Estudios Lésbicos en Argentina:
¿Un campo de estudio en desarrollo o una disciplina ausente?
Un estado de la cuestión
Cecilia Magdalena Malnis*
Resumen
El artículo revisa el estado actual de un campo de
investigación que puede definirse como los “Estudios Lésbicos” en Argentina. A
través de un análisis documental, se evidencia cómo la historia política de las
lesbianas ha sido tratada de manera marginal dentro de la academia, conformando
un corpus significativamente menor en comparación con la cantidad de estudios
dedicados al colectivo LGBTTTQ en general y al movimiento feminista (a menudo
abordado desde enfoques heterosexistas). En este sentido, se resalta el papel
crucial de las activistas lesbianas y bisexuales, quienes han explorado la
temática desde diversas perspectivas, utilizando su propia experiencia como
base para reflexiones teóricas más amplias.
El artículo también analiza las primeras apariciones de las lesbianas en la academia, donde inicialmente no fueron ellas quienes hablaron, sino que fueron representadas por otros, desde perspectivas que las asociaban con la desviación, la patología y el crimen. Este enfoque contrasta con una tendencia más reciente en la que las lesbianas han comenzado a tener una voz directa dentro del ámbito académico.
Palabras clave: antecedentes - lesbianismo - estudios feministas - academia – activismo
Lesbian Studies in Argentina:
A Developing
Field of Study or an Absent Discipline?
The state of
the art.
Abstract
This article
reviews the current state of a field of study that can be defined as “Lesbian
Studies” in Argentina. Through a documentary analysis, it highlights how the
political history of lesbians has been marginally addressed in the academy,
forming a significantly smaller body of data compared to the volume of studies
based on the LGBTTTQ community in general, and
on the feminist movement which is often dealt with a heterosexist perspective.
The paper emphasizes the crucial role of lesbian activists, who have explored
the topic from various perspectives, using their own experiences as a foundation
for broader theoretical reflections. This
research also examines the early appearances of lesbians in academic circles,
as objects of study often associated to a pathology, and crime instead of being
participating as lecturers. This approach contrasts with a more recent trend in
which lesbians have begun to have a direct voice within academic spaces.
Keywords: state of the art - lesbianism - Feminist Studies - academy – activism
El
lesbianismo en la academia argentina: la sentencia al margen, la condena a la
escasez, los antecedentes del delito y la apelación para aparecer
El artículo explora el estado de la cuestión sobre los
abordajes que se han hecho al estudio de las lesbianas como sujeto sociológico
en Argentina, en especial, a su historia política como grupo interviniente
tanto dentro de los feminismos como en el colectivo LGBTTTQ. Los antecedentes
incluyen desde textos académicos con perspectivas abiertamente discriminatorias
y patologizantes, hasta investigaciones realizadas con enfoque de género pero
que no logran diferenciar la experiencia específica de las lesbianas de la de
otros grupos oprimidos, como mujeres o varones gays. También se incluyen
estudios feministas que resaltan la relevancia y particularidad de este
colectivo en la historia, la política, el arte y la literatura.
Una primera revisión de la bibliografía revela dos
observaciones iniciales. En principio, que el lesbianismo y/o el grupo social
de las lesbianas han sido poco estudiados desde la academia comparado con el
volumen de trabajos que abordan al movimiento feminista (desde presupuestos
heterosexistas) y al colectivo LGBTTTQ en general[I].
En segundo lugar, encontré que los trabajos que dicen ocuparse de este grupo en
Argentina son, en realidad, estudios de experiencias locales ocurridas
mayormente en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires o en el Área Metropolitana de
Buenos Aires.
Dado que esta revisión documental fue parte de una
investigación doctoral centrada en reconstruir las historias del activismo
lésbico en diversas provincias de Argentina entre 1969 y 2012[II],
este artículo ofrecerá algunas claves de lectura derivadas de dicho estudio. Mi
propuesta doctoral (Malnis, 2024), basada en la constatación de que las
lesbianas son un “sujeto esquivo” y en ocasiones ignorado por la academia, se
enfocó en reexaminar este periodo a través de una relectura llamativa (Molloy, 2002) en su doble sentido de “notable,
escandalosa si se quiere, y a la vez eficazmente interpeladora; una relectura
no tanto para rescatar textos olvidados o ‛mal leídos’ (…), sino para fisurar
lecturas establecidas” (: 166). Este enfoque de lectura buscó visibilizar la
existencia lesbiana en las narrativas activistas y también históricas del
feminismo y del movimiento LGBTTTQ para así destacar, por ejemplo, la
participación fundamental de la poeta lesbiana Hilda Rais en la Comisión Pro
Reforma de la Ley de Patria Potestad (1979-1981), de Safina Newbery en la
creación de la Comisión por el Derecho al Aborto en 1988, o de los grupos
Lesbianas a la Vista y Mujeres de la CHA en la lucha por la derogación de los
edictos policiales.
La denuncia que Adrienne Rich realizó hace más de cuarenta
años, señalando cómo las lesbianas han sido “[privadas] históricamente de
existencia política, 'incluyéndolas' como versiones femeninas de la
homosexualidad masculina” (1980:14), sigue siendo inquietante, especialmente si
consideramos que el movimiento feminista tampoco ha reconocido el gran aporte
que hicieron las lesbianas al mismo, asimilándolas como “mujeres” a un
movimiento que se presupone heterosexual. Por ello, estudiar la historia política
de las lesbianas en Argentina exige la construcción de una genealogía que
recoja fragmentos y relatos poco difundidos o contados a sottovoce, al tiempo que demanda una lectura crítica que desafíe
las interpretaciones de archivos y relatos establecidos, donde la presencia
lesbiana ha sido silenciada. Esta tarea implica, fundamentalmente, un trabajo
de excavación, en línea con la metáfora propuesta por Walter Benjamín (2013);
es decir, una aproximación al pasado presentada como la alegoría de alguien que
esparce y revuelve la tierra para que esos relatos e imágenes del pasado,
“arrancadas de todos sus contextos anteriores, [aparezcan] como objetos de
valor en los aposentos sobrios de nuestra comprensión tardía” (Benjamín,
2013:119).
Un concepto útil para empezar a preguntarnos por qué las
lesbianas no han recibido tanta atención en la academia es el propuesto por el
sociólogo Mario Pecheny: la discreción.
Según Pecheny (2005), esta idea se refiere a la tendencia de las identidades no
heterosexuales a fragmentarse y mostrarse de forma discontinua, con el
“secreto” como característica central[III].
