Resumen
Este artículo se propone realizar una lectura particular sobre
la poesía “Todas íbamos a ser reinas” del libro Tala (1938), de Gabriela Mistral, poniendo en relación este texto
con las rondas de su obra precedente, Ternura
(1923), y con la serie de poesías “Locas mujeres”, que se publica
posteriormente en la antología Lagar
(1954). Estas conexiones entre textos resultan fructíferas para indagar un
abanico de figuraciones femeninas inéditas para la
época que se resisten a ser leídas en clave biográfica, como ha sucedido
históricamente con la obra de esta poeta. De esta manera, el concepto de
“máquinas de guerra” (G. Deleuze y F. Guattari, 1980) resulta revelador para
vislumbrar la potencia política de las rondas infantiles, que constituyen una
proporción considerable de la producción poética mistraliana,
para impulsar una nueva serie posible de autorrepresentaciones para las
mujeres.
Palabras clave: Todas
íbamos a ser reinas- Gabriela Mistral- máquinas de guerra- figuraciones
femeninas- poesía latinoamericana.
Children's
gathering as war machines and new female figures: a poetry reading of Gabriela
Mistral’s title “We were all to be Queens”
Abstract
This article proposes an unsual
reading of the Gabriela Mistral’s poem “We were all to be Queens” (“Todas íbamos a ser reinas”) from the book Tala
(1938) while trying to relate it to her preceding literary work Tenderness
(1923) and to a collection of poems “Crazy Women” (“Locas mujeres”),
published later in the anthology Lagar
(1954). These connections between texts are helpful to depict a wide range of
female figures that were advanced for the time that resist being read in a
biographical way, as it has historically occurred with the work of this poet.
In this way, the term of “war machine” (G. Deleuze and F. Guattari,
1980) is revealing to glimpse the political power of children's gatherings,
which constitute a considerable proportion of Gabriel Mistral’s poetic
production, in promoting new possible series of women self-representations.
Key words:
We were all
to be Queens- Gabriela Mistral- war machine- female figures- Latin American poetry
Introducción
En este artículo
trabajaré sobre la poesía “Todas íbamos a ser
reinas” del libro Tala (1938), de
Gabriela Mistral, poniendo en relación este texto con las rondas de su obra
precedente, Ternura (1923), y con la
serie de poesías “Locas mujeres”, que se publica posteriormente en la antología
Lagar (1954). El objetivo es dar
cuenta de esta relación en términos de
operaciones poéticas pero también de proyecto estético-político, apelando al
concepto “máquinas de guerra” de G. Deleuze y F. Guattari (1980).
Si bien este
concepto será aplicado específicamente sobre el grupo
de rondas, esta interpretación resulta fructífera para indagar en el corpus de
poesías elegidas la posibilidad de desplegar un abanico de figuraciones
femeninas inéditas para la época. Pero la intención
aquí es proponer otras lecturas que no sean en clave biográfica, como ha
sucedido históricamente con la obra de esta poeta.
En este sentido,
“Todas íbamos a ser reinas” resulta ser un
canto compartido, como una ronda, que se proyecta al futuro para poder decir
algo más allá de la prescripción social para las mujeres, en este caso enlazada
a un conjunto de ideologemas bastante clásicos como
ser reinas, salir del terruño hacia ese otro destino donde está el mar,
desposarse con un rey. Lo que aparece en esa proyección
es la posibilidad de existencia de esas “locas mujeres” que se abren a la
complejidad inminente de los afectos y deseos de los que son capaces, para dar
cauce a los seres que pueden o quieren ser.
El artículo está
dividido en dos partes, una que es un comentario estilístico-lingüístico, y la
otra en donde reside la propuesta de interpretación como tal. La primera parte
tiene el propósito de comprender mejor los
elementos que la autora utiliza para construir el poema que se toma como objeto
central de este análisis. Sus rimas, su cadencia, su
versificación, el tipo de lenguaje utilizado dan cuenta del singular universo mistraliano que se erige sobre una lengua y un lugar
míticos que recorren toda su obra. Analizar estos elementos resultó indispensable para entender la materia de la que
está hecho el texto que se interpreta.
Una
lengua veteada de arcaísmos
“Todas íbamos a ser
reinas” pertenece a la tercera obra de Gabriela Mistral, Tala, publicada en 1938 en Buenos Aires por la editorial Sur, de
Victoria Ocampo. En “Razón de este libro” la poeta expresa que lo hace para
“tener algo que dar a los niños españoles dispersados a los cuatro vientos”, en
un momento en que los ojos del mundo estaban puestos en la Guerra Civil
Española. A ese drama se le deben otros poemarios de la época como España, aparta de mi este cáliz, de
César Vallejo, y España en el corazón,
de Pablo Neruda.
