Resumen
Este
artículo se enmarca en el análisis de las narrativas feministas de la
pospandemia en las ficciones serializadas de plataformas entendiendo a éstas
como parte del discurso social. Particularmente, tomamos como caso de estudio
la primera temporada de la serie La casa
del dragón, estrenada en 2022. Nuestra investigación se vale de una
metodología de carácter cualitativa, enfocada en el análisis de la dimensión
narrativa de la serie: construcción de personajes, guion, diálogos, tramas y
subtramas. Para ello apelamos al análisis social del discurso, al análisis
cinematográfico de la narración y al estudio de la dimensión temática del
audiovisual. La anticipación de sentido, guía de nuestras indagaciones, fue que
la trama principal de La casa del dragón
construye un discurso feminista (neo)liberal, que prevalecía también en su
precuela Juego de tronos, pero con
ciertas fisuras que implican rupturas y continuidades de los mitos de la
mujer-madre, la pasividad erótica y del amor romántico. Las conclusiones de nuestro
análisis arrojan que la serie trabajada pone en discusión temas de la agenda
feminista que se alejan de la perspectiva (neo)liberal: la crítica al
matrimonio como institución, el pacifismo y el duelo. Además, la lectura
feminista de esta serie, en la que la reivindicación del placer de las mujeres
es el núcleo narrativo de la protagonista, nos llevó a concluir que es difícil
hacerla dialogar con el feminismo neoliberal en tanto esta perspectiva no tiene
un lenguaje para el deseo.
Palabras
clave:
narrativas feministas - discurso social - ficciones serializadas - feminismo
neoliberal - La casa del dragón
Fantasy Genre on Post-Pandemic Telly: Fissures in
(Neo)Liberal Feminism of the House of the Dragon
Abstract
This
article is framed within the analysis of post-pandemic feminist narratives in
serialized platform fictions, considering them as part of the social discourse.
Particularly, we selected as a case study the first season of the series House of the Dragon, released in 2022.
Our research uses a qualitative methodology, focused on the analysis of the
narrative dimension of the series: construction of characters, script,
dialogues, plots and subplots. In order to do so, we considered the social
analysis of the discourse, the analysis of cinematic storytelling and the study
of the thematic audiovisual dimension. The anticipation of meaning, guiding our
queries, was that the main plot of House
of the Dragon constructs a (neo)liberal feminist discourse, which also
prevails in its prequel Game of Thrones, but with certain fissures that imply
ruptures and perpetuations of the myth of motherhood, of being sexually passive
and of romantic love. The conclusions of our analysis show that the series we
are working on discusses topics on the feminist agenda that are far from the
(neo)liberal perspective: the criticism of marriage as an institution, pacifism
and mourning. In addition, the feminist interpretation of this series, in which
the demand of women's pleasure is the core story of the protagonist, led us to
conclude that it is difficult to relate it with neoliberal feminism since this
perspective does not have a language of desire.
Keywords:
Feminist Narratives - Social Discourse - Serialized Fictions - Neoliberal
Feminism - House of the Dragon
Introducción
En este
trabajo examinamos la narrativa discursiva de la primera temporada de la serie La casa del dragón. Precuela de Juego de tronos (Weiss y Benioff,
2011-2019), fue producida y estrenada en 2022, en Estados Unidos. Estimamos que
esta serie es central para pensar nuestros tiempos en clave feminista debido a
que le debe a su precuela una considerable cantidad de espectadores/as y porque,
al igual que Juego de Tronos, se
trata de una narración coral que le permite distanciarse del “relato del
héroe”. En el caso particular de La casa
del dragón, ese coro de voces está integrado fundamentalmente por
personajes femeninos, cuyas historias se entrelazan.
Ursula Le Guin (1988) señaló que las novelas le
gustaban porque, en lugar de héroes, hay personas en ellas. Las protagonistas
analizadas en este trabajo tienen en común que son humanas, imperfectas, del
tipo al que podríamos pensarlas como “personas”. Creemos que es, cuanto menos,
importante dar lugar a esos relatos que se distancian, al menos un poco, del
relato de un único héroe cazador. No fue la carne cazada, dice Le Guin, lo que
hizo importante al héroe: fue el relato que llevó consigo en su regreso a la
aldea. La casa del dragón pone a los
príncipes y reyes -aquellos tradicionalmente “héroes”- en las órbitas
satelitales del relato, que giran alrededor de los personajes femeninos, siendo
éstos construidos de un modo muy distante de las historias clásicas: son
inteligentes, racionales, deseantes, intervinientes en los asuntos políticos.
Mediante
una metodología cualitativa, apelando a categorías del Análisis Crítico y
Social del discurso y las narrativas feministas, nos surge el interés de
analizar esta serie dada su relevancia, como práctica significativa, en el
discurso social actual; por tanto, en la construcción y reproducción de
sentidos en su dimensión material y simbólica. Partimos de considerar que el
relato narrativo de esta producción audiovisual se construye desde un discurso feminista (neo)liberal,
con algunos puntos de fuga respecto de su precuela, Juego de tronos.
En esa línea, examinamos los tres personajes femeninos
centrales de la serie: Rhaenyra Targaryen, Alicent
Hightower y Rhaenys Targaryen, en sus niveles fenomenológico y formal (Casetti y Di Chio, 1990) y en
relación con la dimensión temática del análisis audiovisual (Fiorini, 2022).
Apelamos, como núcleos organizadores de esta revisión, a los tres mitos
constitutivos del imaginario social moderno en torno a las mujeres: el de la
mujer-madre, el de la pasividad erótica femenina y el del amor romántico (Fernández,
1993). Finalmente, abordamos brevemente las narrativas emergentes de la primera
temporada de la serie: la crítica al matrimonio en tanto institución y el duelo
junto con el pacifismo en tanto temas de la agenda feminista de la pospandemia.
Puntos de partida: teoría y
posicionamiento político-epistemológico
En este
artículo partimos desde la epistemología feminista y las premisas del
conocimiento situado o stand point (Harding, 1986, 1998; Haraway,
1995), que reconocen el carácter situado de la mirada de quien investiga y la
imposibilidad de la “objetividad” científica de tradición empirista. Por tanto,
valora la explicitación del punto de vista de quien investiga, su formación,
recorrido, tradición disciplinar, clase, género, etnia y demás; en un uso
estratégico de esta puesta en discurso.
Sandra Harding (2010) señala que la teoría del punto de
vista intenta mapear las prácticas del poder, las maneras en que las
instituciones dominantes y sus marcos conceptuales crean y mantienen relaciones
sociales opresivas. En ese sentido, Nancy Hartsock
(1990) expresa que se debe usar la mirada de las mujeres para exponer al
sistema opresivo que permite y requiere que los hombres las dominen. Insiste en
que todas las mujeres hacen “trabajo de mujeres” al ser responsabilizadas de
producir la vida en todas sus variantes. Ello constituye el “punto de vista”
desde el cual las mujeres pueden y deben interpretar la realidad como es y como podría ser.
En este artículo analizamos la narrativa discursiva y
audiovisual de La casa del dragón
comprendiendo como discurso al
“conjunto múltiple de prácticas significantes inscritas en
materialidades diversas (no exclusivamente lingüísticas) y, también, el campo
de realización simbólica, material y comunicativa de las ideologías en el que
surgen los conflictos de interpretación que se libran en torno al uso social y
político de los signos”. (Richard, 2009:76)
El lugar que ocupa en la actualidad la producción
audiovisual en las prácticas significativas la constituye como un ámbito
ineludible de disputa de sentidos y de reproducción de roles y estereotipos de
géneros que elegimos trabajar: “el análisis del discurso sustenta, hoy, la
formulación de teorías antiesencialistas que examinan prácticas e identidades
en el cruce entre lenguaje, hegemonía, representación, cultura, valor y poder”
(Richard, 2009:76). Por ello, sumamos a nuestro marco teórico-metodológico categorías
del análisis social y crítico del discurso. Por una parte, Mijail
Bajtín concibe a los discursos como prácticas y como hechos sociales (1982a,
1982b). Para el Círculo de Bajtín, el lenguaje no existe por fuera de una
comunidad y un/a sujeto/a nunca usa el lenguaje de manera neutral, siempre está
orientado y conlleva las marcas de quien habla.
