la situación de emigración es en general relatada por las mujeres, mientras que los varones se concentran en el relato colectivo, político y “objetivo” de aquello que es “Historia”. (Franco, 2009, 130)

Respecto al feminismo, Franco no encontró ninguna exiliada que lo hubiera conocido antes de migrar, pero encontrarse con esa militancia en Francia, no significó la adherencia a ella, a pesar de la solidaridad que éste mostraba con las latinoamericanas. Tampoco se constituyó un movimiento argentino de mujeres como sí lo hubo de brasileñas y chilenas, quienes se acercaron al feminismo francés lo hicieron conservando la doble militancia.

Si bien Franco es prudente en evaluar el impacto del feminismo en las exiliadas en Francia, también afirma que las narrativas de sus informantes vuelven espontáneamente sobre cuestiones de género como organizadores de los relatos del exilio.

En la misma compilación Luciana Seminara, y Cristina Viano (2009), recurren a los testimonios de dos feministas de la provincia de Santa Fe, siguiendo sus recorridos desde la militancia en los años setenta y sus años de exilio.

En el número 8 (2016) monográfico de Kamchatka. Revista de análisis cultural bajo un título tan tentador como “Exilios cruzados: representaciones, identidades y memorias en los exilios europeos y latinoamericanos del siglo XX y XXI” se presentan artículos, que para el caso de Argentina hacen referencia a la literatura producida en el exilio, pero no sobre el exilio. En ese sentido podemos citar a Karin Davidovich, que analiza el fenómeno del exilio desde una perspectiva de género, a través de los testimonios y relatos autobiográficos presentes en En estado de memoria de Tununa Mercado (1994), Una sola muerte numerosa de Nora Strejilevich (1997), Sueños sobrevivientes de una montonera: a pesar de la ESMA de Susana Jorgelina Ramus (2000) y Detrás de los ojos de Graciela Fainstein (2006). Si bien, no trata de los exilios de las autoras, Davidovich da cuenta de la pérdida de estabilidad del eje espacial que supone el exilio, lo que desemboca en la construcción, a través de la escritura, de identidades más flexibles, que se alejan de las identidades fijas impuestas por el orden patriarcal. (Davidovch, 2016, 16)

Victoria Alvarez (2019) trabaja con testimonios, algunos del archivo de Memoria Abierta[VII] y otros publicados en diferentes espacios. Si bien algunas son conocidas referentes del feminismo local, las que no, también sostienen un discurso donde la mirada de género está muy presente En los relatos, la dimensión personal y la dimensión política se presentan como indisociables.

En un artículo en el que adelanta algunas reflexiones de una investigación en curso, Bárbara Ortuño Martínez (2020), analiza cartas personales producidas y recibidas por exiliadas argentinas de los años setenta, que forman parte del fondo “Cartas de la Dictadura” en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno, en Buenos Aires.

Conocer esa correspondencia le permite afirmar que en el exilio “las mujeres continuaron aglutinando las múltiples tareas referidas a los cuidados. De este modo, encontramos numerosas líneas en los epistolarios que remiten a la extenuación por las jornadas de trámites burocráticos, estudio, trabajo y maternidad, en el caso de algunas, siendo muy jóvenes. (Ortuño Martínez, 2020, 126)

Muy prometedor es el trabajo que está realizando la joven antropóloga Martina Bloch, (2020) con la revista Micaela, editada en Suecia entre 1978 y 1993 como órgano de la Asociación Latinoamericana de Mujeres.

Tenemos también los textos que analizan la literatura de mujeres exiliadas, pero que, salvo el caso de Tununa Mercado, no escribieron sobre el exilio, sino en el exilio como ya señalamos (Collette 2005; Simón 2014; Argañaraz 2018).

Tampoco es motivo de nuestra indagación la escritura de las hijas e hijos del exilio, ya que nuestro interés está puesto en el exilio de militantes que luego se incorporaron al movimiento feminista en Argentina.

En cuanto a los testimonios en primera persona podemos mencionar entre otros, el de Dora Coledesky (Bruno, 2007 y Soto 2008); las mujeres combatientes entrevistadas por Marta Diana (1996), en especial un relato que retomaremos más adelante; la entrevista a Ana Falú (2020); la autobiografía de  Olga Hammar (2009), el libro editado por Diana Maffía, Luciana Peker, Alumine Moreno y Laura Morroni, (sin data) que relata la gestación del primer Encuentro Nacional de Mujeres, donde varias de las entrevistadas afirman haberse hecho feministas en el exilio y el breve libro de Gabriela Saidón (2019) con los relatos de “conversión” de Dora Barrancos, Susana Gamba, Susana Sanz y Tununa Mercado.

Los cuentos reunidos en Afuera, de Cristina Feijoo y publicados en 2014, tienen como hilo conductor el exilio latinoamericano en Suecia y se pueden rastrear en ellos la experiencia de la autora, militante política de los años setenta, exiliada después de haber estado en la cárcel.

No quiero terminar este recorrido sin mencionar un caso muy conmovedor y pionero, la ponencia de Alicia Genzano, presentada en las Segundas Jornadas sobre Mujeres y Escritura organizadas por la revista Puro Cuento y realizadas en Buenos Aires en 1991.

El texto, publicado cinco años después en la revista Feminaria (en la que Genzano era integrante del consejo de dirección) tiene un título que lo dice todo “De porteña histérica a feminista romana”. Allí, relata su desconocimiento del feminismo antes de migrar, y cómo

“en medio a la ajenidad, me prendí, a duras penas al principio, con fervor después a una cultura que me pertenecía en lo más íntimo sin profundizar demasiado. Fue lo que más me ligó a Italia, esa otredad infinita donde las voces y las manos femeninas se tejieron en torno a mí, de manera sensual, para salvarme del aislamiento. Intelectualmente estaba a la defensiva, pero mi piel les pertenecía.

 

Cuando leí el libro de Rossana Rossanda Las otras, entendí por qué me era difícil abandonar mi modelo mental. Ella cuenta que no pudo ser feminista en los '60/'70 porque pudo, por clase y posición socio-cultural, entrar en el mundo de los hombres. Las “otras” no era ella, por lo tanto invisibles. (Genzano, 1996, 22)

Los exilios de las argentinas

Como comentamos más arriba, los modos de salida hacia el exilio fueron dispares, como también lo fueron las maneras de insertarse en las sociedades de acogida. No era lo mismo llegar a Suecia, con un mecanismo de bienvenida organizado por el Estado, donde se preveía desde la compra de ropa hasta el aprendizaje del idioma, así como la incorporación de hijos e hijas en la escuela, que llegar a lugares donde además de la incomprensión del idioma se palpaba una franca hostilidad.

“Recuerdo como si fuera hoy cuando arribamos al aeropuerto de Valsjö: nevaba y todo lucía impecable” dice Olga Hammar en su libro autobiográfico.

