La bolivianidad generizada.
Modos
femeninos de construir y movilizar la nacionalidad en la periferia de la ciudad
de La Plata
Federico Rodrigo ⃰
Resumen
En este
trabajo analizamos la producción de bolivianidad -y de lógicas de intervención
de la “colectividad” que se definen a partir de ella- que realizan mujeres
migrantes asentadas en la periferia de la ciudad de La Plata, Argentina. La
pregunta por la experiencia femenina es un modo de indagar los sentidos y
formas de vivir la nacionalidad que quedan desplazados de la visibilidad
pública, así como sus tensiones y retroalimentaciones con las impulsadas por
las asociaciones que buscan representar esta identificación. Buscaremos poner sobre
relieve que, en determinadas circunstancias, ciertos criterios y lógicas
asociadas a esta bolivianidad femenina pueden derivar en formas de acción
social colectiva novedosas. De esta manera, el artículo busca destacar la
heterogeneidad de género en la experiencia de la nación y en la movilización de
la nacionalidad en distintos contextos de intervención.
Palabras claves: Migración – Género – Nacionalidad
– Acción colectiva – Mujeres
The gendered Bolivianity
Female ways of building and mobilizing the nationality in the periphery of the city of La Plata
Abstract
In this paper we analyze the production of bolivianity -and the logics of intervention of the "collectivity" that are defined from it- that made migrant women settled in the periphery of the city of La Plata, Argentina. The question for women's experience is a way of investigating the senses and ways of living the nationality that are displaced from public visibility, as well as their tensions and feedback with those promoted by associations seeking to represent this identification. We will also seek to highlight that, in certain circumstances, certain criteria and logic associated with this feminine bolivianity can lead to forms of innovative collective social action. In this way, the article seeks to highlight the heterogeneity of gender in the experience of the nation and in the mobilization of nationality in different contexts of intervention.
Key words: Migration - Gender - Nationality - Collective action - Women
Al menos
desde la década de 1990 los trabajos que abordaron la articulación de
identificaciones migrantes en la República Argentina contemporánea señalaron
que éstas suponen un modo político de ser en el espacio público, que se
encuentra tensionado por las construcciones de la argentinidad y sus lógicas de
reconocimiento de las alteridades (Grimson, 1999; Gavazzo, 2004; Caggiano,
2005; Halpern, 2009). Al mismo tiempo, las investigaciones señalaron disputas y
criterios excluyentes en la producción de los posicionamientos y en la hegemonización
de los agrupamientos, destacando al género, la clase, la etnia, la raza, la
pertenencia urbana o rural –entre otras- como dimensiones que limitan las
posibilidades de ocupar un lugar de relevancia en las organizaciones de las
diferentes “colectividades” y de constituirse en sus portavoces.
En la
medida en que los procesos migratorios se constituyen generizados, es decir,
imbricados en las limitaciones y potencialidades que definen las relaciones de
género –en su intersección con otros aspectos de la diferencia y la
desigualdad- para los diferentes sujetos (Pessar y Mahler, 2001; Pessar, 2005;
Hondagneu-Sotelo, 2011), las posibilidades de adoptar y constituir luchas y
posicionamientos ciudadanos están fuertemente atravesadas por esta cuestión. En
sintonía con lo señalado por diferentes autoras feministas (Pateman, 1990;
Fraser, 1997), los modos patriarcales de organización familiar en los contextos
migratorios impactan en las posibilidades de las mujeres de insertarse
laboralmente y de intervenir en los contextos de destino. Esta dinámica se ha
ido transformando paulatinamente posibilitando la emergencia de voces públicas
femeninas (Magliano, Perissinotti y Enklusen, 2005; Caggiano, 2012; Maure y
Encinas, 2017), no obstante los espacios de representación de los distintos
grupos continúan siendo predominantemente masculinos (OIM-CEMLA, 2004).
De esta
manera, si siguiéramos criterios rígidos o formalistas de lo político, nos
encontraríamos con que una amplia mayoría de las mujeres migrantes se
encuentran excluidas de las esferas inter e intra culturales de conformación de
lo común. Nuestra hipótesis de trabajo es que estas posiciones no sólo
invisibilizan la existencia de otras tramas sociales y simbólicas en los
diversos colectivos, sino que además limitan nuestra capacidad de
conceptualizar la relación entre la pertenencia y las formas de participación.
La focalización en quienes “toman la voz” puede opacar la multiplicidad de
experiencias silenciosas que constituyen a las “colectividades” y que, en ciertas
circunstancias, pueden conformar modalidades de cuestionamiento y resistencia
de las opresiones (Stone-Mediatore, 1990; Elizalde, 2008), así como formas de
aparición e intervención novedosas (Scott, 2015). Recuperando esta agenda,
entonces, en este trabajo buscamos reconocer la producción realizada por
mujeres migrantes asentadas en la periferia de la ciudad de La Plata,
Argentina, de una bolivianidad -y de lógicas de intervención de la
“colectividad” que se definen a partir de ella- diferente a la de sus paisanos
varones.
La
migración boliviana a la región Metropolitana de este país se constituye
fundamentalmente en términos “familiares”, incorporando una división sexual del
trabajo que sitúa a los maridos en el ámbito laboral y en la mayoría de los
espacios de representación étnico-nacionales (OIM-CEMLA, 2004) y a las mujeres
en el cuidado doméstico. Por supuesto que existen numerosas condiciones y
circunstancias que complejizan –y redefinen- el panorama, inclusive
organizaciones de mujeres bolivianas (Caggiano, 2018: Maure y Encinas, 2017),
pero el protagonismo masculino en la producción de posiciones de enunciación
colectiva posee una recurrencia ineludible (Benencia y Karasik, 1994; Magliano,
2009 y 2013; Magliano, Perissinotti y Zenklusen, 2013; Malimacci, 2012 y 2016).