Por su parte, Valentín Voloshinov
(2009) afirma que la disputa por el poder y la hegemonía sucede en el campo de
la producción social del sentido y que la palabra es un “signo ideológico
estructurado socialmente” que se constituye en “arena de lucha de clases”
(2009:47). Ana S. Gil (2016) explica que en los signos funcionan, al mismo
tiempo, en contradicción y conflicto, valoraciones hegemónicas y
contrahegemónicas. En momentos de crisis social, los sentidos silenciados salen
a la superficie con valoraciones opuestas a los acentos hegemónicos, en combate
por apropiarse del signo. Esto nos permite reconocer la multiacentualidad como propiedad
del signo (Voloshinov, 2009).
Con la misma mirada, Marc Angenot
define al discurso social como “todo lo que se dice y escribe en un estado de
sociedad; todo lo que se imprime, todo lo que se habla públicamente o se
representa hoy en los medios electrónicos, todo lo que se narra y argumenta”
(2010:21). Para Angenot, en toda sociedad, la masa de
los discursos genera un “decible global” más allá del cual no es posible
percibir lo todavía no dicho. Independientemente de esta diversidad de
prácticas significantes, es posible identificar una resultante sintética. El
autor explica la hegemonía discursiva como un conjunto de reglas e
incitaciones, de legitimidades y de control que apuntan a lo homogéneo, a la homeostasis: un conjunto de
contradicciones y tensiones y, justamente por ello, es que puede imponerse. Sin
embargo, Angenot destaca el rol de la
contrahegemonía. La define como constituida por esos movimientos y rupturas que
aparecen en el discurso social con una lógica distinta de la dominante.
Ya explícita la importancia del discurso social, entendemos
como un aporte fundamental para pensar nuestro análisis la categoría del imaginario social. Ana María Fernández
determina que “lo imaginario es siempre simbólico” y que “las significaciones
imaginarias sociales, en tanto producciones de sentido, en su propio movimiento
de producción (...) imaginan el mundo
en el que se despliegan” (2021:327). Si las historias que contamos son
constitutivas no sólo del discurso sino también del imaginario social, las
narrativas audiovisuales serializadas contemporáneas deben ser entendidas como
un objeto de estudio fundamental para comprender el devenir social actual más
que como una mera arma del capitalismo financiero salvaje de nuestros tiempos.
Esto porque las series son audiovisión y los procesos de mediatización de la
sociedad occidental colocan en el centro de la escena a las imágenes, siendo
éstas articuladoras de representaciones sociales. La mediatización implica
cambios estructurales en la cultura y alude a transformaciones constitutivas en
ella mediante las que son reconfiguradas las relaciones entre instituciones y
las mediaciones (Hjarvard, 2016).
Existe el imaginario social instituido, las “significaciones
que consolidan lo establecido” que “operan como organizadores de sentido de los actos humanos estableciendo líneas
de demarcación de lo lícito y lo ilícito, de lo permitido y lo prohibido, lo
bello y lo feo, etc.”. Pero este imaginario
social efectivo convive con el radical,
uno instituyente, que alude a “la capacidad de autoalteración
de lo histórico-social en virtud de la potencialidad de los colectivos humanos
de inventar nuevos universos de sentido” (Fernández, 2021:327).
Lo cultural se mueve entre ambos imaginarios. Aun cuando las
narrativas audiovisuales de origen primordialmente estadounidense o europeo
tienden a reivindicar el orden patriarcal, neoliberal y mercantilista
establecido; pueden hallarse fisuras que se vuelven vitales para la existencia
del imaginario social radical. Las series de plataformas como constitutivas de
lo popular, entendido desde los Estudios Culturales como una arena de lucha por
las significaciones sociales (Hollows, 2005). Según
Omar Rincón (2015), las industrias del entretenimiento es
donde mejor se narra y reivindica lo popular. Es una “experiencia de culturas
bastardas” que “tienen sentido y existen cuando nos reconocemos hijos desde la
escena de lo masivo y lo industrial del entretenimiento” (p. 194). Las culturas
populares son bastardas, al decir de Rincón, porque sabemos quién es nuestra
única madre cultural: lo local, lo propio; pero quienes habitamos la cultura
popular del siglo XXI tenemos varios “padres-referentes culturales”, entre ellos
al pueblo, al subalterno y al mainstream
(Rincón, 2013). Para este autor, las series estadounidenses son un nuevo
espacio de opinión pública y, desde ese formato de ficciones, pueden
encontrarse “todas las claves para crear, pensar, imaginar y comunicar en
nuestro tiempo” (Rincón, 2016:157).
Este trabajo está centrado en las narrativas feministas de
la serie. A diferencia de otras perspectivas desde las que se estudian las
plataformas y los formatos del audiovisual contemporáneo, es en el discurso y
no en los dispositivos donde ponemos el foco de nuestro análisis. Es importante
esta aclaración debido a que nuestro método está atravesado por el análisis del
discurso cinematográfico en su dimensión narrativa. No pretendemos con ello
asimilar el cine a las series, pues entendemos que la experiencia
cinematográfica que dio lugar a los estudios fílmicos dista de la experiencia
de ver una serie en una plataforma, como es el caso del corpus de nuestra
investigación. Sin embargo, consideramos pertinentes las palabras de Leonardo Murolo (2019): “a pesar de no tratarse ni de cine ni de
televisión, [las series] exploran y explotan el lenguaje audiovisual teniendo
como espejo intertextual las pantallas tradicionales” (p. 20). Es por ello que,
aun cuando no todas las series apelan al lenguaje cinematográfico[I]
para crear una estética y una narrativa propia, la mayoría de ellas sí se valen
de la audiovisión para construir el relato.
Es necesario enfatizar que este trabajo no hace referencia
al discurso que se constituye en lo formal del lenguaje cinematográfico, sino a
lo narrativo. La exclusión del análisis formal en este artículo responde a la
imposibilidad de abordarlo en conjunto con el análisis de narrativas en la
extensión que permite este formato de texto científico. Ello no significa que
no consideremos ese análisis tan fundamental como el que presentamos aquí desde
una perspectiva culturalista y del análisis del discurso.
Hace cincuenta años Laura Mulvey
(1970) advirtió que el cine clásico de Hollywood de las décadas del 30 y 40
(re)presentaba a los personajes femeninos como objetos de la mirada (deseantes
del deseo) y a los masculinos como sujetos activos deseantes, demostrando
también que el punto de vista cinematográfico estaba construido a partir de la
perspectiva androcéntrica[II]
predominante. Señaló entonces que “el mundo fantástico de la pantalla está
sujeto a la ley que lo produce” (p. 370) y que es el punto de vista, “la
mirada, la posibilidad de variarla y hacerla patente” lo que define al cine (p.
376).
Nuestro
trabajo recupera las contribuciones del análisis de la narración propuesto por
Francesco Casetti y Federico Di Chio
(1990). Específicamente, tomamos la propuesta del estudio de los personajes en
sus niveles fenomenológico y formal; es decir, como personas y en tanto roles.
Nos guiamos aquí por los tres personajes femeninos fundamentales en la
narración de la primera temporada de la serie que nos convoca: Rhaenyra Targaryen, Alicent Hightower y Rhaenys Targaryen. Consideramos
que estas herramientas analíticas nos permiten esbozar un camino siguiendo las
“instrucciones de lectura” que son proporcionadas por la narración en sí misma,
a través de la cual se “evidencia desde el principio desde qué perspectiva
organiza su discurso” (Casetti & Di Chio, 1990:201).