Para F fue un alivio llegar al “campamento” sueco, y nos aclara que ella pensaba encontrarse con carpas y resulta que el campamento era un hotel muy lindo donde estuvo con otros exiliados latinoamericanos durante siete meses antes de establecerse con su hija en Estocolmo. Si bien el sueco le parece un idioma muy difícil, reconoce que poder estudiarlo gratis fue un alivio. También la tranquilizó la facilidad con que su hija se incorporó a la escuela. (F entrevista personal)

La misma entrevistada señala que no pudo ingresar a la Universidad, si bien lo intentó varias veces. No haber estudiado y sus dificultades con el idioma hicieron que sus trabajos fueran lo que ella denomina “típicos de inmigrantes”. En su caso tareas de cuidado en un hospital de adultos mayores.

En el libro de Marta Diana Mujeres guerrilleras que apareció en 1996, si bien hay referencias al exilio no se manifiesta en ellos un relato explícito sobre los cambios en la relación entre varones y mujeres, salvo en las palabras de “Alejandra”, quien reconstruye su paso por la organización política a la que pertenecía, marcando las diferencias con los varones y mujeres dentro de ella y las rígidas disposiciones sobre las relaciones de pareja.

Alejandra describe también su llegada al campamento en un pueblo pequeño de Suecia, donde un colombiano oficiaba de intérprete y de inestimable ayuda para lo que pudiera necesitar. Si bien reconoce que los y las refugiadas por el desconocimiento del idioma realizaban tareas menores como limpieza de oficinas y colegios, “las facilidades para estudiar eran muchas”. “Para aprender sueco nos daban un subsidio de doscientos cincuenta dólares. Si pasábamos todos los cursos y llegábamos a la Universidad, nos concedían un préstamo que había que devolver una vez recibidos”. (Diana, 1996, 39)

Una de las mujeres que entrevisté, también refugiada en Suecia, es taxativa:

No bien llegué, entré a la universidad. Es un país en el que las guarderías existen y, en ese momento, eran muy buenas e implicaba la posibilidad de poder trabajar o estudiar. Los hombres pasaron de ser los revolucionarios heroicos a ser los pobrecitos que sufrían y estaban deprimidos porque había un sufrimiento por la pérdida de los privilegios de género que tenían en la Argentina. Ahí se produce una profunda diferencia en cómo las mujeres y los hombres confrontan el exilio. (M entrevista personal)

 

La inserción laboral fue un problema para las exiliadas, como me comentaba una abogada que tuvo que trabajar limpiando oficinas, ya que su título no tenía valor fuera del país.

“Yo hice todo el recorrido de la escala social en Francia. Cuando llegué no sabía una palabra de francés, hice un curso que te daban, así que limpiaba oficinas, luego, cuando ya sabía hablar lo mínimo, empecé a cuidar chicos y también limpiaba casas, luego gracias a un uruguayo conseguí trabajo como dactilógrafa en un organismo internacional donde estuve un buen tiempo. Más tarde entré a una asociación solidaria francesa donde trabajaba en las publicaciones, fue un lindo trabajo donde estuve hasta que regresé a Argentina” (P entrevista personal)

 

Afirma que las mujeres aprendían primero el idioma, salían, buscaban trabajo, llevaban sus hijos al colegio, “yo las veía con mucho mejor estado de ánimo que los varones, que se deprimían y aislaban más…la mayoría de las parejas se rompieron en el exilio, al menos las que yo tenía cerca”.

Para algunas de las mujeres entrevistadas fueron importantes los lazos institucionales con filiales de organizaciones con las que poseían alguna relación antes de la partida, ya que podían ser un nexo para establecerse en el exterior. G reconoce que a su llegada a Francia se contactó con una organización internacional que tenía también su sede en Argentina y se alojó en sus oficinas. No hablaba francés pero reconoce que tuvo suerte porque su título universitario le fue reconocido ya que había un convenio que así lo permitía.

Quería estudiar y logro que la mujer que me hospedaba solucionara problemas burocráticos. Tenía que elegir una carrera que tuviera que hablar poco, elegí “Evaluación de proyectos industriales”. (G entrevista personal)

 

L se exilia con su marido en Barcelona, quien según sus palabras:

Quería un trabajo a su altura aunque las mujeres iban a limpiar casas…Mis padres nos ayudaban, luego conseguí correcciones de estilo, trabajo para editoriales que te pagaban dos pesos. Estuvimos muy solos porque no queríamos encerrarnos en el gueto. (L, entrevista personal)

 

En las entrevistas a mujeres que se exiliaron siempre aparece esa primera etapa, del “hice de todo”, que muchas cuentan de manera risueña. Etapa que pareciera ser un rito de iniciación para luego emplearse o estudiar alguna carrera.

Yo en Barcelona hice de todo, pero lo que me permitió vivir e incluso incorporar a otras personas fue fabricar muñecos, porque me había llevado los moldes de una pequeña fábrica donde estuve escondida el año que estuve clandestina en Córdoba. Sabía todo el proceso y lo puse en práctica en Barcelona, incluso lo vendíamos. De eso viví varios años. Luego tuve una beca para estudiar en la Universidad, antes de volver pusimos con unos amigos una tienda de antigüedades. (CH, entrevista personal)

 

Cuenta que, estando en Barcelona, realizó un estudio sobre las diferencias entre las mujeres y varones exiliados, que desgraciadamente no conserva, donde queda muy claro que las mujeres se adaptaban a trabajos para los que estaban sobre-calificadas pero que a los hombres esa situación los deprimía y paralizaba.

En el caso de quienes se exiliaban con formación en Letras, Literatura, o con conocimientos de idiomas, la pujante industria editorial española hacía posible insertarse, la mayoría de las veces con sueldos insuficientes como traductoras, cuando no como simples vendedoras.

Ya en 1987, en una película argentina, Mirta de Liniers a Estambul[VIII] la protagonista se diferencia de su pareja (ambos exiliados en Suecia) por su actitud práctica y positiva ante la nueva situación. La cuestión del empeño de Mirta en aprender el idioma provoca roces con su marido. “No me gusta sentirme segregada, ¿entendés? Por lo menos si vivo en este lugar, como mínimo quiero poder comunicarme con la gente”, afirma en una escena (para mí) clave.

Sin embargo, en la mayoría de los textos sobre exilio, no sólo no se perciben esas diferencias sino que las mujeres aparecen como “esposas de”, como si entre ellas no hubiesen militantes o como si no hubieran tenido experiencia laboral en Argentina.

Es asombroso encontrar que en la mención a militantes exiliados varones “y su esposa”, no sabemos si ella era militante también ni cuál era su vida anterior al exilio. Muchas veces en los testimonios está presente un “nosotros” no especificado, que suponemos refieren a su mujer e hijos. En los trabajos en que se apela a entrevistas, aparece un sujeto neutro, o sea masculino, para hablar de la experiencia exiliar. Algo semejante a lo que sucedía con los estudios de migración antes del impacto del feminismo.

