La revolución de la paz. Illia, masculinidades y política en el filo del precipicio (1965-1966)[I]
Esteban Nicolás Barroso *
Resumen
Los meses finales del gobierno de Arturo Illia estuvieron caracterizados -entre otras cuestiones- por la intensidad creciente que fueron asumiendo toda una serie de discursos e imágenes de tono crítico, que tendieron a crear un clima propicio para un golpe militar que se consideraba como cercano o, incluso, inminente. Si bien existen numerosos trabajos que han indagado en esta situación, aún resultan escasos los análisis que se enfocan en su contracara: es decir, en los posicionamientos discursivos adoptados por el propio Illia. En este trabajo abordamos precisamente esta cuestión, es decir, la “imagen de sí” que buscó construir Illia de manera discursiva en los últimos meses de su mandato. De manera específica, el objetivo es indagar en el entrelazamiento entre masculinidades y políticas que puede haber operado en la configuración de una determinada imagen de liderazgo, en un contexto en el que el presidente radical era objeto de numerosos y crecientes cuestionamientos.
Palabras clave: masculinidades – política – análisis del discurso
The revolution
of peace. Illia, masculinities and politics on a cliff edge. (1965-1966)
Abstract
The final
months of Arturo Illia's administration were characterized - among other issues
- by the growing intensity of the critical tone outlined in a series of
speeches and images, which tended to create a climate conducive to a military
coup that was considered to be approaching or even imminent. Although there are
numerous works that have investigated this situation, there are still few research
that focus on its other side: that is, on the discursive positions adopted by
Illia himself. In this paper we address precisely this question, that is, the
“self-image” that Illia sought to construct discursively in the last months of
his mandate. Specifically, the objective is to investigate the relationship between
masculinities and policies that may have worked in the configuration of a
certain image of leadership, in a context in which the president from the
radical political party was the object of numerous and growing enquiries.
Key words: masculinities – politics –
discourse analysis
Introducción
El miércoles 29 de junio de 1966 el golpe de Estado que
despojara del poder a Arturo Illia ya se encontraba consumado. A las 11:00 hs. de la mañana, Juan Carlos Onganía juraría como nuevo
presidente de facto. Ese mismo día, el matutino La Prensa publicó un editorial en el que afirmó: “No se ha llegado
a esta situación inesperadamente (…). Cabría añadir que a nadie o solo a muy
pocos ha sorprendido; como que es, en síntesis, el desenlace previsto de un
largo proceso con características definidas desde los primeros momentos”[II].
Efectivamente, el propio desarrollo de los sucesos dejaba escaso margen para el
asombro. Para La Prensa, la
explicación del punto final del recorrido habría que rastrearla, al menos en
parte, en sus propios orígenes.
Las elecciones presidenciales de 1963 dictaminaron el
triunfo de la Unión Cívica Radical del Pueblo con un 25,15 % de votos. Arturo
Illia resultó elegido en el Colegio Electoral gracias al apoyo de diferentes
fuerzas minoritarias, absteniéndose a realizar a cambio cualquier tipo de
concesión (Tcach y Rodríguez, 2006). Quizás aquí
podemos rastrear aquellos “primeros momentos” de los que nos habla el periódico
de la familia Gainza Paz. Catalina Smulovitz (1991)
problematizó hace ya un tiempo aquel argumento que postula una supuesta
carencia de legitimidad de origen, consecuencia del bajo porcentaje obtenido en
las mencionadas elecciones. Sostiene que, aceptada esta hipótesis, resultaría
difícil comprender cómo Illia logró mantenerse en el poder casi tres años[III].
Sin embargo, aquel bajo porcentaje parece haber facilitado el surgimiento
temprano de posicionamientos y discursos críticos contra el gobierno, que irían
ampliando su volumen con el correr de los años[IV].
Existen diversos análisis que indagan en la paulatina
conformación de un consenso golpista, caracterizado por su heterogeneidad. Es
así como Tcach y Rodríguez (2006) postulan que el
gobierno de Illia debió enfrentar una doble impugnación: una “nacional
popular”, y otra “liberal conservadora”. Esta misma heterogeneidad también se
pone de manifiesto en el “consenso alternativo” del que nos habla Smulovitz (1991), y que se habría conformado especialmente
con posterioridad a las elecciones de marzo de 1965. En su visión, la idea de
ineficacia se transformó en un símbolo aglutinante, la explicación de todos los
males, y, a su vez, una promesa de futuro: si Illia aparecía como la
representación de lo antiguo y lo ineficaz, el sucesor deseado debería ser el
abanderado del país “moderno”.
En todo este proceso los medios de comunicación cumplieron
un rol activo. Lo que se ha llegado a definir como una verdadera campaña de
prensa desestabilizadora, supuso el despliegue de un entramado discursivo que
buscó instalar la imagen de un Illia débil, lento, anticuado y poco eficiente (Mazzei, 1997; Taroncher, 2012).
En este contexto, son por demás conocidas las viñetas humorísticas que
representaron al presidente radical como una tortuga, o como un sujeto cansino
y avejentado. Al mismo tiempo, y en oposición, progresivamente diferentes
medios tendieron a construir los contornos de una contrafigura, aquel líder que
supuestamente necesitaba la Argentina, quien habría ordenado al ejército, y
sería el único capaz de hacer lo mismo con el país, llevándolo al anhelado
territorio de la modernidad y la eficiencia: Juan Carlos Onganía (Mazzei, 1997; Smulovitz, 1991).
Ahora bien, frente a este panorama extremadamente complejo,
¿cuáles fueron las respuestas ensayadas por el gobierno? Al menos en el terreno
de la política comunicacional, la administración radical adoptó una posición
que podría ser resumida en una sola frase: que los hechos hablen por sí solos.
Efectivamente, el gobierno de Illia recurrió solo de manera excepcional a la
propaganda para publicitar las políticas adoptadas[V].
Esta reticencia a utilizar los medios de comunicación también puede ser
entendida, según Tcach y Rodríguez (2006), como un
intento de distinguirse del peronismo, las dictaduras totalitarias y el frondicismo. De esta forma, la decisión de Illia no habría
sido solamente ideológica o anclada en visiones “anticuadas” sobre las
políticas comunicacionales, sino que también habría incluido una dimensión
política.
Pero esta posición no supuso, como resulta previsible, una
negativa total y absoluta de parte de Illia a tomar la palabra en el espacio
público. Un primer relevamiento de la prensa de tirada nacional nos permitió
constatar que el presidente radical, entre octubre de 1963 y junio de 1966,
realizó diferentes tipos de alocuciones en, al menos, 104 ocasiones. Estos
discursos, entrevistas, o notas breves brindadas por Illia no han concitado,
hasta el momento, una atención significativa de parte de quienes han indagado
diferentes aspectos de la administración radical, o de la situación política
más amplia en la que se encontró inserta. Es por eso que nuestra intención en
este trabajo es analizar algunos aspectos de esta dimensión discursiva.
Nos enfocaremos en un período determinado, aquel que se
inauguró con el retiro de Juan Carlos Onganía de su cargo de comandante en jefe
del Ejército, en noviembre de 1965, y que finalizó con el golpe de Estado
consumado el 28 de junio de 1966. El retiro de Onganía supuso la eliminación de
uno de los factores que obstaculizaba la concreción de los planes golpistas que
se encontraban en danza en aquella coyuntura. Cualquier complot imaginable en
aquel entonces partía de colocar como su epicentro a quien había sido el
principal referente del sector azul del ejército. Sin embargo, y de la misma
forma, cualquier complot resultaba difícilmente practicable mientras Onganía
ocupara la comandancia, debido a que su postura legalista “le impedía encabezar
un golpe mientras se hallara en actividad” (Mazzei,
2012:167).
