La revolución de la paz. Illia, masculinidades y política en el filo del precipicio (1965-1966)[I]

Esteban Nicolás Barroso *

Resumen

Los meses finales del gobierno de Arturo Illia estuvieron caracterizados -entre otras cuestiones- por la intensidad creciente que fueron asumiendo toda una serie de discursos e imágenes de tono crítico, que tendieron a crear un clima propicio para un golpe militar que se consideraba como cercano o, incluso, inminente. Si bien existen numerosos trabajos que han indagado en esta situación, aún resultan escasos los análisis que se enfocan en su contracara: es decir, en los posicionamientos discursivos adoptados por el propio Illia. En este trabajo abordamos precisamente esta cuestión, es decir, la “imagen de sí” que buscó construir Illia de manera discursiva en los últimos meses de su mandato. De manera específica, el objetivo es indagar en el entrelazamiento entre masculinidades y políticas que puede haber operado en la configuración de una determinada imagen de liderazgo, en un contexto en el que el presidente radical era objeto de numerosos y crecientes cuestionamientos.

 

Palabras clave: masculinidades – política – análisis del discurso

 

The revolution of peace. Illia, masculinities and politics on a cliff edge. (1965-1966)

Abstract

The final months of Arturo Illia's administration were characterized - among other issues - by the growing intensity of the critical tone outlined in a series of speeches and images, which tended to create a climate conducive to a military coup that was considered to be approaching or even imminent. Although there are numerous works that have investigated this situation, there are still few research that focus on its other side: that is, on the discursive positions adopted by Illia himself. In this paper we address precisely this question, that is, the “self-image” that Illia sought to construct discursively in the last months of his mandate. Specifically, the objective is to investigate the relationship between masculinities and policies that may have worked in the configuration of a certain image of leadership, in a context in which the president from the radical political party was the object of numerous and growing enquiries.

 

Key words: masculinities – politics – discourse analysis

 

Introducción

El miércoles 29 de junio de 1966 el golpe de Estado que despojara del poder a Arturo Illia ya se encontraba consumado. A las 11:00 hs. de la mañana, Juan Carlos Onganía juraría como nuevo presidente de facto. Ese mismo día, el matutino La Prensa publicó un editorial en el que afirmó: “No se ha llegado a esta situación inesperadamente (…). Cabría añadir que a nadie o solo a muy pocos ha sorprendido; como que es, en síntesis, el desenlace previsto de un largo proceso con características definidas desde los primeros momentos”[II]. Efectivamente, el propio desarrollo de los sucesos dejaba escaso margen para el asombro. Para La Prensa, la explicación del punto final del recorrido habría que rastrearla, al menos en parte, en sus propios orígenes.

Las elecciones presidenciales de 1963 dictaminaron el triunfo de la Unión Cívica Radical del Pueblo con un 25,15 % de votos. Arturo Illia resultó elegido en el Colegio Electoral gracias al apoyo de diferentes fuerzas minoritarias, absteniéndose a realizar a cambio cualquier tipo de concesión (Tcach y Rodríguez, 2006). Quizás aquí podemos rastrear aquellos “primeros momentos” de los que nos habla el periódico de la familia Gainza Paz. Catalina Smulovitz (1991) problematizó hace ya un tiempo aquel argumento que postula una supuesta carencia de legitimidad de origen, consecuencia del bajo porcentaje obtenido en las mencionadas elecciones. Sostiene que, aceptada esta hipótesis, resultaría difícil comprender cómo Illia logró mantenerse en el poder casi tres años[III]. Sin embargo, aquel bajo porcentaje parece haber facilitado el surgimiento temprano de posicionamientos y discursos críticos contra el gobierno, que irían ampliando su volumen con el correr de los años[IV].

Existen diversos análisis que indagan en la paulatina conformación de un consenso golpista, caracterizado por su heterogeneidad. Es así como Tcach y Rodríguez (2006) postulan que el gobierno de Illia debió enfrentar una doble impugnación: una “nacional popular”, y otra “liberal conservadora”. Esta misma heterogeneidad también se pone de manifiesto en el “consenso alternativo” del que nos habla Smulovitz (1991), y que se habría conformado especialmente con posterioridad a las elecciones de marzo de 1965. En su visión, la idea de ineficacia se transformó en un símbolo aglutinante, la explicación de todos los males, y, a su vez, una promesa de futuro: si Illia aparecía como la representación de lo antiguo y lo ineficaz, el sucesor deseado debería ser el abanderado del país “moderno”.

En todo este proceso los medios de comunicación cumplieron un rol activo. Lo que se ha llegado a definir como una verdadera campaña de prensa desestabilizadora, supuso el despliegue de un entramado discursivo que buscó instalar la imagen de un Illia débil, lento, anticuado y poco eficiente (Mazzei, 1997; Taroncher, 2012). En este contexto, son por demás conocidas las viñetas humorísticas que representaron al presidente radical como una tortuga, o como un sujeto cansino y avejentado. Al mismo tiempo, y en oposición, progresivamente diferentes medios tendieron a construir los contornos de una contrafigura, aquel líder que supuestamente necesitaba la Argentina, quien habría ordenado al ejército, y sería el único capaz de hacer lo mismo con el país, llevándolo al anhelado territorio de la modernidad y la eficiencia: Juan Carlos Onganía (Mazzei, 1997; Smulovitz, 1991).

Ahora bien, frente a este panorama extremadamente complejo, ¿cuáles fueron las respuestas ensayadas por el gobierno? Al menos en el terreno de la política comunicacional, la administración radical adoptó una posición que podría ser resumida en una sola frase: que los hechos hablen por sí solos. Efectivamente, el gobierno de Illia recurrió solo de manera excepcional a la propaganda para publicitar las políticas adoptadas[V]. Esta reticencia a utilizar los medios de comunicación también puede ser entendida, según Tcach y Rodríguez (2006), como un intento de distinguirse del peronismo, las dictaduras totalitarias y el frondicismo. De esta forma, la decisión de Illia no habría sido solamente ideológica o anclada en visiones “anticuadas” sobre las políticas comunicacionales, sino que también habría incluido una dimensión política.

Pero esta posición no supuso, como resulta previsible, una negativa total y absoluta de parte de Illia a tomar la palabra en el espacio público. Un primer relevamiento de la prensa de tirada nacional nos permitió constatar que el presidente radical, entre octubre de 1963 y junio de 1966, realizó diferentes tipos de alocuciones en, al menos, 104 ocasiones. Estos discursos, entrevistas, o notas breves brindadas por Illia no han concitado, hasta el momento, una atención significativa de parte de quienes han indagado diferentes aspectos de la administración radical, o de la situación política más amplia en la que se encontró inserta. Es por eso que nuestra intención en este trabajo es analizar algunos aspectos de esta dimensión discursiva.

Nos enfocaremos en un período determinado, aquel que se inauguró con el retiro de Juan Carlos Onganía de su cargo de comandante en jefe del Ejército, en noviembre de 1965, y que finalizó con el golpe de Estado consumado el 28 de junio de 1966. El retiro de Onganía supuso la eliminación de uno de los factores que obstaculizaba la concreción de los planes golpistas que se encontraban en danza en aquella coyuntura. Cualquier complot imaginable en aquel entonces partía de colocar como su epicentro a quien había sido el principal referente del sector azul del ejército. Sin embargo, y de la misma forma, cualquier complot resultaba difícilmente practicable mientras Onganía ocupara la comandancia, debido a que su postura legalista “le impedía encabezar un golpe mientras se hallara en actividad” (Mazzei, 2012:167).