A su vez,
relacionamos dichas categorías con el análisis de la dimensión temática que
aporta Daniela Fiorini (2022). Los núcleos organizadores de esta revisión de la
primera temporada de La casa del dragón
se sintetizan en lo que Ana María Fernández (1993) ha señalado como los tres
mitos constitutivos del imaginario social moderno en torno a las mujeres:
el de la mujer-madre, el de la pasividad erótica femenina y el del amor
romántico.
“Los hombres preferirán ver que el reino
arda antes que dejar que una mujer ascienda al Trono de Hierro”
La casa del dragón está basada en la novela Fuego y sangre de George R. R. Martin
(2018). La serie es del género fantástico y transcurre en un lugar ficticio:
los Siete Reinos. La ambientación es medieval: la organización política del
lugar se asienta sobre la Corona (un rey) y sus lores que le sirven. La trama gira en torno a la línea sucesoria de
la dinastía Targaryen, la familia real, llamada “la
casa del dragón” porque se caracteriza por tener dragones y ser sus jinetes. El
conflicto se produce cuando la esposa del rey Viserys muere y éste queda sólo
con una hija, Rhaenyra, a quien -ante la ausencia de
herederos masculinos- nombra como heredera legítima. Al contraer matrimonio por
segunda vez, el monarca tiene hijos varones y por ello se desatan
conspiraciones que dan sus frutos cuando el rey muere: la familia de la reina
viuda usurpa el trono coronando a su hijo, el primer hijo varón de Viserys,
traicionando así el juramento de lealtad a Rhaenyra.
Ello desencadena una guerra civil en todo el reino. A continuación, presentamos
una síntesis de cada capítulo de la primera temporada de la serie.
1. Los herederos del dragón: El Consejo del Rey Jahaerys Targaryen elige como
heredero a Viserys en lugar de Rhaenys. Años después,
Aemma, esposa de Viserys, muere en un parto, quedando
él viudo y con una sola hija, Rhaenyra. Ante las
deslealtades de Daemon, el hermano menor del rey, éste lo deshereda y
destierra. Viserys le cuenta a Rhaenyra una profecía
de sus antepasados que augura que la sangre Targaryen
deberá regir para unir al reino contra un largo invierno que traerá muerte. Rhaenyra es nombrada heredera legítima al trono, con todos
los lores del reino jurándole
lealtad.
2. El príncipe canalla: Rhaenys
Targaryen, prima del rey, junto a su esposo, Corlys Velaryon, le proponen a
Viserys que se case con la hija de la pareja -Laena-
y unan a las casas de la Antigua Valyria para
fortalecer al reino. Alicent, amiga de Rhaenyra e hija de Otto Hightower
(la Mano del Rey), es enviada por él a “consolar” al rey en su duelo. Daemon se
roba un huevo de dragón y se lo lleva a Dragonstone.
Viserys envía a una comitiva liderada por Otto, pero es Rhaenyra
quien intercede para que la devolución sea en términos pacíficos. Viserys
rechaza el matrimonio con Laena Velaryon
y anuncia que se casará con Alicent.
Imagen 1. Rhaenyra
en “El príncipe canalla”
3. El segundo de su nombre: Se realiza una cacería para
celebrar el segundo cumpleaños del primer hijo varón del rey, Aegon, nacido de Alicent. Viserys
comienza a buscar una pareja para Rhaenyra. Ella se
enfurece ante la idea de casarse. De regreso al castillo, Otto le indica a Alicent que debe criar a Aegon
para gobernar porque el reino no aceptará a Rhaenyra
como reina teniendo un hermano varón. Viserys le jura a Rhaenyra
que no la reemplazará como heredera y le permite elegir a la pareja que le
plazca para casarse. Corlys y Daemon ganan una guerra
contra la Triarquía.
4. El Rey del Mar Angosto: Rhaenyra
escucha a pretendientes que buscan casarse con ella, pero vuelve a Desembarco
del Rey al mismo tiempo que Daemon. Éste se reconcilia con Viserys. Por la
noche, invita a Rhaenyra a pasear por el pueblo,
ocultando sus identidades. Terminan en un prostíbulo, donde se besan y excitan.
Daemon la abandona. Ella vuelve al castillo y tiene sexo con Criston Cole, su guardia. Otto es informado acerca de que
Daemon y Rhaenyra fueron vistos en un prostíbulo.
Nuevamente, Viserys destierra a Daemon. Alicent habla
con Rhaenyra y ella le jura que no tuvo relaciones
con Daemon y que sigue siendo una doncella. Alicent
intercede por ella ante Viserys. Éste obliga a Rhaenyra
a casarse con Laenor Velaryon,
hijo de Corlys y Rhaenys. A
su vez, la princesa le dice a su padre que él debe echar a su Mano por enviar a
espiarla.
5. Iluminamos el camino: Daemon asesina a su esposa.
Viserys y Rhaenyra viajan a Driftmark
para proponer el matrimonio entre ella y Laenor. Lyonel Strong es la nueva Mano
del Rey. Rhaenyra y Laenor
hacen un pacto: cada cual podrá tener relaciones sexuales con quien les plazca.
En el regreso a la capital, Criston le propone a Rhaenyra huir, casarse y vivir libres. Rhaenyra
se niega, pero le dice que pueden seguir con su relación extramatrimonialmente.
Criston se ofende y termina por contarle a Alicent que tuvo sexo con Rhaenyra,
por lo que Alicent llega a la conclusión de que su
amiga le mintió y que su padre fue desligado de la Corte injustamente. Llega
tarde al casamiento de Rhaenyra y Laenor,
interrumpiendo el discurso del rey. Criston Cole
asesina al amante de Laenor y luego está por
suicidarse, pero Alicent interviene.
Imagen 2. Alicent en “Iluminamos el camino”
6. La princesa y la reina: Rhaenyra,
ya adulta, da a luz a su tercer hijo. Daemon está casado con Laena Velaryon y ella también
está embarazada por tercera vez, pero su parto se complica y termina por
ordenarle a su dragona que la prenda fuego. Alicent
difunde su sospecha de que los hijos de Rhaenyra son
bastardos y que, aunque Laenor se presenta como su
padre, su progenitor es su amante, Harwin Strong, hijo de la Mano del Rey. Éste tiene un altercado
con Criston Cole que lo deja en evidencia. Rhaenyra, su esposo y sus hijos se radican en Dragonstone. Lyonel escolta a su
hijo al hogar de los Strong. Ambos mueren allí por
una conspiración entre Alicent y Larys,
el hijo menor de Lyonel y hermano de Harwin.
7. Driftmark: Los restos de Laena son despedidos. Otto es nuevamente Mano del Rey.
Daemon y Rhaenyra tienen sexo. Aemond,
segundo hijo de Alicent y Viserys, reclama como
propia a Vhagar, dragona de Laena
que se ha quedado sin jinete. Aemond llama
“bastardos” a Jace y Luke. En el altercado, éste le quita un ojo a Aemond. Alicent reclama justicia
por su hijo, toma una daga e intenta atacar a Luke pero Rhaenyra
se interpone. Alicent la lastima. Rhaenyra
y Daemon contraen matrimonio luego de hacer pasar por muerto a Laenor, quien realmente huye para vivir su vida en
libertad.
8. El Señor de las Mareas: Corlys
está convaleciente tras haber sido herido en batalla. Viserys está débil y
enfermo. Otto y Alicent gobiernan en su lugar. Una
criada del castillo le dice a Alicent que Aegon, su hijo, la ha violado. El hermano menor de Corlys, Vaemond, quiere reclamar
su derecho a la herencia de Driftmark si su hermano
muere, negándole ese legado a quien ha sido elegido por Corlys
como su heredero: Luke, hijo menor de Rhaenyra.
Viserys se define en favor de Rhaenyra y Luke. Daemon
asesina a Vaemond por insultar a Rhaenyra
y a sus hijos. Toda la familia tiene una cena conciliadora a pedido de Viserys.
Cuando él se retira, Aemond acusa nuevamente de
bastardos a los hijos de Rhaenyra. Ella y su familia
vuelven a Dragonstone. Viserys muere.