Consumado, entonces, el retiro de Onganía, los tiempos
comenzaron a acelerarse, precipitándose la administración radical a su abrupto
final[VI].
En este trabajo analizaremos la “presentación de sí”, el ethos discursivo que intentó construir y sostener Illia durante
aquel complejo período temporal[VII].
El corpus seleccionado está constituido por un total de 22 discursos
reproducidos por “La Nación” y “La Prensa” de manera total o parcial, y del
mensaje de apertura del período de sesiones ordinarias del Congreso Nacional
correspondiente al año 1966[VIII].
Buscaremos analizar estos discursos desde una óptica particular, preguntándonos
por los posibles entrecruzamientos que pueden haber existido entre dos
dimensiones de lo social usualmente indagadas por separado: por un lado, el
territorio de la política; y por el otro, los procesos de construcción y
reproducción de masculinidades.
Abordar los meses finales de la gestión de Illia desde una
perspectiva de género puede ayudarnos a entrever aspectos hasta ahora no
revelados en los análisis existentes sobre la caída del gobierno radical,
análisis emprendidos desde una óptica exclusivamente política. También es
posible que nos brinde nuevos elementos que permitan una mejor comprensión
sobre las configuraciones que asumieron las masculinidades en el espacio por
demás heterogéneo de la política, en un momento atravesado por tensiones y transformaciones
más amplias en lo que respecta a las relaciones de género, que no dejaron de
afectar a los varones (Cosse, 2010; Manzano, 2017; Felitti, 2012; Pérez, 2012). ¿Resultó inmune el terreno de
la política, en sus esferas más elevadas, a dichas transformaciones?
Entendemos a las masculinidades en tanto configuraciones de
práctica de género. Configuraciones que tienen lugar en el plano de lo
individual, de lo institucional y de lo simbólico, que son múltiples, y que se
encuentran atravesadas por relaciones diversas (Connell y Messerschmidt,
2005). En lo que respecta a esto último, en toda sociedad existe una
masculinidad que funciona como norma, como patrón, una masculinidad hegemónica
que “garantiza (…) la posición dominante de los hombres y la subordinación de
la mujer” (Connell, 1997: 39). A su vez, entre los propios varones se dan
relaciones de dominación y de subordinación, lo que lleva a que cada varón
intente alcanzar aquellos símbolos culturales que denotan virilidad, en una
lucha para mantener ciertas posiciones de preminencia y de poder (Kimmel, 1997).
El hecho de que diversos autores -desde ópticas no siempre
coincidentes- resalten este entrelazamiento entre masculinidad y poder
(Connell, 1997; Kaufman, 1997; Kimmel, 1997;
Olavarría, 2017), sumado a que la escena pública es uno de los ámbitos
privilegiados donde los hombres deben disputar y probar su masculinidad (Kimmel, 1997), hace que indagar las vinculaciones
existentes entre masculinidad y política en el ethos discursivo construido
por Illia adquiera mayor relevancia y sentido. Si, como sostiene Kimmel, la definición hegemónica de la masculinidad es un
hombre en el poder, podemos invertir esa frase y afirmar que, si un varón
pretende alcanzar y conservar dicho poder, resultaría necesario construir, al
menos, una imagen cercana a la de la masculinidad normativa. ¿Podemos encontrar
en los discursos de Illia vestigios, al menos, de una operatoria como esta para
defenderse de aquellas voces que lo asociaban a la lentitud, la pasividad y la
debilidad?
Intentar responder una pregunta como
está es algo que no está exento de riesgos. La masculinidad hegemónica, en
tanto patrón o norma, permanentemente está sujeta a reconfiguraciones,
tensiones, cuestionamientos. En
consecuencia, y como sostienen Connell y Messerschmidt (2005:838), “it is
desirable to eliminate any usage of hegemonic masculinity as a fixed,
transhistorical model”. Si seguimos esta línea argumental, sería lógico
pensar que en los años sesenta existió en nuestro país una masculinidad
hegemónica con contornos más o menos definidos, más o menos puestos en tensión.
Lo que resulta más difícil es poder identificar cuáles habrían sido dichos
contornos, aquella configuración que habría adoptado -con sus tensiones y
cuestionamientos- el patrón hegemónico.
Existen diversas investigaciones que permiten indagar en
diferentes aspectos de las masculinidades durante la larga década de los
sesenta. Dichos trabajos ponen de manifiesto, a grandes rasgos, que mientras
entre ciertos grupos de jóvenes se desarrollaban formas alternativas de “ser
hombres” (en comparación a las de generaciones anteriores), se iban
consolidando nuevas demandas y exigencias en lo que respecta al ejercicio de la
masculinidad, se extendía un nuevo modelo de masculinidad doméstica, y el acto
de pagar por sexo grupalmente parecía ocupar un lugar relevante en la
construcción de culturas masculinas plebeyas (Cosse,
2010; Manzano, 2017; Pérez, 2012; Simonetto, 2018).
Si nos enfocamos específicamente en el terreno de la política, diferentes
estudios parecen delinear los contornos de un panorama en el que, a grandes
rasgos, en la imagen del “varón ideal” construido y propugnado desde espacios
políticos de signo muy diverso, cuestiones como la fuerza, la valentía, la
virilidad, la lucha y la violencia ocupaban un lugar, sino preponderante, al
menos de gran importancia (Campos, 2019; Cosse, 2017,
2019; Ehrlich, 2013; Galván, 2012, 2014; Gutiérrez, 2013; Montenegro, 2008; Navone, 2014, 2015; Zangrandi,
2017). Sin embargo, decir solo esto sería simplificar un panorama por demás
complejo. Isabella Cosse (2019:835), por ejemplo,
afirma que la masculinidad guerrillera “(…) resulta equívoca sin considerar el
peso de una matriz sensible, tierna y emotiva”. Cuando Laura Ehrlich (2013)
analiza el arquetipo heroico de la Juventud Peronista de la década del sesenta,
encuentra en él elementos vinculados a la nobleza, la hidalguía, la honestidad
y la moral. Por otro lado, en dos trabajos en los que se centra en la imagen
del líder o, más en general, del hombre dentro del imaginario nacionalista,
María Valeria Galván (2012, 2014) remarca la importancia conferida –entre otras
cuestiones- a la belleza del cuerpo masculino y a la inteligencia.
El estado actual de las investigaciones, por lo tanto, no
permite delimitar con claridad la configuración que asumió el patrón hegemónico
de masculinidad en los años sesenta. El panorama que se desprende de los
trabajos citados parece atravesado por la complejidad, lo diverso, ciertas
reconfiguraciones y tensiones. En el terreno de la política, el accionar
esperado de militantes y dirigentes varones pareció estar recurrentemente
entrelazado con apelaciones a la fuerza y la violencia, pero asumiendo contornos
disimiles según el caso. Toda esta heterogeneidad, que también se pone de
manifiesto en diversos estudios que abordan las configuraciones particulares
asumidas por las masculinidades en sociedades o épocas diversas, ponen de
manifiesto que las masculinidades pueden estar atravesadas por dimensiones
múltiples y complejas, que abarcan lo sexual, lo intelectual, lo familiar, lo
físico, lo moral, lo laboral, lo sensible, entre otras (Badinter,
1993; Burín y Meler, 2008;
Connell, 1997; Connell y Messerschmidt, 2005;
Kaufman, 1997; Kimmel, 1997; Marqués, 1997; Mosse,
2000; Olavarría, 2017; Olsen, 2000).