En su artículo sobre el exilio argentino en Suecia, Brenda Canelo, comenta que las mujeres, después de los niños y jóvenes, fueron las primeras en aprender el idioma. Cita un texto donde se afirma que “La mujer, obligada por las pequeñas y pragmáticas tareas, con mayor responsabilidad sobre los hijos, con una facilidad y una constancia mayor para el aprendizaje del sueco, se fue abriendo camino en el trabajo, en la formación profesional, y en cierto sentido tuvo más contacto con la vida comunitaria sueca en los primeros tiempos del exilio”. (Canelo, 2007,112). Ese comentario, que pertenece a María Luján Leiva que estudió el exilio uruguayo en Suecia, no parece importar a Canelo, ya que no desarrolla esa particularidad femenina, como tampoco hay referencia alguna a la revista Micaela, que, como se menciona más arriba, era editada por exiliadas latinoamericanas en Suecia[IX].

Samantha Quadrat (2007) ve al exilio, en este caso en Brasil, como un espacio de transformaciones y sitúa a la mujer en el centro de esas transformaciones. Sin embargo, parte de ciertas afirmaciones que sería necesario matizar, como “la mayoría (de las mujeres) había salido de la casa paterna para el matrimonio”, tal vez era así en el universo estudiado por ella, pero ¿eso era la regla general para las mujeres de esa época, incluso para aquellas que eran militantes? Es verdad que como expresa, era difícil criar a los hijos e hijas sin ayuda familiar ni estatal. ¿Cuál es la relación entre esta situación y las numerosas separaciones que tuvieron lugar, según se afirma en el artículo?

Sucede con esta investigadora brasileña lo mismo que con algunas otras, que tienen una perspicacia para la detección de algunos problemas pero no sólo no se desarrollan, sino que se mezclan con visiones tradicionales de la relación entre varones y mujeres y la situación de éstas dentro del fenómeno exiliar. Por ejemplo, afirma que “la cuestión de la adaptación fue también un problema para los matrimonios.  Temporalidades distintas fueron un factor de separaciones, disputas en torno a quién se insertaba más rápido en ámbitos profesionales o quien se adaptaba con mayor facilidad fueron motivo de disputas” (Quadrat, 2007, 83). Pero, ¿quiénes se insertaban más rápido? y sobre todo, ¿por qué?

En los pocos casos en que se trata la vida cotidiana de quienes se exilian, abundan las referencias a las dificultades de insertarse, pero se cae en generalidades como que los exiliados debían “mantenerse a sí mismos y mantener a su familia” repitiendo lo que seguramente le referían los varones entrevistados, sin problematizar esas afirmaciones.

Tal es el caso, entre otros que estamos viendo, de González Martínez (2009, 10), quien para mostrar la necesidad de quienes se exilian de relacionarse con los miembros de la sociedad receptora, cita el siguiente testimonio: “Mi mujer se encontró con dos compañeros de la militancia. Ellos fueron todo para nosotros, nos bancaron todo. Al principio sólo teníamos a ellos, pero después cuando mi mujer empezó a dar clases de gimnasia conoció a más gente y de ahí, de ese grupo, tuvimos amigos españoles.

En los países donde el idioma no era una barrera, como en México, las mujeres exiliadas pudieron insertarse laboralmente en tareas relacionadas con la educación y la industria editorial.

A, que llegó a México sola, desde una ciudad del sur argentino, tenía experiencia en la función pública. Reconoce que no le costó conseguir trabajo porque tenía amigas y conocidas que la ayudaron, algunas de ellas con empleo en distintos espacios relacionados con la educación. Así, trabaja en una escuela secundaria, luego en preparación de maestros en didáctica de Letras, más tarde en la editorial de una universidad. De allí pasa a la Facultad de Estudios Superiores Acatlán, que se había fundado en 1975 y dependía de la UNAM y estaba situada en el municipio de Naucalpan de Juárez, en el Estado de México. Su periplo profesional culmina en un cargo en un ente autárquico del Estado en el que se especializa en una temática que le permite trabajar a su regreso a la Argentina.

Sin embargo, mientras conseguían “algo mejor”, las exiliadas no dudaban en realizar tareas que como en el caso que mencionamos más arriba de quien fabricaba muñecos, no tenía nada que ver con experiencias laborales anteriores.

En ese primer tiempo, cuando recién llegamos al DF, yo vendía ropa a domicilio, qué garrón! era horrible, tocaba el timbre y no me abrían, y encima si me abrían, como yo soy una nulidad para ese rubro no podía explicar ni de qué tela eran los vestidos, que eran todos gringos… (D, entrevista personal)

 

El encuentro con el feminismo

Como era de esperarse, las mujeres que luego del exilio se incorporaron al movimiento feminista en nuestro país, recuerdan lo impactante que fue para ellas encontrarse con esa forma de lucha, se hayan incorporado o no. Estoy convencida de que, cuando existió esa incorporación a la lucha feminista, la experiencia del exilio es recordada de manera mucho más positiva.

Es el caso de V, quien se exilia en Barcelona, según sus propias palabras “cuando el feminismo estaba en su apogeo” y se “encuentra con manifestaciones feministas asombrosas”, pero no se incorpora a la lucha. Afirma que no la pasó bien, entre otras cosas porque “el peronismo no se entiende, entonces había una difícil relación con las izquierdas de allí”. También se encontró con mujeres para las cuales optar por el feminismo era renegar de su pasado militante en organizaciones políticas. “Pareciera que no se podía convivir con ambas opciones. Una cosa o la otra”. (V, entrevista personal)

G, exiliada en Francia, donde el feminismo estaba muy activo. Recuerda manifestaciones multitudinarias en París por el aborto. Lo primero que leyó fue El Segundo Sexo, de Simone de Beauvoir, cuya presencia era fuerte en París. Recuerda el sepelio de Jean Paul Sartre como algo “emocionante”.

Empieza a tomar contacto con problemáticas “que nunca se había planteado antes”, por ejemplo “el tema de la autonomía de las mujeres”. Insiste en que

“el tema tal vez más importante de la experiencia en Francia, decidir ser madres solteras por ejemplo sin ninguna información al varón, el vivir solas… en fin, autonomía alrededor de todos los temas”.