Consumado, entonces, el retiro de Onganía, los tiempos comenzaron a acelerarse, precipitándose la administración radical a su abrupto final[VI]. En este trabajo analizaremos la “presentación de sí”, el ethos discursivo que intentó construir y sostener Illia durante aquel complejo período temporal[VII]. El corpus seleccionado está constituido por un total de 22 discursos reproducidos por “La Nación” y “La Prensa” de manera total o parcial, y del mensaje de apertura del período de sesiones ordinarias del Congreso Nacional correspondiente al año 1966[VIII]. Buscaremos analizar estos discursos desde una óptica particular, preguntándonos por los posibles entrecruzamientos que pueden haber existido entre dos dimensiones de lo social usualmente indagadas por separado: por un lado, el territorio de la política; y por el otro, los procesos de construcción y reproducción de masculinidades.

Abordar los meses finales de la gestión de Illia desde una perspectiva de género puede ayudarnos a entrever aspectos hasta ahora no revelados en los análisis existentes sobre la caída del gobierno radical, análisis emprendidos desde una óptica exclusivamente política. También es posible que nos brinde nuevos elementos que permitan una mejor comprensión sobre las configuraciones que asumieron las masculinidades en el espacio por demás heterogéneo de la política, en un momento atravesado por tensiones y transformaciones más amplias en lo que respecta a las relaciones de género, que no dejaron de afectar a los varones (Cosse, 2010; Manzano, 2017; Felitti, 2012; Pérez, 2012). ¿Resultó inmune el terreno de la política, en sus esferas más elevadas, a dichas transformaciones?

Entendemos a las masculinidades en tanto configuraciones de práctica de género. Configuraciones que tienen lugar en el plano de lo individual, de lo institucional y de lo simbólico, que son múltiples, y que se encuentran atravesadas por relaciones diversas (Connell y Messerschmidt, 2005). En lo que respecta a esto último, en toda sociedad existe una masculinidad que funciona como norma, como patrón, una masculinidad hegemónica que “garantiza (…) la posición dominante de los hombres y la subordinación de la mujer” (Connell, 1997: 39). A su vez, entre los propios varones se dan relaciones de dominación y de subordinación, lo que lleva a que cada varón intente alcanzar aquellos símbolos culturales que denotan virilidad, en una lucha para mantener ciertas posiciones de preminencia y de poder (Kimmel, 1997).

El hecho de que diversos autores -desde ópticas no siempre coincidentes- resalten este entrelazamiento entre masculinidad y poder (Connell, 1997; Kaufman, 1997; Kimmel, 1997; Olavarría, 2017), sumado a que la escena pública es uno de los ámbitos privilegiados donde los hombres deben disputar y probar su masculinidad (Kimmel, 1997), hace que indagar las vinculaciones existentes entre masculinidad y política en el ethos discursivo construido por Illia adquiera mayor relevancia y sentido. Si, como sostiene Kimmel, la definición hegemónica de la masculinidad es un hombre en el poder, podemos invertir esa frase y afirmar que, si un varón pretende alcanzar y conservar dicho poder, resultaría necesario construir, al menos, una imagen cercana a la de la masculinidad normativa. ¿Podemos encontrar en los discursos de Illia vestigios, al menos, de una operatoria como esta para defenderse de aquellas voces que lo asociaban a la lentitud, la pasividad y la debilidad?

Intentar responder una pregunta como está es algo que no está exento de riesgos. La masculinidad hegemónica, en tanto patrón o norma, permanentemente está sujeta a reconfiguraciones, tensiones, cuestionamientos. En consecuencia, y como sostienen Connell y Messerschmidt (2005:838), “it is desirable to eliminate any usage of hegemonic masculinity as a fixed, transhistorical model”. Si seguimos esta línea argumental, sería lógico pensar que en los años sesenta existió en nuestro país una masculinidad hegemónica con contornos más o menos definidos, más o menos puestos en tensión. Lo que resulta más difícil es poder identificar cuáles habrían sido dichos contornos, aquella configuración que habría adoptado -con sus tensiones y cuestionamientos- el patrón hegemónico.

Existen diversas investigaciones que permiten indagar en diferentes aspectos de las masculinidades durante la larga década de los sesenta. Dichos trabajos ponen de manifiesto, a grandes rasgos, que mientras entre ciertos grupos de jóvenes se desarrollaban formas alternativas de “ser hombres” (en comparación a las de generaciones anteriores), se iban consolidando nuevas demandas y exigencias en lo que respecta al ejercicio de la masculinidad, se extendía un nuevo modelo de masculinidad doméstica, y el acto de pagar por sexo grupalmente parecía ocupar un lugar relevante en la construcción de culturas masculinas plebeyas (Cosse, 2010; Manzano, 2017; Pérez, 2012; Simonetto, 2018). Si nos enfocamos específicamente en el terreno de la política, diferentes estudios parecen delinear los contornos de un panorama en el que, a grandes rasgos, en la imagen del “varón ideal” construido y propugnado desde espacios políticos de signo muy diverso, cuestiones como la fuerza, la valentía, la virilidad, la lucha y la violencia ocupaban un lugar, sino preponderante, al menos de gran importancia (Campos, 2019; Cosse, 2017, 2019; Ehrlich, 2013; Galván, 2012, 2014; Gutiérrez, 2013; Montenegro, 2008; Navone, 2014, 2015; Zangrandi, 2017). Sin embargo, decir solo esto sería simplificar un panorama por demás complejo. Isabella Cosse (2019:835), por ejemplo, afirma que la masculinidad guerrillera “(…) resulta equívoca sin considerar el peso de una matriz sensible, tierna y emotiva”. Cuando Laura Ehrlich (2013) analiza el arquetipo heroico de la Juventud Peronista de la década del sesenta, encuentra en él elementos vinculados a la nobleza, la hidalguía, la honestidad y la moral. Por otro lado, en dos trabajos en los que se centra en la imagen del líder o, más en general, del hombre dentro del imaginario nacionalista, María Valeria Galván (2012, 2014) remarca la importancia conferida –entre otras cuestiones- a la belleza del cuerpo masculino y a la inteligencia.

El estado actual de las investigaciones, por lo tanto, no permite delimitar con claridad la configuración que asumió el patrón hegemónico de masculinidad en los años sesenta. El panorama que se desprende de los trabajos citados parece atravesado por la complejidad, lo diverso, ciertas reconfiguraciones y tensiones. En el terreno de la política, el accionar esperado de militantes y dirigentes varones pareció estar recurrentemente entrelazado con apelaciones a la fuerza y la violencia, pero asumiendo contornos disimiles según el caso. Toda esta heterogeneidad, que también se pone de manifiesto en diversos estudios que abordan las configuraciones particulares asumidas por las masculinidades en sociedades o épocas diversas, ponen de manifiesto que las masculinidades pueden estar atravesadas por dimensiones múltiples y complejas, que abarcan lo sexual, lo intelectual, lo familiar, lo físico, lo moral, lo laboral, lo sensible, entre otras (Badinter, 1993; Burín y Meler, 2008; Connell, 1997; Connell y Messerschmidt, 2005; Kaufman, 1997; Kimmel, 1997; Marqués, 1997; Mosse, 2000; Olavarría, 2017; Olsen, 2000).