A la hora de analizar el ethos
discursivo construido por Illia en los meses finales de su mandato, buscamos
indagar en la particular forma en que dichas dimensiones pueden haber estado
presente en la configuración de una determinada imagen de masculinidad
política, de liderazgo masculino. Al igual que ciertos dirigentes, militantes,
o partidos políticos de los años sesenta, ¿construyó una imagen asociada a una
matriz agresiva y beligerante, apeló a la idea de inteligencia, buscó
presentarse como un hombre predominantemente “moral”? Y dicha imagen,
¿reconoció variaciones a medida que el panorama político se fue tornando cada
vez más adverso para el mandatario radical? Indagaremos esta cuestión a través
de dos apartados, en las que nos enfocaremos en diferentes dimensiones del
entrelazamiento entre masculinidades y política que resulta posible observar en
los discursos del entonces presidente de la Nación.
Un hombre
de lucha
La construcción de un cierto ethos discursivo nunca es un proceso plenamente individual que se
desarrolla en el vacío. Cada persona, al momento de entablar una comunicación
determinada, moldea -conscientemente o no- una determinada imagen sobre sí
misma que se encuentra vinculada con modelos culturales, imaginarios sociales o
estereotipos que poseen algún tipo de circulación en la sociedad de la que
forma parte. Ahora bien, y en un sentido opuesto, dicha operatoria tampoco se
encuentra totalmente determinada por los modelos culturales en los que se puede
basar. Al entablar un intercambio (sea verbal o por escrito), una persona puede
elegir retomar ciertos modelos o estereotipos existentes, pero de maneras
particulares. En palabras de Ruth Amossy (2018:62),
“hay diferentes maneras de actualizar el jefe de empresa o el padre de familia,
seleccionando una de las versiones disponibles en una cultura dada, activando
determinados atributos en lugar de otros, o combinándolos de una forma
particular (…)”.
Esto habilita la posibilidad de pensar en variaciones, en
formas diversas de construir un cierto ethos,
incluso si nos ubicamos exclusivamente en el terreno del liderazgo político.
Para poner solamente dos ejemplos, si en torno a la figura de Perón durante su
gobierno se fueron configurando representaciones que resaltaban su talante como
deportista, o que enfatizaban en su autoridad y en su porte militar (Acha,
2013; Rein, 1998); sectores partidarios a Arturo
Frondizi buscaron construir, durante la campaña presidencial de 1958, una
imagen del dirigente radical que enfatizaba sus aristas intelectuales y sus
dotes de liderazgo (Barroso, 2021). Teniendo en cuenta la situación de
debilidad relativa en la que se encontraba Illia durante el período aquí
analizado, podría resultar esperable que en sus discursos el entonces
presidente hubiera buscado reforzar -de una forma más o menos explícita- su
posición de autoridad, de mando, de fortaleza y de poder. Sin embargo, el
entramado discursivo que buscó elaborar tendió a transitar por otros carriles.
El análisis realizado nos permitió identificar once
dimensiones que recorrieron, en mayor o menor medida, la “imagen de sí”
construida por Illia, a través de apelaciones diversas[IX].
Si bien las masculinidades reconocen en toda sociedad configuraciones
múltiples, expuestas a constantes reconfiguraciones, tensiones y
cuestionamientos, algunas de las dimensiones identificadas refieren a
cuestiones que en diferentes sociedades y momentos históricos han tendido a
estar asociadas a cierto “deber ser” masculino (inteligencia, trabajo, lucha,
moral, esfuerzo, valentía, fuerza, sacrificio), mientras que otras se
distancian de dichas imágenes normativas (paz/tranquilidad, humildad, ternura).
Si tomamos en cuenta todas las referencias identificadas, las apelaciones a la
idea de “fuerza” ocupan un 10 % del total, las de “lucha” un 8 %, las de
“esfuerzo” un 5 %, y las de “valentía” y “sacrificio” un 2 % y 1 %
respectivamente. En su conjunto, suman un 26 %; es decir, algo más de un cuarto
de la totalidad de las apelaciones analizadas (ver gráfico 1).
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Gráfico 1. Importancia que tuvieron
diversas dimensiones discursivas en la “presentación de sí” estructurada por
Illia (en porcentaje) |
Decir esto no implica, por lo demás, negar la relevancia que
estas dimensiones tuvieron en el discurso del entonces presidente de la Nación,
incluso desde un punto de vista exclusivamente cuantitativo. Ese 26 % es
indicativo de un total de 172 ocasiones en las que el presidente radical hizo
referencia de una u otra manera a las nociones de lucha, esfuerzo, sacrificio,
fuerza y valentía. A esta cifra podemos agregar las referencias existentes a
otra dimensión como lo es la del trabajo y la acción, que tiene una presencia
para nada despreciable dentro de la estructura discursiva construida por Illia:
en 71 ocasiones hace referencia a ella, de una forma más o menos directa. Si
sumamos esta cifra al 26 % señalado con anterioridad, podemos arribar a la
conclusión de que las alusiones a cuestiones como la fuerza, el sacrificio, la
lucha, la valentía, el esfuerzo, el trabajo y la acción suman en su conjunto un
nada despreciable 37 %.
Ahora bien, ¿de qué manera aparecieron estas alusiones en el
ethos discursivo construido por
Illia? La “imagen de sí” puede ir tomando forma a través de diferentes
mecanismos. Posiblemente el más obvio sea el de intentar caracterizarse a uno
mismo recurriendo a la primera persona del singular. Sin embargo, si bien parece
la forma más evidente, en ocasiones tiende a ser evitada. Y esto por una razón
simple: este mecanismo no solo puede ser fácilmente considerado como poco
verosímil, sino que incluso puede terminar siendo contraproducente. Illia
solamente recurrió a esta modalidad en una ocasión, que no posee ninguna
particularidad que la destaque, y en la que sostuvo que “(…) en mis largas luchas he tratado de
recorrer la patria y hablar con sus mujeres y sus hombres (…)” (20/2/66)[X].
La primera persona del singular nunca más fue utilizada por el entonces
presidente, y la “presentación de sí” tendió a ser construida a través de otras
modalidades menos explícitas, pero posiblemente más eficaces.
En su análisis de las particularidades del discurso
político, Teun Van Dijk (1999) sostiene que las
operaciones de repetición en el plano de los sonidos, las formas de oración y
los significados pueden incidir en los procesos de persuasión. La apelación
recurrente a ciertas palabras puede ser indicativo del intento del locutor de
construir una determinada “imagen de sí”. En este sentido, es particularmente
interesante la distinción que establece Amossy entre
“el decir” y “lo dicho” a la hora de
pensar el ethos discursivo. Mientras
“lo dicho” refiere a lo que el
locutor dice explícitamente sobre su persona, “el decir” “se revela en las
modalidades de su palabra, aun cuando no se refiere a sí mismo” (Ammosy, 2018:119). Interesa indagar, entonces, ya no solo
lo que una persona dice sobre sí misma, sino también las palabras que utiliza,
las modalidades discursivas, los sentidos que intenta ir construyendo a través
de ellas.