 

Adriana Rosenzvaig, una de las pioneras por los derechos de las mujeres en el ámbito laboral, afirmaba en los años ochenta:

En México me encontré con el machismo descarado, la violencia permanente contra la mujer, la agresión sexual constante en los trabajos. Yo trabajaba en una editorial y estaba en contacto con el mundo gremial, con las organizaciones de solidaridad, pero no con feministas, que allí trabajaban fundamentalmente con la problemática de la violencia; hay muchas casas de la mujer golpeada, centros de ayuda a la mujer violada. Me impactó muchísimo una campaña de desmitificación del parto sin dolor. Ese tipo de cosas me hizo reflexionar (Tarducci, 1986, 17)

 

Retomando el testimonio de “Alejandra”, que aparece en el texto de Marta Diana, nos encontramos que en su segundo país de exilio, México, conoció a mujeres del movimiento feminista y se integra a un grupo. Afirma que:

mi relación con el feminismo me ayudaba a descubrir cosas de mi interior como mujer, largamente postergado y sometido al deber ser de la militancia política. Nunca antes me había puesto a pensar qué sentía. Siempre había estado primero lo que pensaba. (Diana, 1995,41)

 

Dora Coledesky, pionera co-fundadora de la Comisión por el Derecho al Aborto, en 1988, afirma sin dudar que:

 Fue en Francia donde se me abrieron los ojos, conocí a mujeres brillantes, el movimiento feminista tenía una gran vitalidad, gran envergadura. Se hacían reuniones de 500 mujeres, en la universidad de Vincennes, por ejemplo. A una de esas reuniones nos invitaron a las exiliadas para que contásemos lo que sucedía en nuestros países, luego surgió la idea de hacer un grupo de mujeres latinoamericanas que duró bastante tiempo. De manera que yo fui avanzando, conociendo, reflexionando en contacto con el feminismo francés. (…) Cuando vinieron las Madres de Plaza de Mayo, avisé en diversos talleres universitarios. Todas las mujeres se reunieron en una especie de teatro, las Madres hablaron y una compañera las tradujo. Se hizo una colecta y se publicó una declaración de las feministas en Le Monde. Creo que no se conoce aquí la forma en que ayudó el movimiento feminista francés a las Madres. En otra oportunidad, un 8 de marzo, en un gesto simbólico, al cartel de la rue Bonaparte le pusieron encima otro nombre: Les Folles de la Place de Mai. Colette Auger, una feminista muy prestigiosa, vino a Buenos Aires corriendo todos los riesgos para traer un hábeas corpus –que había preparado mi marido– a favor de los abogados y médicos desaparecidos. Acá le dieron dos días de plazo para que se fuera, bajo amenaza de detención.  (Soto, 2008)

 

En otra entrevista, Coledesky se detiene en un encuentro realizado con el Grupo de Mujeres Latinoamericanas, donde se vincularon con las refugiadas de Holanda, Suecia, Bélgica y Alemania. Lo interesante es que Dora afirma que hubo tres talleres, uno sobre sexualidad, otro sobre mujer y refugio y el tercero sobre partidos políticos. (Bruno, 2007). Digo interesante, porque en los tres talleres no dejaban de estar presentes la visión transversal feminista a los problemas de coyuntura.

T, a la única feminista que conocía antes de exiliarse en Italia, era a Mirta Henault, a quien sigue nombrando como la “viuda del vasco Bengochea”. Entre los trabajos que realizó allí estuvo cuidar un niño, cuya madre “hacía observaciones sobre el trabajo doméstico”. Fue ella quien la introdujo en el mundo del feminismo. Luego

Entré a trabajar con un grupo de amigas romanas que eran feministas, yo entré rápido porque me adoptaron. Sí ...pero muy pocas argentinas involucradas en el movimiento, pocas participaban de la Casa delle Donne, por ejemplo. Yo soy muy manija cuando algo me enamora y mi marido me bancaba. (T entrevista personal)

 

Según sus propias palabras “con el feminismo descubre que existen teorizaciones sobre la vida cotidiana”. “El feminismo para mí fue encontrar la política”.

 

La importancia de la Casa delle Donne, donde conocí a mujeres maravillosas. Libros, conferencias. Fue descubrir todo un mundo. Eran mujeres que amaban a las mujeres, que valoraban la experiencia de las mujeres, que podíamos compartir como mujeres. Es como que nací de nuevo. Recuerdo Italia como etapa de crecimiento, allí fui libre. (T entrevista personal).

 

D es categórica cuando recuerda su exilio en México como una etapa positiva, “nada de melancolía”. Allí pudo estudiar, podía hablar con compañeras y compañeros sobre lo que pasó y pasaba en Argentina. Integraba la comisión de solidaridad, se llevaba bien con los mexicanos y mexicanas, que fueron muy solidarios con ella.

En el exilio conozco mujeres feministas y lo primero que hago es pelear. Tenía en la universidad una profesora feminista. Peleamos mucho pero ella también era de izquierda y me convence que no era sólo la clase. Había grupos feministas, que a su vez tenían a mujeres que eran luchadoras de los Derechos Humanos, yo iba a esos grupos, incluso con acciones como huelgas de hambre en iglesias y conocí a lesbianas feministas. Hasta ahí yo la miraba de afuera, me daban un poco de miedo incluso. De los grupos de lesbianas había uno marxista leninista, cuya dirigente era muy bonita, puso la bolsa de dormir a mi lado y a mí me dio terror.

En un grupo feminista donde activaba una amiga, se hablaba mucho de sexualidad, del clítoris, de lesbianismo, sin que fuera un grupo específicamente lésbico. Para mí fue increíble, se me abrió la cabeza, empecé a leer, a investigar, ¡pero mirá acá lo que dice! La formación feminista y lésbica aparecieron juntas. (D, entrevista personal)

 

CH comienza su relato del exilio afirmando

Si hubiésemos conocido entonces el significado de la palabra tsunami, habríamos dicho que nos había pasado uno por encima. Argentinas, uruguayas, chilenas, colombianas, brasileñas, todas llegamos a Cataluña huyendo del terror instaurado en nuestros países por las dictaduras militares que se enseñorearon de ellos en la década del 70 del siglo anterior. (CH entrevista personal)

 

Pero se encuentra allí con un período tan especial como la llamada transición española, que según sus propias palabras “se notaba en las calles, que las mujeres habían tomado con su presencia”.

El derecho al aborto, al divorcio, a la contracepción, la igualdad ante la ley, la patria potestad compartida, las relaciones lésbicas eran los temas que convocaban a esta presencia permanente en el espacio público. Pero también lo eran las condiciones materiales en las que se desenvolvía la vida cotidiana en los barrios. Las mujeres se organizaban para reclamar viviendas dignas, semáforos, escuelas, el asfalto de calles intransitables, centros de salud. Y también se encerraban en las iglesias o en las empresas demandando mejoras laborales o la readmisión de compañeras y compañeros, o de sus propios maridos, despedidos o represaliados por la patronal. (CH entrevista personal)

 

La conformación en Barcelona, del Grupo de Mujeres Latinoamericanas tiene lugar, según CH en un contexto donde la cantidad de grupos de mujeres organizadas hizo necesaria la creación de una Coordinadora que nucleaba las mujeres de las Vocalías de barrios (provenientes de las Asociaciones de vecinos), grupos de mujeres de partidos, las feministas autónomas, grupos que se ocupaban de las cuestiones de salud sexual y reproductiva, etc. Esa coordinadora les da un espacio al Grupo para las reuniones en su propio local.