A la hora de analizar el ethos discursivo construido por Illia en los meses finales de su mandato, buscamos indagar en la particular forma en que dichas dimensiones pueden haber estado presente en la configuración de una determinada imagen de masculinidad política, de liderazgo masculino. Al igual que ciertos dirigentes, militantes, o partidos políticos de los años sesenta, ¿construyó una imagen asociada a una matriz agresiva y beligerante, apeló a la idea de inteligencia, buscó presentarse como un hombre predominantemente “moral”? Y dicha imagen, ¿reconoció variaciones a medida que el panorama político se fue tornando cada vez más adverso para el mandatario radical? Indagaremos esta cuestión a través de dos apartados, en las que nos enfocaremos en diferentes dimensiones del entrelazamiento entre masculinidades y política que resulta posible observar en los discursos del entonces presidente de la Nación.

Un hombre de lucha

La construcción de un cierto ethos discursivo nunca es un proceso plenamente individual que se desarrolla en el vacío. Cada persona, al momento de entablar una comunicación determinada, moldea -conscientemente o no- una determinada imagen sobre sí misma que se encuentra vinculada con modelos culturales, imaginarios sociales o estereotipos que poseen algún tipo de circulación en la sociedad de la que forma parte. Ahora bien, y en un sentido opuesto, dicha operatoria tampoco se encuentra totalmente determinada por los modelos culturales en los que se puede basar. Al entablar un intercambio (sea verbal o por escrito), una persona puede elegir retomar ciertos modelos o estereotipos existentes, pero de maneras particulares. En palabras de Ruth Amossy (2018:62), “hay diferentes maneras de actualizar el jefe de empresa o el padre de familia, seleccionando una de las versiones disponibles en una cultura dada, activando determinados atributos en lugar de otros, o combinándolos de una forma particular (…)”.

Esto habilita la posibilidad de pensar en variaciones, en formas diversas de construir un cierto ethos, incluso si nos ubicamos exclusivamente en el terreno del liderazgo político. Para poner solamente dos ejemplos, si en torno a la figura de Perón durante su gobierno se fueron configurando representaciones que resaltaban su talante como deportista, o que enfatizaban en su autoridad y en su porte militar (Acha, 2013; Rein, 1998); sectores partidarios a Arturo Frondizi buscaron construir, durante la campaña presidencial de 1958, una imagen del dirigente radical que enfatizaba sus aristas intelectuales y sus dotes de liderazgo (Barroso, 2021). Teniendo en cuenta la situación de debilidad relativa en la que se encontraba Illia durante el período aquí analizado, podría resultar esperable que en sus discursos el entonces presidente hubiera buscado reforzar -de una forma más o menos explícita- su posición de autoridad, de mando, de fortaleza y de poder. Sin embargo, el entramado discursivo que buscó elaborar tendió a transitar por otros carriles.

El análisis realizado nos permitió identificar once dimensiones que recorrieron, en mayor o menor medida, la “imagen de sí” construida por Illia, a través de apelaciones diversas[IX]. Si bien las masculinidades reconocen en toda sociedad configuraciones múltiples, expuestas a constantes reconfiguraciones, tensiones y cuestionamientos, algunas de las dimensiones identificadas refieren a cuestiones que en diferentes sociedades y momentos históricos han tendido a estar asociadas a cierto “deber ser” masculino (inteligencia, trabajo, lucha, moral, esfuerzo, valentía, fuerza, sacrificio), mientras que otras se distancian de dichas imágenes normativas (paz/tranquilidad, humildad, ternura). Si tomamos en cuenta todas las referencias identificadas, las apelaciones a la idea de “fuerza” ocupan un 10 % del total, las de “lucha” un 8 %, las de “esfuerzo” un 5 %, y las de “valentía” y “sacrificio” un 2 % y 1 % respectivamente. En su conjunto, suman un 26 %; es decir, algo más de un cuarto de la totalidad de las apelaciones analizadas (ver gráfico 1).

Gráfico 1. Importancia que tuvieron diversas dimensiones discursivas en la “presentación de sí” estructurada por Illia (en porcentaje)

Decir esto no implica, por lo demás, negar la relevancia que estas dimensiones tuvieron en el discurso del entonces presidente de la Nación, incluso desde un punto de vista exclusivamente cuantitativo. Ese 26 % es indicativo de un total de 172 ocasiones en las que el presidente radical hizo referencia de una u otra manera a las nociones de lucha, esfuerzo, sacrificio, fuerza y valentía. A esta cifra podemos agregar las referencias existentes a otra dimensión como lo es la del trabajo y la acción, que tiene una presencia para nada despreciable dentro de la estructura discursiva construida por Illia: en 71 ocasiones hace referencia a ella, de una forma más o menos directa. Si sumamos esta cifra al 26 % señalado con anterioridad, podemos arribar a la conclusión de que las alusiones a cuestiones como la fuerza, el sacrificio, la lucha, la valentía, el esfuerzo, el trabajo y la acción suman en su conjunto un nada despreciable 37 %.

Ahora bien, ¿de qué manera aparecieron estas alusiones en el ethos discursivo construido por Illia? La “imagen de sí” puede ir tomando forma a través de diferentes mecanismos. Posiblemente el más obvio sea el de intentar caracterizarse a uno mismo recurriendo a la primera persona del singular. Sin embargo, si bien parece la forma más evidente, en ocasiones tiende a ser evitada. Y esto por una razón simple: este mecanismo no solo puede ser fácilmente considerado como poco verosímil, sino que incluso puede terminar siendo contraproducente. Illia solamente recurrió a esta modalidad en una ocasión, que no posee ninguna particularidad que la destaque, y en la que sostuvo que “(…) en mis largas luchas he tratado de recorrer la patria y hablar con sus mujeres y sus hombres (…)” (20/2/66)[X]. La primera persona del singular nunca más fue utilizada por el entonces presidente, y la “presentación de sí” tendió a ser construida a través de otras modalidades menos explícitas, pero posiblemente más eficaces.

En su análisis de las particularidades del discurso político, Teun Van Dijk (1999) sostiene que las operaciones de repetición en el plano de los sonidos, las formas de oración y los significados pueden incidir en los procesos de persuasión. La apelación recurrente a ciertas palabras puede ser indicativo del intento del locutor de construir una determinada “imagen de sí”. En este sentido, es particularmente interesante la distinción que establece Amossy entre “el decir” y “lo dicho” a la hora de pensar el ethos discursivo. Mientras “lo dicho” refiere a lo que el locutor dice explícitamente sobre su persona, “el decir” “se revela en las modalidades de su palabra, aun cuando no se refiere a sí mismo” (Ammosy, 2018:119). Interesa indagar, entonces, ya no solo lo que una persona dice sobre sí misma, sino también las palabras que utiliza, las modalidades discursivas, los sentidos que intenta ir construyendo a través de ellas.