En relación con esto, en los discursos analizados puede
notarse la apelación recurrente a las nociones de lucha, esfuerzo, sacrificio,
fuerza y trabajo, pero haciendo referencia a un “otro” que tiende a ser
ponderado de manera favorable:
“Los viejos
habitantes de esta zona podrán hablarles de sus tropiezos y sus luchas; de cómo con decisión, voluntad y dignidad han logrado esta magnífica y floreciente
ciudad” (27/12/65)
“Me siento
contento de llegar a Salta y participar de este acto con su dinámico gobernador, que trabaja constantemente (…)” (23/1/66)
“Diría que es
la culminación de todos esos esfuerzos
anteriores de tantos militares y civiles, de tantos hombres ignorados, que con sacrificio y abnegación (…)” (9/2/66).
Una y otra vez, Illia resaltó a ese gobernador que trabaja
constante y dinámicamente; a esos habitantes que lucharon con decisión y
voluntad; a los sacrificados y abnegados civiles y militares. Es un “otro”
cuyos atributos señalados solo parecen comprenderse plenamente si es que
tenemos en cuenta los cuestionamientos recibidos en aquel momento por la
administración radical. Mientras los críticos buscaban construir la imagen de
un gobierno poco dinámico, pasivo, carente de decisión y voluntad, Illia intentó
construir la imagen de un “otro” que funcionaba como ejemplo, como símbolo de
lo deseado y valorado. Esto usualmente se vio reforzado por referencias más
generales a esos mismos aspectos, e inclusive por llamamientos de corte más
imperativos, en los que la lucha, el sacrificio y el trabajo fueron
considerados por Illia como valores a sostener y reforzar:
“El porvenir venturoso del país depende de
esta decisión irrevocable que deben
de tomar todas las argentinas y todos los argentinos, de una manera decidida y combatiente” (21/6/66)
“El desafío de esta hora (…) deben aceptarlo
las nuevas generaciones lanzando también su firme reto traducido en el indeclinable
propósito de construir su propio tramo, adicionando a su quehacer el esfuerzo necesario (…)” (22/6/66)
“(…) trabajen
con fe en estas cosas serias e importantes” (26/6/66)
Aquí no es Illia quien se define en primera persona, pero es
la primera persona discursiva del entonces presidente quien pondera
determinados atributos que tendían a configurar -usualmente a través de las
modalidades propias del “decir”- la imagen del líder político masculino
trabajador, esforzado, combativo. Ahora
bien, estas referencias tuvieron un peso menor en el discurso presidencial,
mientras que las alusiones a un “otro” fuerte, valiente y trabajador perdieron
peso a medida que el conflicto político fue ganando intensidad en el período
analizado. En ese contexto, y mientras la administración radical parecía
quedarse cada vez con menos salidas a la vista, aquella modalidad discursiva
fue progresivamente reemplazada por otra menos sutil.
Frente a los riesgos que supone el hablar de uno mismo en
primera persona, una alternativa más lógica puede ser el integrarse dentro de
un “nosotros”, y a través de él, destacar ciertos atributos considerados como
propios. En lo que respecta a las dimensiones discursivas que estamos
analizando en este apartado, esta modalidad fue la más empleada por Illia, con
dos variantes definidas. En una de ellas, el “nosotros” era un colectivo
amplio, que parecía incluir a todo el conjunto nacional. Esta fue, sin embargo,
la variante menos empleada. La otra, aquella que adquirió un peso significativo
en instancias decisivas, supuso la integración dentro de un “nosotros” más
acotado, en el que Illia ocupaba una posición preponderante: el gobierno, la
administración nacional, o, en algunas ocasiones, los radicales.
Esta modalidad tuvo un lugar central en el discurso brindado
en la apertura de sesiones ordinarias del Congreso Nacional, el 1° de mayo de
1966. En esta alocución, repetidas veces Illia buscó construir la imagen de un
gobierno que puso en marcha obras fundamentales, actuó decisivamente para
superar la recesión económica, luchó para abrir nuevos mercados para la
exportación de productos nacionales, desarrolló una acción masiva frente a los
brotes endémicos. Atravesaron el mensaje como huellas silenciosas, pero no
desprovistas de intención, palabras como esfuerzo, empuje, trabajo, labor,
ejecución, rapidez, energía, acción, sacrificio, voluntad. En la parte final
del discurso, todas estas nociones que señalamos aparecieron plasmadas
explícitamente:
“No hemos de ceder
en esta decisión inquebrantable de
asegurar el gran destino de la Argentina, ni
declinar en los desvelos por servir a la República. (…) Nos rectificaremos
cuando estemos persuadidos del error, pero sin
desviarnos de aquellos objetivos fundamentales (…). Para plasmarla no ha de
faltarnos nunca voluntad, ni energía, ni
decisión, ni coraje.” (1/5/66)
Esta construcción argumentativa no consiguió contrarrestar,
aminorar o modificar las críticas impulsadas desde sectores opositores[XI].
Sin embargo, y en los que serían los últimos meses de su gobierno, Illia siguió
recurriendo a esta modalidad discursiva para buscar asociar a su gestión -y a
sí mismo, en consecuencia- con aquellas cuestiones que venimos analizando:
“(…) somos hombres de
lucha en uno u otro lugar. No renegamos de la misma y tenemos las suficientes fuerzas para seguir combatiendo”
(4/6/66)
“(…) estamos decididos a proseguir este camino con voluntad irrenunciable; a defender la
libertad y a defender la ley.” (21/6/66)
“Aquí se está trabajando
con seriedad, muy dinámica y
rápidamente.” (27/6/66)
Si bien, y por una cuestión organizativa, analizamos cada
una de estas modalidades discursivas por separado, es necesario resaltar el
hecho de que, no solamente cada una de las apelaciones indagadas aparecen
entrelazadas, sino que tienden a reforzar un conjunto de sentidos específicos.
Ya sea que se haga referencia a un supuesto “deber ser”, o se realice
consideraciones de manera general, ya sea que el “yo” resulte integrado en un
“nosotros” específico o difuso, las referencias a la lucha, el esfuerzo, la fortaleza,
el sacrificio y el trabajo se reiteran y reactualizan[XII].
Ahora bien, las apelaciones a estas cuestiones que en diferentes sociedades, en
diferentes épocas, e incluso en el período aquí abordado, han estado asociadas
a ciertas configuraciones de masculinidad, ¿ganaron peso en el ethos discursivo construido por Illia en
los momentos finales de su gobierno?
El 29 de mayo de 1966, es decir, un mes antes del golpe de
Estado, el comandante en jefe del Ejército, Teniente General Pascual A.
Pistarini, brindó un discurso en el que criticó frontalmente a la
administración radical, en presencia del propio presidente de la República.
Existe un cierto consenso de que, desde aquel momento, el margen de maniobra
del gobierno se redujo de manera considerable[XIII].
Illia, durante el mes siguiente, tomó la palabra en nueve ocasiones. Y en lo
que respecta a las dimensiones que estamos analizando en este apartado, no es
posible afirmar que hayan tenido un peso significativamente más importante en
el ethos discursivo construido por el
presidente radical, si lo comparamos con los discursos anteriores (ver gráfico
2)[XIV].
Únicamente en el caso de las apelaciones a la “lucha” podemos notar un cambio
relativamente importante. No solamente aumentó el número de veces en los que
Illia hizo referencia a esta noción, sino que también dichas referencias se
tornaron, en ocasiones, más directas y explícitas. Es así que el presidente de
la Nación sostuvo, por ejemplo, que su gobierno prevalecería “en esta lucha en
la cual tenemos el deber de seguir” (4/6/66), y habló de la necesidad de que
las argentinas y los argentinos adopten una posición “decidida y combatiente”
(21/6/66).