9. El Consejo Verde: Los consejeros del difunto rey
Viserys y Alicent se reúnen. Determinan que coronarán
a Aegon. Alicent y Otto,
cada cual por su lado, envían a personas de su confianza para que lo
encuentren. Aprisionan a Rhaenys. Aegon
es entregado a Criston Cole y a Aemond,
quienes lo buscaban en nombre de la reina. Aegon es
coronado ante las masas. Rhaenys irrumpe en el acto
con su dragona, Meleys, y huye.
Imagen 3. Rhaenys en “El Consejo Verde”
10. La Reina Negra: Rhaenys
arriba a Dragonstone a advertirle a Rhaenyra lo sucedido en Desembarco del Rey. Rhaenyra da a luz a su tercera hija con Daemon, pero nace
muerta. En el funeral, Rhaenyra es coronada. Corlys se recupera y Rhaenys
intercede para que se posicione en favor de Rhaenyra.
Otto llega con una comitiva con términos para que aquella le jure lealtad a su
hermano. Rhaenyra dice que responderá al día
siguiente. Envía a sus hijos mayores a recordarles sus juramentos a los grandes
señores del reino. Luke es destinado a Bastión de Tormentas, donde se topa con Aemond. Tanto Luke como Arrax, su
dragón, son asesinados por Vhagar y Aemond. Daemon le da la noticia a Rhaenyra.
Esta
síntesis evidencia que la trama principal de la serie es la de una mujer a la
que se le presentan múltiples obstáculos para acceder a su derecho legítimo
como heredera al poder político de un reino. Explicitar la sinopsis de cada
episodio demuestra también que los personajes masculinos son mayormente
violentos, desleales y autoritarios. A continuación, centraremos el análisis en
la protagonista desde la que se construye el punto de vista de la narración, Rhaenyra; su antagonista, Alicent;
y su aliada, Rhaenys. Este último es un personaje
primordialmente secundario pero fundamental en la narrativa si, de acuerdo con
nuestro método, seguimos a los personajes femeninos principales. La importancia
de estas actantes en nuestro análisis radica en lo que
tienen en común y en las interacciones que se dan entre ellas en el relato.
Exponemos ahora una caracterización de ellas siguiendo la propuesta de estudio
fenomenológico y formal de los personajes según Casetti
y Di Chio (1990).
Rhaenyra
Targaryen
La protagonista de la serie, desde una perspectiva
fenomenológica -es decir, en tanto “persona”, alguien “tendencialmente real” (Casetti & Di Chio,
1990:178)-, es un personaje redondo (complejo y variado), contrastado
(inestable y contradictorio) y dinámico (en evolución constante). En el nivel
formal del personaje, es activa (aparece como fuente directa de la acción,
opera en primera persona); predomina una personalidad autónoma (acciona
directamente, sin mediaciones y es ella misma el motivo por el que se mueve).
Sin embargo, en algunas ocasiones (sobre todo a partir del séptimo episodio),
también aparece como influenciadora en tanto “hace hacer” a otros/as
personajes, siendo estos/as quienes ejecutan las decisiones de Rhaenyra. Se trata también de un personaje modificador, sus
acciones están dirigidas a cambiar las situaciones: de allí la frase “cuando
sea reina, crearé un nuevo orden” que le dice a Rhaenys
en el capítulo dos. Rhaenyra es la protagonista
porque sostiene la orientación del relato.
Es rebelde, desafiante de la autoridad y de las normas
establecidas. Esta caracterización aparece sobre todo en la Rhaenyra
adolescente (capítulos 1-5). Tiene conciencia de lo condicionada que está por
ser mujer. En el segundo capítulo le dice a Alicent:
“conozco a esos hombres y cómo confabulan en sus consejos secretos cuando me
piden que me retire (de las reuniones del Consejo del Rey)”. Otra
característica es que, de adolescente, tiene la aspiración frustrada de ser una
guerrera: “prefiero servir (al reino) como caballero e ir a batalla en busca de
la gloria”, le dice a su madre en el episodio piloto cuando ésta le advierte
que pronto estará embarazada, acostada en una cama, y que esa es la forma en la
que las mujeres sirven al reino. De adulta (a partir del sexto capítulo), esa
frustración se torna contradicción entre la carga de ser la heredera al trono
y, a la vez, el deseo de transformar el orden vigente a uno en el que ella -una
mujer- pueda gobernar e intervenir activamente en la política, en la toma de
decisiones para mejorar la vida de sus súbditos/as. Su deseo de gobernar se
diferencia del de los hombres, excepto -al menos en este sentido- de su padre:
en el séptimo capítulo declara que ella no será una tirana ni gobernará a
través del terror.
Alicent Hightower
Se asemeja a Rhaenyra en cuanto al
análisis fenomenológico (personaje redondo, contrastado y dinámico); no así en
el nivel formal, ya que su rol es predominantemente pasivo, conservador y
antagonista. Es prevalecientemente pasiva porque es un personaje objeto de las
iniciativas de otrxs (principalmente de su padre,
Otto). Aún así, en los capítulos 8 y 9 cobra
relevancia y, en su rol activo, es más influenciadora que autónoma, a
diferencia de Rhaenyra. Es conservadora en tanto se
torna un punto de resistencia en la narración -busca proteger y mantener un
orden amenazado- y antagonista porque manifiesta la orientación inversa a la
del relato.
Desde su segunda línea de diálogo, la personalidad de Alicent queda manifiesta como opuesta a la de Rhaenyra: cuando ésta le dice que pronto su dragona podrá
llevar dos monturas, sugiriendo que podrán volar juntas, Alicent
le responde que “prefiere seguir como espectadora”. En contrapartida a Rhaenyra, que apunta siempre a la acción y a la rebeldía,
ser “espectadora” es el gran rol que desempeña Alicent
en La casa del dragón, al menos hasta
determinado punto: es desde su lugar de espectadora y desde sus convicciones
que construye poder y, por lo tanto, acciona. Esto ocurre, fundamentalmente, a
partir de su último episodio (el quinto) como una joven lady y desde su adultez (capítulos 6-10).
La antagonista de la serie es, a diferencia de la
protagonista, respetuosa y obediente de las autoridades, sobre todo de “la Fe”
(la religión), la Corona, y de su padre. Además, sobre todo en su versión de
adolescente, es cumplidora y servicial del lugar que “le corresponde” en la
sociedad por ser mujer: cuando Rhaenyra -su amiga en
esos episodios- le dice la frase citada acerca de las confabulaciones de los lores del Consejo del Rey en su ausencia
(capítulo 2), Alicent le responde que no debería
preocuparse “por asuntos de lores y
reyes”.
Otro punto de desencuentro con la princesa es que, ya siendo
reina (a partir del tercer episodio), la antagonista interviene en cuestiones
políticas pero sin exponerse públicamente ante el Consejo del Rey, como sí lo
hace la protagonista. Alicent le aconseja a Viserys
en su habitación, en el ámbito privado. Es ese el rol que deben tener las
mujeres en la política según ella. Esto se reafirma cuando, en el penúltimo
episodio, le dice a Rhaenys: “(las mujeres) no
gobernamos, pero podemos guiar a los hombres que lo hacen. Gentilmente, lejos
de la violencia y la destrucción, para encaminarlos hacia la paz”.
Una escena bisagra en su arco narrativo es cuando se
enfrenta a Rhaenyra amenazando con una daga a su
hijo, Luke, ante la pérdida del ojo de Aemond. Allí, estas actantes intercambian las siguientes palabras:
Rhaenyra: Has ido demasiado
lejos.
Alicent: ¿Yo? Sólo he hecho lo que
se espera de mí. Siempre protegiendo al reino, a la familia, la ley. Mientras
tú desobedeces todo. ¿Dónde está el deber? ¿Dónde está el sacrificio?
Aplastados debajo de tu preciado pie. Ahora le quitas el ojo a mi hijo y hasta
de eso crees tener derecho.