Esto implica un cierto (auto)ocultamiento o “actuación discreta” que, según el
autor, permite a gays y lesbianas protegerse de las miradas sancionadoras,
reservando o compartiendo información personal de manera estratégica. Este
aporte permite entender la importancia que le asignaron los movimientos LGBTTTQ
a la visibilidad, que “echa por
tierra el lugar de la discreción tradicionalmente atribuido a los homosexuales”
(Pecheny, 2001:25). Las Marchas del Orgullo que se realizan en Argentina desde
1992 –en principio, sólo en la Ciudad de Buenos Aires– han tenido un papel
central en ese sentido porque son fundamentalmente marchas por la
visibilización en las que se puede reconocer, a través de la “presencia de la
máscara y la ornamentación en los discursos y acciones de los movimientos
GLTTB, las marcas de saberes sociales previos a la constitución de los
movimientos y sentidos del obrar colectivo” (Figari y Ponce, 1999:8). Es decir,
según el autor, de trazarse un arco temporal, primero vendría la experiencia de
la diferencia, el silencio y el secretismo, y luego la politización de lo que
se muestra, de la visibilidad.
Aunque el aporte anterior resulta fundamental, a partir de
mi tesis doctoral (Malnis, 2024) planteo la idea de que las lesbianas no
experimentaron la “discreción” como un requisito ineludible. Ser lesbiana
constituye una identidad que tiende a generar menos suspicacias que la
homosexualidad masculina, debido a la marcada negación cultural que impera en
este ámbito. Mientras el estudio de Pecheny sugiere que los gays recurren a la
discreción para evitar sanciones sociales, mi investigación muestra que este no
es necesariamente el caso para las lesbianas en Argentina. Aquí, la discreción
no sería una estrategia que ellas adoptan activamente, sino más bien una
interpretación externa: cuando una lesbiana no presenta una performatividad de
género masculina, se la percibe simplemente como “mujer”.
El famoso ensayo de Adrienne Rich, Heterosexualidad obligatoria y existencia lesbiana (1980), da
cuenta de la problemática anterior. A partir del concepto de “continuum
lesbiano”, Rich sugiere que el
lesbianismo abarca un amplio espectro de experiencias femeninas no solo a lo
largo de sus vidas, sino también a lo largo de la historia. Este espacio de
relaciones entre mujeres va más allá de lo meramente erótico o sexoafectivo,
abarcando “formas de intensidad primaria entre dos o más mujeres, incluido el
compartir una vida interior más rica, la solidaridad contra la tiranía
masculina, el dar y el recibir apoyo práctico y político” (Rich, 1980:13). La
pensadora norteamericana destaca cómo la cultura es más permisiva con las
formas de cercanía afectiva entre mujeres (mientras penaliza estos mismos
comportamientos entre varones) y no sospecha de una relación sexual o romántica
en, por ejemplo, las amistades íntimas y apasionadas de las niñas de nueve
años, ni en el agrupamiento de mujeres entre los siglos XII y XV (conocidas
como beguinas), que compartían hogares (op. cit.:16). La propuesta de Rich es
reveladora porque su análisis ilumina las interrupciones y discontinuidades en
la historia del lesbianismo, subrayando que las lesbianas no siempre son
visibles a quienes las observan.
El lesbianismo y, al mismo tiempo, las estrategias de las
que se vale la cultura dominante para rechazarlo –el tabú, la censura, el
silencio, la clandestinidad de los registros de las existencias lesbianas,
entre otros– son manifestaciones de un conflicto social latente. Abordar las
historias y las intervenciones lésbicas en la cultura implica desenterrar lo
que la cultura hegemónica ha ocultado: en algunos casos, por no considerarlo
adecuado éticamente y, en otros, por no considerarlo siquiera visible o problemático.
En este sentido, propongo que la falta de atención hacia las lesbianas como
sujetos de estudio también está relacionada con un sesgo heterosexista presente
en ciertos enfoques feministas. Esto impide a quienes investigan al movimiento
feminista entender la presencia de las lesbianas no como un “añadido”, sino
como una alteridad política con su propia tradición dentro del feminismo, la
cual ha sido, a su vez, fundamental para el mismo. En este sentido, Sylvia
Molloy, en La flexión de género (2002),
señaló que el “no querer saber” que caracteriza cierto tipo de lectura –que
para la autora es representativa de Hispanoamérica y de los textos que componen
la llamada cultura nacional– busca principalmente desplazar las cuestiones de
género, en particular aquellas que “[hacen] visibles sexualidades que ponen en
crisis las representaciones convencionales de género” (163-164). Estas
experiencias, aunque representadas, son oscurecidas; las lecturas que se hacen
de ellas, así como las interrupciones de sentido que generan, adoptan la forma
de “omisiones”, lo que pone de manifiesto un conflicto social, como indicó
Raymond Williams (2000).
Para mi propuesta en este artículo, empleo el concepto de discreción trabajado por Pecheny (2005),
en su sentido vinculado a la discontinuidad que provoca; es decir, una
fragmentación derivada de la alternancia entre visibilidad e invisibilidad, o
la interrupción de la presencia por la ausencia. De esta manera, la discreción
también afecta a las narrativas, historias y genealogías de las lesbianas, cuya
presencia pública a menudo requiere ser “leída entre líneas”. Como ya
establecí, considero que la interrupción en sus historias, así como ciertos
vacíos, están propiciados no por la falta de información en sí, sino por los
modos de lectura, como sugirió Arnés (2016) respecto a las ficciones lesbianas.
Hacia
una genealogía de los “Estudios lésbicos” en Argentina
Si bien el activismo lésbico en Argentina no ha dejado de
crecer y transformarse desde principios de los años ochenta, alimentando al
movimiento y al pensamiento feminista y LGBTTTQ, no existen muchos trabajos en
Argentina que lo estudien. A diferencia de lo que ocurrió en Estados Unidos a
partir de los setenta –cuando una corriente crítica dentro de la academia
llamada Lesbian Studies tomó como
objeto de estudio las existencias lesbianas para practicar, inicialmente,
cierto revisionismo en la historia y la literatura– en Argentina no se
consolidó un campo de estudios lésbicos legitimados; aunque sí hubo académicas
que, insertas en diferentes disciplinas, tomaron el tema del lesbianismo para
desarrollar líneas de investigación específicas que, incluso hoy, continúan.