En relación con esto, en los discursos analizados puede notarse la apelación recurrente a las nociones de lucha, esfuerzo, sacrificio, fuerza y trabajo, pero haciendo referencia a un “otro” que tiende a ser ponderado de manera favorable:

“Los viejos habitantes de esta zona podrán hablarles de sus tropiezos y sus luchas; de cómo con decisión, voluntad y dignidad han logrado esta magnífica y floreciente ciudad” (27/12/65)

“Me siento contento de llegar a Salta y participar de este acto con su dinámico gobernador, que trabaja constantemente (…)” (23/1/66)

“Diría que es la culminación de todos esos esfuerzos anteriores de tantos militares y civiles, de tantos hombres ignorados, que con sacrificio y abnegación (…)” (9/2/66).

Una y otra vez, Illia resaltó a ese gobernador que trabaja constante y dinámicamente; a esos habitantes que lucharon con decisión y voluntad; a los sacrificados y abnegados civiles y militares. Es un “otro” cuyos atributos señalados solo parecen comprenderse plenamente si es que tenemos en cuenta los cuestionamientos recibidos en aquel momento por la administración radical. Mientras los críticos buscaban construir la imagen de un gobierno poco dinámico, pasivo, carente de decisión y voluntad, Illia intentó construir la imagen de un “otro” que funcionaba como ejemplo, como símbolo de lo deseado y valorado. Esto usualmente se vio reforzado por referencias más generales a esos mismos aspectos, e inclusive por llamamientos de corte más imperativos, en los que la lucha, el sacrificio y el trabajo fueron considerados por Illia como valores a sostener y reforzar:

“El porvenir venturoso del país depende de esta decisión irrevocable que deben de tomar todas las argentinas y todos los argentinos, de una manera decidida y combatiente” (21/6/66)

“El desafío de esta hora (…) deben aceptarlo las nuevas generaciones lanzando también su firme reto traducido en el indeclinable propósito de construir su propio tramo, adicionando a su quehacer el esfuerzo necesario (…)” (22/6/66)

“(…) trabajen con fe en estas cosas serias e importantes” (26/6/66)

Aquí no es Illia quien se define en primera persona, pero es la primera persona discursiva del entonces presidente quien pondera determinados atributos que tendían a configurar -usualmente a través de las modalidades propias del “decir”- la imagen del líder político masculino trabajador, esforzado, combativo.  Ahora bien, estas referencias tuvieron un peso menor en el discurso presidencial, mientras que las alusiones a un “otro” fuerte, valiente y trabajador perdieron peso a medida que el conflicto político fue ganando intensidad en el período analizado. En ese contexto, y mientras la administración radical parecía quedarse cada vez con menos salidas a la vista, aquella modalidad discursiva fue progresivamente reemplazada por otra menos sutil.

Frente a los riesgos que supone el hablar de uno mismo en primera persona, una alternativa más lógica puede ser el integrarse dentro de un “nosotros”, y a través de él, destacar ciertos atributos considerados como propios. En lo que respecta a las dimensiones discursivas que estamos analizando en este apartado, esta modalidad fue la más empleada por Illia, con dos variantes definidas. En una de ellas, el “nosotros” era un colectivo amplio, que parecía incluir a todo el conjunto nacional. Esta fue, sin embargo, la variante menos empleada. La otra, aquella que adquirió un peso significativo en instancias decisivas, supuso la integración dentro de un “nosotros” más acotado, en el que Illia ocupaba una posición preponderante: el gobierno, la administración nacional, o, en algunas ocasiones, los radicales.

Esta modalidad tuvo un lugar central en el discurso brindado en la apertura de sesiones ordinarias del Congreso Nacional, el 1° de mayo de 1966. En esta alocución, repetidas veces Illia buscó construir la imagen de un gobierno que puso en marcha obras fundamentales, actuó decisivamente para superar la recesión económica, luchó para abrir nuevos mercados para la exportación de productos nacionales, desarrolló una acción masiva frente a los brotes endémicos. Atravesaron el mensaje como huellas silenciosas, pero no desprovistas de intención, palabras como esfuerzo, empuje, trabajo, labor, ejecución, rapidez, energía, acción, sacrificio, voluntad. En la parte final del discurso, todas estas nociones que señalamos aparecieron plasmadas explícitamente:

No hemos de ceder en esta decisión inquebrantable de asegurar el gran destino de la Argentina, ni declinar en los desvelos por servir a la República. (…) Nos rectificaremos cuando estemos persuadidos del error, pero sin desviarnos de aquellos objetivos fundamentales (…). Para plasmarla no ha de faltarnos nunca voluntad, ni energía, ni decisión, ni coraje.” (1/5/66)

Esta construcción argumentativa no consiguió contrarrestar, aminorar o modificar las críticas impulsadas desde sectores opositores[XI]. Sin embargo, y en los que serían los últimos meses de su gobierno, Illia siguió recurriendo a esta modalidad discursiva para buscar asociar a su gestión -y a sí mismo, en consecuencia- con aquellas cuestiones que venimos analizando:

“(…) somos hombres de lucha en uno u otro lugar. No renegamos de la misma y tenemos las suficientes fuerzas para seguir combatiendo” (4/6/66)

“(…) estamos decididos a proseguir este camino con voluntad irrenunciable; a defender la libertad y a defender la ley.” (21/6/66)

“Aquí se está trabajando con seriedad, muy dinámica y rápidamente.” (27/6/66)

Si bien, y por una cuestión organizativa, analizamos cada una de estas modalidades discursivas por separado, es necesario resaltar el hecho de que, no solamente cada una de las apelaciones indagadas aparecen entrelazadas, sino que tienden a reforzar un conjunto de sentidos específicos. Ya sea que se haga referencia a un supuesto “deber ser”, o se realice consideraciones de manera general, ya sea que el “yo” resulte integrado en un “nosotros” específico o difuso, las referencias a la lucha, el esfuerzo, la fortaleza, el sacrificio y el trabajo se reiteran y reactualizan[XII]. Ahora bien, las apelaciones a estas cuestiones que en diferentes sociedades, en diferentes épocas, e incluso en el período aquí abordado, han estado asociadas a ciertas configuraciones de masculinidad, ¿ganaron peso en el ethos discursivo construido por Illia en los momentos finales de su gobierno?

El 29 de mayo de 1966, es decir, un mes antes del golpe de Estado, el comandante en jefe del Ejército, Teniente General Pascual A. Pistarini, brindó un discurso en el que criticó frontalmente a la administración radical, en presencia del propio presidente de la República. Existe un cierto consenso de que, desde aquel momento, el margen de maniobra del gobierno se redujo de manera considerable[XIII]. Illia, durante el mes siguiente, tomó la palabra en nueve ocasiones. Y en lo que respecta a las dimensiones que estamos analizando en este apartado, no es posible afirmar que hayan tenido un peso significativamente más importante en el ethos discursivo construido por el presidente radical, si lo comparamos con los discursos anteriores (ver gráfico 2)[XIV]. Únicamente en el caso de las apelaciones a la “lucha” podemos notar un cambio relativamente importante. No solamente aumentó el número de veces en los que Illia hizo referencia a esta noción, sino que también dichas referencias se tornaron, en ocasiones, más directas y explícitas. Es así que el presidente de la Nación sostuvo, por ejemplo, que su gobierno prevalecería “en esta lucha en la cual tenemos el deber de seguir” (4/6/66), y habló de la necesidad de que las argentinas y los argentinos adopten una posición “decidida y combatiente” (21/6/66).