Para abordar esta
poesía primeramente realizaré un comentario estilístico-lingüístico que me
permitirá comprender mejor los elementos con los que fue elaborada. Sus rimas, su cadencia, su versificación, el tipo de
lenguaje utilizado dan cuenta del singular universo mistraliano.
Este primer análisis resultó indispensable para
interpretar este texto en relación a otra serie de poemas a partir de una pauta
que los conecta. Y esta conexión es la que da cuenta de la aparición de
figuraciones femeninas inéditas, que propongo no
sean leídas en clave biográfica, como ha sucedido históricamente con la obra de
esta poeta. El problema con este tipo de lecturas en las que se pretende hacer
un correlato entre vida y obra, haciendo corresponder acontecimientos de la
biografía de la artista con elementos específicos de los textos, es que la
figura de la autora es tironeada de uno u otro lado en pos de intereses
variopintos que terminan alejando a lectores y lectoras de la obra en cuestión.
Para empezar me
referiré a la métrica, la versificación, los
componentes lexicales y la concepción de un lenguaje propio conformado por,
entre otros elementos, arcaísmos provenientes del habla popular de la patria de
la infancia de la poeta.
“Todas íbamos a ser
reinas” es una poesía de diecisiete estrofas de cuatro versos eneasílabos, con
rima asonante en los versos segundo y cuarto de cada estrofa. El eneasílabo es
un verso de arte mayor, de nueve sílabas, de uso poco frecuente en castellano.
Se lo encuentra sobre todo en los estribillos de canciones de tradición oral.
En las canciones populares del siglo XV hay numerosos testimonios. Sigue
utilizándose en los siglos de Oro en estribillos y letras de baile. Durante el
Neoclasicismo y el Romanticismo se exploraron diversos tipos de eneasílabo, con
diferentes cadencias, en función de la distribución de sílabas tónicas y
átonas. En el modernismo, Rubén Darío lo utiliza en uno de sus poemas más
conocidos, “Canción de otoño en primavera” (Quilis,
1969: 56-57).
Enrique Lihn (Pedro
Lastra, 2020) observa que la originalidad etimológica de la poeta remite a la
España del barroco, y en el mismo sentido Mario Rodríguez Fernández (2010)
considera que la lengua mistraliana asume una
fisonomía lexical y morfológica que pareciera responder a las formas del
español del siglo XVI. Por eso, no resulta extraña su opción a la hora de
versificar esta poesía.
La presencia del
sonido y sus cualidades impelen a Mistral a utilizar en su escritura un
procedimiento fundamental de la oralidad: la reiteración. Se trata de repetir y
recordar. Por eso la importancia del sonido, la voz humana y la voz de la
naturaleza juegan un papel activo en la poesía mistraliana.
Porque en la “comarca” de la oralidad “solo se sabe lo que se recuerda”
(Rodríguez Fernández). La reiteración de vocablos, la rima y la métrica de
estos versos ayudan a construir un ritmo propio, casi hipnótico. Esa
insistencia sobre un grupo sonoro puede actuar también como una clave de
sentido. Ariel Schettini (2009) sostiene que desde la
perspectiva estilística la rima permite al lector contemplar al poema como una
sucesión antinarrativa que no explica ni representa,
sino que construye un espacio verbal donde sus elementos son experimentados y
no meramente narrados.
Las figuras de
repetición aquí son varias. Dieciséis veces aparecen palabras de la familia
“reina” (reina/s, reinar, reino/s, rey/es). Son “cuatro” los reinos, cuatro las
niñas/mujeres nombradas, cuatro los esposos que desposarían y cuatro los versos
de cada estrofa. Pero hay más números que cifran la precisión de los hechos que
se desarrollan y que los anclan con elementos concretos del lenguaje que pueden
ayudar en la tarea de recordar: “Con las trenzas de los siete años”; “Soledad crió siete hermanos”; “de cien montañas o de más”; “En las
nubes contó diez hijos”. El sustantivo “mar” es el más repetido, nueve veces; y
una décima vez con la variación “marino” (“de cuatro reinos sobre el mar”; “y
llegaríamos al mar”; “alcanzarían hasta el mar”; “mares verdes, mares de
algas”; “Rosalía besó marino / ya desposado con el mar”; “de no haber visto
nunca el mar”; “porque el hombre parece el mar”). El mar es un componente
central que indicaría el lugar del ensueño, el destino de la promesa, un
espacio abierto, inconmensurable, donde proyectar la fantasía más allá de los
límites que imponen las montañas que ciñen el valle de Elqui.
Más de una vez se le
ha endilgado un supuesto casticismo literario que sin embargo Mistral rechazaba
en pro del arcaísmo vivo. Ella ha reconocido que en su escritura, y también en
su habla, deja por complacencia “mucha expresión arcaica, sin poner más condición
al arcaísmo que la de que esté vivo y sea llano”[I].