Estas investigaciones se centran en diferentes problemáticas: algunas estudian
el modo en que la literatura médica o jurídica empezó a representar a las
lesbianas durante el siglo XX en Argentina; otras abordan a las lesbianas como
parte del colectivo LGBTTTQ, sin preguntarse por su especificidad en tanto
grupo social; también hay investigaciones que se han preguntado específicamente
por el activismo de las lesbianas dentro del movimiento feminista o de los
llamados “espacios de mujeres”. Sugiero que es particularmente este último
grupo de trabajos el que podría considerarse como originando una tradición
similar a la de los Lesbian Studies
en Estados Unidos.
En este apartado, propongo explorar diversas reflexiones
sobre el lesbianismo o lo que podríamos denominar “lo lesbiano,” basadas
principalmente en estudios académicos realizados en universidades y organismos
científicos nacionales. No obstante, es importante subrayar que también existe
una gran cantidad de material que ha sido generado fuera de estas
instituciones, o en la estrecha interrelación entre activismo y academia.
Numerosas investigadoras lesbianas, bisexuales y queer han considerado
históricamente a la academia como un “territorio de intervención política”
(Richard, 2011), entendiendo la academia no solo como una institución, sino
también como un topos, un espacio de
posicionamiento dentro de la producción de conocimientos. Desde los setenta,
pero más fuertemente desde el retorno de la democracia en 1983, muchas
lesbianas y colectivos lésbicos comenzaron a traducir y producir teoría
feminista y lésbica como parte de su activismo. Estos colectivos también
crearon sus propios circuitos editoriales independientes y publicaron sus
trabajos en plataformas como Hipólita Ediciones, Ají de Pollo, La Mondonga Dark
y Bocavulvaria Ediciones, entre otras. Además, compartieron sus producciones a
través de revistas, fanzines y blogs. Por otro lado, existe una considerable
producción en el ámbito periodístico, con numerosos artículos y entrevistas
publicadas en medios de comunicación. Entre estos, destaca el suplemento Soy de Página12, dedicado a la comunidad
LGBTTTQ, la cultura, los derechos humanos y la sexualidad. Activistas lesbianas
como Mónica Santino, Adriana Carrasco, Ilse Fuskova, Paula Jiménez España,
Canela Gravila, Noe Gall, Marta Dillon, marian pessah, el Colectivo Cruzadas
(Tucumán) y el grupo Malas como las Arañas (La Plata), entre otras, han contribuido
con sus escritos a este suplemento.
Lo anterior es significativo, ya que refleja cómo las
lesbianas han sido creadoras de sus propias auto-representaciones y
contra-representaciones, desafiando el discurso hegemónico de la academia del
siglo pasado que presentaba imágenes negativas del lesbianismo o estereotipos
poco representativos en los medios de comunicación tradicionales.
Ahora sí, un estado de la cuestión. Dentro de los
antecedentes, encuentro una primera línea de investigación importante que
estudió las representaciones del
lesbianismo. Laura Arnés (2016) –reflexionando acerca de la literatura y los
afectos en la cultura argentina del siglo XX y XXI– propone el término ficciones lesbianas y lleva adelante un
trabajo sobre los modos de leer y de ver las representaciones de aquellos
elementos y narrativas que tendemos a sentir como despojados de toda historia.
Con un objeto de estudio centrado en la literatura argentina del siglo XX y
XXI, la autora, sin decirlo de ese modo, produce un archivo, problematiza la
categoría de “genealogía” y demuestra que la omisión de lo lésbico no está
producida ni legitimada por los textos en sí, sino por las lecturas que en
determinados contextos generan ausencias. Es decir, el problema de
investigación está atravesado por la pregunta acerca de la política de la voz: por un lado, qué se puede decir, en boca de
quién y qué legitima. Por el otro lado, qué cosas o qué posiciones subjetivas
–aun diciéndose– escapan a la representación, haciendo de la fuga, el secreto,
el hiato o la invisibilidad una estrategia privilegiada de aparición[IV].
Además, es interesante el planteo teórico por el cual Arnés no conceptualiza a
la lesbiana como una identidad, sino como un locus de significados y sentidos; no se trata de un objeto
categorizado ni regulador, sino una posición
capaz de trastocar lo previsible (que es, en el fondo, estudiar en las
ficciones lesbianas su función política). En este momento Arnés continúa
pensando junto a otres investigadores los modos en que se configuran los
deseos, el conocimiento y la voz disidente o lésbica en autoras de la primera
mitad del siglo XX (Arnés y Saxe, 2019; Arnés, De Leone y Punte, 2020).
Otros trabajos sobre lesbianismo y sus representaciones
pueden encontrarse en el libro Escenas
lesbianas. Tiempos, voces y afectos disidentes (Arnés y Saxe, 2019), que
contiene aportes de diferentes autores. Este libro estudia los modos de
aparecer en la cultura que tienen las lesbianas, en deuda con la propuesta de
Arnés sobre los regímenes de visibilidad y la falta como una condición de acceso a la representación. En este
libro se hace presente la voz en primera persona de la activista y docente
Romina García Hermelo (“Lesbianas como alienígenas de la trama escolar: cuando
ciertos silencios alimentan prejuicios”) y de val flores, quien en “Vivir en
diferido. El fracaso lésbico del tiempo” problematiza cuestiones referidas a
las temporalidades, a la inscripción de la primera persona, al silencio como
una política de (i)representación, y traza también un recorrido político y
subjetivo sobre su propia historia. También se encuentra la tesina de grado de
Agustina Noceti (2018, Universidad de Buenos Aires) que estudia la experiencia
de auto-representación lesbiana en los quince números de la revista Fulanas (2000-2001) desde la perspectiva
de los Estudios Culturales y con perspectiva de género. Este trabajo indaga
sobre ciertas construcciones ideológicas y de sentido propuestas por una
corriente del activismo lésbico en Argentina a partir del material hemerográfico
producido en el marco del activismo del grupo La Fulana.
Otra línea de investigación fundamental es aquella que
estudió el cruce entre activismo lésbico y arte que –en algunos casos– se
presenta como otra forma de abordar las representaciones. Los trabajos de María
Laura Rosa (2014, 2017, 2018), Laura Gutiérrez y val flores (2017) y Laura
Gutiérrez (2019, 2021), articulan feminismo y lesbianismo con arte/performance
para pensarlos desde sus intersecciones, desbordes y reconfiguraciones mutuas,
especialmente en el espacio público.