La dinámica de lo que se llamó entones “grupos de autoconciencia” nos ayudó a posicionarnos de una manera diferente ante todas las experiencias vividas anteriormente y las presentes. Aprendimos a conocer nuestro propio cuerpo, su funcionamiento y nuestro derecho a gozar plenamente de él. Como también a decidir acerca de la posibilidad de ser o no madres, sin falsas culpas; a reclamar en nuestros trabajos el mismo salario que el de nuestros compañeros. (CH entrevista personal)

 

Otro caso de inmersión directa en grupos feministas es relatado por R, quien marchó a Venezuela acompañando el exilio de sus padres. Conoce el feminismo en la universidad en la que estudia, y milita en él durante dos años y medio. Esa militancia, según sus propias palabras

 

“tuvo un gran impacto en mi vida personal, una visión sobre cosas que nunca había pensado. Me encontré por primera vez con lesbianas, por ejemplo y la cuestión de lo personal es político me impacto mucho. Nunca me aburría como en otros ámbitos políticos”. (R entrevista personal)

 

A su regreso a Buenos Aires en 1982, participó activamente de varios grupos feministas, uno de los cuales ayudó a fundar.

Para K, llegar al exilio significó el intentar insertarse en sociedades ajenas (en su caso Francia). Había que conseguir trabajo, ver la posibilidad de estudiar…

“Así conjuntamente con las denuncias al terrorismo de Estado instaurado en nuestro país la solidaridad con los pueblos hermanos en su lucha por su liberación, articulábamos espacios de reflexión entre mujeres que nos permitieron reflexionar sobre la mayor de las desigualdades que atraviesa toda injusticia: el patriarcado. En aquellos años de la segunda mitad de los 70 las mujeres que proveníamos de espacios de militancia en partidos políticos de izquierda (chilenas, uruguayas, argentinas) nos reencontramos en espacios que se generaban (encuentros latinoamericanos y europeos) para cuestionar y cuestionarnos sobre la necesidad de una mirada transversal de género en toda desigualdad por la que lucháramos Estos espacios nos permitieron no sólo la inserción personal en los países que nos acogían sino también la integración de nuestras luchas aquí y allá y dónde estuviéramos Fueron los encuentros entre mujeres, los grupos de reflexión los que me permitieron auto-percibirme como feminista en la batalla personal y política que quería librar”. (K, entrevista personal)

 

Olga Hammar en su autobiografía relata el impacto que significó para las mujeres llegar a una sociedad como la sueca:

En Suecia los valores y los vínculos familiares eran muy distintos. En el grupo familiar las cosas se manejaban de manera horizontal, sin liderazgos. Esa situación, lógicamente tiñó las relaciones de los exiliados (…) Las mujeres exiliadas empezaron a cambiar, a rebelarse: cuestionaban las jefaturas. Todo eso enfrentó a muchas parejas.

Para las mujeres Suecia significó un cambio positivo. Muchas compañeras que tenían una relación desigual con sus maridos y que incluso sufrían en sus casas maltrato cotidiano, gracias al amparo del estado sueco modificaron esa relación conyugal al punto de querer separarse. Las suecas, militantes de organizaciones de mujeres, eran un punto de referencia, un lugar donde acudir. Eso lo podía corroborar yo que trabajaba como asistente social de refugiados políticos. (Hammar, 2009, 113-114)

 

Ximena Bedregal, entrevistó en 1999 a Carmen Castillo, militante, al igual que su marido Miguel Enríquez del MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria, de Chile). Después de sufrir la muerte de su compañero, la cárcel y la muerte de su hijo a poco de nacer debido a las torturas a las que fue sometida durante su embarazo, se exilia en Francia. Dedicada al cine y a la escritura, afirma que sin duda el sentimiento de retroceso que vivió en el exilio duró hasta que se encontró con el feminismo. “Fueron mujeres las que a mí me ayudaron a encontrar una nueva manera de recordar, de vivir y pensar que no la teníamos antes”. Respecto de sus documentales reconoce que las mujeres, cuando tienen que relatar sus experiencias, “encontraban las palabras del dolor para relacionar sus vivencias con su condición de mujer, la experiencia del exilio e incluso como se insertaron antes. Por algo pongo en mis trabajos a las mujeres, también entrevisto a hombres pero no los pongo porque al editar los veo más abstractos” (Bedregal, 1999).

En la entrevista a Castillo, aparecen mencionadas dos cuestiones que nuestras entrevistadas afirman de manera más o menos explícita. La primera de ellas está expresada de manera muy poética: “el exilio me llevó a entender el mundo como un territorio que nos concierne a todas/os” (Bedregal, 1999) y la otra, que ser mujer tuvo mucho que ver en cómo “elaboraron” la derrota. Como lo expresa una entrevistada:

Me acerque al feminismo en Suecia, tratando de entender nuestra derrota. Aunque yo sigo convencida de las ideas que teníamos en los setenta, considero que eran organizaciones que hoy llamaríamos patriarcales. Hubo que vivir la derrota junto con varones que la negaban… (M, entrevista personal)

 

América Latina: exilio y revelación

Tanto en entrevistas publicadas, como en las que realicé yo misma, aparece el exilio como la posibilidad para la adquisición de una dimensión latinoamericana en sus vidas, e incluso de un fuerte internacionalismo.

Para quienes se exiliaron en países latinoamericanos, el desconocimiento de muchas de las problemáticas de la región incluía no saber nada sobre las organizaciones de mujeres, tanto feministas como de lo que comenzaba a denominarse “movimiento amplio de mujeres”.

En efecto, en América Latina surgieron, alrededor de los años sesenta y setenta, nuevas maneras de participación política para las mujeres, que se sumaron a las formas tradicionales (partidos políticos, sindicatos, movimiento campesino, etc) donde siempre estuvieron presentes.

Estas “nuevas formas” tienen que ver por un lado con la reactivación del feminismo en esos años, con todas las particularidades que esta  Segunda Ola tuvo en América Latina, en tiempos muy difíciles, con democracias de larga data, al menos formalmente, con democracias inestables y con dictaduras militares. De ahí que fueran muy diversas las experiencias.

Por otro lado, en América Latina el Terrorismo de Estado primero y la pobreza después, posibilitaron la aparición de dos poderosas vertientes organizativas: la de mujeres involucradas en la búsqueda de su familiares detenidos-desaparecidos, (incluyendo sus nietos apropiados por los represores) y la de las mujeres de sectores populares movilizadas por la subsistencia cotidiana.

En un escenario complejo, se inicia en 1975 el Decenio de la Mujer, declarado por las Naciones Unidas para poner en agenda la situación de discriminación de las mujeres en el mundo. Esto permitió la realización de actividades políticas bajo el “paraguas” protector de un organismo internacional. Como afirmaba una exiliada en Ecuador:

El 75 marcó que se llevarán adelante una serie de encuentros en los países latinoamericanos y europeos a los que asistíamos. La mayoría organizados por organizaciones no gubernamentales que tenían financiamiento (K, entrevista personal)

 

Cuando se historiza al movimiento feminista de Brasil no se duda en señalar a 1975 como año clave en el proceso de una visibilización que estuvo relacionada con la oposición a la dictadura militar, al impacto del movimiento feminista internacional y de la Década de la Mujer de Naciones Unidas. Habría un momento inaugural, que sería una reunión ocurrida en julio de 1975, en la Asociación Brasileña de la Empresa, en Río de Janeiro y con la creación en el mismo año, del Centro de la Mujer Brasileña, que se dedicaría al estudio, la investigación y la acción comunitaria con las mujeres.