Se ha creído que estos arcaísmos provienen de los libros y autores clásicos,
especialmente de la Biblia, pero Mistral advierte que es una equivocación
pensar así. Es del campo en donde ella se crió, el
valle de Elqui, de donde viene esta lengua “veteada” de arcaísmos. Por eso
aclara:
No bautizan con Ifigenia, sino con Efigenia, en mis cerros de
Elqui. A esto lo llaman disimilación los filólogos, y es operación que hace el
pueblo, la mejor criatura verbal que Dios crió, quien
avienta el vocablo de pronunciación forzada y pedante por holgura de la lengua
y agrado del oído. [“Excusa de unas notas”, en Tala ([1938] 2010): 333
Como la gran poetisa
que fue, Gabriela Mistral tuvo la facultad de crear algunos mitos poéticos
alrededor de los cuales teje su obra. Uno es un lenguaje, mezcla de español
castizo y una lengua popular; y el otro es un lugar, el valle de Elqui, con su
naturaleza y su gente.
En el valle de Elqui
nació, se crió y de allí emigró muy joven. Vivió más
de la mitad de su vida en el extranjero. Luego de que el ministro de Educación
mexicano, José Vasconcelos, la convocara para ayudar a reformar el sistema
educativo en ese país en 1922, sólo volvió a visitar Chile tres veces en
treinta y cinco años. Desde entonces dio conferencias, enseñó y escribió en los
Estados Unidos y Europa, se desempeñó como representante cultural de Chile en
la Liga de las Naciones Unidas en la década de 1920 y fue cónsul de Chile en
ciudades de los Estados Unidos y Europa. Su notable ascenso desde una infancia
modesta en un pueblo remoto en el valle de Elqui a representante internacional
de la cultura y la educación llega a su punto cúlmine cuando recibe el Premio
Nobel de literatura en 1945, siendo la primera persona latinoamericana en
recibir este premio.
Vivió toda su vida
productiva mayor tironeada por distintas lenguas: el francés, el italiano, el
inglés y el portugués. Lihn (P. Lastra, 2010) señala que su
extraterritorialidad lingüística puede haberla inducido a cimentar un idiolecto
fundado sobre la base de sus lecturas y oídos memoriosos que incluye distintos
estratos del español, arcaísmos vivos, “pero tengo la duda absoluta de que
alguien haya hablado nunca como escribió ella”, dice Lihn, porque “se trata del
lenguaje de un grupo al que no pertenecen en el mismo grado un campesino del
valle de Elqui y Santa Teresa de Jesús o Fray Luis de León”.
En el mismo sentido,
Rodríguez Fernández (2010) indica que la lengua mistraliana,
contrastada con la de las vanguardias poéticas, asume con bastante énfasis una
fisonomía lexical y morfológica que pareciera responder a las formas del
español del siglo XVI y a los restos que perduran en la comunidad lingüística
rural. Trabaja en el borde de dos sistemas, el de la modernidad vanguardista y
el de la oralidad rural de Elqui. Dice el autor:
La otredad mistraliana exige al
lector abandonar la racionalidad de la ciudad letrada para ir al encuentro de
un modo de pensar alternativo. A un espacio otro, que entre alguno de sus
rasgos, guarda una empatía, presenta una familiaridad con las plantas, los
ríos, la cordillera, los animales que la ciudad escrituraria ha perdido hace
tiempo. (pág. 679)
Es raro encontrar
significantes urbanos en la obra de Mistral. El paisaje de “Todas íbamos a ser
reinas” está conformado por muchos de los objetos que se hallan en sus textos
poéticos y en prosa. “Sus referentes son los elementos de la naturaleza o los elementos
culturales básicos en los que todavía la cultura y la naturaleza se entrañan
mutuamente”, reflexiona Lihn (P. Lastra, 2020). Hay valle, montañas, mar,
higueral, árbol de leche, árbol del pan, el guayacán, viñas, ríos, cañaveral y
salares. La referencia a la geografía chilena recorre también toda su
producción literaria, y en este caso se hacen presentes el valle de Elqui,
Arauco, Copán, las Guaytecas y Montegrande.
En lo que respecta a
la religiosidad mistraliana, se observa que a partir
de Tala se muestra distinta,
ecléctica, sincrética, una combinación nada extraña en la experiencia de
místicos de todas las tradiciones, no solo la cristiana (Adriana Valdés, 2010).
En ese universo de abundancias, entonces, están allí los cuatro reinos, certeros
como el Korán, y también los esposos que serían reyes
y cantadores, como David rey de Judá.