Rosa fue una pionera en Argentina con estos temas; en particular me interesa el
estudio que hizo de la fotografía de Alicia D’Amico en el que profundizó sobre
la visibilidad lésbica y el papel que cumplió la fotografía en generar
auto-representaciones políticas, convertidas –según sostiene la autora– en una
especie de práctica de concienciación. Además, su trabajo sobre la figura de
Ilse Fuskova –abordada en un capítulo de su libro Legados de Libertad (2014)– es clave en tanto toma las
particularidades que adquiere la visibilidad del lesbianismo en la incipiente
democracia de los ochenta y el papel re-subjetivante que ocupó el arte para
posicionar en la esfera pública a los cuerpos lésbicos.
Gutiérrez y flores (2017), por otro lado, muestran la
alianza particular que se estableció entre lesbianas y movimientos por los
Derechos Humanos a partir de la experiencia artística-performática del grupo
Lesbianas en la Resistencia durante los años 1995-1997. Su trabajo destaca
entre otros (Kornblit et al., 1998; Bellucci, 2010; Pecoraro, de Grazia, Maffia
et al., 2016) que estudiaron los aportes de los movimientos de DD.HH. a la
construcción de una nueva escena política de discusión democrática para el colectivo
LGBTTTQ, pero que no atendieron a la especificidad de esa articulación para las
lesbianas.
El libro Imágenes de
lo posible. Una genealogía de
intervenciones lésbicas y feministas en Argentina (1986-2013) (2021) de
Laura Gutiérrez representa una investigación profunda y exhaustiva acerca de
las intervenciones artísticas realizadas por grupos lésbicos y feministas en
diversas partes de Argentina. Estos grupos utilizaron el espacio público como
un terreno político esencial para desafiar la invisibilidad a la que a menudo
se condena a las lesbianas en la sociedad. Gutiérrez explora el concepto de topofobia (acuñado por Preciado en
2008), que describe una representación particular de la lesbiana como
radicalmente anti-cartográfica. Esta noción se asemeja a la hipótesis propuesta
por Arnés (2016) acerca de la invisibilidad como estrategia de aparición privilegiada
de las figuraciones lesbianas. No obstante, mientras que Gutiérrez aboga por
interrumpir la topofobia para permitir que la lesbiana sea legible, Arnés
enfoca su trabajo en cuestionar los modos de lectura como la raíz del problema
de la (in)visibilidad. El libro de Gutiérrez es un antecedente fundamental que
nutre los “Estudios Lésbicos” en nuestro país, pues interpela a algunos
colectivos lésbicos desde preguntas que relacionan la estética con la política,
trazando una genealogía discontinua o, como también la denomina la autora, a-crono-lógica. Su aporte más
importante, quizás, es la insistencia en visibilizar la presencia de las
lesbianas en los feminismos locales, tendencia poco adoptada por una masa
mayoritaria de trabajos adscriptos a los Estudios Feministas.
En esta línea de investigación que une activismo lésbico y
arte, cabe mencionar también los trabajos de Anahí Mallol, Andy Nachón y Paula
Jiménez España compilados en el tomo En
la intemperie. Poéticas de la fragilidad y la revuelta (2020, Coord. Arnés,
De Leone y Punte) de la Historia
Feminista de la Literatura Argentina. Estos abordan la literatura no sólo
como texto, sino como con-texto, como terreno de sociabilización para
lesbianas: se centran en los talleres, ciclos de lectura, festivales y en la
experiencia colectiva de publicación de antologías feministas y lésbicas. La
primera autora –pensando a los colectivos de arte y poesía “Belleza y
Felicidad” y “Zapatos Rojos”, en los que la disidencia sexo-genérica era un
factor central de sociabilidad y de creación poética y artística– propone un
uso interesante del concepto performance,
como una obra que toma valor en su construcción, en el proceso y en su
carácter efímero, y no necesariamente en su conclusión o terminación. Esto es
importante para cualquier trabajo que se proponga estudiar a los activismos
lésbicos, pues estos se nutrieron en numerosas ocasiones de esa herramienta de
intervención política para poner en relieve al cuerpo sexuado en el hecho
artístico. El artículo de Nachón, por otro lado, toma prestado de María Moreno
el concepto de nombraderal para
referirse a cierta genealogía de feministas y disidencias sexuales, y así
contar la experiencia concreta de haber participado en una antología feminista
y lesbiana titulada: Agua de beber (una
extraña antología) (2002). Las alianzas intergeneracionales y la “urdimbre
vinculante” entre las participantes que aborda Nachón, sugiero que son dos
elementos modeladores y constitutivos de los colectivos lésbicos tal como
fueron apareciendo en Argentina en experiencias concretas (tal como quedó
demostrado en mi tesis doctoral). Finalmente, Jiménez España busca trazar una
suerte de historia de los ciclos literarios feministas porteños, entre los
cuales cobran particular importancia los círculos de lectura lésbicos –espacios
de sociabilidad, de construcción subjetiva, política y poética. Algunos de
ellos fueron: el sótano de Martha Ferro (que también analiza val flores en el
libro El sótano de San Telmo (2015);
los talleres literarios que dictaba la poeta Diana Bellessi en la casa cultural
del grupo Las Lunas y las Otras –lesbianas feministas separatistas[V]–
(1991), así como el tráfico de textos feministas y lésbicos que propició; el
ciclo “Viernes Mágicos”, organizado por Mónica D’Uva en esa misma casa
lesbofeminista (1995); el grupo Les Arts (2005-2006) y su proyecto de generar
cambios culturales y en los discursos hegemónicos a través de la estética; el
ciclo de poesía y performatividad llamado “Cuerpo extraño” (2005), que se
realizaba en el espacio Militancia Homo; los ciclos de arte organizados en Casa
Brandon, especialmente “La Rueda Lésbica” (2016-actualidad), entre otros.
De los trabajos de Mallol, Nachón y Jiménez España me
interesa además destacar la idea de que la relación entre activismo lésbico y
literatura –entendidos como espacios de sociabilización y de intervención
política-cultural– fue y es una relación estrecha, de permeabilidad,
superposición y de mutua conformación. A partir de estos trabajos, se puede
recuperar una serie de textos que conformaron las lecturas de las lesbianas en
los ochenta, noventa y principios de los dos mil y, por lo tanto, que eran parte
de sus experiencias. Me refiero a textos como: Monte de Venus (1976) y El
cielo dividido (1996) de Reina Roffé; En
breve cárcel de Sylvia Molloy (1982);
Lo impenetrable (1984) de Griselda
Gambaro; Eroica (1988) de Diana
Bellessi; El affair Skeffington
(1992) de María Moreno; No es amor
(2009) de Patricia Kolesnicov; La
pasajera de arena (1992), Inferno
(1999), Como mil flores (2007) de
Macky Corbalán; Queerland (2010) de
Gabby de Cicco; Las aventuras de la China
Iron (2017) de Gabriela Cabezón Cámara, entre otros. Y esto, además,
interesa porque la producción literaria también es un terreno de intervención
política y un modelizador subjetivo si se piensa en términos de tecnología de
género (de Lauretis, 2000). El activismo lésbico ha dejado mucho material que
se encuentra en un cruce entre teoría-activismo-literatura. Como ejemplo de lo
anterior puedo mencionar los Cuadernos de
Existencia Lesbiana (1987-1996), la revista Tet-a-tet (1994), el
boletín La sociedad de las extrañas
(2004-2007), la revista Baruyera. Una
tromba lesbiana feminista (2007-2009), entre otras publicaciones.