Rhaenyra: Es agotador, ¿no?
Esconderte tras el manto de tu rectitud. Pero ahora te ven como eres en
realidad.
El forcejeo termina con Alicent
haciéndole un corte en el brazo a Rhaenyra. Sobre esa
escena, Alicent luego le dice a su padre: “Me he
comportado de un modo inapropiado para mi posición. Para cualquier posición.
Perdí la compostura, ataqué a la princesa. Los rumores ya se están esparciendo,
dicen que me he vuelto loca”. En definitiva, el único momento en el que Alicent da rienda suelta a sus emociones, se percibe a sí
misma como una excedida.
En El señor de las
mareas (capítulo 8), el siguiente a la escena descrita, Alicent
ha cambiado su imagen: usa vestidos que cubren más su cuerpo y una gran
“Estrella de las Siete Puntas”, símbolo de la religión oficial de los Siete
Reinos, colgada de su cuello. Una de las frases que pronuncia en este episodio
es: “los emblemas de los Siete nos guían en un sendero incierto. Nos recuerdan
una autoridad superior. (...) El Padre es justo y me ordena olvidar las
acusaciones que has hecho hoy”.
Imagen 4. Alicent
con el dije de la “Estrella de las Siete Puntas”
Rhaenys Targaryen
“La reina que nunca fue”, analizada desde el nivel
fenomenológico, es opuesta a Rhaenyra y a Alicent, pues su personaje es más bien plano, lineal y
estático. Varios años mayor que ellas, es una actante plana
porque es simple y unidimensional; es lineal porque es uniforme y bien
calibrada; y es estática porque es estable y constante. Sin embargo, desde la
perspectiva formal, es un personaje activo, más influenciador que autónomo. En
principio, aparece como un personaje conservador del orden establecido. En el
segundo capítulo le dice a Rhaenyra:
“Ya sea
con mi hija o con alguien más, tu padre se volverá a casar, más pronto que
tarde. Su nueva esposa le dará nuevos herederos y las probabilidades son que
uno de ellos sea varón. Cuando ese varón llegue a la edad, y tu padre haya
fallecido, los hombres del reino esperarán que él sea el heredero, no tú.
Porque ese es el orden de las cosas. (...) Esta es la dura verdad que nadie más
se atreve a decirte. Los hombres preferirán ver que el reino arda antes que
dejar que una mujer ascienda al Trono de Hierro”.
No es
hasta el octavo capítulo que se posiciona en favor de Rhaenyra,
como un personaje modificador del “orden de las cosas”, aliándose a ella y a su
objetivo de ascender al trono. En tanto influenciadora, Rhaenys
se dedica más bien a provocar acciones sucesivas, “hace hacer” a lxs demás. Ejemplo de ello es cuando, en el último
episodio, convence a su esposo de que la casa Velaryon
mantenga la alianza con Rhaenyra y se declare en su
favor ante la usurpación.
Rhaenys
es la voz de la experiencia y sabiduría en la serie, también la más realista.
Desde el primer momento, aunque se desempeña como un personaje conservador, es
la más prudente consejera de Rhaenyra. Más aún, en
ese episodio (El Señor de las Mareas)
bisagra para su personaje, hay un quiebre en cuanto a su objetivo y su rol en
la narración. Esta transformación no está del todo explícita, sino insinuada:
cuando se presentan diversos reclamos por la herencia de Driftmark
ante el riesgo de muerte de Corlys, Rhaenys asiste a Desembarco del Rey para reclamar su propio
derecho al trono de su esposo. No obstante, el heredero nombrado por la
“Serpiente Marina” es Lucearys, hijo de Rhaenyra. Ésta le pide apoyo a Rhaenys,
a cambio de comprometer a sus propios hijos -Jace y Luke- con las nietas de Rhaenys, Baela y Rhaena. Rhaenys abandona su
propio reclamo para apoyar el de Rhaenyra.
El don de
Rhaenys es el consejo, la palabra. Cuando tiene la
oportunidad de hacer arder con su dragona a la familia Hightower
ante la usurpación del trono, no lo hace. En el capítulo final de la
temporada, Daemon la acusa y ella responde: “Se desatará una guerra por esta
traición. Pero esa guerra no es mía para iniciarla”. Es la única que no se arrodilla ante Rhaenyra cuando es coronada en Dragonstone,
pero no necesita hacerlo. A Rhaenyra la defiende
hasta ante Corlys, cuando él se refiere a ella como
una “chica que destruye todo lo que toca”. A ello, Rhaenys
le responde: “Esa chica mantiene unido al reino, por el momento. Todos los
hombres alrededor de su mesa insisten en que lleve al reino a la guerra. Rhaenyra es la única que ha demostrado control”.
Imagen 5. Rhaenys,
voz de la experiencia y de la sabiduría.
Rompiendo y reforzando mitos: Análisis de
la dimensión temática
A la hora
de analizar las narrativas feministas contemporáneas, es fundamental
preguntarnos qué es lo que circula de los feminismos en lo cultural, en el
plano discursivo; qué sentidos entran en disputa en lo simbólico. En las series
más que en el cine, la distinción que Teresa de Lauretis
(1984) hizo en los años 80 entre “la mujer/las mujeres” podría actualizarse en
términos de “el feminismo/los feminismos”. Si “la mujer” opera como
construcción del discurso hegemónico y “las mujeres” hace referencia a seres
históricos reales, el mainstream de
las ficciones audiovisuales que ha tenido lugar desde la segunda década del
siglo XXI aporta a la construcción de un discurso feminista dominante
representativo de lo que Catherine Rottenberg (2018)
ha llamado el “feminismo neoliberal”[III]
(Martín Varela, 2023). Éste
exalta
valores propios de la fase actual del capitalismo financiero: el
individualismo, el fetiche de la mercancía, el discurso motivacional y la
productividad en términos de emprendedurismo. Este
tipo de feminismo celebra “el éxito individual femenino”, que consiste en un
equilibrio entre el triunfo en la vida profesional de las mujeres y el
sostenimiento de la familia tradicional. La narrativa del feminismo neoliberal
se configura, al igual que la categoría de “la mujer” de De
Lauretis, mediante el discurso dominante que se
difunde en productos culturales. (Martín Varela, 2023)
Dicha
construcción discursiva encuentra en las pantallas -a través de películas y
series de plataformas de video a demanda y streaming- un potente dispositivo
para multiplicarse y éstas, a su vez, constituyen el modelo de empresa
prototípico del sistema económico digital vigente (Srnicek,
2018). La relación entre ambas categorías, tanto la de mujer-mujeres de Lauretis como la de feminismo-feminismos, se expresa en el
lenguaje. Es una ilación simbólica, establecida culturalmente a través de la
disputa de sentidos sociales, en la que lo audiovisual desempeña un papel
fundamental.
La casa del dragón
presenta una trama que, en principio, podría entenderse como más propia del
feminismo liberal que del neoliberal: un personaje protagonista femenino que no
puede acceder al poder que se le ha asignado y cuya maternidad aparece siempre
como un obstáculo para ejercer y defender ese poder. Pero si ahondamos en el
análisis, más allá de la trama evidente, nos encontramos con continuidades y
rupturas de aquellos tres mitos propuestos por Ana María Fernández (1993) como constitutivos del
imaginario social moderno en torno a las mujeres. Por lo tanto, hay
modulaciones en torno al discurso feminista (neo)liberal que podría darse como
establecido en esta serie si no afinamos la mirada. Eso es, precisamente, lo
que haremos a continuación: profundizar el análisis de La casa del dragón en relación con los mitos de la mujer-madre, la
pasividad erótica femenina y el amor romántico; atravesados a su vez por los
tres personajes en los que indagamos antes.