Hubo también otros eventos en el año 1975 en otras ciudades de Brasil, como en San Pablo, también patrocinados por la ONU. Como relata Joana Pedro, (2006) la existencia del “Año Internacional de la Mujer” declarado por la ONU, fue la posibilidad de abrir espacios autorizados para fortalecer la lucha contra la dictadura y, para los partidos políticos clandestinos, una posibilidad de realizar reuniones de manera protegida. En ese sentido, el movimiento feminista fue un vehículo para la actuación de algunos partidos de izquierda.

Diferente ha sido el caso de Perú, del que tenemos que rescatar para nuestros fines al gobierno progresista de Juan Velazco Alvarado que gobernó entre los años 1968 y 1975, dentro de los cuales tuvieron lugar la creación del Consejo Nacional de Mujeres del Perú (1971), la Comisión Nacional de la Mujer Peruana-CONAMUP (1974) y el Comité Técnico de Revaloración de la Mujer – COTREM (1972) en el sector educación, que buscaba promover la coeducación y una educación no sexista, entre otros temas.(Barrientos Silva y Muñoz Cabrejo, 2015, 640). Un antecedente importante que sería interesante tener en cuenta, ya que es pionero en América Latina.

Por otro lado, mientras en nuestro país era imposible sólo pensar la posibilidad de una actividad de ese estilo, Norma Trapasso, feminista peruana, recuerda lo que para ella fue “la manifestación que más me impresiona fue nuestra marcha, en 1979, desde el Parque Universitario hasta la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos pidiendo la legalización del aborto. Era un pequeño grupo, estuvimos Virginia Vargas, Timotea Galvín y yo como miembros de ALIMUPER. Ahora, a mis años, es la manifestación que más me impresiona, porque me doy cuenta de lo audaz y revolucionario que fue salir, en ese año, a pedir la legalización del aborto, algo que ahora, en el 2004, aún no tenemos. (Trapaso, 2004, 24)

El recuerdo de Trapasso nos lleva al tema de las organizaciones no gubernamentales porque para 1979 ya existían en Perú el Centro de la Mujer Flora Tristán, creado en 1976 y se va consolidando el Grupo Manuela Ramos, creado en 1978, que se constituye como organización no gubernamental (ong) con el nombre de Movimiento Manuela Ramos en agosto de 1980.

Muchas de las exiliadas en América Latina se encontraron con el mundo de las ongs, un mundo que según ellas mismas refieren no conocían, pero que fue crucial como fuente de empleo y apertura hacia una sensibilidad feminista.

La mayoría de estas organizaciones nació en las dictaduras, pero su interés fue girando desde la lucha por los Derechos Humanos, hacia organizaciones sociales cuyo foco estaba en el mejoramiento de las condiciones individuales de vida por medio de la acción colectiva.

Mientras los grupos feministas, eran pequeños y concentrados en demandas específicas, las ongs se crean, por ejemplo en Ecuador, “sobre todo en los 80, con la agudización de la crisis, ongs relacionadas con la ejecución de programas de promoción, educación, o capacitación, proyectos productivos, crédito, servicio de atención jurídica y de salud. (Rosero, 1988, 127)

A medida que avanzan las políticas neoliberales en América Latina, la crisis económica de los años ochenta del siglo pasado tuvo como efecto inesperado la organización de las mujeres pobres para enfrentar colectivamente la sobrevivencia, renovando el campo de los movimientos sociales. Al mismo tiempo, las ongs pasan a ocuparse de los vacíos dejados por el Estado en campos como la educación, la salud y la asistencia técnica agropecuaria, etc.

Anteriormente a las críticas de los años noventa, estas organizaciones eran vistas como agentes del cambio tanto por los gobiernos y por las agencias internacionales, como por aquellos a quienes estaban dirigidos los proyectos.

En muchos casos las ongs apoyaban a las organizaciones populares de mujeres, grupos locales, rurales y urbanos que desplegaban actividades de promoción de la salud, de gestión del hábitat, de educación popular, contra la violencia.

Como afirma Sonia Álvarez, de grupos semi-estructurados alrededor de algún proyecto, conectados con redes horizontales se pasa a grupos con un staff pago, más formal y estructurado. Las ongs feministas tendrían una identidad híbrida, centros de trabajo profesional y espacios del movimiento. En el marco de la segunda oleada feminista de los años setenta, al lado de los colectivos y asociaciones más bien informales, surgieron en muchos países organizaciones institucionalizadas, con activistas a tiempo completo. (Álvarez, 2001, 52)

No es de extrañar entonces que varias de quienes se exiliaron encontraran trabajo en estas organizaciones:

Yo no me conecto con el mundo del feminismo o los temas de las mujeres desde una cuestión teórica, ideológica o política, sino que yo consigo un trabajo a través de (…), que me contrata para un proyecto de salud de la mujer en la favela de la Rocinha con apoyo de UNICEF (…) Trabajé con una antropóloga, teníamos que hacer capacitación de agentes comunitarios en salud de la mujer (S, entrevista personal)

 

Ana Falú, en una entrevista publicada, relata que si bien su paso por Brasil le hizo conocer al feminismo, de la mano de mujeres brasileñas que volvían del exilio, fue;

más tarde, cuando desde Holanda me fui a Ecuador como Técnica para la Cooperación -todavía en los años del exilio- fue en mi trabajo con las comunidades indígenas y con las mujeres colonas de la Amazonia ecuatoriana donde logré interseccionar el tema de hábitat con el género.  Ese fue un momento hermoso, en el que lo empírico nutrió a la teoría… y fue también fundante de mucho de lo que hice en mi vida luego. (Falú, 2020)

 

El testimonio de Veronica B, (Seminara y Viano, 2010, 82) da importancia al hecho de vivir en una barriada popular de Lima el haberse relacionado con grupos de mujeres, en trabajos de educación popular y de prevención de la violencia.

Me parece que no se dado la suficiente importancia a la experiencia de trabajar en estas organizaciones en la conformación de las futuras militantes feministas. Como me dijo una de ellas

Además yo estuve en la Agrupación Evita, la de los setenta y una de las cosas, prácticamente el objetivo era trabajar con las mujeres en los barrios (yo siempre en barrios periféricos) para que no limitaran la militancia de sus maridos. Esto te lo digo a grandes rasgos, por supuesto que había compañeras militantes, pero a grandes rasgos era eso (S, entrevista personal).

 

Con lo que se encontraron ella y otras, era algo diferente, se trataba de prestar atención a las necesidades de las mujeres, a las injusticias que sufrían por el hecho de serlo. Eso las acercó a otra concepción de la práctica política.