Como destaqué en mi investigación doctoral (Malnis, 2024),
las revistas con temáticas lésbicas y feministas desempeñaron un papel de gran
relevancia en el movimiento activista ya que dieron origen a una comunidad de
lectoras que, en lugar de mantenerse pasivas, comenzaron a enriquecer el debate
público en torno a las “cuestiones de género”. Estas revistas no solo
aceptaban, sino que en muchos casos alentaban la contribución de material por
parte del público, lo que llevó a que las lectoras se convirtieran en autoras,
aumentando así el número de voces lesbianas y bisexuales que se atrevían a
compartir sus experiencias en primera persona. Además, como destacó la
investigadora argentina Paula Torricella, las revistas tuvieron una función
política para nada despreciable: contribuyeron al trabajo de visibilización de
las lesbianas. En palabras de esta autora:
Una revista en papel permite la lectura en ámbitos públicos y
funciona como herramienta para la visibilización. No sólo revela cierto
compromiso político en el momento de ser leída, cuando se la sostiene en un bar
o cuando se la guarda en algún lugar dentro de la propia casa. Sino también en
el momento de hacerla y ponerla en circulación (pensemos en la cantidad de
personas involucradas en el proceso de redacción, edición, impresión,
distribución y promoción de la misma). (2020:7-8)
Una tercera línea de investigación que incluye una
preocupación por las lesbianas es la proveniente de las Ciencias Sociales, que
ahondó en la correlación entre deseo, sexualidad, identidad y visibilidad
–Figari y Ponce (1999), Figari et al. (2005), Meccia (2006), Pecheny et al.
(2008), Rapisardi (2008), Moreno (2008). Sin embargo, no son trabajos que
estudien específicamente a la población de lesbianas, sino que de forma más
amplia abordaron al colectivo LGBTTTQ o a varios grupos que lo componen. También
varies autores llegaron a interesarse por la cuestión de la ciudadanía en el cruce particular entre
sexualidad y políticas públicas (Bellucci y Rapisardi, 1999; Pecheny, 2005;
Pecheny, Figari y Jones, 2008; Pecheny y de la Dehesa, 2011; Hiller, 2008,
2011, 2012; Barrancos, 2014). Esta línea de investigación no tomó gran relevancia
en los estudios sobre homosexualidad y lesbianismo sino hasta fines de los años
noventa, y fue creciendo, especialmente, después de los debates sobre la
aprobación de la ley 26.618 de Matrimonio Igualitario (2010). Ya para esos años
–y sumadas la ley de Identidad de Género (2012) y la ley de Fertilización
Asistida (2013)– algunas investigaciones se interesaron por el tema del
reconocimiento legal de las parejas del mismo sexo (Ají de Pollo, 2007; Hiller
2009, 2010, 2017; Tabbush et al., 2016).
A partir de la sanción de las leyes anteriores, también
entraron en el debate académico los temas relativos a las maternidades lésbicas
y las formas alternativas de generar vínculos afectivos en las comunidades de
lesbianas, como muestran los trabajos de: Lewin (1993), Butler et al. (2007),
Bacin y Gemetro (2011), Libson (2012, 2013), Tarducci (2014), Lacombe (2016),
Schwarz (2016) y Trupa (2017, 2018). Trabajos provenientes de lo que hoy
llamamos norte global, como el de Weston (2003) y Butler (2004), fueron
pioneros en el estudio de la amistad como un lazo duradero que en las
comunidades LGBTTTQ funciona como una red de parentesco que puede llegar a
sustituir a los lazos sanguíneos. En Latinoamérica, investigadoras como
Mogrovejo et al. (2009), Cano (2015, 2021, 2022) y Mogrovejo (2017) continuaron
esa línea de investigación.
En este punto, quiero traer a los antecedentes también
textos que pusieron en contacto reflexiones “lesbo-feministas” con el género
testimonial y/o autobiográfico: Rais (1984), Fuskova, Schmid y Marek (1994),
Mogrovejo (2001), Espinosa Miñoso (2007), flores (2005, 2010a, 2010b, 2017,
2021), Torricella (2012), Mines et al. (2013), Tron y flores (2013), Cano
(2015). La mayoría se encuentran en publicaciones generadas dentro del
activismo, como en las revistas/fanzines Codo
a Codo (1986-1989), Cuadernos de
existencia lesbiana (1987-1996), Fulanas
(2000-2001), La sociedad de las extrañas,
(2004-2007), Baruyera (2007-2009), Tératos (2006). Esos textos producidos
por activistas encontraron un circuito de distribución y consumo dentro de
espacios lésbicos y feministas, aportando a la generación de referencias
positivas para las lesbianas. Como sugerí en mi tesis doctoral (Malnis, 2024),
la distribución de este tipo de revistas y fanzines, así como la presentación
de libros pensados específicamente para ser compartidos con lesbianas, jugaron
un papel fundamental en tanto se convirtieron en matrices esenciales de un
“folklore lésbico” que estableció una tradición de encuentros políticos
permeados por prácticas artísticas y culturales. Además, desempeñaron un papel
crucial en la creación de una “comunidad de lectoras lesbianas” (como señalé
arriba).