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Gráfico 2. Importancia que tuvieron
diversas dimensiones discursivas en la presentación de sí estructurada por
Illia durante el mes de mayo de 1966 (en porcentaje) |
Más allá de este mayor énfasis, el intento de construir una
“imagen de sí” anclada en cuestiones como la fuerza, el sacrificio, la
valentía, la lucha y el trabajo, no mostró variaciones por demás significativas
en el momento de mayor debilidad del gobierno radical. No es posible afirmar
que, ante una situación de crisis, y con la hipotética intención de
contrarrestar la idea de una administración débil e ineficiente, la opción
elegida por Illia haya sido la de intentar estructurar un ethos más fuertemente anclado en una matriz agresiva, combatiente,
valerosa. Repetimos, las apelaciones se tornaron algo más directas por
momentos, pero no tuvieron una mayor preponderancia en los discursos
analizados.
Ahora bien, cada una de las apelaciones a las que estamos
haciendo referencia no funcionaron como islas inconexas, sino que formaron
parte de entramados más amplios. Relacionado con esto, en numerosas ocasiones,
estas diversas cuestiones que venimos analizando se encontraron vinculadas con
nociones que se alejan significativamente de aquellas imágenes del “deber ser”
masculino estructuradas en torno a una supuesta fortaleza, valentía o
combatividad:
“Coraje es el
trabajo permanente, la fortaleza de espíritu, la serenidad” (27/12/65)
“(...) la
historia argentina está jalonada de hechos muy importantes que nos incitan a
tener un gran sentido de patria y a trabajar desinteresada y honradamente, con
todas nuestras limitadas fuerzas
(...).” (9/2/66)
“(...) un
país pacificado sin recurrir a la
violencia, mediante el juego natural de las previsiones legales, aplicadas con prudencia y con firmeza (...).”
(1/5/66)
La fuerza aquí aparece, pero es “limitada”; el coraje
resulta relacionado con la “serenidad”; la pacificación del país se logra con
firmeza, pero también con “prudencia”. Cada una de estas frases son ejemplos de
un número significativo de ocasiones en las que, referencias que en un
principio parecían reforzar una “imagen de sí” vinculada a una masculinidad
combativa y esforzada, estuvieron entrelazadas con sentidos que apelaron a
cuestiones como la unidad, la paz, la confraternidad, la tranquilidad, la necesidad
de mantener una posición humilde[XV].
Todas estas cuestiones, por lo demás, tuvieron un peso significativo en el
entramado discursivo que buscó desplegar el presidente radical, como veremos a
continuación.
Un
hombre de paz
Al analizar la progresiva
estructuración de la denominada masculinidad moderna en diferentes regiones de
Europa, George Mosse (2000) sostiene que la apelación a una supuesta identidad
entre el cuerpo y el alma resultó un componente central en la conformación de
dicha masculinidad. Se consideraba que el cuerpo en forma servía para
equilibrar el intelecto, siendo tal equilibrio un requisito previo para una
moral íntegra. Tenemos ciertos indicios
que parecen indicar que este elemento moral no estuvo ausente en los procesos
de construcción de las masculinidades en nuestro país ya desde principios de
siglo pasado, tanto desde un punto de vista general como en lo que respecta
específicamente al mundo de la política (Barrancos, 2007; Calandria, 2019).Si
nos enfocamos en el período aquí considerado, hacia principios de la década del
sesenta el arquetipo heroico de la Juventud Peronista se asentaba parcialmente en un contra-modelo de fuerte contenido (in)moral: “muchachitos
bien” que tomaban alcohol, consumían novelas pornográficas, eran superficiales,
despreocupados y sin ideales (Ehlrich, 2013: 44-45).
Las críticas realizadas a Frondizi en aquel entonces desde sectores
nacionalistas también incluían aquella vinculación entre lo físico y lo moral a
la que hace alusión Mosse. El dirigente radical fue representado como “el
desviado, el monstruo, ese ser infrahumano que encarnaba en sus
particularidades físicas todas sus falencias y vicios morales” (Galván, 2012:
303).
Este componente moral tuvo una presencia significativa en el
ethos discursivo construido por
Arturo Illia. Si bien es difícil definir a qué nos referimos concretamente
cuando hablamos de “moral”, podemos retomar el planteo de Valdés y Olavarría
(1998), que vinculan esta noción a la rectitud, la responsabilidad, la dignidad,
la solidaridad, la protección de los niños, las mujeres y los ancianos, la
nobleza, la fidelidad, la lealtad, y la honestidad. En los discursos
analizados, las apelaciones a estas cuestiones constituyen el 11 % de la
totalidad de las referencias indagadas. En numerosas ocasiones Illia resaltó la
importancia de la lealtad, la limpieza, la rectitud, la nobleza, la dignidad,
la responsabilidad, la honradez, la seriedad, entre otros. En sintonía con lo
que vimos en el apartado anterior, también la modalidad discursiva que se
destacó a la hora de ir moldeando una cierta idea de moralidad fue la apelación
a un “nosotros”, que predominantemente adquirió un contorno gubernamental. Esto
se puede ver con especial claridad en los últimos discursos brindados por
Illia, el día previo al golpe de Estado:
“Estamos lealmente,
al servicio de la República con toda
honradez.” (27/6/66 a)
“Esta es una de las obras que más nos preocupa y está
contemplada en nuestros planes orgánicos, hechos con absoluta seriedad (…)” (27/6/66 a)
“(…) estamos sirviendo
leal y correctamente los intereses de la población (…)” (27/6/66 c)
Un gobierno honrado, leal, correcto, serio. Estas nociones
se reiteraron a través de modalidades discursivas más generales –“y siempre el sentido moral y cristiano de la vida y
el sentimiento de solidaridad son indispensables (…)” (16/5/66)-, o
vinculándolas a un “otro” que aparecía como un ejemplo a imitar–“tuvieron
aquellos hombres la dignidad moral
(…)” (11/1/66). Ahora bien, ya mencionamos que esta dimensión moral formó parte
en diferentes sociedades y momentos -e incluso en el período aquí indagado- de
ciertas configuraciones que ha asumido la masculinidad. Sin embargo, si la
comparamos con otras dimensiones analizadas previamente en este trabajo, como
la lucha, la valentía y el esfuerzo, es posible establecer una diferencia: la
noción de moral incluye una carga agresiva y violenta menor, sin por eso dejar
de abrevar en una estructuración que tiende a colocar a los varones -o a cierta
idea de masculinidad- en un plano sexo genérico de superioridad. Una cosa es
intentar establecer dicha superioridad a través de la noción de “luchar hasta
morir”, y otra a través de un prisma más “caballeresco” y moral, apelando a los
valores de la lealtad y la defensa de la palabra empeñada.
Algo similar ocurre con otra dimensión que tuvo un peso
significativo en el ethos discursivo
construido por Illia, y que enfatizaba en la inteligencia y la racionalidad.