Ahí aprendí mucho, de la sexualidad de las mujeres, de la prohibición de los maridos de la anticoncepción, de la discriminación en el sistema de salud y también aprendí de los recursos, de la capacidad de ponerse en otro lugar. Si vos me preguntas cómo llego al feminismo te digo que fue a partir de ese trabajo. (S entrevista personal)

 

Son muy pocos los casos en que las informantes relatan una inmersión directa en un grupo feminista. Tal es el caso de B. que tenía un cierto interés en el tema ya que había leído El Segundo Sexo, pero no se había enterado de que había grupos feministas en Buenos Aires en los años setenta y, llegada a Ecuador, sabe de la existencia de un grupo de autoconciencia feminista, donde se incorpora. Luego con otras mujeres funda un grupo feminista que hace educación popular con mujeres indígenas.

El feminismo le permitió a B. conocer mujeres de clase media, trabajar con mujeres indígenas, acercarse a exiliadas chilenas, adquirir lo que denomina un “arraigo latinoamericano”. En el II Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe, realizado en Lima, Perú, en 1983, conoció a muchas exiliadas, había allí, según sus palabras, “referentes fuertes”. También evoca los resquemores entre las de “afuera” y las que vivían en Argentina. Cuando regresó con sus compañeras, según sus palabras “contaron entusiasmadas a sus melancólicos maridos, la experiencia del Encuentro”.

Para Mabel Busaniche (Manucci, 2018) también el II Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe fue fundamental en su vida. Comenta en una entrevista que durante su exilio en Perú donde trabajaba con mujeres de sectores populares:

Se hace en Perú el segundo Encuentro Feminista Latinoamericano, y yo voy porque me pidieron que ayudara. Y me encontré con algo tan extraño… había muchas europeas, muy feministas, con sus hijos encima, subidas en los árboles sacando fotos, todas libres, hacía mucho calor así que hacían topless, y yo decía ‘¿Qué pasa? ¿Qué locura es ésta?’.

 

Para C. los siete años y medio, que transcurrió en Bolivia fueron claves para llegar a ser feminista.

Trabajando con federaciones campesinas, empecé a ver cómo las mujeres empezaban a organizarse, iban creciendo dentro de la federación campesina y en todo el proceso que hicimos de reforma de la ley agraria, que fue una propuesta colectiva, multitudinaria, las mujeres participaron. A medida que las mujeres aumentaron la participación les fueron ofreciendo fondos de Europa y yo notaba que los fondos eran recibidos por la jefatura de la Federación que estaba en manos de varones, y el destino de ese dinero era determinado por ellos. La toma de decisión seguía en sus manos y cuando se hacían los encuentros de la F a las mujeres les pedían que hagan el locro y las empanadas y los que se sentaban en la mesa de la toma de decisiones eran los varones. Tomó bastante tiempo para que la Asociación Bartolina Sisa se independizara y fuera tomando más fuerza, la fuerza que tiene ahora. (C, entrevista personal)

 

C también relata que fue en Bolivia donde le alcanzaron el libro “La pequeña diferencia y sus grandes consecuencias” de Alice Schwarzer que fue lo que le produjo el “click”. Pero fue en Bertioga, en 1985, (III EFLAC) donde se definió como feminista.

Cuando E llega a Nicaragua, se encuentra con un gran protagonismo de las mujeres en el proceso revolucionario que tenía lugar desde 1979, cuando el Frente Sandinista toma el poder. Se instala con su familia en un barrio popular de Managua “donde había argentinas, curas de la Teología de la Liberación, mucho internacionalismo. No fue difícil insertarse”. Armaron con las mujeres del barrio un Jardín de cuidado de niños pequeños, allí las mujeres contaban historias de la insurrección y la guerra. Había muchas mujeres jefas de hogar. Me vinculé con la directora de la escuela del barrio e hicimos muchas cosas con las mujeres. Participa en la campaña de alfabetización en un país con un cincuenta por ciento de población analfabeta.

De regreso a la Argentina se incorpora a trabajar con mujeres de sectores populares y tiempo después, se descubre feminista.

La siembra del exilio

Las mujeres cuyos testimonios hemos citado se incorporaron al movimiento feminista en Argentina, al igual que sucedió en otros países de América Latina. No nos ocupamos de aquellas que no regresaron del exilio y continuaron su activismo feminista en tierras lejanas.[X]

Como hemos relatado en trabajos anteriores (Tarducci, 2018; 2019a; 2019b) la derrota de las Fuerzas Armadas en la Guerra de Malvinas, en junio de 1982, significó un relajamiento de la censura impuesta por la dictadura militar que gobernó el país entre 1976 y 1983. El llamado a elecciones posterior amplió ese período de gran efervescencia, donde “todo estaba por hacerse”. Las mujeres, en un movimiento feminista que se reorganizaba con antiguas y nuevas militantes, llevaron a la arena pública temas reacios a ser considerados políticos. Surgieron grupos y coaliciones de grupos, encuentros, campañas, presencia en las calles y en los medios de comunicación.

La mayoría de nuestras entrevistadas se incorporaron a alguna actividad feminista o partidaria, (pero siempre como feministas) apenas regresaron. Contaban con contactos previos o se acercaban a dos espacios muy activos: el grupo ATEM 25 de noviembre, que realizaba sus jornadas anuales desde 1982 y tenía entre sus múltiples actividades grupos de lectura y discusión de teoría feminista y Lugar de Mujer[XI], creado en agosto de 1983, que funcionaba en un espacioso edificio muy bien ubicado (en Corrientes y Pueyrredón, en la ciudad de Buenos Aires) donde se realizaban talleres, conferencias, apoyo psicológico, entre otras cosas (Tarducci, 2019a).

Las entrevistadas relatan su “necesidad de volver” a pesar de no tener claras las posibilidades de inserción laboral. Varias recibieron una beca del SUM (Servicio Universitario Mundial)[XII] “que otorgaba pequeñas sumas de dinero como becas de investigación y programas de acción, a ex presas y presos políticos así como a varones y mujeres retornados del exilio”. (Comunicación personal de Virginia Franganillo)

Se pueden rastrear los nombres de las “que volvieron feministas” en la reconstrucción del feminismo en los años ochenta y en muchas acciones posteriores e incluso actuales.

No eran feministas al momento de su salida del país, es más, algunas eran enfáticamente antifeministas. La gran mayoría no conocía al movimiento feminista de los años setenta en Argentina o tenían alguna lejana referencia, la mayoría de las veces llenas de prejuicios. Podían haber leído El Segundo Sexo, pero sin conectar esas lecturas a una reflexión sobre la situación de las mujeres[XIII]. Por supuesto que sus relatos pueden aparecer ciertas afirmaciones, ya clásicas en los relatos de “conversión” (cambios en la fé, en la práctica de la sexualidad, etc) donde se afirma tener desde pequeñas, en el caso que nos ocupa, algo así como el “germen Beauvoir”, que anticipaba a la futura feminista y que se resume en la frase “yo era feminista pero no sabía”.

Lo que si podemos afirmar escuchando las experiencias del exilio es que escapan un poco a la caracterización de Franco (2007) cuando analiza lo que denomina posiciones narrativas de sus entrevistados en tipos de relatos “heroizantes, intimistas, generalizantes y minimizantes”. ¿Los de nuestras mujeres son intimistas?, lo serían porque ellas hablan de cuestiones más cotidianas que las que expresan los varones. Pero creemos que son mucho más, son relatos positivos que expresan una reconstrucción emocional y una comprensión más amplia de la política y en ese sentido también superan la dicotomía clásica que coloca al recuerdo de las mujeres más cerca de lo afectivo y de los vínculos reproductivos. En todo caso la reflexión sobre lo “intimo” es el primer paso de la politización de la vida cotidiana que las lleva al feminismo.