Pero mucho antes de eso, en Argentina las lesbianas hicieron
sus primeras apariciones en los textos académicos dentro de la literatura
médica y jurídica. Estas disciplinas fueron las primeras en representar al
lesbianismo y a la homosexualidad, homologándolos directamente con la
perversión, la desviación y el delito. En este sentido, el cruce entre cuerpo,
poder, discursos e instituciones abrió una línea de trabajos que estudiaron la
relación erótica entre mujeres como una herida y amenaza a la salud social de
la nación, fundada en el lazo familiar[VI]
(Salessi, 1995; Bazán, 2004; Felitti, 2006; Benavente y Gentile, 2013). El
artículo de Ramaccioti y Valobra (2008) es quizás el más completo a la hora
rastrear las representaciones provenientes de la institución médica. Allí, las
autoras señalan que de la terminología utilizada en la Argentina de los años
cuarenta y cincuenta para referirse a las relaciones sexuales y eróticas entre
mujeres, las de uso más extendido fueron: tribadismo,
safismo y homosexualidad femenina. A partir de la propuesta político-conceptual
de Audre Lorde que sugiere pensar a lo erótico
como una forma de poder, estas autoras mostraron el carácter subversivo del
lesbianismo expresado en los actos más cotidianos, como son el rechazo a la
maternidad, la cercanía e intimidad que se establece entre amigas mujeres y el
cuidado mutuo, entre otros. Evidentemente, estos temas reaparecen y son
reconceptualizados en la investigación que da cuerpo a esta tesis.
Figari y Gemetro (2009) también profundizaron en esa línea
de investigación y mostraron que entre los años 1930 y 1976, a partir de la
relación entre el Estado y la medicina, las intervenciones excedían a la
clínica, promoviendo sanciones morales y legales que las lesbianas tanto
internalizaron como resistieron. Tomando como corpus de análisis algunos
testimonios de lesbianas cuyas experiencias transcurrieron entre 1930 y 1976,
Figari y Gemetro insisten en que las lesbianas se veían interpeladas por la ley
y la medicina de tres modos diferentes: por un lado, estaban aquellas que se
reconocían en el síntoma médico y aceptaban hacer tratamientos de conversión y
psiquiátricos; había otras que evadían su deseo, conformando relaciones
heterosexuales. Finalmente, estaban aquellas que “en la clandestinidad,
desarrollaban experiencias colectivas de resistencia y de encuentro común
compartiendo vivencias con otras percibidas como iguales (aun cuando no
desarrollaran identidades específicas)” (Figari y Gemetro, 2009:39). Es decir
que, si bien las políticas represivas no anularon al lesbianismo como una
práctica sexual, sí contribuyeron “a la disociación entre sexo y afecto, al
aumento de riesgo de enfermedades de transmisión sexual, a la violencia”
(Pecheny, 2001:42). Como indica también el trabajo de Sardá y Hernando (2001),
esa violencia era distribuida desigualmente entre clases sociales: mientras que
a les burgueses se les toleraban ciertos comportamientos vistos como
“excentricidades”, las clases bajas sufrían mayor acoso en el espacio público.
La dificultad de trazar genealogías reaparece en el periodo
anterior a la recuperación de la democracia en 1983 como consecuencia de las
persecuciones policiales y de las razzias
llevadas adelante contra la comunidad homosexual y travesti. Esto convierte en
una notable excepción al libro de Sardá y Hernando (2020 [2001]), No soy un bombero, pero tampoco ando con
puntillas, que recoge historias de vida de trece lesbianas de Buenos Aires entre 1930 y 1976[VII].
En él se transmite el temor de quienes se animaron a romper el silencio y
contar su historia antes de que existieran siquiera los conceptos de visibilidad lésbica y orgullo –miedo que quedó manifestado en
el uso de pseudónimos.
En No soy un bombero…
se hacen muy presentes las palabras “entendidas” y “better”. Según las autoras
eran eufemismos muy usados a mediados del siglo pasado en Argentina, cuando
todavía “la palabra ‘lesbiana’ no [aparecía] como término válido” para
autoidentificarse (op. cit.:150). Además de la expresión “better”, también se
usaba “parson” o “affair” (en
francés) para referirse a que alguien
era gay o lesbiana delante de personas que no eran del círculo (Sardá y
Hernando, 2020; flores, 2015). Como explican Sardá y Hernando, el lugar de
mayor sociabilización para lesbianas en los cuarenta y cincuenta eran las
llamadas parties: fiestas cerradas en
casas particulares que funcionaban como una especie de “evento iniciático”
(Sardá y Hernando, 2020:233). El
coqueteo, la seducción, los juegos de roles, así como la amistad eran muy
importantes porque derribaban la idea de que eran “únicas en el mundo” o que
“estaban solas”, al tiempo que desmontaban la idea de que eran “enfermas” o
“perversas”. Frente al rechazo de las lesbianas a usar la palabra homosexual –porque remitía directamente
al discurso médico y porque no contenía “toda la experiencia que significaba el
deseo entre mujeres” (Figari y Gemetro, 2009:41)–, Sardá y Hernando proponen la
hipótesis de que el uso de otros idiomas implicaba asumir la extranjería y la
otredad impuesta al deseo lésbico, al tiempo que exhibía una “marca posible
para denotar la diferencia” (2020:227). Esta hipótesis sirvió para los
desarrollos de mi tesis doctoral (Malnis, 2024); en particular, para pensar en
la tradición que tienen también palabras como lesbiana, torta y chonga en la Argentina, y en la
reapropiación de la injuria –en términos generales– como una
reterritorialización del lenguaje en la experiencia y la auto-representación de
cierta posición política y/o identitaria. En este punto, el trabajo de Figari y
Gemetro antes mencionado dialoga con el de Sardá y Hernando pues ambos
problematizaron el tema de la auto-representación de las lesbianas. Según el
primer par de autores, las denominaciones presentadas anteriormente no
constituyeron necesariamente una identidad –como sí ocurrió posteriormente en
la década del ochenta–, sino que más bien “situaban las experiencias de estas
mujeres en términos de participación en prácticas y estilos concretos y en
relación a status y roles de género”
(2009:43).
Del periodo inmediatamente posterior al que abordan Sardá y
Hernando se encarga val flores en el libro que mencioné en párrafos anteriores:
El sótano de San Telmo. Una barricada
proletaria para el deseo lésbico en los ’70 (2015). La autora rastrea la
historia de un sótano en el barrio de San Telmo –perteneciente a la periodista,
poeta y titiritera lesbiana Martha Ferro– donde se reunían lesbianas y mujeres
militantes del Partido Socialista de los Trabajadores entre los años ‘76 y ’80:
“El sótano ligó sexualidad y política, sociabilidad y conciencia de clase,
lesbianismo y trotskismo” (flores, 2015:58). Se trata de un trabajo bastante
excepcional porque se centra en ciertos hechos sucedidos durante la última
dictadura cívico-militar en Argentina, en la que el terror instalado había
generado “hábitos de ocultamiento de datos y destrucción de registros y
documentos” sobre las existencias lesbianas (Peralta, 2014:5). También Ana
Solari Paz (2021) en su trabajo aMorales
en dictadura estudió el periodo de la dictadura militar iniciada en 1976, a
través de documentación policial en la que encontró señales de persecución y
represión hacia las disidencias sexo-genéricas.