Gráfico 2. Importancia que tuvieron diversas dimensiones discursivas en la presentación de sí estructurada por Illia durante el mes de mayo de 1966 (en porcentaje)

 

Más allá de este mayor énfasis, el intento de construir una “imagen de sí” anclada en cuestiones como la fuerza, el sacrificio, la valentía, la lucha y el trabajo, no mostró variaciones por demás significativas en el momento de mayor debilidad del gobierno radical. No es posible afirmar que, ante una situación de crisis, y con la hipotética intención de contrarrestar la idea de una administración débil e ineficiente, la opción elegida por Illia haya sido la de intentar estructurar un ethos más fuertemente anclado en una matriz agresiva, combatiente, valerosa. Repetimos, las apelaciones se tornaron algo más directas por momentos, pero no tuvieron una mayor preponderancia en los discursos analizados.

Ahora bien, cada una de las apelaciones a las que estamos haciendo referencia no funcionaron como islas inconexas, sino que formaron parte de entramados más amplios. Relacionado con esto, en numerosas ocasiones, estas diversas cuestiones que venimos analizando se encontraron vinculadas con nociones que se alejan significativamente de aquellas imágenes del “deber ser” masculino estructuradas en torno a una supuesta fortaleza, valentía o combatividad:

 

“Coraje es el trabajo permanente, la fortaleza de espíritu, la serenidad” (27/12/65)

“(...) la historia argentina está jalonada de hechos muy importantes que nos incitan a tener un gran sentido de patria y a trabajar desinteresada y honradamente, con todas nuestras limitadas fuerzas (...).” (9/2/66)

“(...) un país pacificado sin recurrir a la violencia, mediante el juego natural de las previsiones legales, aplicadas con prudencia y con firmeza (...).” (1/5/66)

La fuerza aquí aparece, pero es “limitada”; el coraje resulta relacionado con la “serenidad”; la pacificación del país se logra con firmeza, pero también con “prudencia”. Cada una de estas frases son ejemplos de un número significativo de ocasiones en las que, referencias que en un principio parecían reforzar una “imagen de sí” vinculada a una masculinidad combativa y esforzada, estuvieron entrelazadas con sentidos que apelaron a cuestiones como la unidad, la paz, la confraternidad, la tranquilidad, la necesidad de mantener una posición humilde[XV]. Todas estas cuestiones, por lo demás, tuvieron un peso significativo en el entramado discursivo que buscó desplegar el presidente radical, como veremos a continuación.

Un hombre de paz

Al analizar la progresiva estructuración de la denominada masculinidad moderna en diferentes regiones de Europa, George Mosse (2000) sostiene que la apelación a una supuesta identidad entre el cuerpo y el alma resultó un componente central en la conformación de dicha masculinidad. Se consideraba que el cuerpo en forma servía para equilibrar el intelecto, siendo tal equilibrio un requisito previo para una moral íntegra.  Tenemos ciertos indicios que parecen indicar que este elemento moral no estuvo ausente en los procesos de construcción de las masculinidades en nuestro país ya desde principios de siglo pasado, tanto desde un punto de vista general como en lo que respecta específicamente al mundo de la política (Barrancos, 2007; Calandria, 2019).Si nos enfocamos en el período aquí considerado, hacia principios de la década del sesenta el arquetipo heroico de la Juventud Peronista  se asentaba parcialmente en un contra-modelo de fuerte contenido (in)moral: “muchachitos bien” que tomaban alcohol, consumían novelas pornográficas, eran superficiales, despreocupados y sin ideales (Ehlrich, 2013: 44-45). Las críticas realizadas a Frondizi en aquel entonces desde sectores nacionalistas también incluían aquella vinculación entre lo físico y lo moral a la que hace alusión Mosse. El dirigente radical fue representado como “el desviado, el monstruo, ese ser infrahumano que encarnaba en sus particularidades físicas todas sus falencias y vicios morales” (Galván, 2012: 303).

Este componente moral tuvo una presencia significativa en el ethos discursivo construido por Arturo Illia. Si bien es difícil definir a qué nos referimos concretamente cuando hablamos de “moral”, podemos retomar el planteo de Valdés y Olavarría (1998), que vinculan esta noción a la rectitud, la responsabilidad, la dignidad, la solidaridad, la protección de los niños, las mujeres y los ancianos, la nobleza, la fidelidad, la lealtad, y la honestidad. En los discursos analizados, las apelaciones a estas cuestiones constituyen el 11 % de la totalidad de las referencias indagadas. En numerosas ocasiones Illia resaltó la importancia de la lealtad, la limpieza, la rectitud, la nobleza, la dignidad, la responsabilidad, la honradez, la seriedad, entre otros. En sintonía con lo que vimos en el apartado anterior, también la modalidad discursiva que se destacó a la hora de ir moldeando una cierta idea de moralidad fue la apelación a un “nosotros”, que predominantemente adquirió un contorno gubernamental. Esto se puede ver con especial claridad en los últimos discursos brindados por Illia, el día previo al golpe de Estado:

 

“Estamos lealmente, al servicio de la República con toda honradez.” (27/6/66 a)

“Esta es una de las obras que más nos preocupa y está contemplada en nuestros planes orgánicos, hechos con absoluta seriedad (…)” (27/6/66 a)

“(…) estamos sirviendo leal y correctamente los intereses de la población (…)” (27/6/66 c)

Un gobierno honrado, leal, correcto, serio. Estas nociones se reiteraron a través de modalidades discursivas más generales –“y siempre el sentido moral y cristiano de la vida y el sentimiento de solidaridad son indispensables (…)” (16/5/66)-, o vinculándolas a un “otro” que aparecía como un ejemplo a imitar–“tuvieron aquellos hombres la dignidad moral (…)” (11/1/66). Ahora bien, ya mencionamos que esta dimensión moral formó parte en diferentes sociedades y momentos -e incluso en el período aquí indagado- de ciertas configuraciones que ha asumido la masculinidad. Sin embargo, si la comparamos con otras dimensiones analizadas previamente en este trabajo, como la lucha, la valentía y el esfuerzo, es posible establecer una diferencia: la noción de moral incluye una carga agresiva y violenta menor, sin por eso dejar de abrevar en una estructuración que tiende a colocar a los varones -o a cierta idea de masculinidad- en un plano sexo genérico de superioridad. Una cosa es intentar establecer dicha superioridad a través de la noción de “luchar hasta morir”, y otra a través de un prisma más “caballeresco” y moral, apelando a los valores de la lealtad y la defensa de la palabra empeñada.

Algo similar ocurre con otra dimensión que tuvo un peso significativo en el ethos discursivo construido por Illia, y que enfatizaba en la inteligencia y la racionalidad. Desde un punto de vista teórico, Frances Olsen (2000), sostiene que lo masculino usualmente tiende a emparentarse con lo racional, el pensamiento, la objetividad y lo abstracto, visión con la que coincide Josep-Vicent Marqués (1997) al considerar a la inteligencia como uno de los recursos a los que pueden apelar los varones a la hora de configurar una cierta imagen legítima de masculinidad. En el período temporal aquí considerado, esta dimensión no estuvo ausente en ciertas representaciones construidas en torno a la masculinidad de ciertos dirigentes políticos.  Es así que, por ejemplo, las visiones sobre el liderazgo que predominaban en el nacionalismo de derecha hacían hincapié, entre otras cuestiones, en lo racional. Se consideraba que un líder -varón- apropiado debía tener la capacidad de interpretar adecuadamente la realidad, poseer una “inteligencia comprensiva” y ser mentalmente “superior” (Galván, 2014).