Por este motivo, la pregunta por la experiencia femenina es un modo de indagar
los sentidos y formas de vivir la nacionalidad que quedan desplazados de la
visibilidad pública, así como sus tensiones y retroalimentaciones con las impulsadas
por las asociaciones que buscan representar esta identificación. También
buscaremos poner sobre relieve que, en determinadas circunstancias, ciertos
criterios y lógicas asociadas a esta bolivianidad femenina pueden derivar en
formas de acción social colectiva novedosas.
Benedict
Anderson afirma que las pertenencias “nacionales” se formaron gracias a la
invención de la imprenta, a partir de la circulación amplia de periódicos y
novelas que permitieron a los sujetos la posibilidad de imaginar por medio de
la experiencia lectora un tiempo y un espacio común que compartirían –el
espacio homogéneo y vacío de la nación entendida como “comunidad imaginada”
(Anderson, 2007). Esta posición fue problematizada desde la perspectiva
poscolonial, al señalar que la comunidad imaginada no se constituye cómo un
espacio único y uniforme, sino que es el resultado de lugares y relaciones
heterogéneas (Chatterjee, 2007), dando lugar a formas de experiencia de la
nación no siempre coincidentes con el modelo forjado durante la modernidad
europea. La pregunta por “lo nacional”, entonces, es un interrogante por las
condiciones y formas específicas en que los sujetos se figuran esta pertenencia
común.
Las
reflexiones vertidas en este texto se desprenden de dos experiencias de campo
distintas. En primer lugar, entre los años 2010 y 2013 realizamos una
investigación sobre los procesos de “incorporación” (Glick Schiller, et. al.,
2006) de mujeres bolivianas asentadas en un barrio de La Plata denominado Altos
de San Lorenzo. De esta manera, efectuamos observaciones participantes en
diferentes ámbitos festivos, laborales y políticos del barrio, con especial
atención a un comedor comunitario perteneciente a un movimiento piquetero en el
cual la mayoría de sus integrantes eran migrantes. Además, mantuvimos entrevistas
en profundidad con mujeres y hombres de esa nacionalidad y algunos/as
referentes/as políticos/as argentinos/as. Por otro lado, a partir del año 2013
y en el marco de una investigación sobre la política consular del Estado
Plurinacional de Bolivia en la ciudad y sus articulaciones con las asociaciones
de migrantes locales, volvimos a la zona y mantuvimos entrevistas en
profundidad con integrantes de una asociación de migrantes y desarrollamos
observaciones en sus actividades.
Es
importante destacar que en los últimos años en la Argentina se desarrolló un
campo de estudios de género y migración. A través de investigaciones que
destacan la feminización de los flujos que arriban a este país[I]
(Cerruti, 2010), la relevancia del género en las trayectorias migratorias
(Caggiano, 2003; Courtis y Pacecca, 2010; Magliano, 2007), en la inserción
laboral de trabajadoras extranjeras (Cacopardo, 2004; Maliamacci, 2012 y 2016;
Magliano, Perissinotti y Zenklusen, 2013) y la problemática de la trata de
personas (Courtis y Pacecca, 2008), se constituyó una agenda que enfoca en las
particulares condiciones que atraviesan los/as migrantes en los diferentes
contextos de asentamiento.
Especialmente
interesante nos resulta la advertencia de que el discurso sobre la feminización
de las migraciones visibilizó un tipo particular de proyecto (el de migrantes
“pioneras”), pero opacó otras trayectorias que son de gran relevancia. El
hallazgo de mujeres que se desplazan en contextos familiares y de una
organización social que responde a parámetros –laborales y políticos-
patriarcales no agota los interrogantes respecto a la experiencia femenina.
Inclusive, la bibliografía ha repuesto dinámicas en las que, a partir de la conformación
de una masa crítica de trabajadores, fueron sus esposas las que desarrollaron
"espacios bolivianos" de sociabilidad en distintos contextos de
asentamiento demostrando que los procesos de etnización no siguen secuencias
lineales y, en muchos casos, se sostienen por la práctica diaria femenina
(Malimacci, 2012).
Entonces,
explorando esta agenda en Altos de San Lorenzo pudimos reconocer un
nacionalismo afectivo que se trama en redes locales de relaciones de mujeres,
diferente tanto a los posicionamientos que tienen lugar en festividades y otras
actividades “culturales”, como a los que desarrollan asociaciones que pretenden
interactuar con entidades estatales y civiles del contexto de recepción. Este
modo de vivenciar la identidad, que aparece usualmente desplazado de los
ámbitos de presentación pública, permite la constitución de tópicos y modos de
comprender la experiencia que, en ciertas circunstancias, adquieren
protagonismo y definen el modo de intervención que desarrollan los/as migrantes
-en tanto migrantes- frente a determinados conflictos. De esta manera, el
artículo busca destacar la heterogeneidad de género en la experiencia de la
nación y en la movilización de la nacionalidad en distintos contextos de
intervención.
Lógica familiar de la migración boliviana a Altos de San Lorenzo
Altos de
San Lorenzo es uno de los barrios más grandes y poblados de La Plata. Se
encuentra al sudeste de su casco fundacional y es un sector de la periferia
urbana consolidado de manera tardía: se localiza en el extremo opuesto al área
con mayor desarrollo de la ciudad, representada por el eje La Plata-Buenos
Aires (Segura, 2015). Nuestro trabajo tuvo lugar en una zona particular en la
que se concentran numerosos migrantes bolivianos/as, que se asentaron allí a
partir de la década de 1990 cuando comenzó a habitarse.