Desde un punto de vista teórico, Frances Olsen (2000), sostiene que lo
masculino usualmente tiende a emparentarse con lo racional, el pensamiento, la
objetividad y lo abstracto, visión con la que coincide Josep-Vicent Marqués
(1997) al considerar a la inteligencia como uno de los recursos a los que
pueden apelar los varones a la hora de configurar una cierta imagen legítima de
masculinidad. En el período temporal aquí considerado, esta dimensión no estuvo
ausente en ciertas representaciones construidas en torno a la masculinidad de
ciertos dirigentes políticos. Es así
que, por ejemplo, las visiones sobre el liderazgo que predominaban en el
nacionalismo de derecha hacían hincapié, entre otras cuestiones, en lo
racional. Se consideraba que un líder -varón- apropiado debía tener la
capacidad de interpretar adecuadamente la realidad, poseer una “inteligencia
comprensiva” y ser mentalmente “superior” (Galván, 2014).
Si nos enfocamos en los discursos aquí analizamos,
encontramos que las apelaciones a estas cuestiones ocupan el segundo lugar de
importancia dentro de las dimensiones identificadas. “Jamás en la República se
ha estudiado, elaborado y trabajado
de esta manera, tan dinámica y tan progresiva” (27/6/66 3), afirmó Illia el día
previo al golpe de Estado que lo desalojara del cargo presidencial. La idea de
dinamismo y trabajo, ya vistas en el apartado anterior, aquí aparece entrelazada
con la de estudio, que se reiteró a través de diversas modalidades en un total
de 31 ocasiones. Otras tantas veces Illia se refirió más directamente a las
nociones de inteligencia y de pensamiento, especialmente resaltando estas
virtudes en un “otro” que podía ser la sociedad toda, o algún sector
específico, como cuando en San Juan sostuvo que “este pueblo inteligente será capaz de superar todas las
dificultades” (29/1/66).
El ethos
intelectual de Illia también tendió a reforzarse a través de apelaciones menos
directas, pero que formaban parte de un cierto clima de época. El “consenso
alternativo” a su gestión, que se fue estructurado en los meses previos al
golpe de Estado de 1966, estuvo anclado en la idea de que era necesario avanzar
hacia un país “eficiente” y “moderno” (Smulovitz,
1991). Esto permite entender la insistencia con la que Illia hizo referencia a
toda una amplia diversidad de “planes” puestos en marcha luego de arduos
estudios, a la utilización de los medios técnicos más “modernos” a disposición
para impulsar la gestión gubernamental, a los intentos de “racionalizar” la
estructura administrativa, a la vocación de trabajar con “eficiencia”. En
definitiva, insistentemente el entonces presidente intentó presentar una
“imagen de sí” que lo presentaba como el responsable de la planificación, aquel
que ponderaba las virtudes de la mente argentina, el que favorecía la
reflexión, el accionar racional, y el estudio de la compleja realidad nacional.
Pero todas estas cuestiones que analizamos hasta ahora, por
sí solas, son superadas en lo que respecta al peso que tuvieron en el discurso
de Illia por un conjunto de apelaciones que poseen ciertas connotaciones
particularmente interesantes, teniendo en cuenta nuestro interés de indagar en
las interrelaciones existentes entre masculinidades y política. En un momento
en el que desde diferentes sectores se bregaba por la necesidad de un cambio de
estructuras, de una verdadera “revolución”, Illia apareció en diferentes
ocasiones postulando la conveniencia y la necesidad de un cambio
revolucionario, pero de contornos muy diferentes a los imaginados por sus
adversarios. Es así como, el 16 de mayo de 1966, el entonces presidente afirmó
que:
“(…) en esta época la revolución es pacífica, fundamentalmente espiritual
y significa respeto al hombre (…).
No son estas revoluciones de desencuentros,
que se resuelven dura y sangrientamente: son revoluciones del intelecto y del corazón.” (16/5/66)
De todas las nociones que hemos identificado en cada una de
las dimensiones analizadas, aquella vinculada a la idea de “paz” es la que más
veces se reiteró en el discurso de Illia, en un empate con otro concepto que
tiende a apuntar en un mismo sentido: hablamos de la idea de “unión”. En
diferentes espacios, ante contextos diversos, pero con el telón de fondo de una
situación política cada vez más adversa, Illia sostuvo una y otra vez que su
objetivo era el de pacificar y desterrar la violencia, que la intención de su
gobierno era propiciar la convivencia nacional, que el deber de todos era el de
avanzar hacia una unidad firme, en el que el odio, los rencores y los
enfrentamientos inútiles finalmente fueran dejados de lado.
No nos encontramos, por lo tanto, con la configuración de
una “imagen de sí” anclada ni exclusiva ni predominantemente en las apelaciones
a la fuerza, la lucha, la agresividad o la violencia. El ethos discursivo que tendió a configurar Illia transcurrió por
carriles diferentes, alejándose de la imagen del líder político -varón- fuerte,
combativo y valiente. En este sentido, a las nociones de paz y de unidad
debemos sumarles otras que configuraron los contornos de una figura que buscaba
resaltar la tranquilidad. El presidente radical insistentemente remarcaba la
importancia del diálogo, la solidaridad, la comprensión del otro, el respeto,
la tolerancia, la serenidad. Afirmó que, el no gobernar para una parcialidad
determinada, los obligaba a ser “mesurados,
equilibrados, sensatos y reflexivos” (23/5/66). Sostuvo propiciar un clima
de “convivencia nacional” (6/6/66),
donde todos pudieran decir su verdad, en el cual el camino a seguir fuera el de
“la comprensión y de la hermandad”
(22/6/66). El día previo al golpe de Estado, llegó a sostener que “no está en
nuestro ánimo agraviar a nadie y jamás nuestra palabra será agresiva sino, por
el contrario, comprensiva. (…) Todos
tenemos el deber de mantener dentro de la República esta convivencia y esta paz interior.” (27/6/66).
Mientras la tensión política no dejaba de acrecentarse, en
los discursos brindados por Illia jugaron un papel importante las referencias a
cuestiones que se alejan de configuraciones de masculinidad combativas y
agresivas. Tanto es así que, si durante todo el período considerado, las
nociones de unión, paz y tranquilidad ocuparon el primer lugar en lo que
respecta a las referencias analizadas (con un 29 % del total), estas mismas
nociones incrementaron su peso en el último mes del gobierno de Illia. Si a aquel
29 %, le agregamos los porcentajes correspondientes a dimensiones como el
comportamiento moral y la inteligencia, que han estado asociadas en diferentes
sociedades y momentos al deber ser masculino, pero desde lugares no tan
claramente vinculados a la agresividad, el porcentaje se eleva hasta el 59 %,
constituyéndose en un conjunto que detenta una posición dominante dentro de la
“imagen de sí” configurada por Illia.
Pero, y al margen de todas estas dimensiones que hemos
analizado hasta el momento, nos encontramos con otras nociones que, si bien
aparecen de manera solamente ocasional en el discurso de Illia, resultan
particularmente relevantes, ya que van un paso más allá en lo que respecta a
alejarse de posibles configuraciones agresivas, combativas, sacrificadas y
valerosas de la masculinidad política. Hacia fines de 1965, con un Onganía que
ya había decidido apartarse de su cargo de comandante en jefe del Ejército, y
en medio de un clima crecientemente enrarecido, Illia dio un discurso en el que
destacó la importancia de la solidaridad, del respeto, del trabajo armónico y
de la paz. Ahora bien, lo que se destaca de su alocución es que el presidente
de la Nación decidió realizar una solicitud, dirigiéndose “a todos los hombres
y mujeres del país, para pedirles su
ayuda con el objeto de mantener este clima constitucional” (12/12/65). En
contraposición a la imagen del varón autónomo, independiente, capaz de resolver
cualquier problema, Illia decidió pedir abiertamente ayuda a sus conciudadanos.