Un español “idiolectal”, formado de arcaísmos y de un vocabulario
forjado al calor de escrituras antiguas; una religiosidad mística siempre
presente; y una geografía signada por la patria imaginada de la infancia. Éstas
son las coordenadas fundamentales del territorio poético de Gabriela Mistral.
Máquinas
de guerra que giran
Las secuencias que
presenta “Todas íbamos a ser reinas” hacen factible leerlo como una especie de coming-of-age, en
el que las ocho primeras estrofas están cargadas de una pura promesa, la
promesa de juventud (“Juventud, divino tesoro”). El verso que abre el poema (y
lo titula), aparece por segunda vez al comienzo de la novena estrofa para dar
inicio a la segunda parte, que es donde se hace visible el contraste entre la
promesa, lo que se anunciaba, y el proceso de maduración personal que conduce a
lo que efectivamente sucedió a cada una de las protagonistas: Rosalía, Efigenia
-y no Ifigenia-, Lucila y Soledad. En la segunda parte es donde acontecen los
devenires, distintos a lo que presagiaba la voluntad compartida por las cuatro
niñas, amigas, que querían ser reinas de cuatro reinos sobre el mar y
desposarse con reyes cantadores.
La primera parte del
poema, la del deseo compartido proyectado hacia el futuro, se conecta con una
serie de rondas de su libro anterior, Ternura
(1923). Luego, lo que sigue a partir
de la novena estrofa son los devenires de las cuatro protagonistas, que
irradian su potencia hacia la serie de “Locas mujeres”, de la antología Lagar (1954).
Las rondas, los
corros y las canciones de cuna constituyen una proporción considerable de la
producción poética mistraliana en la que es posible
reconocer características específicas. Las rondas configuran una voz plural (un
coro infantil) y un movimiento solidario, integran un grupo de niñas que bailan
en espacios abiertos, naturales, sin fundirse necesariamente con ellos; las
rondas son bulliciosas y alegres y, en tanto danzas, plenas de movimiento
(Mauricio Ostria González, 2010).
Tal vez “Todas
íbamos a ser reinas” comparte con las rondas y corros que la precedieron (como
“Invitación”, “¿En dónde tejemos la ronda?”, “Dame la mano”, “La margarita”,
“Tierra chilena”, “La ronda del arco-iris”, “Los que no danzan” y “El corro
luminoso”, entre otras) la incitación al canto y esa invocación a un universo
infantil (“Con las trenzas de los siete años / y batas claras de percal”). Se
trata de un espacio en el que se aúnan fuerzas extrañas que surgen de la puesta
en común de la voz, la danza compartida y el encuentro cuerpo a cuerpo.
¿Qué expresan esas
rondas que se pretenden ingenuas, esos corros de “ternura” y esos cantos que se
repiten cíclicamente (“cantan las otras que vinieron / y las que vienen
cantarán”)? ¿Son esos círculos humanos “máquinas de guerra”, en el sentido
propuesto por G. Deleuze y F. Guattari (1980), que mediante la danza y el canto
posibilitan la irrupción de lo efímero y la potencia de la metamorfosis?
Hay una serie de
rondas y corros del libro Ternura en
los que ese elemento otro, lo desconocido, lo no previsto, se trama a partir
del movimiento circular mancomunado. En “Invitación” la unión en el canto
permite la trasmutación del lugar (“y todos se unieron cantando, / y el corro
hace el valle blanquear”). Y la pregunta del título “¿En dónde tejemos la
ronda?” da pie para avanzar sobre diferentes espacios porque, tal vez, la ronda
es una fuerza que puede surgir aquí y allá, donde quiera que esa hermandad
efímera se erija (“¡Haremos la ronda infinita! / ¡La iremos al bosque a trenzar,/ la haremos al pie de los montes / y en todas las
playas del mar!”). O en la invitación de “Dame la mano”, en la cual la conexión
física es la que posibilita el baile, el amor y la unión con el otro, con la
otra, como partes de una misma y única naturaleza, la fusión total en una flor ( “Dame la mano y danzaremos; / dame la mano y me amarás. /
Como una sola flor seremos / como una flor y nada más…”). Y como en “La
margarita”, en donde la ronda pasa a ser algo que visto de lejos toma una forma
orgánica, vegetal, de una belleza extraña para quienes están fuera de esa
experiencia (“Las madres miran desde el valle / y sobre la alta hierba fina /
ven una inmensa margarita / que es nuestra ronda en la colina”). ¿Constituyen las
rondas, los corros y las canciones compartidas como mantras una fortaleza sobre
la cual parapetarse?