Como afirma Rebecca Klatch (2001) en su estudio sobre las mujeres de organizaciones estudiantiles que se hicieron feministas en los años sesenta en Estados Unidos, existen determinadas etapas en ese proceso de reconocer la desigualdad entre hombres y mujeres. Apelando a varios estudios sobre movimientos sociales y al concepto de framing de Erving Goffman, establece tres etapas que serían: a) el reconocimiento de la desigualdad en forma de un malestar difuso; b) el poner en un marco (framing) ese malestar y c) identificarse como mujeres y crear un “nosotras” para actuar juntas.

Cuando las mujeres entrevistadas recuerdan, no aparece un momento específico en el que se “dieron cuenta que eran feministas”. Como hemos visto, llegar a un país extraño fue un verdadero parteaguas en sus vidas que las hizo enfrentar la vida cotidiana, incluso la propia supervivencia con actitudes diferentes a la de sus compañeros varones. La frase “las mujeres limpiaban casas, los hombres no encontraban trabajos a su altura” que hemos citado más arriba, sintetiza ese malestar, ese “reconocimiento de la desigualdad” del que habla Klatch.

Para poner en un marco ese malestar, fue clave la existencia del movimiento feminista en los lugares a los que llegaron. Un movimiento feminista anticapitalista y solidario con quienes provenían de dictaduras feroces. Esa fue una verdadera sorpresa para mujeres que se fueron de Argentina sin conocer el feminismo y estaban llenas de prejuicios hacia él. Esa sorpresa las hizo más permeables a un discurso que hablaba de la desigualdad y la explicaba.

A diferencia de las primeras feministas estudiadas por Klatch, que tuvieron que crear un lenguaje para poder ver sus problemas personales con una luz política, las exiliadas se encontraron con un lenguaje que ya existía y un discurso que les permitió la posibilidad de ponerle nombre al malestar que sentían.

Varias de ellas relatan la importancia de descubrir que había una teoría de la vida cotidiana que explicaba muchas cosas que sentían como problemas individuales y que esa teoría enriquecía la política que ellas conocían. Y esa teoría la aprendieron mayoritariamente, de mujeres con las que compartían tareas en organismos de solidaridad con Argentina.[XIV]

Ese descubrimiento no implicó, al menos en las mujeres entrevistadas, la necesidad de una opción dicotómica entre la política general y la política feminista. Reconocerse feministas no fue renunciar al pasado sino evaluarlo de otra manera.

Así como en el exilio se amplió su propia perspectiva de la política y la vida cotidiana, a su regreso, a través de su participación contribuyeron a ampliar en el mismo sentido las prácticas políticas en la sociedad argentina.

 

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⃰ Instituto de Investigaciones de Estudios de Género. FFyL. UBA. Contacto: latardu@gmail.com  

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[I] Afirman Jensen y Montero (2016, 104) “En tal sentido, el exilio se dibuja como una práctica represiva compleja, que no sólo incluyó formas violentas de salida, legales o clandestinas (expulsiones de extranjeros residentes, “opciones” para nacionales a disposición del Poder Ejecutivo Nacional) y controles fronterizos para evitar las huidas y para limitar los reingresos de militantes bajo la forma de contraofensivas; sino también prácticas de vigilancia, espionaje, infiltración, secuestro, repatriación forzada al interior de las comunidades exiliares instaladas en terceros países, tanto dentro de la región, como en Latinoamérica y Europa. Esta línea de abordaje es, quizás, la que está alumbrando de manera más decidida la articulación entre cárcel y exilio, en tanto pone de relieve en qué medida el egreso del país de cientos de militantes políticos argentinos y en forma particular de los que estaban a disposición del PEN y salieron haciendo uso de la ‘opción’, fue el colofón de instancias represivas previas que incluyeron intimidación, secuestro, desaparición, tortura, reaparición, blanqueo y traslados por diferentes cárceles ‘legales’ del sistema penitenciario, sobre todo las que formaban parte del circuito de ‘máxima seguridad’”.

[II] Fem fue una revista feminista publicada en México entre 1976 y 2005.

[III] El caso de la ex detenida desaparecida Graciela Daleo es un ejemplo paradigmático al respecto. Se puede leer la persecución judicial hacia ella en Diana (1996, 243-273)

[IV] La autora no aclara en el artículo citado, desde donde se profirió tan terrible diatriba. ¿Desde una posición de derecha? ¿De alguien que recriminaba a los exiliados y exiliadas por haberse ido, en vez de resistir dentro del país? Es una pena no saberlo, tampoco se menciona alguna reacción del público presente.

[V] Véase Jensen (2005a y 2008) y Vázquez (2020)

[VI] La misma Jensen afirma que hubo investigaciones pioneras desde la Psicología, el Psicoanálisis y la Salud Mental que analizaron los efectos del exilio y del retorno sobre las relaciones interpersonales, el libro de Grimberg y Grimberg de 1984. (Jensen, 2005, 528)

[VII] Sobre Memoria Abierta véase http://www.memoriaabierta.org.ar  

[VIII] Mirta, de Liniers a Estambul, también conocida como Sentimientos: Mirta de Liniers a Estambul o simplemente como Sentimientos, es una película argentina, estrenada en 1987 y dirigida por Jorge Coscia y Guillermo Saura.

 

[IX] A propósito de la revista Micaela se puede consultar el artículo de Martina Bloch (2020)

[X] Hemos visto y oído los testimonios de exprisioneras en los últimos juicios llevados a cabo por los crímenes cometidos en los campos clandestinos de detención de la dictadura. Algunos de ellos de un explícito contenido feminista que no estaba presente en las primeras declaraciones de las mismas protagonistas. A propósito, agradezco a Inés Vázquez, hacerme notar el uso del pañuelo verde en muchas de ellas, acompañado por una actitud vital que no suele estar presente en las victimas masculinas.

[XI] Si vemos el acta de conformación de Lugar de Mujer del 12 de agosto de 1983, veremos los nombres de Ana María Amado y de Haydee Birgin, que habían estado exiliadas en México.

[XII] El SUM es una organización no gubernamental fundada en 1919. Estuvo presente en la Argentina desde 1983. La militante feminista Virginia Franganillo estuvo al frente del “comité de mujeres” desde 1984 hasta 1989.

[XIII] Algunas exiliadas han reconocido públicamente, con mucha vergüenza, el profundo desagrado que les causaba ser destinada por sus organizaciones a un frente femenino, por ejemplo, la Agrupación Evita.

[XIV] Susana Gamba cuenta su sorpresa acerca del uso del femenino en la demanda de “solidaridad con los presos y las presas políticas” en Barcelona. (Saidón, 2019)