De los trabajos anteriores rescato principalmente tres
aportes: por un lado, el recordatorio de que aún en momentos de fuerte
hostilidad social, represión y violencia estatal, las lesbianas siguieron
construyendo y sosteniendo espacios para generar sociabilidad, conciencia
política, erotismo y cultura lésbica –lo cual reaparece en muchos momentos de
mi periodo de análisis, por ejemplo, al momento de la fuerte crisis política y
económica que tuvo lugar en la Argentina de principios del siglo actual. Por otro
lado, me interesa destacar la necesidad y el gesto de “recuperar” voces del
pasado porque permiten el traspaso intergeneracional de experiencias y saberes,
y –debido a la escasez de documentos tradicionales– aparece en escena el relato
oral como una fuente privilegiada de reconstrucción histórica. Finalmente, esos
trabajos son fundamentales porque conforman una historia a modo de mosaico que
presenta diferentes recorridos y a partir de la lectura de todos ellos se
pueden rastrear genealogías, amistades, tradiciones afectivo-políticas, formas
de resistencia a la autoridad, recorridos teóricos y políticos, cruces entre
las esferas y personalidades del arte y el activismo, entre otras.
Con respecto a investigaciones centradas específicamente en
el activismo lésbico en Argentina, cabe citar trabajos como las tesinas de
Mariana Paterlini, Entre lo personal y lo
político. Análisis del discurso en la construcción de una grupalidad: Cruzadas (2014,
Universidad Nacional de Tucumán) y la de Agustina Sarati, Gramáticas feministas. Luchas, trayectorias y experiencias en la ciudad
de La Plata (2018, Universidad Nacional de La Plata), que abordaron en sus
tesis de grado la historia de un colectivo lésbico local. Mientras que la
primera hizo específicamente un estudio de caso del colectivo de lesbianas y
bisexuales de Tucumán, Las Cruzadas, la segunda investigó en términos más
amplios las trayectorias de cierta gramática feminista en la ciudad de La
Plata, dentro de las cuales ahondó en un capítulo sobre el grupo lésbico Malas
como las Arañas. Ambos trabajos presentaron un aporte al estudio de los
movimientos sociales y la participación de grupos de la sociedad civil en la
construcción política de imaginarios específicamente feministas y lesbianos.
También el texto de Mines et al. (2013) aborda el origen de
un colectivo fundamental para el activismo lésbico y feminista a nivel
nacional: Lesbianas y Feministas por la Descriminalización del Aborto. Como
propuesta de estudio, la suya es más acotada que las tesis citadas en el
párrafo anterior, pues se trata de un artículo, pero me interesa la apuesta por
lo testimonial que hacen las autoras, a la vez investigadoras e integrantes
fundadoras de dicho grupo. El rescate de los saberes producidos en el activismo,
en este caso, es puesto en valor por las propias activistas que profundizaron
desde el análisis sociológico su experiencia en el socorrismo lésbico. El libro
de Mogrovejo Un amor que se atrevió a
decir su nombre (2021) hace un cruce similar entre la experiencia de la
autora como activista y sus reflexiones teóricas que proponen un análisis
historiográfico del movimiento lésbico latinoamericano en su relación con los
movimientos feministas y homosexuales. Si bien en un capítulo aborda algunos
colectivos lésbicos en la Argentina de los noventa, sugiero que su análisis de
las corrientes institucionalista y autonomista resultan problemáticas por lo
que consideré como una generalización excesiva para el caso argentino.
Otro aporte muy importante al estudio de los activismos
lésbicos, interesado por los cruces entre la política y la biografía
(resaltando las continuidades de “vida” y “obra”), es el trabajo presentado por
Fabi Tron y Gabi Herzec en las 1ras.
Jornadas Teorías Tortilleras: Memorias, errancias y vísceras conceptuales,
titulado “Borrador para una genealogía del activismo lésbico cimarrona”. En él,
las autoras rescatan “las huellas tortilleras de Ruth Mary Kelly, Elena
Napolitano, Teresa de Rito y ‛la Negra’ Avendaño” (2024:1), y señalan que las
lesbianas tienen una tradición política cuyas memorias son constantemente
interrumpidas. Sin embargo, también denuncian que, dentro de este mismo grupo,
existen distintos grados de invisibilidad, lo que lleva a que algunas lesbianas
caigan aún más en el olvido que otras.
La antropóloga feminista Mónica Tarducci, en un capítulo del
libro Feminismo, lesbianismo y maternidad
en Argentina (2014) también reconstruye algunos hitos de la militancia
lesbofeminista de Buenos Aires entre 1984 y 1995. Así, recupera a diferentes
grupos y espacios que fueron verdaderos semilleros de activistas lesbianas en
la Ciudad de Buenos Aires, como el grupo feminista ATEM, Lugar de Mujer, el
Frente Sáfico, Las Lunas y las Otras, el grupo de los Cuadernos de Existencia Lesbiana o las publicaciones de las
revistas Alfonsina y Brujas. Tarducci también conceptualiza
la importación y traducción de textos como actos de activismo, subrayando su
función en la promoción del carácter internacionalista del feminismo. Paula
Torricella (2010; 2020) abordó asimismo este tema al analizar el proceso
editorial de los Cuadernos de Existencia
Lesbiana, resaltando la política de traducción emprendida por dicho
proyecto. Esta estrategia permitió la recontextualización de textos extranjeros
con el propósito de enriquecer el pensamiento feminista situado y dar forma a
narrativas locales de lesbianas. La tesis doctoral de Torricella (2020, UBA),
además, presenta otro punto en común con la propuesta de mi tesis que tiene que
ver con una reflexión sobre los modos en que la escritura entre pares puede
adquirir un carácter militante al aspirar a construir un contrapúblico
feminista.
Finalmente, mi tesis doctoral (Malnis, Universidad Nacional
de Cuyo, 2024) abarca muchos años de la historia del activismo lésbico y de la
historia cultural de las lesbianas y mujeres bisexuales en diferentes
provincias argentinas. El trabajo recoge historias del activismo lésbico entre
1969 y 2012, narradas a través del hilvanado entre las voces de algunas de sus
protagonistas y de la revisión documental de algunos archivos gestados dentro
del activismo, especialmente del Archivo Documental Digitalizado del Activismo
Lésbico: Potencia Tortillera. El uso de esos dos registros (oral y documental)
buscó no sólo dar cuenta de la historia, sino también darle vida, en el sentido
de hacerla presente, humanizarla.