Hay una fantasía
inicial que se canta (“Lo decíamos embriagadas, y lo tuvimos por verdad,”), que
está enlazada a un conjunto de ideologemas bastante
clásicos: ser reinas, reinar, salir del terruño hacia ese otro destino donde
está el mar, desposarse con un rey. En estos axiomas funcionarían códigos de
enunciados y conductas que están interiorizados, por lo que conquistan la
voluntad para, por ejemplo, erigir seres productivos en pos de una nación. En
“Tierra chilena” (Ternura) se
reconocen esos mandatos, pero se los pospone, porque el tiempo presente se dona
a la ronda compartida (“Mañana abriremos sus
rocas, / la haremos viñedo y pomar; / mañana alzaremos sus pueblos / ¡hoy solo
queremos danzar!”).
El canto colectivo
transforma estos significantes (ser trabajadores productivos, o mujeres que únicamente pueden anhelar desposarse) en una excusa
para proponer, crear, o recuperar otras formas de desear y de sentir, como una
fuerza colectiva que mantiene el corazón ardiendo[II]
y propicia un universo no dictado por la acumulación sino más bien por el juego
y la improductividad placentera.
Una máquina de
guerra frente a la mesura esgrime un furor, frente a la gravedad una celeridad,
porque para ella la realidad no está terminada ni dada por completo, sino que
se está construyendo, y la fuerza con la cual se articulan los cuerpos es el
deseo, como elemento disruptor (Deleuze-Guattari,
1980). El corro puede ser un resplandor, una inmensa flor, un divino temblor,
allí las niñas arden de amor[III]
e imaginan reinos ampulosos con “mares verdes, mares de algas / y el ave loca
del faisán”[IV].
Con el brillo que generan en su movimiento circular, estas rondas tal vez iluminan modos alternativos de
comunidad, otras maneras de habitar el mundo.
Para Deleuze y
Guattari la estrategia de la máquina de guerra consiste en utilizar la fuerza
del deseo intensamente en cada situación para desarticular y rearticular los
cuerpos, ahí en donde es necesaria una transformación, o creación de algo
diferente o nuevo. La ronda, los corros, las canciones funcionan como
catapultas que lanzan el deseo hacia un más allá, que lo convierte en devenires
capaces de desarticular estructuras de dominación interiorizadas. En este
sentido subraya Lihn (P. Lastra, 2020) que las grandes composiciones de Tala -y también de Lagar- escapan a toda función pública. Dice: “Son textos
dramáticos, entregados, en cuanto a la sustancia de su contenido, a una
disforia total que cancela el ademán paradigmático”.
Tal vez estas “máquinas de guerra” funcionan como dispositivos que,
a partir de figuraciones femeninas estandarizadas, expanden el horizonte hacia
un lugar diferente donde reubicarse para llevar a cabo otro tipo de
autorrepresentación. Es lo que Sylvia Molloy (2006) refiere como dislocación del ser, el principal impulso de escritura de algunas
latinoamericanas, como Mistral, para desafiar estereotipos culturales precisos.
De tal manera, en ciertas ocasiones, las figuraciones dramáticas del “yo” (como
la poeta lírica o la maestra) resultan significativas, menos por lo que
revelan, que por lo que enmascaran.
La
locura como ardid
Si en una dirección
Rosalía, Efigenia, Lucila y Soledad se emparentan con las niñas de las rondas y
con la fuerza que el movimiento colectivo les da; en otra dirección hallan
ligazón con las “Locas mujeres” de los dieciséis poemas incluidos en Lagar.
Los devenires que
aparecen en la segunda parte, a partir de la novena estrofa que anuncia que
finalmente “ninguna ha sido reina”, dan espacio a otro tipo de representaciones
femeninas, distintas a las que se presuponían en la primera parte del poema.
Amanda Holmes (2022)
sugiere que Lucila, a quien identifica con la propia Mistral -cuyo nombre de
pila era Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga-, encuentra una
oportunidad en su “locura”, en esa otra manera de percibir el mundo, para dar espacio
a otro tipo de figuraciones femeninas. Para Holmes las “locas” están atrapadas
en un estado de transición de la convención social a la libertad desenfrenada.
Son estas figuraciones las que constituyen, según la autora, un cambio de las
imágenes femeninas en sus escritos anteriores, mientras que también
contrarrestan una posición mal interpretada de la poeta, reforzada durante la
dictadura de Augusto Pinochet, como defensora de las normas patriarcales. En
las décadas de 1970 y 1980 la dictadura se apropió su figura -sosteniendo la
imagen de Santa Gabriela o la Madre de América- como antídoto discursivo contra
el otro premio Nobel de Chile, el comunista Pablo Neruda, considerado anatema
para las clases dominantes y su concepto de cultura nacional (Fiol-Matta,
2014).