Allí
confluyen cadenas migratorias que se inician principalmente en poblados del
departamento de Chuquisaca, de Cochabamba y de La Paz. Tal como ha sido
destacado para otros contextos, las redes de relaciones que constituyen los
circuitos y sostienen los proyectos migratorios le dan a la zona una dinámica
vincular densa que provoca su reconocimiento como barrio de bolivianos/as
(Mugarza, 1985; Balán, 1990; Benencia y Karasik, 1994; Grimson, 1999 y 2000; OIM-CEMLA,
2004; Gavazzo, 2004; Caggiano 2005; Benencia 2007).
A su vez,
en sintonía con lo planteado por diversos trabajos que analizan la migración
boliviana a la Argentina (Benencia y Karasik, 1994; Magliano, 2009 y 2013;
Magliano, Perissinotti y Zenklusen, 2013; Malimacci, 2012 y 2016), la familia
se constituye aquí en la entidad que organiza y da sentido a las trayectorias.
De esta manera, en la mayoría de los casos nos encontramos con desplazamientos
que se iniciaron con la partida del marido y que, luego de un tiempo variable,
culminó con la llegada de la esposa y los/as hijos/as. Por otro lado, también
se destaca el caso de personas que migraron en la infancia o la juventud y que
fueron formando sus propias parejas en el contexto de destino.
Al mismo tiempo,
la organización familiar conlleva diferentes representaciones acerca de las
relaciones de género y los roles femeninos y masculinos. En este sentido, la
mayoría de las mujeres que entrevistamos en Altos de San Lorenzo concebía su
vida como proyecto conyugal. Esta cuestión mediaba la mayor parte de sus
actividades y proyecciones, apareciendo como referencia en las conversaciones
más variadas. Inclusive, cuando nos explicaban el proceso de organización de
fiestas ligadas a Bolivia en el barrio, destacaban que la unidad de
participación es la pareja.
Una joven
llamada Alejandra, soltera, arribada a la Argentina con sus padres siendo niña
a mediados de la década de 1990, refería a una “tradición” que regularía los
rituales y asociaba este imperativo “ancestral” con “responsabilidades”
económicas vinculadas a las labores que demandan dichos eventos. En una
conversación en la que volvimos sobre la cuestión, en la que le preguntamos por
las posibilidades de organizar la fiesta para varones y mujeres, ella afirmaba
este criterio:
Es más
cuando son mujer y varón, cuando son pareja. Es mejor que una mujer soltera o
un hombre soltero. Porque van viendo que sean juntados o casados pero que sean
hombre y mujer, es la tradición. Porque es como que le da una responsabilidad
muy grande a una mujer soltera o a un hombre soltero.
De modo
aparentemente concordante, otros estudios señalan que de acuerdo a la “noción
de dualidad y complementariedad en las relaciones de género que caracteriza la
cosmovisión aymaro-quechua” (Giorgis, 2004: 36) el requisito más importante
para “pasar fiesta” entre los/as migrantes provenientes de la región andina
suele ser integrar una pareja conyugal. Por nuestra parte, entendemos que este
tipo de concepciones operan aquí con un carácter residual. Es decir, se trata
de un elemento cultural que “ha sido formado en el pasado pero todavía se halla
en actividad en el proceso cultural” (Williams, 2009: 167) al ser
re-interpretado en el contexto de las relaciones y discursos que conforman el
devenir contemporáneo.
La cita
evidencia que las concepciones sobre la organización de la festividad se
formulan desde un conjunto de representaciones de género. La contratación y
consecución de elementos necesarios para la realización de la festividad se
considera inviable en caso de abordarse de modo individual. Así, encontramos en
las referencias a la “tradición” que realiza Alejandra un reenvío hacia las
concepciones que destacan la importancia del matrimonio en las experiencias de
los/as migrantes. De esta manera, el testimonio señala las carencias materiales
y simbólicas que, en el marco de trayectorias posibles que ella reconoce para
un/a migrante, representa la soltería.
No implica
ninguna novedad que en este tipo de configuraciones se delimite con mucha nitidez
una división sexual del trabajo que reserva las tareas domésticas para las
mujeres. La bibliografía ha señalado reiteradamente al grupo familiar
–patriarcalmente organizado- como base de un sistema de relaciones sociales y
de la cotidianidad en la cual las esposas se ocupan del hogar y las tareas de
cuidado y los maridos de proveer los recursos necesarios para las diferentes
actividades (Fraser, 1997; Torns, 2008). Esta lógica tensionaba en Altos de San
Lorenzo las posibilidades de las migrantes de desarrollar actividades fuera del
hogar, inclusive en contextos laborales o militantes.
A mediados
de 2010 en uno de los comedores comunitarios del barrio se discutió la
posibilidad de imponer un sistema de multas económicas para quienes se
ausentaran o llegaran tarde a las asambleas. En este sentido, otra joven
arribada a la Argentina siendo pequeña llamada Eugenia nos decía:
Y yo pensé
que [el sistema de multas] estaba bien. Porque siempre empezábamos [la
asamblea] a eso de las cinco de la tarde y no te da tiempo porque las mujeres
cocinan. A las cinco ya se ponen a cocinar para que esté la comida a las seis,
seis y media. A esa hora llegan los maridos (…) La mujer boliviana tiene que
cumplir el horario de que llega su marido y la comida tiene que estar… y la casa
ordenada. Eso sí, es obligatorio para una mujer casada o con hijos.
La
respuesta de Eugenia recuerda la caracterización como función femenina del
trabajo doméstico entre los/as migrantes bolivianos/as que realizaron Benencia
y Karasik (1994), al establecer tareas –y horarios- de carácter “obligatorio”
para las mujeres. Cocinar, limpiar, ordenar y ocuparse del cuidado de los/as
hijos/as son las actividades que estructuran la vida de madres y esposas
organizando la cotidianeidad en función de su cumplimiento. Alterar el orden de
prioridades aparece en la entrevista como una irresponsabilidad grave, que
explicaría su interés en garantizar el respeto de los horarios predefinidos
para la realización de las asambleas.