Si nos enfocamos en los discursos aquí analizamos, encontramos que las apelaciones a estas cuestiones ocupan el segundo lugar de importancia dentro de las dimensiones identificadas. “Jamás en la República se ha estudiado, elaborado y trabajado de esta manera, tan dinámica y tan progresiva” (27/6/66 3), afirmó Illia el día previo al golpe de Estado que lo desalojara del cargo presidencial. La idea de dinamismo y trabajo, ya vistas en el apartado anterior, aquí aparece entrelazada con la de estudio, que se reiteró a través de diversas modalidades en un total de 31 ocasiones. Otras tantas veces Illia se refirió más directamente a las nociones de inteligencia y de pensamiento, especialmente resaltando estas virtudes en un “otro” que podía ser la sociedad toda, o algún sector específico, como cuando en San Juan sostuvo que “este pueblo inteligente será capaz de superar todas las dificultades” (29/1/66).

El ethos intelectual de Illia también tendió a reforzarse a través de apelaciones menos directas, pero que formaban parte de un cierto clima de época. El “consenso alternativo” a su gestión, que se fue estructurado en los meses previos al golpe de Estado de 1966, estuvo anclado en la idea de que era necesario avanzar hacia un país “eficiente” y “moderno” (Smulovitz, 1991). Esto permite entender la insistencia con la que Illia hizo referencia a toda una amplia diversidad de “planes” puestos en marcha luego de arduos estudios, a la utilización de los medios técnicos más “modernos” a disposición para impulsar la gestión gubernamental, a los intentos de “racionalizar” la estructura administrativa, a la vocación de trabajar con “eficiencia”. En definitiva, insistentemente el entonces presidente intentó presentar una “imagen de sí” que lo presentaba como el responsable de la planificación, aquel que ponderaba las virtudes de la mente argentina, el que favorecía la reflexión, el accionar racional, y el estudio de la compleja realidad nacional.

Pero todas estas cuestiones que analizamos hasta ahora, por sí solas, son superadas en lo que respecta al peso que tuvieron en el discurso de Illia por un conjunto de apelaciones que poseen ciertas connotaciones particularmente interesantes, teniendo en cuenta nuestro interés de indagar en las interrelaciones existentes entre masculinidades y política. En un momento en el que desde diferentes sectores se bregaba por la necesidad de un cambio de estructuras, de una verdadera “revolución”, Illia apareció en diferentes ocasiones postulando la conveniencia y la necesidad de un cambio revolucionario, pero de contornos muy diferentes a los imaginados por sus adversarios. Es así como, el 16 de mayo de 1966, el entonces presidente afirmó que:

“(…) en esta época la revolución es pacífica, fundamentalmente espiritual y significa respeto al hombre (…). No son estas revoluciones de desencuentros, que se resuelven dura y sangrientamente: son revoluciones del intelecto y del corazón.” (16/5/66)

De todas las nociones que hemos identificado en cada una de las dimensiones analizadas, aquella vinculada a la idea de “paz” es la que más veces se reiteró en el discurso de Illia, en un empate con otro concepto que tiende a apuntar en un mismo sentido: hablamos de la idea de “unión”. En diferentes espacios, ante contextos diversos, pero con el telón de fondo de una situación política cada vez más adversa, Illia sostuvo una y otra vez que su objetivo era el de pacificar y desterrar la violencia, que la intención de su gobierno era propiciar la convivencia nacional, que el deber de todos era el de avanzar hacia una unidad firme, en el que el odio, los rencores y los enfrentamientos inútiles finalmente fueran dejados de lado.

No nos encontramos, por lo tanto, con la configuración de una “imagen de sí” anclada ni exclusiva ni predominantemente en las apelaciones a la fuerza, la lucha, la agresividad o la violencia. El ethos discursivo que tendió a configurar Illia transcurrió por carriles diferentes, alejándose de la imagen del líder político -varón- fuerte, combativo y valiente. En este sentido, a las nociones de paz y de unidad debemos sumarles otras que configuraron los contornos de una figura que buscaba resaltar la tranquilidad. El presidente radical insistentemente remarcaba la importancia del diálogo, la solidaridad, la comprensión del otro, el respeto, la tolerancia, la serenidad. Afirmó que, el no gobernar para una parcialidad determinada, los obligaba a ser “mesurados, equilibrados, sensatos y reflexivos” (23/5/66). Sostuvo propiciar un clima de “convivencia nacional” (6/6/66), donde todos pudieran decir su verdad, en el cual el camino a seguir fuera el de “la comprensión y de la hermandad” (22/6/66). El día previo al golpe de Estado, llegó a sostener que “no está en nuestro ánimo agraviar a nadie y jamás nuestra palabra será agresiva sino, por el contrario, comprensiva. (…) Todos tenemos el deber de mantener dentro de la República esta convivencia y esta paz interior.” (27/6/66).

Mientras la tensión política no dejaba de acrecentarse, en los discursos brindados por Illia jugaron un papel importante las referencias a cuestiones que se alejan de configuraciones de masculinidad combativas y agresivas. Tanto es así que, si durante todo el período considerado, las nociones de unión, paz y tranquilidad ocuparon el primer lugar en lo que respecta a las referencias analizadas (con un 29 % del total), estas mismas nociones incrementaron su peso en el último mes del gobierno de Illia. Si a aquel 29 %, le agregamos los porcentajes correspondientes a dimensiones como el comportamiento moral y la inteligencia, que han estado asociadas en diferentes sociedades y momentos al deber ser masculino, pero desde lugares no tan claramente vinculados a la agresividad, el porcentaje se eleva hasta el 59 %, constituyéndose en un conjunto que detenta una posición dominante dentro de la “imagen de sí” configurada por Illia.

Pero, y al margen de todas estas dimensiones que hemos analizado hasta el momento, nos encontramos con otras nociones que, si bien aparecen de manera solamente ocasional en el discurso de Illia, resultan particularmente relevantes, ya que van un paso más allá en lo que respecta a alejarse de posibles configuraciones agresivas, combativas, sacrificadas y valerosas de la masculinidad política. Hacia fines de 1965, con un Onganía que ya había decidido apartarse de su cargo de comandante en jefe del Ejército, y en medio de un clima crecientemente enrarecido, Illia dio un discurso en el que destacó la importancia de la solidaridad, del respeto, del trabajo armónico y de la paz. Ahora bien, lo que se destaca de su alocución es que el presidente de la Nación decidió realizar una solicitud, dirigiéndose “a todos los hombres y mujeres del país, para pedirles su ayuda con el objeto de mantener este clima constitucional” (12/12/65). En contraposición a la imagen del varón autónomo, independiente, capaz de resolver cualquier problema, Illia decidió pedir abiertamente ayuda a sus conciudadanos. Y no lo hizo una sola vez. El 16/5/66 afirmó que “conocemos la realidad nacional y necesitamos la ayuda de todos”, formula repetida el día anterior al golpe de Estado, cuando Illia reclamó “la comprensión y la colaboración de todo el pueblo” (27/6/66 c).