Esta lectura
preferencial del trabajo literario como documento de la biografía de la que ha
sido objeto la obra de Mistral está atada a la necesidad de crear mitos
nacionales. En este sentido Pedro Lastra (2020), en conversación con Enrique
Lihn, observaba:
Yo creo que no es descaminado interpretar esa resonancia
extraliteraria -en tal sentido vacía- como una cristalización de la leyenda de
la Cenicienta. Por eso la biografía (más incierta que verdadera y en último
análisis irrelevante para los fines de la lectura que nos interesa) ha
sepultado a la obra; y por lo mismo también la preferencia por Desolación:
la supuesta referencialidad biográfica no podía ser más a propósito para
alimentar el mito.
Las actitudes y
opiniones de Mistral, como sus libros han devenido en el proceso cultural
chileno en la construcción de un “ícono desabrido”, ya de la soltería solitaria
y huérfana, ya de la maternidad frustrada o la abnegación de la maestra que
sublima su angustia escribiendo literatura (Ostria
González, 2010). Molloy (2006) destaca que la crítica
ha tendido a dramatizar las anomalías atribuidas a las escritoras en cuanto
individuos, más que a leer sus trabajos. Estas ficciones críticas, sostenidas
por los diversos fantasmas que pueblan el imaginario social masculino, buscan
principalmente magnificar la figura de la mujer escritora, resaltar su cualidad
excepcional para, finalmente, distanciarla de sus lectores.
Tala manifiesta otras voces poéticas nuevas, lo que contradice las
expectativas que entonces se tenían y también la percepción generalizada de la
poeta como “ícono divinizado hasta el ridículo”, algo que ha conspirado en
contra de una consideración más seria y problemátizada
de su escritura, y la terminó convirtiendo en una desconocida ilustre (Adriana
Valdés, 2015).
Si bien en los
trabajos críticos que se vienen realizando desde la década del 80 se ha
producido un cambio notable en esta imagen monolítica de su obra a la sombra de
una lectura biográfica, en los años que siguieron a la controversia luego de
que se hicieran públicos sus archivos en 2007[V],
continuaron los intentos de normalizar a Mistral como ícono (Fiol-Matta, 2014).
Las lecturas en
clave biográfica continuaron en la era pos dictadura e incluso cambiaron de
signo para encontrar en sus textos rasgos de su lesbianismo oculto o de su
rareza como escritora que vivió una vida desapegada de esos mandatos femeninos
que supuestamente proclamaba en sus primeras poesías.
Pero en “Todas
íbamos a ser reinas” no sólo Lucila (la que “en las lunas de la locura /
recibió reino de verdad”) parece prefigurar las “Locas mujeres”, ya que ninguna
de sus tres compañeras -Soledad, Rosalía y Efigenia- siguieron el mandato
patriarcal de casarse, asentarse, tener hijos/as. Más bien los cuatro
personajes parecen lanzados a insinuar futuros parajes, subjetividades
complejas, imposibles de señalizarse de manera unidireccional. Aquí comienza a
titilar la posibilidad de desplegar un repertorio de figuraciones femeninas que
no tiene que ver tanto con caracterizar perfiles y marcar nuevos recorridos
vitales, sino más bien con habilitar la apertura en múltiples direcciones con
inclasificables consecuencias siempre. Ninguno de estos avatares femeninos
cumple con el mandato, pero ninguno tampoco se garantiza un lecho feliz al
final del camino. Lo que se abren son derroteros a la intemperie, rasgos
afectivos variados, difíciles de descifrar a simple vista.
El yo poético en
este caso se ubica a una distancia considerable de la representación de lo
femenino (la mujer sufrida, la madre frustrada y la maestra rural) promulgada
previamente por la imagen institucional de la poeta que había provocado el
rechazo de las primeras oleadas del feminismo, ya que colaboraba con las
estructuras tradicionales que circunscriben a la mujer a la órbita privada
(Lila Zemborain, 2003).
Mistral elaboró una
poética extrañamente alternativa en la cual las mujeres reinaban como avatares
locos de la modernidad. Ella, afirma Fiol-Matta (2014), era parte de una
familia queer definida por la
distancia, el viaje y la alteridad, experiencias clásicas de la modernidad.
Entre otras voces sorprendentes y transgresoras de Tala, la locura funciona como un modo de dejar de lado el llamado
“buen sentido” o “sentido común”, para separarse de las convenciones de todo
orden y escapar de las reglas de esa constelación de poder que afectan a las
mujeres (Valdés, 2010).