De acuerdo
con este criterio los hombres “salen” y “hacen fuerza” en sus trabajos como
empleados en la construcción. El esfuerzo físico durante largas jornadas
laborales es considerado su aporte a la familia. Desde esta perspectiva, su
capacidad de sacrificio es valorada porque garantiza una retribución económica
que permite la reproducción de la vida doméstica. Ellos, entonces, mantienen la
responsabilidad principal de los ingresos familiares, mientras que las mujeres,
si trabajaran fuera del hogar por una remuneración, lo harían para “ayudar”. Los
roles del “proveedor” y de la “cuidadora” se corresponden aquí, una vez más,
con “lo masculino” y “lo femenino”
(Fraser, 1997).
En otra de
nuestras conversaciones, una mujer Cochabambina llamada Felipa, que se
desempeñaba en una de las cuadrillas de limpieza que organiza uno de los
movimientos piqueteros de la zona, reponía el modo en el que se organiza la
reproducción material de su hogar:
- Cada
semana él [mi marido] cobra y me da cada semana. Agarro la plata
- Y usted va
comprando todo lo que hace falta
- Todo, sí…
Y lo que me pide él, lo que falta, él también me pide y yo le doy.
-¿Por qué?
¿Los hombres manejan mal la plata?
- No. Pero
no sé cómo puede agarrar el hombre. ¿Todos los días puedo pedirle lo que me
falta en la casa? No. ¿Hasta el trabajo puedo ir a pedir? No. Lo que agarro, lo
que falta en la casa, todos los días siempre falta.
-¿Y el
hombre no va a ir a fijarse qué falta?
- No, no,
no. No sabe: qué falta, qué necesitan los chicos, si tienen zapatillas o no
tienen… Con el trabajo nomás (…). Se preocupa del trabajo nomás.
Esta
diferencia también tiene un correlato en la producción de organizaciones y
eventos ligados a la bolivianidad. En Altos de San Lorenzo los espacios de
visibilización de la posición étnico nacional son fundamentalmente la fiesta de
San Severino[II],
un pequeño conjunto de restaurantes que sirven comidas “típicas” en la calle
donde se realiza la celebración, un importante torneo de fútbol masculino que
reúne alrededor de 20 equipos de jugadores “bolivianos” en un predio los fines
de semana y una asociación.
Los dos
primeros son llevados adelante fundamentalmente por parejas: en ellas los
maridos son los encargados de realizar trámites y sostener –cuando es
necesario- el diálogo con autoridades, mientras que las mujeres se encargan de
cocinar y, junto con los hombres, efectúan otros preparativos como la
coordinación con distintos participantes –como por ejemplo grupos de danzas- y
proveedores. El torneo de fútbol, por su parte, nuclea equipos compuestos por jugadores
asentados en numerosos barrios de la ciudad y, si bien no es considerado por
sus protagonistas como un ámbito de reivindicación identitaria sino que prima
su sentido recreativo, el espacio de confluencia que genera resulta importante
en la producción étnico-nacional[III].
Junto con
la asociación –que fue creada en 2012 para presentar el reclamo de seguridad de
las personas bolivianas ante las autoridades policiales y judiciales luego de
la reiteración de situaciones de delito y violencia en el barrio- fueron parte
de la producción de instancias de organización de migrantes de una escala
mayor: la Federación de Instituciones Bolivianas de La Plata y el comité local
del partido político boliviano Movimiento Al Socialismo- Instrumento Para la
Soberanía de los Pueblos (MAS-IPSP). En la medida en que los principales cargos
de la comisión directiva de la asociación están ocupados exclusivamente por
varones, son ellos quienes participan de estos ámbitos.
En
síntesis, la lógica familiar que adquieren las trayectorias migratorias de las
personas asentadas aquí –así como las relaciones de género sobre las que se
constituye- incide claramente en las dinámicas de la etnización a partir de las
que se produce bolivianidad en la zona. En este sentido, la representación de
la identidad nacional –es decir, la autoridad y la predisposición subjetiva
para hablar en nombre del colectivo y hacerlo existir como fuerza real dentro
de diferentes esferas y escalas de actividad- suele estar asociada a los
varones, que son quienes desempeñan los principales roles en las organizaciones
y eventos en donde se escenifica la pertenencia.
De esta
manera, aquí parece reproducirse nuevamente una modalidad de funcionamiento
social en la cual las posibilidades de participar de lo público aparecen
constituidas con criterios de género excluyentes (Pateman, 1990; Fraser, 1997;
Scott, 2012). Las mujeres, así, quedarían relegadas a lo doméstico manteniendo
una posición secundaria en la producción de la nacionalidad. Sin embargo, la
atención más profunda en las dinámicas de socialización nos permite complejizar
el análisis.
Geografías de género y heterotopías nacionales
En la
medida en que los hombres salen a trabajar y se encuentran la mayor parte del
día fuera, la conformación de una trama social boliviana en el barrio se
sostiene principalmente en relaciones entre mujeres. Esta trama local, a su
vez, permite extender sus esferas de interacción sin poner en cuestión la
responsabilidad doméstica, ya que se constituye con salidas del hogar temporalmente
reducidas. Inclusive, las inserciones laborales de las mujeres bolivianas de la
zona que trabajan fuera del hogar por una remuneración implican desplazamientos
limitados: los comedores comunitarios de partidos y movimientos, que a través
de la participación posibilitan el acceso a diferentes políticas sociales -como
la creación de cooperativas de servicios de limpieza municipales-, la atención
de comercios o la distribución de productos –especialmente cosméticos- a través
del sistema de “venta directa[IV] son
algunas de las principales.