Como se deduce de la elección del tema, con los aportes de
este trabajo también se nutren las historias del movimiento feminista en el
país, mostrando en primera plana al activismo de las lesbianas cuyas
contribuciones han sido, en muchos casos, olvidadas o consideradas secundarias
dentro de la tradición feminista. Los grupos estudiados incluyen a Las Lunas y
las Otras (1991-2000), Lesbianas a la Vista (1995-2001), Lesbianas en la
Resistencia (1995-1997), La Fulana (1998-actualidad), Desalambrando (2002-2011),
Lesbianas en Lucha (2003-2004), Lesbianas y Feministas por la
Descriminalización del Aborto (2008-2018) y Lesmadres (2008-2013), todos grupos
que tuvieron como escenario privilegiado de acción a la Ciudad de Buenos Aires.
Pero también presento colectivos de otras ciudades, como Las Safinas (Rosario,
2003-actualidad), Fugitivas del Desierto (Neuquén, 2004-2008), Ultravioletas
(Mendoza, 2007-2013), Malas como las Arañas (La Plata, 2007-2012) y Primorosa
Preciosura (La Banda, 2008-2015), así como encuentros nacionales o
interprovinciales de lesbianas, como el promovido por el Espacio de
Articulación Lésbica (EspArtiLes) en 2008, la Juntada de Lesbianas Disidentes
del 2009 o la Celebración de las Amantes del 2012 y 2014. La tesis en su
conjunto se presenta como un testimonio de la intersección entre lo íntimo, lo
público y lo político que revela la complejidad de los entramados afectivos que
subyacen en las luchas por la visibilidad, el reconocimiento y la
redistribución que encaró el activismo de las lesbianas en este país.
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[I]Gran
parte de la literatura existente sobre las disidencias sexuales refiere
mayormente a los varones homosexuales, sus organizaciones y problemáticas,
haciendo sólo algunas menciones marginales a las lesbianas. Florencia Gemetro
muestra en un artículo titulado “Lesbianismo, homosexualidad femenina y
homosexualidad” que hasta el 2009 “las producciones sobre gays en el país
[triplicaban] los trabajos sobre lesbianismo” (2009, : 9).
[II]El
período de estudio abarca desde el surgimiento de la primera organización
homosexual en Argentina, Nuestro Mundo, que en 1971 se transformó en el Frente
de Liberación Homosexual, del cual formaban parte varios grupos, incluido Safo;
y concluye en 2012, con la primera Celebración de las Amantes en Córdoba como
hito.
[III]
Numerosos trabajos sobre homosexualidad y lesbianismo ―no específicamente en
Argentina y desde diferentes perspectivas― señalan que las lesbianas y otras
identidades sexo-disidentes entablan una relación particular con el secreto,
las mentiras y la discreción (Lorde, 1984; Rich, 1985; Pollak, 1993, 2006;
Kosofsky Sedgwick, 1998; Mogrovejo, 2000; Lacombe, 2010; Eribon, 2015). En
términos generales, además, hay consenso acerca de que las lesbianas tienen una
larga tradición con el silencio y parecería que romperlo requiere de cierta
conciencia política.
[IV]
En este punto, la propuesta de Arnés sigue la hipótesis planteada por Annemarie
Jagose acerca de que la invisibilidad es una forma de representación lésbica
–extraída de su libro Inconsequence.
Lesbian representation and the logic of sexual sequence (2002).
[V] El
separatismo como práctica y posición
política había ya sido materia de reflexión para las feministas norteamericanas
como Charlotte Bunch, Marilyn Frye, Sarah Hoagland, Roxane Dunbar, entre otras.
Algunos fundamentos políticos de esta práctica defendían la importancia de la
auto-organización y el autoconocimiento entre mujeres, la creación de espacios
seguros y libres de violencia y discriminación, donde la organización fuese
horizontal y excluyera la hegemonía masculina en la expresión. Se argumentaba que
el movimiento feminista debía centrarse en las mujeres sin desviarse ni ser
interrumpido por las necesidades o problemáticas de los hombres, así como en la
separación de instituciones, prácticas y hábitos de raíz patriarcal.
Paralelamente al separatismo feminista, las lesbianas también optaron por
establecer espacios propios para su auto-organización. Pensadoras lesbianas
como Adrienne Rich (1980), Marilyn Frye (1983) y Monique Wittig (1992)
exploraron en sus obras ideas relacionadas con el separatismo, aunque no
siempre lo respaldaron explícitamente. Rich introdujo el concepto del
“continuum lésbico”, Wittig abordó la figura de las “guerrilleras” y las
lesbianas como un tercer término más allá de las categorías de género
tradicionales, y analizó cómo las instituciones masculinas generan separación
entre mujeres, lesbianas y hombres. Frye, además, criticó la doble moral de la
sociedad estadounidense, que acusaba a las feministas de separatismo mientras
ignoraba la histórica segregación de los varones en clubes, ejército,
sindicatos, entre otros.
[VI]
El modelo patologizante e higienista dominaba el campo médico y penal del siglo
XX en Argentina. Este modelo respondía al imperativo capitalista de controlar y
optimizar el tiempo y los cuerpos de les trabajadores libres, extendiendo el ethos capitalista a todos los ámbitos de
la vida cotidiana, incluyendo, por tanto, a la sexualidad, especialmente
orientada a la reproducción para la conformación de familias integradas al
sistema productivo. A esto se debe sumar, además, el discurso patriótico que
proponía a la familia nuclear (heterosexual y reproductiva) como la base de una
nación moralmente sana; y la intervención proveniente de la criminalística, que
también producía sujetos (i)legítimos y (a)normales.
[VII]
Este libro, junto a otra obra testimonial importante: Amor de Mujeres. El lesbianismo en la Argentina hoy, de Fuskova,
Schmid y Marek (1994), son dos trabajos muy citados por la literatura de los
últimos años que estudia al lesbianismo en el siglo pasado. El libro de
Fuskova, Schmid y Marek posee gran valor histórico porque recoge experiencias
militantes de las autoras en relación con el lesbianismo y la visibilidad en la
época de la recuperación de la democracia; en él ya se observa un salto
respecto al otro libro mencionado cuyas protagonistas aún no hablaban de su
lesbianismo en términos políticos. Sin embargo, ambos trabajos confirman la
historia de patologización que sufrieron las lesbianas en aquellos años, así
como la estrategia de la “invisibilidad” que adoptaron para pasar
desapercibidas en sus familias, trabajos, y hasta en los divanes de sus
analistas.