En “Todas íbamos a
ser reinas” está la que se aventura con marino besador, la que cría hijos de
otras y se queda en el terruño, la que sigue al forastero y la que deja fluir
su imaginación para construirse un reino propio. Allí se insinúa algo que las
“Locas mujeres” explicitan al desplegar un conjunto amplio de emociones y de
posibilidades para figurar derivas femeninas diversas a través de sentimientos
difusos, cambiantes y contradictorios. Aparecen temas
recurrentes: el exilio voluntario, el rechazo de lazos de familia socialmente
aceptables, la revisión del pasado, la celebración de la libertad, la necesidad
de ocultamiento y del secreto y, por fin, la unión con otras mujeres. Molloy afirma: “Sin
excepción, todos estos poemas aluden a una figuración que desestabiliza con
creces el clisé de la serena madre y maestra”.
El desdoblamiento y
el anhelo de autoaniquilación (“Una en mí maté: / yo
no la amaba”)[VI];
la propia disolución ante el desconsuelo y la necesidad de aprender palabras
nuevas para nombrar el acontecimiento (“Denme ahora las palabras / que no me
dio la nodriza.”)[VII];
o la posibilidad de deshojar el cúmulo de sensaciones previas al encuentro con
el ser amado (“Y cuando viene, lo sé por el aire / que me lo dice alácrito y agudo;”)[VIII];
o danzar una transmutación “la noche de los hartos que ni duermen” para
despojarse de lo propio en un mundo “que ama y detesta, que sonríe y mata,”[IX];
o sustraerse de este mundo para luego volver, pero con la promesa de irse
cualquier día “sin llantos y sin abrazos”[X].
En este territorio poético la locura no funciona como un diagnóstico
psiquiátrico, en torno al desorden de las pasiones o a su exceso, sino como
complemento indispensable para poder decir algo más allá de la prescripción. En
este sentido, “Todas íbamos a ser reinas” es
un canto compartido, como una ronda, que se proyecta al futuro no como una
promesa de reinas que desposarán reyes, sino más bien como la posibilidad de
existencia de esas “locas mujeres” que se abren a la complejidad inminente de
los afectos y deseos de los que son capaces, para dar cauce a los seres que
pueden o quieren ser.
ANEXO
TODAS
ÍBAMOS A SER REINAS
Todas íbamos a ser reinas,
de cuatro reinos sobre el mar:
Rosalía con Efigenia
y Lucila con Soledad.
En el valle de Elqui, ceñido
de cien montañas o de más,
que como ofrendas o tributos
arden en rojo y azafrán.
Lo decíamos embriagadas,
y lo tuvimos por verdad,
que seríamos todas reinas
y llegaríamos al mar.
Con las trenzas de los siete años,
y batas claras de percal,
persiguiendo tordos huidos
en la sombra del higueral.
De los cuatro reinos, decíamos,
indudables como el Korán,
que por grandes y por cabales
alcanzarían hasta el mar.
Cuatro esposos desposarían,
por el tiempo de desposar,
y eran reyes y cantadores
como David, rey de Judá.
Y de ser grandes nuestros reinos,
ellos tendrían, sin faltar,
mares verdes, mares de algas,
y el ave loca del faisán.
Y de tener todos los frutos,
árbol de leche, árbol del pan,
el guayacán no cortaríamos
ni morderíamos metal.
Todas íbamos a ser reinas,
y de verídico reinar;
pero ninguna ha sido reina
ni en Arauco ni en Copán...
Rosalía besó marino
ya desposado con el mar,
y al besador, en las Guaitecas,
se lo comió la tempestad.
Soledad crió siete hermanos
y su sangre dejó en su pan,
y sus ojos quedaron negros
de no haber visto nunca el mar.
En las viñas de Montegrande,
con su puro seno candeal,
mece los hijos de otras reinas
y los suyos nunca-jamás.
Efigenia cruzó extranjero
en las rutas, y sin hablar,
le siguió, sin saberle nombre,
porque el hombre parece el mar.
Y Lucila, que hablaba a río,
a montaña y cañaveral,
en las lunas de la locura
recibió reino de verdad.
En las nubes contó diez hijos
y en los salares su reinar,
en los ríos ha visto esposos
y su manto en la tempestad.
Pero en el valle de Elqui, donde
son cien montañas o son más,
cantan las otras que vinieron
y las que vienen cantarán:
"En la tierra seremos reinas,
y de verídico reinar,
y siendo grandes nuestros reinos,
llegaremos todas al mar."
Bibliografía
DELEUZE,
Gilles; GUATTARI, Felix. ([1980] 2004). Mil Mesetas, Pre-Textos, Valencia.
FIOL-MATTA,
Licia. (2014). “A Queer Mother for
the Nation Redux: Gabriela Mistral in the Twenty-First Century”. Radical
History Review, 120,
35–51.
HOLMES,
Amanda. (2022). “Femininity in Flux. Gabriela Mistral’s Madwomen”, en Holmes,
Amanda y Kumaraswami, Par. Eds. (2022). Latin American Literature
in Transition, Volumen 4, Cambridge University Press, New York.