En este
marco, la propia reproducción de las obligaciones hogareñas parece estar en la
base de la actualización de los sistemas de sociabilidad barrial. Numerosos
testimonios dan cuenta de que tanto los espacios de aprovisionamiento
-supermercado, por ejemplo- como los ámbitos relativos al cuidado de los hijos
-el jardín de infantes o catequesis- operan como instancias de encuentro con
“otras” que habilitan (o re-habilitan) relaciones de amistad. Obviamente, los
hogares también son nodos privilegiados de estos sistemas, que se sostienen en
buena medida por medio de visitas con una recurrencia intensa.
Las
regulaciones de género de las prácticas espaciales –y de la temporalidad- que
registramos recuerdan las observaciones acerca de la “reducción de la
autonomía” de las mujeres bolivianas en el Área Metropolitana de Buenos Aires
que ya en la década de 1980 realizaba Balán. En sus análisis constataba que
tanto las condiciones del mercado de trabajo en destino como las configuraciones
de las relaciones de género operaban como restrictivos de las oportunidades
laborales[V] a
las que accedían las migrantes en Capital Federal y el Gran Buenos Aires
impactando, entre otras cuestiones, en sus desplazamientos geográficos (Balán,
1990).
Por su
parte, en su etnografía de la experiencia urbana de sectores populares
desarrollada en Altos de San Lorenzo, Segura también reconoce diferencias entre
varones y mujeres en sus itinerarios por la ciudad. De acuerdo con su planteo,
“el almacén, el comedor, la escuela y la salita son espacios específicamente
femeninos, puntos a partir de los cuales las mujeres organizan cognitivamente
el resto de la morfología urbana (Delgado, 2007: 238) y ordenan sus andares,
con itinerarios del tipo casa, escuela, trabajo, escuela, almacén, casa; o
casa, salita, casa, escuela, casa” (Segura, 2015: 137).
Esta
territorialidad generizada resulta fundamental en la constitución de un
circuito de relaciones entre migrantes del barrio en el que también se
desarrolla un sentido particular de la bolivianidad.
Identidad y espacio, entonces, se co-constituyen (Massey, 2007) en el proceso
de conformación de las tramas de mujeres, habilitando los sentidos contenidos
en el señalamiento del lugar como “barrio de bolivianos/as”, como usualmente
destacan. Es decir, las dinámicas de socialización delimitan –y son delimitadas
por- una geografía barrial en y a partir de la cual se produce un tipo de
reconocimiento particular.
La búsqueda
de personas con una experiencia compartida, es decir, partícipes de la
migración y las consecuencias que la misma implica es una característica
recurrente de muchas experiencias migratorias (Massey et. al., 2000). Los
miedos, las incertidumbres y las complejidades de un nuevo marco social en el
cual insertarse aparecen en el horizonte conversacional de los/as arribados/as,
que recrean sus pertenencias en sus contextos de asentamiento. Aquí esta
dinámica favorece la realización de fiestas y asociaciones, pero también
posibilita modos diferentes de elaborar -y valorar- la identidad nacional.
Aquí, la
pertenencia nacional no sólo se destaca como construcción ritual o como modo de
posicionamiento político en el desarrollo de una demanda, sino que se diluye (y
constituye) en el mismo tiempo de la vida, se torna inseparable de la narración
de experiencias personales y referencias a los/as hijos/as, se carga de
emociones, anécdotas, deseos y temores que emergen de las vivencias que las
migrantes comparten. Las anécdotas refieren a una experiencia recurrente del
salir al mundo, enfrentar los miedos y los problemas que se produce a partir de
poder compartir parte de estas vivencias con otras. Nos decía en este sentido
una mujer cocahabambina llamada Santusa, a raíz de sus conversaciones con las
“paisanas” que se encontraba en el supermercado.
- Porque yo
entraba y ya sabía que era una paisana
(…) Y ahí nomás saludo, me saluda y le digo “¿de dónde sos? ¿De
Cochabamba sos?” me dicen que sí, pero “no soy de Cochabamba, soy de tal parte”
y ahí nomás conocimos, hablamos y preguntamos. Yo también pregunté, “mira que
yo tenía miedo de subir al micro” porque aquí ponemos moneda, pero en
Cochabamba no… Eso yo tenía miedo también. La primera vez que subí al micro no
sabía dónde poner las monedas.
Sobrellevar
los miedos que genera el aprendizaje y desarrollar las aptitudes necesarias
para atravesar satisfactoriamente el proceso es un aspecto característico de la
vivencia de las mujeres en Altos de San Lorenzo. Su experiencia se vincula con
el reconocimiento e identificación con otras migrantes que comparten
problemáticas domésticas y vecinales enlazadas con sus nuevas vivencias
urbanas: el funcionamiento de los colectivos, la atención sanitaria en los
distintos centros públicos, el colegio de sus hijos/as, los robos y agresiones
y las estrategias para evitarlos, las diferentes oportunidades laborales que se
presentan contingentemente son algunos de los tópicos que dan vitalidad al
encuentro entre “paisanas”.
En este
sentido, la identificación que reconocemos no supone la posesión de atributos
contenidos en un compendio de características nacionales. La bolivianidad aquí aparece como un marco
de referencia que explica algunos riesgos a los que expone la vida urbana o a
las dificultades y oportunidades que encuentran para sus hijos/as. Señala una
complicidad (y una “confianza”) que se nutre de la certeza de estar
compartiendo una vivencia particular, una vivencia que no comparten otras
mujeres no-migrantes y/o no-bolivianas ni sus conncionales masculinos.
En estas
esferas de interacción femeninas se constituyen criterios alternativos y, en
ciertos casos, divergentes de las producciones y estrategias de movilización de
la identidad pública mencionadas previamente. Si bien las festividades son
destacadas como parte de las prácticas que otorgan bolivianidad al barrio e, inclusive, logran un nivel de
participación femenina que no tienen otras actividades, muchas de las mujeres
afirmaban que no se sentían a gusto en ellas. Cristina, una mujer de Sucre, por
ejemplo, hacía una comparación entre los festejos públicos y los privados y
señalaba que era en estos últimos donde se sentía a gusto entre paisanos/as:
- Más que
todo cuando hacen una fiesta así de un bautizo o cumpleaños… A esas cosas sí,
así fiesta de noche no, me da miedo salir de noche. Porque más me siento más
confiable me siento entre mis conocidos, donde la fiesta esta todo entre
conocidos
- Te sentis
más cómoda
- Más
segura...Escucho muchas cosas, se agarran a trompadas
- Te da
miedo en ese sentido
- Claro, no
conozco a esas personas, casi no salgo.