Mito de la mujer-madre: “No dejaré que
ese sea mi destino”
El asunto
de la maternidad es, para la Rhaenyra adolescente,
como una fobia. El primer rasgo de esto es cuando, en el primer capítulo, su
madre embarazada, Aemma, le dice: “pronto tú estarás
acostada en esta cama, Rhaenyra. Esta incomodidad es
la forma en la que servimos al reino (...) Tenemos vientres reales tú y yo. El
parto es nuestro campo de batalla. Debemos aprender a enfrentarlo con
entereza”. La respuesta de Rhaenyra es que prefiere
“servir como caballero e ir a la batalla en busca de la gloria”. La muerte de Aemma durante el parto hace que el origen del rechazo de Rhaenyra a la maternidad no quede claro: puede aparecer
como una renuencia al mandato en sí mismo, pero a nivel narrativo parece ser
que su aversión se relaciona con el hecho de que su propia madre haya muerto
cumpliendo con el “deber” de engendrar y parir herederos/as. “Mi madre fue
hecha para producir herederos hasta que eso la mató. No dejaré que ese sea mi
destino”, le dice Rhaenyra a Daemon en el cuarto
episodio. También le dice que su esposa “ha sido afortunada: no has puesto un
niño en ella”. Muy a su pesar, a partir del tercer capítulo de la serie, la
expectativa de que ella materne crece cada vez más, de allí que Viserys
la presione para casarse y tener hijos/as. La maternidad, al igual que el
matrimonio, son mandatos cuestionados pero que, aún a regañadientes, Rhaenyra no logra eludir.
Por su
parte, Alicent, a partir del tercer capítulo ya es la
nueva esposa del rey y madre de sus hijos. Su comentario en cuanto a la
maternidad, en ese episodio, es que “no es tan malo”. Ante la insistencia de su
padre, Otto Hightower, en que debe educar a su primer
hijo para que sea rey, aun cuando Viserys nombró y reafirmó como heredera al
trono a Rhaenyra, Alicent
muestra resistencia pues no desea hacer de su hijo un usurpador. Este personaje
cumple con la maternidad en cuanto al deber de concebir, gestar y parir; pero
no parece tener un rol activo en la formación de sus hijos/as: en el octavo
capítulo, cuando Aegon ha violado a una de sus
criadas, en vez de regañarlo desde una posición constructiva en cuanto a que
las mujeres no son objetos a disposición de los varones, lo reprende diciéndole
que piense en la vergüenza sobre su esposa y sobre ella misma. Aunque parece
desconocer la crueldad que caracteriza a sus hijos varones, sí refleja la
imagen de la “madre protectora”: cuando Luke le quita el ojo a Aemond es tal su indignación e impotencia que quiere hacer
justicia por su propia mano y, cuando Rhaenys
interrumpe con Meleys la coronación de Aegon, ella se interpone entre él y la dragona. Cabe
señalar, finalmente, que Alicent toma a la maternidad
como el punto de encuentro con Rhaenyra, inclusive
cuando su amistad de la juventud ya quedó en el pasado. Es así como en el
capítulo 8, cuando Viserys les pide a lxs integrantes
de su familia que se den una tregua y Rhaenyra alza
la copa para brindar por Alicent, ella responde: “Su
generosidad me conmueve, princesa. Ambas somos madres y amamos a nuestros
hijos. Tenemos más en común de lo que a veces reconocemos. Alzo mi copa por
usted y por su casa. Será una gran reina”.
El mito
de la mujer-madre aparece mucho más atenuado en Rhaenys.
Ella es madre, pero no es un núcleo narrativo en su personaje. Es necesario
señalar que prácticamente todos los personajes femeninos de la primera
temporada de La casa del dragón maternan. No aparece como posibilidad en la narración que
una mujer no pueda o no quiera ser madre.
Mito de la pasividad erótica: “No había
júbilo en ello. Lo encontré en otra parte”
Imagen 6. Rhaenyra
encarna la ruptura del mito de la pasividad erótica en la serie.
Rhaenyra, tanto adolescente
(capítulos 1-5) como adulta (6-10), aparece en esta serie -en términos
narrativos- como la ruptura del mito de la pasividad erótica y la
reivindicación del placer. En el cuarto
episodio, cuando Daemon la lleva a un prostíbulo, éste le dice: “Coger es
placer, ¿lo ves? Para la mujer y para el hombre. El matrimonio es un deber, es
cierto. Pero eso no evita que hagamos lo que queramos. Con quien queramos”. En
este capítulo ella experimenta por primera vez el deseo y el placer sexual,
primero con Daemon y luego con Criston Cole. Tanto en
esa ocasión como en el séptimo capítulo, es ella quien toma la iniciativa.
En Driftmark,
antes del acto sexual, le cuenta a Daemon que ella y su esposo gay intentaron
concebir a un hijo: “Hicimos nuestro deber lo mejor posible, pero no funcionó.
No había júbilo en ello. Lo encontré en otra parte. Se sintió bien ser
deseada”. Rhaenyra hace referencia a su relación
extramatrimonial con Harwin Strong.
En el quinto episodio, en un diálogo con Laenor, su
futuro marido, le propone que contraigan matrimonio cumpliendo con sus deberes
como familias reales y que cumplan con sus deberes con sus “padres y con el
reino”. Aún así, cada quien podría gozar de su
sexualidad como le placiera. Esta narrativa sobre el placer sexual encarnada en
Rhaenyra le vale ser constantemente violentada por
personajes masculinos que se refieren a ella como una “puta”. Rhaenyra sabe que estaría libre de ese insulto si no fuera
una mujer. A su padre, en el cuarto capítulo, le dice: “si fuera hombre, podría
acostarme con quien yo quisiera. Podría engendrar a una decena de bastardos y
nadie en tu corte diría una sola palabra”.
La contracara de Rhaenyra en este
sentido aparece, una vez más, en Alicent. Ella, al
final del primer capítulo, es convocada por su padre para que “le dé consuelo”
al rey, quien enviudó. Sugiere que para la visita use un vestido de su madre,
es decir, propio de una adulta. Como habíamos analizado, Alicent es -en el
nivel formal del personaje- predominantemente pasiva. Esta escena en la que es
enviada por su padre a seducir al rey (para que luego termine por casarse con
ella y se convierta en la reina de los Siete Reinos) es un ejemplo de esa
pasividad: contrariamente a Rhaenyra, que acciona la
iniciativa, Alicent es el objeto de las iniciativas
de otros que, son, centralmente, personajes masculinos. Es precisamente lo que
le señala Rhaenys en el noveno capítulo: “estás al
servicio de los hombres. Tu padre, tu esposo, tu hijo. No deseas ser libre sino
una ventana en la pared de tu prisión”.
Alicent, por otro lado, condena el
erotismo y la facilidad con la que Rhaenyra pasa por
alto los “deberes” maritales y hacia la realeza de su sangre. Principalmente,
reprueba que tenga hijos extramatrimoniales. En el sexto episodio le dice a
Viserys: “Tener un hijo así es un error. Tener tres es un insulto al trono, a tí, para la casa Velaryon y la
pareja que tanto buscaste para ella. Sin mencionar la decencia misma”. Luego le
menciona a Criston Cole: “Alardea del privilegio de
su herencia. Espera que todos en la Fortaleza Roja nieguen la verdad frente a
sus ojos (...) Tengo que creer que prevalecerán el honor y la decencia, al
final”. Cuando Dyana, la criada a la que violó Aegon le cuenta lo sucedido, Alicent
le cree, pero le advierte: “aunque yo creo que no es tu culpa, otros podrían
dudarlo. Podrían pensar que tratabas de difamar al príncipe, o peor aún: que
eres el tipo de mujer que pudo haberlo provocado. Sabes lo que les pasa a esas
mujeres”.
También es importante, para señalar cómo Alicent
aparece como objeto de los deseos de otros, la escena en que ella obtiene
información de Larys Strong
a cambio de exponer su cuerpo (particularmente los pies) ante él para que se
masturbe. Aquí también se fortalece el mito de la pasividad erótica en Alicent: ella es puro objeto de placer ajeno, nunca sujeta
activa del goce.