Y no lo hizo una sola vez. El 16/5/66 afirmó que “conocemos la realidad
nacional y necesitamos la ayuda de todos”,
formula repetida el día anterior al golpe de Estado, cuando Illia reclamó “la
comprensión y la colaboración de todo el
pueblo” (27/6/66 c).
Estas solicitudes resultaron entrelazadas, en la
construcción de un cierto tono humilde y modesto que recorrió el ethos discursivo del entonces
presidente, con el reconocimiento de que se habían cometido errores,
referencias generales a la modestia, la ponderación favorable de la sencillez,
y la afirmación de que su gobierno no buscaba halagos y ejercía la autoridad
sin estridencias ni ostentaciones. Como mencionamos, todas estas apelaciones
resultaron esporádicas, no tuvieron un peso significativo dentro del discurso
presidencial. Pero si las sumamos a aquellas que hacen referencia al respeto, a
la unidad, al diálogo, a la tranquilidad y la comprensión, terminan por
conformar una “imagen de sí” en la que las dimensiones más claramente agresivas
asociadas a las masculinidades, si bien no se encontraron ausentes, tendieron a
quedar en un segundo plano.
Conclusiones
El análisis realizado nos permite arribar a la conclusión de
que la “presentación de sí” que fue configurando Illia a través de sus
discursos en los meses finales de su truncada gestión, se encontró en parte
atravesado por apelaciones a la lucha, la fuerza, el trabajo, el esfuerzo y
sacrificio. Dichas apelaciones, en ocasiones, adquirieron contornos directos,
favoreciendo la idea de un Illia, un presidente, un líder-varón combatiente,
dinámico, valiente y que nunca retrocedería; mientras que en otros momentos
resultaron morigeradas, al resultar entrelazadas con ponderaciones favorables a
la comprensión, la tranquilidad, la serenidad, entre otras. Tampoco estuvieron
ausentes en el ethos discursivo del
entonces presidente referencias que buscaban perfilar los contornos de un líder
moral e inteligente. Ahora bien, más significativo que esto nos resulta el
hecho de que la dimensión que tuvo un peso más fuerte dentro del discurso
construido por Illia haya sido la constituida por toda una serie de indicadores
que tienden a alejarse de configuraciones de la masculinidad ancladas en la
fuerza, el coraje y el sacrificio. Hacemos referencia a las constantes
apelaciones a cuestiones como la unión, la paz, la tranquilidad y la paciencia.
Muchas de estas apelaciones adquieren sentido en el marco de
la apuesta política que recorrió los tres años de la gestión de Illia. Marcando
un contrapunto con el gobierno de Frondizi, el dirigente cordobés postulaba la
necesidad de configurar un mandato anclado en el ejercicio de la normalidad,
sin grandilocuencias, ponderando la calma, la legalidad y el trabajo cotidiano
(Smulovitz, 1991). Ahora bien, que apelaciones a la
calma, el respeto, la unión y la paz puedan entenderse en este marco, no quitan
el hecho de que, en su conjunto, hayan ido moldeando una “imagen de sí” que
tendió a desligarse de ciertos patrones tradicionales y agresivos de las
masculinidades.
Mencionamos al principio de este trabajo que, cuando se
analizan las causas del golpe de Estado de 1966, se hace referencia a
cuestiones variadas. El indagar los discursos de Illia poniendo el foco en las
interrelaciones existentes entre la política y las masculinidades, quizás nos
permita incorporar otra variable explicativa dentro de un panorama por demás
complejo. Cómo vimos, según Amossy (2018), toda
“presentación de sí” se encuentra determinada, al menos en parte, por modelos
culturales, imaginarios sociales o estereotipos que poseen algún tipo de
circulación en la sociedad de la que el locutor forma parte. Agreguemos ahora
que retomar ciertos imaginarios sociales resulta de utilidad no solo para
lograr que el discurso sea más eficaz. Cuando una persona intenta amoldar su
“presentación de sí” a un cierto estereotipo, lo que está haciendo, en
definitiva, es retomar modelos culturales validados socialmente, buscando
obtener los beneficios de dicha validación.
Alejarse de esos imaginarios, desde esta óptica, podría
resultar riesgoso. No resulta posible determinar con precisión cuál era el
patrón hegemónico de masculinidad vigente hacia mediados de la década del
sesenta en nuestro país, ni tampoco si existía un único modelo de liderazgo
político masculino que actuara como norma. Sin embargo, la configuración
discursiva adoptada por Illia, mostró particularidades si las comparamos con
las representaciones que en aquellos años -y tal como ponen de manifiesto trabajos
ya citados- circulaban en el universo de la política, y específicamente en el
caso de líderes políticos masculinos. En un momento de crisis, el ethos configurado por el entonces
presidente no era predominantemente el de un líder-varón con fortaleza para
superar las dificultades, un valiente dispuesto a todo, un trabajador
infatigable, un intelectual capaz de resolver todos los problemas. La “imagen
de sí” construida era más compleja: incluía todas estas dimensiones, pero muy
frecuentemente se alejaba de ellas, para remarcar los contornos de un
presidente tranquilo, mesurado, humilde, partidario de la paz y de la unidad.
Si en aquellos años -y esto solo lo planteamos a modo de hipótesis, que podrá
ser refrendada o desechada a partir de posteriores indagaciones- el patrón
hegemónico de masculinidad política, aquel asociado al ejercicio del poder y la
autoridad, se encontraba predominantemente entrelazado con la exhibición de una
cierta fortaleza, valentía, combatividad, esfuerzo y sacrificio, el que Illia
construyera una configuración de masculinidad y liderazgo política más compleja y alejada en parte de
aquellos atributos, quizás terminó resultando contraproducente desde el punto
de vista político, coadyuvando en el panorama de soledad en la que
prácticamente terminó encontrándose los días finales de su mandato.
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[I]
El presente trabajo fue realizado gracias a la Beca Doctoral
CONICET. Una versión previa fue presentada en las “3ras. Jornadas Internas de
Becaries”, del Centro Interdisciplinario de Investigaciones en Género (CInIG). Agradezco especialmente los comentarios brindados
en aquella ocasión por la Dra. Adriana María Valobra
y la Dra. Alejandra Mailhe. Por lo demás, las
devoluciones brindadas por les evaluadores de este artículo me impulsaron a
revisar el andamiaje teórico-metodológico en el cual se sustenta mi investigación.
Los defectos que aún puedan persistir, por lo demás, son de mi exclusiva
responsabilidad.
*
Becario doctoral del
CONICET, integrante del Centro Interdisciplinario de Investigaciones en Género,
IdIHCS (CONICET-UNLP). Integrante del PI+D UNLP
“Relaciones de género y participación política de las mujeres, Argentina,
1919-1976”, dirigido por la Dra. Adriana María Valobra.
Contacto: estebannbarroso@gmail.com
Esteban Nicolás Barroso. “La revolución de la paz. Illia, masculinidades y política en el filo del precipicio (1965-1966)” en Zona Franca. Revista del Centro de estudios Interdisciplinario sobre las Mujeres, y de la Maestría poder y sociedad desde la problemática de Género, N°32, 2024 pp. 240-271. ISSN, 2545-6504 Recibido: 1 de marzo 2024; Aceptado: 7 de agosto 2024 |
[II]
La Prensa, 29/6/1966, Editorial.
[III]
Agradezco especialmente a la Dra. Smulovitz por
permitirme el acceso a la parte aún no editada de su tesis doctoral: Opposition and Government in
Argentina. The Frondizi and Illia Administrations,
The Pennsylvania State University, 1991.