El excesivo
consumo de alcohol, el delito y las peleas aparecen en los testimonios de
muchas mujeres como un elemento característico de estos eventos que limitaba
sus deseos e interés en participar. Además de una oportunidad de encuentro y
elaboración de una pertenencia colectiva, especialmente durante la noche, la
fiesta es presentada como un ámbito peligroso, asociado a prácticas masculinas
rechazadas.
Pero al
mismo tiempo, los ámbitos en los que se constituye la bolivianidad pública también son rechazados por otras cuestiones.
Algunas mujeres nos comentaron que, luego de cierto interés inicial por las
posibilidades de que la asociación constituida en el barrio logre disminuir los
delitos que sufren los/as bolivianos/as, abandonaron la participación debido a
que a partir de algunas gestiones frustradas -como citas con funcionarios
suspendidas y un encuentro en el barrio con el comisario responsable de la zona
al cual el representante policial no asistió- sus expectativas fueron
menguando.
Francisca,
empleada de un comercio y proveniente de Sucre, entendía que el carácter
nacional de la organización habría sido uno de sus principales obstáculos para
conseguir respuestas estatales. De acuerdo con el testimonio, la discriminación
de los funcionarios hacia los/as migrantes dificulta su posibilidades de
gestión. Nos decía:
- A diario
sienten, siempre te discriminan… Por eso, porque no te va a dar bolilla, porque
te va a decir algo… [Quienes emprenden las negociaciones] tienen miedo de que
les digan “vayan a su país”, hay mucha discriminación en todos lados creo.
En esta
interpretación la posición de subordinación de los/as bolivianos/as los/as
margina de la legitimidad necesaria para sostener y profundizar este tipo de
reclamos. Ahora bien, el peso negativo de esta identificación no es ponderado
del mismo modo por todos/as los/as habitantes de Altos de San Lorenzo, ya que
muchos/as de ellos/as continuaron participando de la experiencia. Por el
contrario, la evaluación negativa de la identificación migrante en los procesos
de movilización colectiva se registra especialmente en mujeres que ocupan un
lugar secundario en la producción de una bolivianidad
pública en esta zona.
La
nacionalidad, entonces, no sólo se constituye como forma política de
presentación en un espacio tensionado por las construcciones de la argentinidad
y sus lógicas de reconocimiento de las alteridades. Para estas mujeres, por el
contrario, la pertenencia es configurada en distintos procesos de interacción
que se constituyen enfatizando la reciprocidad y la cercanía afectiva entre sus
participantes: se articula en la trama de sociabilidad barrial, se desarrolla
profundamente imbricada con las vivencias de las personas. La experiencia de la
“comunidad imaginada” (Anderson, 2007), así, evidencia la multiplicidad de
modalidades que adopta, se presenta como heterotopía (Chatterjee, 2007).
Si bien
este modo generizado de vivir y constituir la identidad nacional se desarrolla
de modo paralelo a las producciones de asociaciones y colectivos culturales, en
ciertas circunstancias se evidencia fundamental en la acción social de los/as
bolivianos/as. La reacción luego del asesinato de un joven nos permite
adentrarnos en esta cuestión.
Modos (generizados) de conformar un lugar propio
Desde hace
algunos años los/as migrantes bolivianos/as afirman que su adscripción nacional
los/as vuelve un objeto privilegiado de los agentes de la “inseguridad” del
barrio, ya que sufrirían más asaltos que los/as otros/as habitantes y que, en
esas situaciones, soportarían mayores niveles de violencia por parte de los
agresores. Esta cuestión es parte de sus conversaciones cotidianas y, también,
ha dinamizado la creación de la asociación local.
En este
marco, luego de varias situaciones delictivas que generaron intercambios
intensos entre los/as migrantes y protestas frente a la comisaría del barrio, a
fines de 2013 se produjo el asesinato de un joven. Si bien no era la primera
vez que se registraba este tipo de hecho, en esta oportunidad generó una
reacción sin precedentes. Una cantidad muy grande de personas participó del
velorio y el entierro del fallecido convirtiendo a estos rituales en espacios
de intercambio y de elaboración conjunta de la bronca y la desazón. De acuerdo
a los testimonios, fueron especialmente las mujeres las que manifestaban la
mayor indignación. Nos decía en este sentido un comerciante paceño llamado
Francisco:
La bronca
era más que nada de que no les encontraban a ellos [a los responsables]. Las
mujeres estaban enojadas, entonces salieron a buscarlos y todos salimos.
De esta
manera Francisco aludía a que, luego del cementerio, a raíz de la iniciativa
femenina alrededor de 100 personas se dirigieron hacia las casas de los
presuntos implicados para castigarlos por sus acciones. Como ninguno se
encontraba, prendieron fuego las casillas y amenazaron a los/as familiares
presentes. En las semanas siguientes, la intervención del Viceconsulado del
Estado Plurinacional de Bolivia en La Plata propició las conversaciones entre
las autoridades policiales y políticas de la ciudad y la asociación del barrio
para encauzar institucionalmente las demandas de seguridad.