LASTRA,
Pedro. ([1980] 2020). “Señales de
Gabriela”, en Conversaciones con Enrique Lihn, Editorial de la Universidad
de Valparaíso, Valparaíso.
MISTRAL,
Gabriela. (1922). Desolación, en
AA.VV. (2010). Gabriela Mistral. En verso
y prosa. Antología, Real Academia Española.
MISTRAL,
Gabriela. (1923). Ternura, en AA.VV. (2010). Gabriela
Mistral. En verso y prosa. Antología, Real Academia Española, Lima.
MISTRAL,
Gabriela. (1938). Tala, en AA.VV. (2010). Gabriela
Mistral. En verso y prosa. Antología, Real Academia Española, Lima.
MISTRAL,
Gabriela. (1954). Lagar, en AA.VV. (2010). Gabriela
Mistral. En verso y prosa. Antología, Real Academia Española, Lima.
MOLLOY,
Sylvia. (2006). “Identidades textuales femeninas: estrategias de autofiguración”, Mora
12, 68-85.
OSTRIA
GONZÁLEZ, Mauricio. (2010). “Releyendo Ternura”,
en AA.VV. (2010). Gabriela Mistral. En
verso y prosa. Antología, Real Academia Española, Lima.
QUILIS,
Antonio. (1969). Métrica española,
Ediciones Alcalá, Madrid.
RODRÍGUEZ
FERNÁNDEZ, Mario. (2010). “Así se dice en el Elqui, me excuso”, en AA.VV.
(2010). Gabriela Mistral. En verso y
prosa. Antología, Real Academia Española, Lima.
SCHETTINI,
Ariel. (2009). El tesoro de la lengua:
una historia latinoamericana del yo, Entropía, Buenos Aires.
VALDÉS,
Adriana. (2010). “Tala: digo, es un
decir”, en AA.VV. (2010). Gabriela
Mistral. En verso y prosa. Antología, Real Academia Española.
ZEMBORAIN,
Lila. (2002). Gabriela Mistral. Una mujer
sin rosto, Beatriz Viterbo Editora, Rosario.
*
Licenciada en
Ciencias de la Comunicación por la UBA. Maestranda en Estudios Literarios
Latinoamericanos de la UNTREF, tesis en proceso. Integrante del proyecto de
investigación “Filologías de la crisis generalizada desde América Latina” en el
Instituto de Investigaciones en Arte y Cultura “Dr. Norberto Griffa” / Programa de Estudios Latinoamericanos
Contemporáneos y Comparados de la UNTREF. Contacto: veronicaengler@gmail.com
Verónica Engler. “Rondas infantiles como máquinas de guerra y nuevas figuraciones femeninas: una lectura de la poesía `Todas íbamos a ser reinas´ de Gabriela Mistral” en Zona Franca. Revista del Centro de estudios Interdisciplinario sobre las Mujeres, y de la Maestría poder y sociedad desde la problemática de Género, N°32, 2024 pp. 272-293. ISSN, 2545-6504 Recibido: 1 de febrero 2024; Aceptado: 1 de junio 2024 |
[I] “No sólo en la escritura, sino
también en mi habla, dejo por complacencia mucha expresión arcaica, sin poner
más condición al arcaísmo que la de que esté vivo y sea llano. Muchos, digo, y
no todos los arcaísmos que me acuden y que sacrifico en obsequio de la persona antiarcaica que va a leer. En América esta persona resulta
ser siempre una capitalina. El campo americano -y en el campo yo me crié- sigue hablando su lengua nueva veteada de ellos. La
ciudad, lectora de libros doctos, cree que un tal repertorio arranca en mí de
los clásicos añejos, y la muy urbana se equivoca”. “Excusa de unas notas”, en Tala ([1938] 2010): 330
[II]
“Todo el valle está danzando / en un corro bajo el sol. / A quien falte se le
vuelve / de ceniza el corazón…” (“Los que no danzan”, en Ternura)
[III]
“El corro luminoso”, en Ternura.
[IV] “Todas íbamos a ser reinas”.
[V] En enero de 2007 salió a la luz el
auténtico archivo personal de Mistral. Doris Dana, su última pareja, murió en
2006 y dejó lo que ahora se conoce como el legado, que contiene manuscritos
inéditos, correspondencia personal y profesional, escenas filmadas de Mistral
en su casa con Dana, lecturas grabadas que incluyen bromas, fotografías de las
mujeres en el curso de su vida cotidiana y artefactos personales.
[VI] “La otra”, en Lagar.
[VII] “La abandonada”, en Lagar.
[VIII] “La ansiosa”, en Lagar.
[IX] “La bailarina”, en Lagar.
[X] “La desasida”, en Lagar.