[IV]
Ya a principios de 1964, el senador Ramón Acuña afirmaba que se había instalado
desde sectores opositores la idea de un gobierno antiguo, estático, y que
propiciaba la paralización del país (Tcach y
Rodríguez, 2006:85). En otro plano y apenas algunos meses después, un grupo de
generales visitaron a Onganía para consultar su interés en comenzar ciertos
preparativos ante la eventualidad del fracaso de la administración radical (Mazzei, 2012). No había transcurrido ni siquiera un año de
la asunción de Illia.
[V]
El relevamiento realizado del diario “La Nación” entre octubre de 1963 y mayo
de 1966, y del diario “La Prensa” de junio de 1966 permite identificar
solamente 5 avisos publicitarios publicados por el gobierno nacional. El
primero de ellos tuvo lugar el 17 de diciembre de 1965.
[VI]
En palabras de Kvaternik (1990:67), “Su retiro (…)
iniciaría el proceso de politización militar que culminaría con el golpe. (…)
Onganía quedaba así con las manos libres para conspirar y el generalato para
presionar, al borde del planteo.”
[VII]
Al hablar de “presentación de sí” y ethos discursivo retomamos lo planteado por
Ruth Amossy (2018). Según esta autora, toda persona
que toma la palabra “efectúa ipso facto una puesta en escena más o menos
programada de su persona” (Amossy, 2018:27). Esto
puede ser parte de un proceso más o menos consciente, y no siempre tiene como
objetivo persuadir al interlocutor. Sin embargo, Amossy
señala que la configuración de una determinada “presentación de sí”, resulta
fundamental para el mantenimiento de cualquier tipo de comunicación.
[VIII]
Detallamos aquí los artículos en cuestión de donde extrajimos los discursos, y
luego nos referimos a ellos solamente a través de sus fechas de publicación,
por razones de simplicidad. Como en el día 27/6/66 hubo tres discursos, los
diferenciaremos por intermedio de letras. La
Nación, 12/12/65, “El Gobierno va a seguir cumpliendo con la ley”. La Nación, 26/12/65, ““Afrontemos el
porvenir con coraje”, expresó Illia”. La
Nación, 27/12/65, “A la celebración del centenario de Burzaco asistió el
Dr. Illia”. La Nación, 11/1/66,
“Inauguró Illia la celebración del Sesquicentenario de 1816”. La Nación, 23/1/66, “Poco hemos
utilizado la propaganda, expresó Illia”. La
Nación, 29/1/66, “Inauguran en San Juan un aeropuerto internacional”. La Nación, 9/2/66, ““Realización de alto
significado moral”, dijo Illia”. La
Nación, 20/2/66, “Es necesaria la comprensión, dijo el doctor Illia”. La Nación, 12/4/66, “El Poder Ejecutivo
urge al Parlamento la sanción del presupuesto para 1966”. La Nación, 23/4/66, “Inauguró el presidente una planta
petroquímica”. La Nación, 25/4/66,
“Una nueva línea de subterráneos”. Apertura del período de sesiones ordinarias
del Congreso Nacional, 1/5/66. La Nación, 16/5/66, “A todas las obras
se debe imprimir un sentido moral”. La
Nación, 23/5/66, “El Dr. Illia inauguro ayer obras en Wilde”. La Prensa, 4/6/66, “Cualquier camino
fuera de la ley es malsano”. La Prensa,
6/6/66, “Del leal acatamiento a la ley habló el Dr. Illia”. La Prensa, 13/6/66, “La actividad del
presidente de la Nación en Rufino”. La Prensa,
21/6/66, “Nuestra democracia debe ser combatiente”. La Prensa, 22/6/66, “Discurso pronunciado por el doctor Illia”. La Prensa, 26/6/66, “La inauguración de
un barrio obrero”. La Prensa, 27/6/66
(a), “No defendemos privilegios en el país”. La Prensa, 27/6/66 (b), “Solo la mitad del país consume agua
potable de calidad”. La Prensa,
27/6/66 (c), “Refirióse al plan de viviendas el
primer magistrado”.
[IX]
Se determinó cuál fue, en los discursos analizados, el número de alusiones
vinculadas a cada una de las dimensiones identificadas. Para ver el peso
específico que tuvo cada dimensión en el ethos
discursivo desde un punto de vista porcentual, ver el gráfico 1.
[X]
De aquí en adelante, los resaltados en negrita corresponden al autor del
presente trabajo.
[XI]
Una muestra de ello es el editorial publicado por La Nación el 3 de mayo de 1966, en el que refirió al supuesto
“déficit de ejecutividad” de la administración radical.
[XII]
En este punto, uno podría plantearse la pregunta de si las apelaciones a la
idea de “lucha”, para poner solamente un ejemplo, no forman parte de cierto
discurso político relativamente estandarizado, que poco en sí mismo nos puede
aportar en la comprensión sobre la configuración de una determinada imagen de
masculinidad. Dicho en otras palabras, y teniendo en cuenta que en este trabajo
nos propusimos pensar en las interrelaciones existentes entre el terreno de la
política y el de las construcciones de las masculinidades, una duda razonable
que puede surgir es si las apelaciones a la lucha, la fuerza, el esfuerzo o el
trabajo responden preponderantemente a un terreno o al otro. Planteado de esta
forma, este interrogante posiblemente sea de resolución imposible. Pero, al
mismo tiempo, puede resultar un tanto engañoso. ¿Es posible o incluso deseable
establecer dicha diferenciación de manera tajante? En otras ocasiones hemos
tenido la posibilidad de indagar las configuraciones de masculinidad que se
construyeron en torno a diferentes figuras políticas de relevancia nacional
(Barroso, 2020, 2021, 2022 a y b). En dichas configuraciones, ciertas
cuestiones -como la de la “lucha”- se reiteran. Esto nos podría llevar a pensar
que apelaciones de este tipo corresponden a un cierto “estereotipo” de líder
político, que no nos hablan necesariamente de la construcción de una
determinada imagen de masculinidad, y que no toda referencia a la valentía o al
combate pueden ser leídas directa y explícitamente bajo el prisma de género.
Sin embargo, la pregunta que nos podemos plantear es acerca del porqué de dicha
reiteración. Pero también, y en un sentido inverso, por qué dicha similitud no
siempre es completa. El ethos
construido por Onganía, Frondizi e Illia no fueron iguales. Y si bien esto se
puede deber a factores diversos -incluyendo lógicamente el factor político-, lo
que ponen de manifiesto estas particulares “imágenes de sí” es la configuración
de diferentes formas de presentarse en tanto líderes políticos masculinos,
desde matrices diferentes, que podían enfatizar en ciertos casos más el
componente agresivo, lo moral, o en otros, lo intelectual.
[XIII]
Según Mazzei (2012:179), este discurso fue un “claro
indicador de que la decisión de pasar a la acción ya había sido tomada”. Tcach y Rodríguez (2006:149) señalan este momento como
aquel en el que los sucesos comenzaron a precipitarse.
[XIV]
La diferencia es solamente de un 2 %, si tomamos en cuenta las dimensiones de
lucha, esfuerzo, valentía, fuerza, sacrificio y trabajo, que pasan a sumar un
39 %.
[XV]
En concreto, hablamos de un total de 44 apelaciones, que constituyen un 18 %
del total de las ocasiones en las que Illia recurrió a las nociones de fuerza,
trabajo, lucha, esfuerzo, valentía y sacrificio.