La
seguridad es una problemática presente en el debate público en la Argentina
desde las últimas décadas del siglo XX. La preocupación por el delito, la
experiencia del miedo y la centralidad de las víctimas son elementos
recurrentes en los medios de comunicación y en el discurso político (Kessler,
2009; Focas y Fernández, 2014) que tienen un correlato particular entre los/as
migrantes de Altos de San Lorenzo. Aquí estas cuestiones conectan con la
experiencia de la discriminación y la constitución de la extranjería en un
criterio de diferenciación entre sus habitantes (Cravino, 2014; Baeza, 2014;
Vaccotti, 2018). Entonces, esta temática ha permitido el desarrollo de un
contexto de audibilidad de la movilización de un sujeto migrante.
Pero al
mismo tiempo moviliza diferentes elaboraciones y estrategias. Mientras que para
quienes buscan conformar un espacio de representación nacional forma parte del
reclamo de cumplimiento de diferentes derechos y conecta con la reivindicación
de la diferencia y la apropiación de la posición identitaria, es decir,
configura un registro discursivo a partir del cual se conforma un colectivo
político, para otras personas simboliza un tópico que se aborda en el propio
marco de relaciones que constituyen la vida diaria. En los planteos de las
mujeres el delito se presenta como un riesgo latente en la vida cotidiana, como
nos explicaba una Sucreña llamada Cristina al relatar las dificultades que se
le presentaban ya que sus hijos/as no podían volver solos del colegio a sus
hogares:
- Ya todo es
muy difícil, [cuando] salen de la escuela, a todos ellos siempre les… O sea
tienen miedo, los chicos no quieren ir a la escuela por todo eso, porque ya un
día están traumadísimos y hay que ir por ellos.
La
inseguridad en el testimonio de las mujeres es fundamentalmente un asunto de
arreglos domésticos y familiares. El miedo, que en la circunstancia a la que
refiere la cita es atribuida fundamentalmente a los/as niños/as, también es un
sentimiento que ellas afirman experimentar. Cuestiones que las involucran
-directamente o indirectamente a través del resto de los/as integrantes de sus
hogares- como los horarios de vuelta, los lugares que visitan o las personas
con las que se encuentran, y que definen sus trayectorias por el espacio y la
conformación de sus marcos de socialización, se encuentran atravesadas por la
preocupación por el delito que incide fuertemente en las decisiones que
adoptan. Otra migrante llamada Estefanía, nos reponía escenas en las que había
sufrido este tipo de situaciones:
- Hay muchos
[robos]. Todos los días tenemos que llevar a los chicos... No llegamos hasta la
escuela pero llevamos hasta [la parada del colectivo] 275. De ahí se van porque
tenemos que llegar al trabajo (…) Ahí [los delincuentes] al que está pasando
con carterita lo sacan y se escapan. Hasta a mí también me quitaron
- ¿Te han quitado?
- Pero no
tengo nada y le muestro pues. Encima nos muestra el puñalcito. El otro día ahí
a mi lado también le sacaron el celular.
De esta
manera, su elaboración en un registro de la vida familiar y vecinal lo vuelve
un tema dramático que moviliza una serie de estrategias que se localizan en la
casa y en la calle y que requieren diferentes grados de coordinación. Estas
prácticas son similares a las que Auyero y Alvarez (2014) caracterizaron como
expresivas de una “ética del cuidado” en su trabajo en dos localidades de la
provincia de Buenos Aires: supervisión de los/as hijos/as, salidas grupales a
tomar el colectivo, monitoreo de los movimientos familiares, cuidados de casas
ajenas, entre otras.
En Altos de
San Lorenzo evitar las salidas nocturnas o el tránsito por ciertas calles tanto
como coordinar con otras personas para no caminar solas, son algunas de las más
destacadas. En este sentido, el temor al delito evidencia su productividad
asociativa, en la medida en que forma parte de una dinámica de interacciones
intensas entre las migrantes. Asimismo, en las redes entre mujeres la
problemática es tematizada de modo específico: se encadenan hechos, se
identifican modalidades y actores, se establecen zonas y horarios de peligro,
etc. Como se manifiesta en las diferentes citas expuestas, es especialmente a
partir de sus posicionamientos como madres que estas estrategias tienen lugar.
Pita (2010)
ha estudiado los procesos a partir de los cuales los/as familiares de víctimas
de muertes producidas por la policía desarrollaron procesos de organización en
repudio de esos hechos, situando así a la vincularidad –y especialmente a la
maternidad- como una categoría política en la lucha contra la violencia
institucional. En consonancia, otros trabajos focalizaron en la dinámica que
posibilita que ciertos asesinatos adquieran gran notoriedad, activando procesos
de movilización colectiva (Kessler y Gayol, 2018). Este modo de elaborar la
muerte como cuestión pública tiene un correlato en la creación de la asociación
de migrantes de Altos de San Lorenzo e, inclusive, en la intervención de las
autoridades consulares allí. Sin embargo, entre las mujeres con las que
realizamos nuestro trabajo el modo de tramitar el asesinato –y la intervención
posterior a partir de ello- fue otra.
La
distancia y el relativo desinterés con las estrategias de la organización
–nutrido, entre otras cuestiones, por la desconfianza de su eficacia- fueron un
aspecto ineludible de la reacción que derivó en la quema de las casillas de los presuntos
autores del hecho. Pero también la existencia de ámbitos de intercambio entre
mujeres, en los que la temática era abordada cotidianamente formando parte de
su producción.
Al igual
que durante el rito fúnebre, en determinadas circunstancias las mujeres
desplazan la responsabilidad de la policía y el poder judicial en el abordaje
de la problemática. De esta manera, sitúan el conflicto (y a ellas mismas) en
una relación de exterioridad con respecto a las competencias de las
instituciones estatales, planteándolo como un problema de otro orden. No ligado
a la realización de petitorios, reuniones y manifestaciones, sino similar a los
cuidados que emprenden colectivamente.