Otra vez
puede decirse que Rhaenys no entra en juego con el
mito, ni para representarlo ni para romperlo. Podemos asumir que, al cumplir el
rol de aliada de Rhaenyra, si Rhaenys
apareciera en este sentido igualmente rupturista que ella con el mito de la
pasividad erótica; si dos actantes desempeñan un mismo rol, habría una
saturación narrativa. Si, de lo contrario, Rhaenys
condenara la eroticidad de Rhaenyra
como lo hace Alicent, cabría la emergencia de una
contradicción en el personaje de Rhaenys: sería más
bien aliada de la antagonista y no de la protagonista. No obstante, no debe
pasar desapercibido en el análisis que el personaje femenino de mayor edad de
la serie no sea visto relacionándose con su sexualidad.
Mito del amor romántico: “Tener a cada
caballero y lord de los Siete Reinos adulándote… Qué miseria”
De los
tres mitos propuestos por Ana María Fernández, este es probablemente el menos
representado en la serie. Para la autora, este mito está profundamente ligado
al de la pasividad erótica puesto que empuja a las mujeres a una búsqueda del
reconocimiento masculino y la aleja de la búsqueda del reconocimiento del
deseo. En palabras de Fernández: “Tal vez la ilusión de que el amor de un
hombre puede redimir los exilios y destierros sea uno de los resortes a través
de los cuales el mito del amor romántico mantiene su eficacia -y su violencia-
simbólica” (1993:260).
Nuevamente,
Rhaenyra Targaryen y Alicent Hightower son las dos
caras de una misma moneda. Es Alicent quien mantiene
activo el mito en el relato, de una manera sutil pero potente, mientras que Rhaenyra lo cuestiona. En el capítulo El rey del Mar Angosto, ambas tienen el siguiente diálogo luego de
que Rhaenyra volviera inesperadamente pronto de su
viaje para encontrar un candidato al matrimonio:
Alicent:
Tener a cada caballero y lord de los Siete Reinos adulándote… Qué miseria (dice
con sarcasmo). Es raro que las jóvenes en el reino puedan decidir entre dos
pretendientes, no dos ejércitos de ellos.
Rhaenyra:
Esos hombres y niños no me adulan. Sólo quieren mi nombre y sangre de Valyria para sus hijos.
Alicent:
Yo creo que es romántico.
Rhaenyra:
Qué romántico debe ser que te aprisionen en un castillo y te hagan expulsar
herederos. (Inmediatamente se da cuenta de que está describiendo precisamente
lo que han hecho con Alicent). Lo siento…
En el
mismo capítulo, cada una de estas actantes tiene una
escena más en la que refuerzan su postura con respecto al amor romántico. Por
un lado, Alicent es burlada por Viserys y Daemon
cuando le propone a este último, recién llegado de la batalla, ir a ver unos
tapices que les han regalado de tierras lejanas. Ambos varones se ríen de ella
y Viserys le dice que Daemon “no está interesado en esas cosas”. Ahí vemos cómo
Alicent queda dolida en busca de un reconocimiento de
su esposo que no encontró. Por su parte, otro cuestionamiento por parte de Rhaenyra a la idea del amor romántico es, al final del
capítulo anterior, cuando con Viserys intercambian estas palabras:
Viserys:
Has estado muy sola estos últimos años. Sola y enojada. No voy a vivir por
siempre. Deseo verte conforme. Incluso feliz.
Rhaenyra:
Y crees que un hombre hará eso.
Allí Rhaenyra disputa la idea que tiene su padre de que la
felicidad sólo puede dársela un hombre con el cual casarse. De nuevo, con Rhaenys ocurre lo mismo que con los otros dos mitos en
cuanto a que su rol como personaje no gira en torno a este núcleo narrativo. Aún así, notamos que el hecho de que sea una aliada de Rhaenyra, le da más peso narrativo al relato que ella
representa como rupturista y modificadora del orden establecido y de estos
mitos.
Narrativas emergentes: Duelo, pacifismo y
crítica al matrimonio
En
nuestro análisis de La casa del dragón
notamos tres temas emergentes, poco frecuentes en las narrativas audiovisuales
y menos aún en aquellas que se ubican dentro del género fantástico. Dos de
estos temas, el duelo y el pacifismo, los relacionamos con el contexto de
producción y circulación de la serie: la pospandemia del COVID-19. El tercer
emergente, la crítica al matrimonio, nos resulta fundamental porque entendemos
que es un asunto que fisura el discurso dominante del feminismo (neo)liberal en
las series de plataformas contemporáneas para traer a la memoria a las
feministas socialistas del siglo XX.
El duelo
es un tema emergente en las narrativas de la pospandemia, ingresado en la
agenda pública por la incansable labor de las feministas que prestaron atención
a lo que estaba sucediendo y abrieron diversos espacios, centralmente en medios
de comunicación no tradicionales como los podcast, por
ejemplo (Fernández Hasan, 2023). En un contexto de pandemia, en el que la
muerte atravesaba al mundo y las propias subjetividades, mientras demandaba
cada vez más trabajo por parte de los/as sujetos/as, fue desde los feminismos
que se comprendió la necesidad de hacer decibles los sentires, los afectos, las
experiencias que estábamos atravesando como sociedad. Fue entonces que las
feministas trajeron a la conversación el tema del duelo.
Si bien
no es central en el corpus que nos convoca, hay una alusión sumamente implícita
en cómo las tres personajesanalizadas encaran la
muerte. Las tres son parte de distintas escenas (Rhaenys
en el octavo episodio; Alicent, en el noveno; y, Rhaenyra, en el décimo) en donde se realizan preparaciones
de cuerpos de personas muertas para ser cremadas. Las tres toman actitudes
totalmente diferentes. Rhaenys observa, de manera
directa pero sin intervenir, cómo preparan el cuerpo de su cuñado, Vaemond, para ser despedido. Alicent
presencia el alistamiento del cadáver de su esposo, Viserys, pero sin mirarlo,
dándole la espalda a las personas, su mirada se dirige hacia el exterior a
través de la ventana. Rhaenyra, en cambio, se encarga
ella misma de envolver el cuerpo diminuto de su hija nacida muerta; mirándola y
llorándola mientras lo hace. Podemos decir entonces que, además de la
maternidad, como le había dicho Alicent a Rhaenyra, el duelo y la muerte también son ejes que unen y
atraviesan a estas tres actantes.
Hay un
tercer núcleo que comparten Rhaenyra, Alicent y Rhaenys y que, además,
las diferencian de los varones de la serie, a excepción de Viserys: el
pacifismo. Éste ha caracterizado históricamente a los feminismos,
particularmente a los socialistas. Basta con pensar en Rosa Luxemburgo, en el
Día Internacional de las Mujeres por la Paz y el Desarme, y en las Madres y
Abuelas de Plaza de Mayo en Argentina. En La
casa del dragón, frases como “no seré una tirana ni gobernaré a través del
terror” (Rhaenyra en el capítulo 7), “renuencia a
matar no es una debilidad” (Alicent en el capítulo 9)
y “se desatará una guerra por esta traición, pero esa guerra no es mía para
iniciarla” (Rhaenys en el capítulo 10), indican que,
frente a la urgencia de los varones de violentar a sus oponentes, los tres
personajes femeninos tienen como objetivo la paz, aunque los caminos que toman
hacia ella son diferentes. Este núcleo narrativo cobra importancia si tenemos
en cuenta que el contexto en el que la serie fue estrenada fue el de los
inicios de la guerra entre Ucrania y Rusia, mientras que se acrecentaba el
conflicto palestino-israelí hasta desembocar en el genocidio palestino que
sucede al momento de la escritura de este artículo.
Finalmente,
la crítica al matrimonio aparece exclusivamente en la protagonista de la serie.
Ya hemos citado varios fragmentos que dan cuenta del rechazo que Rhaenyra tiene hacia la maternidad y hacia el matrimonio.