Estas solicitudes resultaron entrelazadas, en la construcción de un cierto tono humilde y modesto que recorrió el ethos discursivo del entonces presidente, con el reconocimiento de que se habían cometido errores, referencias generales a la modestia, la ponderación favorable de la sencillez, y la afirmación de que su gobierno no buscaba halagos y ejercía la autoridad sin estridencias ni ostentaciones. Como mencionamos, todas estas apelaciones resultaron esporádicas, no tuvieron un peso significativo dentro del discurso presidencial. Pero si las sumamos a aquellas que hacen referencia al respeto, a la unidad, al diálogo, a la tranquilidad y la comprensión, terminan por conformar una “imagen de sí” en la que las dimensiones más claramente agresivas asociadas a las masculinidades, si bien no se encontraron ausentes, tendieron a quedar en un segundo plano.

Conclusiones

El análisis realizado nos permite arribar a la conclusión de que la “presentación de sí” que fue configurando Illia a través de sus discursos en los meses finales de su truncada gestión, se encontró en parte atravesado por apelaciones a la lucha, la fuerza, el trabajo, el esfuerzo y sacrificio. Dichas apelaciones, en ocasiones, adquirieron contornos directos, favoreciendo la idea de un Illia, un presidente, un líder-varón combatiente, dinámico, valiente y que nunca retrocedería; mientras que en otros momentos resultaron morigeradas, al resultar entrelazadas con ponderaciones favorables a la comprensión, la tranquilidad, la serenidad, entre otras. Tampoco estuvieron ausentes en el ethos discursivo del entonces presidente referencias que buscaban perfilar los contornos de un líder moral e inteligente. Ahora bien, más significativo que esto nos resulta el hecho de que la dimensión que tuvo un peso más fuerte dentro del discurso construido por Illia haya sido la constituida por toda una serie de indicadores que tienden a alejarse de configuraciones de la masculinidad ancladas en la fuerza, el coraje y el sacrificio. Hacemos referencia a las constantes apelaciones a cuestiones como la unión, la paz, la tranquilidad y la paciencia.

Muchas de estas apelaciones adquieren sentido en el marco de la apuesta política que recorrió los tres años de la gestión de Illia. Marcando un contrapunto con el gobierno de Frondizi, el dirigente cordobés postulaba la necesidad de configurar un mandato anclado en el ejercicio de la normalidad, sin grandilocuencias, ponderando la calma, la legalidad y el trabajo cotidiano (Smulovitz, 1991). Ahora bien, que apelaciones a la calma, el respeto, la unión y la paz puedan entenderse en este marco, no quitan el hecho de que, en su conjunto, hayan ido moldeando una “imagen de sí” que tendió a desligarse de ciertos patrones tradicionales y agresivos de las masculinidades.

Mencionamos al principio de este trabajo que, cuando se analizan las causas del golpe de Estado de 1966, se hace referencia a cuestiones variadas. El indagar los discursos de Illia poniendo el foco en las interrelaciones existentes entre la política y las masculinidades, quizás nos permita incorporar otra variable explicativa dentro de un panorama por demás complejo. Cómo vimos, según Amossy (2018), toda “presentación de sí” se encuentra determinada, al menos en parte, por modelos culturales, imaginarios sociales o estereotipos que poseen algún tipo de circulación en la sociedad de la que el locutor forma parte. Agreguemos ahora que retomar ciertos imaginarios sociales resulta de utilidad no solo para lograr que el discurso sea más eficaz. Cuando una persona intenta amoldar su “presentación de sí” a un cierto estereotipo, lo que está haciendo, en definitiva, es retomar modelos culturales validados socialmente, buscando obtener los beneficios de dicha validación.

Alejarse de esos imaginarios, desde esta óptica, podría resultar riesgoso. No resulta posible determinar con precisión cuál era el patrón hegemónico de masculinidad vigente hacia mediados de la década del sesenta en nuestro país, ni tampoco si existía un único modelo de liderazgo político masculino que actuara como norma. Sin embargo, la configuración discursiva adoptada por Illia, mostró particularidades si las comparamos con las representaciones que en aquellos años -y tal como ponen de manifiesto trabajos ya citados- circulaban en el universo de la política, y específicamente en el caso de líderes políticos masculinos. En un momento de crisis, el ethos configurado por el entonces presidente no era predominantemente el de un líder-varón con fortaleza para superar las dificultades, un valiente dispuesto a todo, un trabajador infatigable, un intelectual capaz de resolver todos los problemas. La “imagen de sí” construida era más compleja: incluía todas estas dimensiones, pero muy frecuentemente se alejaba de ellas, para remarcar los contornos de un presidente tranquilo, mesurado, humilde, partidario de la paz y de la unidad. Si en aquellos años -y esto solo lo planteamos a modo de hipótesis, que podrá ser refrendada o desechada a partir de posteriores indagaciones- el patrón hegemónico de masculinidad política, aquel asociado al ejercicio del poder y la autoridad, se encontraba predominantemente entrelazado con la exhibición de una cierta fortaleza, valentía, combatividad, esfuerzo y sacrificio, el que Illia construyera una configuración de masculinidad y liderazgo  política más compleja y alejada en parte de aquellos atributos, quizás terminó resultando contraproducente desde el punto de vista político, coadyuvando en el panorama de soledad en la que prácticamente terminó encontrándose los días finales de su mandato.

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[I] El presente trabajo fue realizado gracias a la Beca Doctoral CONICET. Una versión previa fue presentada en las “3ras. Jornadas Internas de Becaries”, del Centro Interdisciplinario de Investigaciones en Género (CInIG). Agradezco especialmente los comentarios brindados en aquella ocasión por la Dra. Adriana María Valobra y la Dra. Alejandra Mailhe. Por lo demás, las devoluciones brindadas por les evaluadores de este artículo me impulsaron a revisar el andamiaje teórico-metodológico en el cual se sustenta mi investigación. Los defectos que aún puedan persistir, por lo demás, son de mi exclusiva responsabilidad.

* Becario doctoral del CONICET, integrante del Centro Interdisciplinario de Investigaciones en Género, IdIHCS (CONICET-UNLP). Integrante del PI+D UNLP “Relaciones de género y participación política de las mujeres, Argentina, 1919-1976”, dirigido por la Dra. Adriana María Valobra. Contacto: estebannbarroso@gmail.com

Esteban Nicolás Barroso. “La revolución de la paz. Illia, masculinidades y política en el filo del precipicio (1965-1966)” en Zona Franca. Revista del Centro de estudios Interdisciplinario sobre las Mujeres, y de la Maestría poder y sociedad desde la problemática de Género, N°32, 2024 pp. 240-271. ISSN, 2545-6504 Recibido: 1 de marzo 2024; Aceptado: 7 de agosto 2024

 

[II] La Prensa, 29/6/1966, Editorial.

[III] Agradezco especialmente a la Dra. Smulovitz por permitirme el acceso a la parte aún no editada de su tesis doctoral: Opposition and Government in Argentina. The Frondizi and Illia Administrations, The Pennsylvania State University, 1991.