En La nación en tiempo heterogéneo Partha
Chatterjee (2008) reconstruye el proceso de surgimiento del nacionalismo en
Asia y África. De acuerdo con su interpretación, mucho antes del inicio de la
contienda independentista el nacionalismo forjó su propio espacio de soberanía
dentro de la sociedad colonial dividiendo el mundo de las instituciones y las
prácticas sociales en dos campos: el material (relativo al mundo del Estado, la
economía, el desarrollo tecnológico, etc.) y el espiritual (vinculado a los
aspectos “interiores” de la vida de los sujetos). Ante esta dualidad, los
intelectuales anticoloniales definieron al mundo “interior” como ámbito propio,
desarrollando un programa que, si bien no cuestionó en un principio al orden
imperial, forjó las bases para las reivindicaciones que estructurarían la lucha
por la independencia.
Chatterjee
realiza su planteo para discutir la concepción que atribuye a los nacionalismos
europeos el modelo de afiliación que luego será apropiado en el resto de las
regiones del mundo, dando lugar a las adscripciones modernas. Su propuesta
resulta valiosa para comprender los diferentes modos en que, en Altos de San
Lorenzo, se definen límites que deslindan posiciones estableciendo el lugar
propio en el que actúan los/as migrantes. Mientras que los integrantes de la
asociación reclaman un ámbito de representación específicamente “boliviano” que
eluda a las redes políticas locales en la vinculación con las autoridades
estatales, las mujeres producen un espacio comunitario de intervención sobre la
problemática; un espacio social propio, donde las instituciones del contexto de
recepción no son la referencia primordial sino que la neutralización del
conflicto depende de la propia colaboración entre migrantes.
Estos ámbitos
funcionan de modo paralelo, pero también se solapan e imbrican. Los/as hijos/as
conectan la intervención en nombre de un sujeto boliviano/a con las lógicas
femeninas de elaboración de la identidad, pero estas formas de etnización no
son excluyentes de la búsqueda de constituir la bolivianidad pública por medio de organizaciones. De hecho, las
mujeres participan de las marchas y los varones de las dinámicas de cuidado y
del intento de linchamiento.
Conclusiones
En este
trabajo nos concentramos en reconocer un tipo de prácticas que no son
consideradas por la agenda de la feminización de las migraciones. Prácticas
emprendidas por mujeres que no cuentan con los recursos a partir de los cuales
se construyen los modos de representación públicos de la pertenencia y que, si
nos valiéramos de criterios rígidos o formalistas de lo político, se nos
presentarían excluidas de las esferas inter e intra culturales de conformación
de lo común. Sin embargo, encontramos que en ciertas dinámicas de socialización
que se traman “fuera” de lo público se constituyen y movilizan cuestiones
imprevistas desde su lógica, pero que, no obstante, pueden tener incidencia en
él.
Las mujeres
bolivianas de Altos de San Lorenzo constituyen redes de relaciones femeninas
imbricadas en criterios de género que sitúan a la mujer como responsable del
ámbito doméstico y al hombre en posición de proveedor y representante. En estas
esferas femeninas elaboran un nacionalismo afectivo que se distancia de las
modalidades reivindicativas que constituyen las asociaciones y colectivos que
organizan festividades en el barrio y que son coincidentes con lo registrado
por la bibliografía (Grimson, 1999; Gavazzo, 2004; Caggiano, 2005). Este modo
-etnizado en términos nacionales (Grimson, 2009)- de desarrollar la
cotidianeidad, tiene a la seguridad como una preocupación recurrente, a partir
de la cual se desarrollan diferentes estrategias de cuidado. De esta manera,
ante el asesinato de un joven, se ponen en funcionamientos los mismos sentidos
y concepciones para abordar el problema que se constituyen en la propia trama
que sostiene las identificaciones. El intento de linchamiento, de esta manera,
se presenta como modo excepcional de las lógicas de cuidado que movilizan las
bolivianas.
En
síntesis, el artículo enfatiza que partiendo de
modos excesivamente esquemáticos de concebir lo público, la agenda de la
feminización de las migraciones logró dar visibilidad a un tipo de experiencia
migratoria, pero descuidó otras. Así buscamos destacar la heterogeneidad de género
en la experiencia de la nación y en la movilización de la nacionalidad en
distintos contextos de intervención.
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⃰ Licenciado
en Comunicación Social por la Universidad Nacional de La Plata, Magíster en
Sociología de la Cultura por el Instituto de Altos Estudios Sociales de la
Universidad Nacional de San Martin y Doctor en Ciencias Sociales por la
Universidad Nacional de General Sarmiento; Docente en la Facultad de Periodismo
y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata y Becario
Postdoctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y
Técnicas en el Centro de Investigaciones
Sociales. Contacto: federodrigo@gmail.com
Rodrigo, Federico. “La bolivianidad generizada. Modos femeninos de construir y movilizar
la nacionalidad en la periferia de la ciudad de La Plata” en Zona Franca. Revista del Centro de
estudios Interdisciplinario sobre las Mujeres, y de la Maestría poder y
sociedad desde la problemática de Género, N°27, 2019 pp.259-287. ISSN,
2545-6504 Recibido: 23 de octubre 2018; Aceptado: 10 de octubre 2019 |
[I] En este sentido, también encontramos un trabajo pionero de Elizabeth Jelin (1976).
[II] San Severino es patrono del Municipio de Tarata: en Altos de San Lorenzo, al igual que en la localidad boliviana, la celebración de su festividad se realiza el último domingo de Noviembre.
[III] Al igual que en muchos otros torneos de estas características desarrollados por migrantes en la Argentina, sólo se admite hasta dos “extranjeros” por equipo.
[IV] La venta directa es la comercialización de bienes fuera de un establecimiento comercial, directamente al consumidor, mediante la demostración personalizada de catálogos por parte de un representante de la empresa vendedora.
[V] Trabajos recientes como los de Mallimacci (2012) también destacan las limitaciones en las posibilidades de inserción laboral de las mujeres bolivianas.