Si bien la primera crítica es común en las series contemporáneas, no ocurre lo
mismo con la segunda. Lo más llamativo en este caso es que la crítica aparece
al matrimonio como institución y el precio diferenciado que pagan las mujeres
en relación con los varones: cuando Daemon le dice a Rhaenyra,
en el cuarto capítulo, que hay peores cosas que el matrimonio y que éste “sólo
es un acuerdo político”, ella le responde: “tal vez para los hombres sea un
acuerdo político. Para las mujeres es una sentencia de muerte”. Resulta
difícil, ante el eco de esas palabras, no traer a colación las de Emma Goldman
(1921) cuando, hace más de 100 años, observó que “hay un gran número de hombres
y mujeres para quienes el matrimonio no es más que una farsa, pero que se
someten a él por el bien de la opinión pública” (p. 195). También, similar a
las palabras de Rhaenyra, señaló que se trata
centralmente de un acuerdo económico en el que “el hombre también paga su
tarifa, pero como su esfera es más amplia, el matrimonio no lo limita tanto
como a la mujer” (p. 196).
Para
seguir con el problema
En este
trabajo apelamos al análisis de la narrativa discursiva de La casa del dragón como muestra significativa de la construcción de
sentidos del discurso social de
nuestro presente.
Ante la revisión de los tres mitos propuestos por Ana María
Fernández (1993) como
constitutivos del imaginario social moderno en torno a las mujeres, aplicado
sobre los tres personajes femeninos principales de la serie, podemos afirmar que La casa del dragón se edifica sobre un
discurso feminista (neo)liberal. Sin embargo, presenta claras fisuras y puntos
de fuga respecto a su precuela Juegos de
tronos y otras series similares contemporáneas. Dichos quiebres se
advierten, principalmente, en la construcción del personaje de la protagonista,
Rhaenyra Targaryen, desde
quien se construye el punto de vista del relato.
En primer
lugar, el mito de la mujer-madre (Fernández, 1993) tiene continuidades y
modulaciones en la serie, ya que aparece como un destino ineludible para toda
mujer, por más rechazo que tenga a la maternidad. De este modo, en los primeros
episodios de la serie advertimos en la Rhaenyra
adolescente su oposición a este mandato. En su discurso combate la construcción
de sentido hegemónica que define al signo “mujer” inseparable de la
significación “madre”. Esta voz adolescente cuestiona el rol que le es asignado
a las mujeres, incluso perteneciendo a la corona, por un sistema opresivo
dominado por varones. En sus palabras observamos una ruptura en la construcción
de sentido hegemónica de este mito, un corrimiento en el umbral de decibilidad (Angenot, 2010) del
relato de la serie, posibilitando con este decir el “deseo” de una mujer
heredera de servir desde otro lugar. Sin embargo, cuando nuestra protagonista
se transforma en una mujer adulta, este cuestionamiento, esta lucha contra ese
rol impuesto a las mujeres de la realeza, pierde la batalla en la praxis, ya
que Rhaenyra tiene hijos, respondiendo a su “deber”,
como heredera al trono, de asegurar la sucesión.
No
obstante, consideramos significativo señalar que este mito no aparece de manera
tradicional en esta ficción, sino que se vale de ciertas estrategias narrativas
y discursivas que lo mantienen en tensión y desromantizan
la maternidad. Los partos que se muestran en la serie son violentos. Dos
personajes femeninos mueren dando a luz: Aemma, en el
primer episodio y Laena, en el sexto. Además, la
propia Rhaenyra sufre en los dos partos que narra la
serie, pariendo a una criatura muerta en el episodio 10.
En cuanto
al mito del amor romántico, hallamos significativas rupturas, ya que es casi
omitido del relato de la serie, salvo por mínimas intervenciones en el discurso
en los cuales, nuevamente, es Rhaenyra quien lo
cuestiona y su antagonista, Alicet, quien lo
reproduce.
Finalmente,
observamos que el mito de la pasividad erótica se sostiene en dos de los tres
personajes analizados. Esto responde a una característica del feminismo
neoliberal: la carencia de lenguaje para el deseo. Así, en la narrativa de la
serie sólo Rhaenyra se atreve a buscar y vivir el
placer, lo cual se expresa en el personaje adolescente, en su etapa más rebelde
y resistente a los mandatos, pero continúa en su adultez. Aún con los
cuestionamientos y persecución de la corte real, Rhaenyra
sostiene una relación duradera con su amante (y padre de dos de sus hijos), así
como da lugar a una relación sexual con Daemon, su tío y esposo luego; oponente
-en gran parte del relato- de Viserys.
Por
último, como hallazgos del análisis podemos mencionar tres narrativas
emergentes de la serie: el matrimonio, el duelo y el pacifismo. Consideramos al
primero como el más valioso, ya que la construcción de sentido en torno al
matrimonio fisura el discurso dominante del feminismo (neo)liberal en las
series de plataformas contemporáneas y retoma la significación contrahegemónica
de las feministas socialistas del siglo XX.
El duelo, por su parte, es una temática propia del periodo de
pospandemia, en el que se produjo y estrenó la serie. No obstante, destacamos
que el “hacer decible” el dolor, los sentimientos y el acompañamiento de dichos
procesos en el discurso dominante es una acción promovida y alcanzada por los
feminismos en esta etapa. Por último, el pacifismo promovido en la serie
evidencia la narrativa feminista de la misma, ya que son sus personajes
femeninos quienes resisten y se oponen en la “arena de combate” (Voloshinov, 2009) al discurso dominante y belicista de los
personajes masculinos.
El
análisis de la serie nos permite confirmar nuestra anticipación de sentido,
destacando que La casa del dragón presenta
continuidades y también significativas rupturas con las narrativas propias del
feminismo neoliberal características de la época y del mainstream. Sus protagonistas femeninas son, contrariamente a los
relatos tradicionales, racionales, deseantes, inteligentes y activas
políticamente.
Como
señalamos al principio, realizamos un análisis narrativo dejando de lado el
análisis formal. Consideramos que una indagación de ese tinte puede arrojar
algunas observaciones en torno a la categoría de la clase y la raza de la
serie, que permanecen bajo un velo en lo narrativo-discursivo. Nos interesa
señalar, sin embargo, dicha ausencia porque, si pensamos en la doble dimensión
de las representaciones en cuanto implican un “estar en lugar de” (Cebrelli & Rodríguez, 2024; Casetti
& Di Chio, 1990), toda invisibilización es
política.
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* INCIHUSA-CONICET. Contacto: mily.martinv@gmail.com / https://orcid.org/0000-0002-2151-5519
** FCPyS-UNCuyo. Contacto: mjimenamarin@gmail.com
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[I] Con lenguaje cinematográfico nos referimos
aquí al uso de códigos visuales, sonoros y sintácticos tales como los planos,
la angulación y los movimientos de cámara, el montaje y la colocación del
sonido, entre otros.
[II] Entendemos al androcentrismo como la forma de ver y
organizar el mundo y las relaciones sociales centrada en el punto de vista
masculino. Según este punto de vista, universalizado y postulado como “neutro”,
el varón hegemónico (adulto, cisgénero, heterosexual, blanco, capacitado,
propietario, occidental) es sujeto de referencia de toda la humanidad (Suárez
Tomé, 2022).
[III] Es preciso apuntar que el “feminismo neoliberal” de Rottenberg es tan solo una de las expresiones de ciertas
formaciones discursivas neoconservadoras por parte de mujeres que se
autoproclaman feministas. Varía, por ejemplo, del popular feminism de Sarah Banet-Weiser, y del posfeminismo de Rosalind Gill o de
Angela McRobbie (Banet Weiser et al., 2020; McRobbie,
2009). Si bien es un debate por demás interesante y pertinente, no es el
objetivo de este artículo adentrarnos en él. Es por eso que, debido a la originalidad
de Rottenberg en su conceptualización de este
“feminismo neoliberal”, optamos por retomar esta categoría y no otras en este
trabajo.