[IV] Ya a principios de 1964, el senador Ramón Acuña afirmaba que se había instalado desde sectores opositores la idea de un gobierno antiguo, estático, y que propiciaba la paralización del país (Tcach y Rodríguez, 2006:85). En otro plano y apenas algunos meses después, un grupo de generales visitaron a Onganía para consultar su interés en comenzar ciertos preparativos ante la eventualidad del fracaso de la administración radical (Mazzei, 2012). No había transcurrido ni siquiera un año de la asunción de Illia.

[V] El relevamiento realizado del diario “La Nación” entre octubre de 1963 y mayo de 1966, y del diario “La Prensa” de junio de 1966 permite identificar solamente 5 avisos publicitarios publicados por el gobierno nacional. El primero de ellos tuvo lugar el 17 de diciembre de 1965.

[VI] En palabras de Kvaternik (1990:67), “Su retiro (…) iniciaría el proceso de politización militar que culminaría con el golpe. (…) Onganía quedaba así con las manos libres para conspirar y el generalato para presionar, al borde del planteo.”

[VII] Al hablar de “presentación de sí” y ethos discursivo retomamos lo planteado por Ruth Amossy (2018). Según esta autora, toda persona que toma la palabra “efectúa ipso facto una puesta en escena más o menos programada de su persona” (Amossy, 2018:27). Esto puede ser parte de un proceso más o menos consciente, y no siempre tiene como objetivo persuadir al interlocutor. Sin embargo, Amossy señala que la configuración de una determinada “presentación de sí”, resulta fundamental para el mantenimiento de cualquier tipo de comunicación.

[VIII] Detallamos aquí los artículos en cuestión de donde extrajimos los discursos, y luego nos referimos a ellos solamente a través de sus fechas de publicación, por razones de simplicidad. Como en el día 27/6/66 hubo tres discursos, los diferenciaremos por intermedio de letras. La Nación, 12/12/65, “El Gobierno va a seguir cumpliendo con la ley”. La Nación, 26/12/65, ““Afrontemos el porvenir con coraje”, expresó Illia”. La Nación, 27/12/65, “A la celebración del centenario de Burzaco asistió el Dr. Illia”. La Nación, 11/1/66, “Inauguró Illia la celebración del Sesquicentenario de 1816”. La Nación, 23/1/66, “Poco hemos utilizado la propaganda, expresó Illia”. La Nación, 29/1/66, “Inauguran en San Juan un aeropuerto internacional”. La Nación, 9/2/66, ““Realización de alto significado moral”, dijo Illia”. La Nación, 20/2/66, “Es necesaria la comprensión, dijo el doctor Illia”. La Nación, 12/4/66, “El Poder Ejecutivo urge al Parlamento la sanción del presupuesto para 1966”. La Nación, 23/4/66, “Inauguró el presidente una planta petroquímica”. La Nación, 25/4/66, “Una nueva línea de subterráneos”. Apertura del período de sesiones ordinarias del Congreso Nacional, 1/5/66. La Nación, 16/5/66, “A todas las obras se debe imprimir un sentido moral”. La Nación, 23/5/66, “El Dr. Illia inauguro ayer obras en Wilde”. La Prensa, 4/6/66, “Cualquier camino fuera de la ley es malsano”. La Prensa, 6/6/66, “Del leal acatamiento a la ley habló el Dr. Illia”. La Prensa, 13/6/66, “La actividad del presidente de la Nación en Rufino”. La Prensa, 21/6/66, “Nuestra democracia debe ser combatiente”. La Prensa, 22/6/66, “Discurso pronunciado por el doctor Illia”. La Prensa, 26/6/66, “La inauguración de un barrio obrero”. La Prensa, 27/6/66 (a), “No defendemos privilegios en el país”. La Prensa, 27/6/66 (b), “Solo la mitad del país consume agua potable de calidad”. La Prensa, 27/6/66 (c), “Refirióse al plan de viviendas el primer magistrado”.

[IX] Se determinó cuál fue, en los discursos analizados, el número de alusiones vinculadas a cada una de las dimensiones identificadas. Para ver el peso específico que tuvo cada dimensión en el ethos discursivo desde un punto de vista porcentual, ver el gráfico 1.

[X] De aquí en adelante, los resaltados en negrita corresponden al autor del presente trabajo.

[XI] Una muestra de ello es el editorial publicado por La Nación el 3 de mayo de 1966, en el que refirió al supuesto “déficit de ejecutividad” de la administración radical.

[XII] En este punto, uno podría plantearse la pregunta de si las apelaciones a la idea de “lucha”, para poner solamente un ejemplo, no forman parte de cierto discurso político relativamente estandarizado, que poco en sí mismo nos puede aportar en la comprensión sobre la configuración de una determinada imagen de masculinidad. Dicho en otras palabras, y teniendo en cuenta que en este trabajo nos propusimos pensar en las interrelaciones existentes entre el terreno de la política y el de las construcciones de las masculinidades, una duda razonable que puede surgir es si las apelaciones a la lucha, la fuerza, el esfuerzo o el trabajo responden preponderantemente a un terreno o al otro. Planteado de esta forma, este interrogante posiblemente sea de resolución imposible. Pero, al mismo tiempo, puede resultar un tanto engañoso. ¿Es posible o incluso deseable establecer dicha diferenciación de manera tajante? En otras ocasiones hemos tenido la posibilidad de indagar las configuraciones de masculinidad que se construyeron en torno a diferentes figuras políticas de relevancia nacional (Barroso, 2020, 2021, 2022 a y b). En dichas configuraciones, ciertas cuestiones -como la de la “lucha”- se reiteran. Esto nos podría llevar a pensar que apelaciones de este tipo corresponden a un cierto “estereotipo” de líder político, que no nos hablan necesariamente de la construcción de una determinada imagen de masculinidad, y que no toda referencia a la valentía o al combate pueden ser leídas directa y explícitamente bajo el prisma de género. Sin embargo, la pregunta que nos podemos plantear es acerca del porqué de dicha reiteración. Pero también, y en un sentido inverso, por qué dicha similitud no siempre es completa. El ethos construido por Onganía, Frondizi e Illia no fueron iguales. Y si bien esto se puede deber a factores diversos -incluyendo lógicamente el factor político-, lo que ponen de manifiesto estas particulares “imágenes de sí” es la configuración de diferentes formas de presentarse en tanto líderes políticos masculinos, desde matrices diferentes, que podían enfatizar en ciertos casos más el componente agresivo, lo moral, o en otros, lo intelectual. 

[XIII] Según Mazzei (2012:179), este discurso fue un “claro indicador de que la decisión de pasar a la acción ya había sido tomada”. Tcach y Rodríguez (2006:149) señalan este momento como aquel en el que los sucesos comenzaron a precipitarse.

[XIV] La diferencia es solamente de un 2 %, si tomamos en cuenta las dimensiones de lucha, esfuerzo, valentía, fuerza, sacrificio y trabajo, que pasan a sumar un 39 %.

[XV] En concreto, hablamos de un total de 44 apelaciones, que constituyen un 18 % del total de las ocasiones en las que Illia recurrió a las nociones de fuerza, trabajo, lucha, esfuerzo, valentía y sacrificio.